La primera exhibición del cinematógrafo en La Habana, 125 años atrás


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Exterior. Día. Puerto de La Habana. Son las diez de la mañana del viernes 15 de enero de 1897. El vapor Lafayette, de la Compañía General Trasatlántica de Vapores Correos Franceses, procedente de Veracruz, entra a la bahía rodeado de numerosos barcos con las velas arriadas. Los 46 pasajeros a bordo se arremolinan sobre la cubierta para tratar de ver mejor las edificaciones circundantes. Sorprende a todos, a la izquierda, el imponente castillo del Morro con su torre llena de banderas de señales, y a la derecha, con el fuerte de La Punta en un extremo, la policromía de las casas de tejados rojizos, pintadas de blanco, azul y amarillo, las torres de las iglesias y las palmas sobresalientes entre los árboles. Algunos miran en busca de los familiares que les esperan, otros admiran un esplendor que quizás ignoraban. Mientras, el vapor se desliza suavemente…

Entre los más impacientes por desembarcar, desde que a las siete se vieran las costas de la isla, se encuentra el francés Gabriel Veyre (1871-1936), representante de los hermanos Louis y Auguste Lumière. Había sido enviado a América como director técnico del cinematógrafo Lumière junto a Claude Fernand Bernard[1] en calidad de director general para introducir el novedoso aparato en México, Venezuela, las Guayanas y las Antillas. El trayecto desde el puerto de El Havre al de Nueva York lo iniciaron el 11 de julio de 1896, y el día 24 arribaron en un tren a la Ciudad de México después de un viaje de cinco días que, si bien placentero, les pareció interminable.

Gabriel Veyre

Gabriel Veyre

Tras solucionar algunos problemas técnicos, la noche del jueves 6 de agosto ofrecieron la primera proyección cinematográfica en México, nada menos que en el castillo de Chapultepec ante Porfirio Díaz, presidente de la república, su esposa y alrededor de cuarenta invitados impactados por el insólito movimiento de aquellas vistas. En la tarde del viernes 14 programaron una exhibición especial para la prensa, que fue aclamada con aplausos y bravos por la nutrida concurrencia. Al día siguiente, no obstante la pertinaz lluvia, la gente atraída por los comentarios pagó el importe y asistió a la primera función pública. Casi de inmediato, Veyre se dedicó a realizar filmaciones en la capital mexicana que incluía en los programas diarios junto a los cortos de los Lumière. En los primeros días de enero de 1897 decidió disolver la sociedad con Bernard y continuar rumbo hacia La Habana.

En la capital cubana, el emisario de los Lumière recorrió las inmediaciones del hotel Inglaterra, en la búsqueda de un lugar idóneo. Veyre decidió instalar el cinematógrafo Lumière en un local estratégicamente situado en el número 126 de la reducida cuadra de la calle Prado, entre San José y San Rafael. En la esquina de Prado y San José se erigía el Cuartel de Bomberos del Comercio, a continuación[2], la Cantina de Voluntarios; en el salón contiguo, antes del Café Tacón, figuraba un local ocupado inicialmente por la antigua contaduría del teatro Tacón y más tarde por la Exposición Imperial. Sus dimensiones ideales le convencieron de inmediato para, mediante el abono de un alquiler a Aurelio P. Granados, escogerlo con el propósito de presentar por vez primera el cine en tierra cubana.

El joven Veyre repitió en La Habana la experiencia que tan buenos resultados les proporcionó en su incursión mexicana. Temeroso de que no acudiera público a la primera exhibición, programada especialmente para las autoridades y la prensa con fines promocionales, invitaron a tantas personas que luego no sabían cómo acomodar a todos los asistentes. En Cuba, Veyre fijó la fecha para el sábado 23 de enero. Algunos desinformados, temerosos de un fiasco, declinaron la invitación y prefirieron asistir esa misma noche al baile ofrecido por la Cruz Roja para festejar el santo de su majestad Alfonso XIII, rey de España. Sin embargo, los periodistas vinculados al ambiente cultural de los diarios más renombrados de la «capital de la Perla de las Antillas», en unión de numerosos invitados, se convirtieron en testigos de la primera exhibición del invento al cual sus creadores atribuyeron una efímera existencia.

cinematógrafo

Cinematógrafo

Para traducir el entusiasmo suscitado, sirva este fragmento de una crónica anónima, titulada «Cinematógrafo Lumière» —la primera sobre cine publicada en Cuba— aparecida en la edición del «periódico artístico literario» El Fígaro del día siguiente, ilustrada con una fotografía de Veyre: «Cuando vuelven a dormirse los cocuyos eléctricos, es para que el cinematógrafo nos conduzca a una estación a recibir a los amigos que llegan, o a admirar la destreza de unos obreros que derrumban un muro, o a divertirnos con las travesuras que un rapaz hace a un inocente jardinero»[3]. En la misma página, con el titular «Teatro de la guerra», se incluyó la foto de una compañía de infantería del ejército español que organizaba el trabajo de la manigua entre Ciego de Ávila y el campamento de La Redonda. La edición matinal del Diario de la Marina publicó la primera noticia acerca de la exhibición primigenia de cine en La Habana:

«Nuevo espectáculo»

«Esta noche abre el cinematógrafo Lumière en el parque Central, al lado del teatro Tacón. El director del maravilloso aparato ha tenido la bondad de dedicarle a la prensa la velada inaugural, enviando invitaciones a los diferentes periódicos que se publican en esta ciudad».

«Anoche, en la prueba del mencionado cinematógrafo se exhibieron preciosas vistas en movimiento; fueron las más celebradas el desfile de un escuadrón de coraceros, la tempestad en el mar, el ferrocarril en marcha, la Puerta del Sol de Madrid y la que representa la llegada del zar a París. Las funciones son por tandas de media hora, desde las seis y media hasta las once y media de la noche. Aviso a los amigos de novedades»[4].

En la tarde de ese domingo 24 de enero, el cinematógrafo Lumière abrió por primera vez sus puertas al público habanero. Los precios de las entradas eran cincuenta centavos los mayores y veinte los niños y los soldados. El programa de cortometrajes de los Lumière no se ha podido precisar en toda su exactitud, pero sí que en esa sesión histórica, entre las cintas de aproximadamente un minuto de duración, para asombro general, se exhibieron las siguientes: Jugadores de cartas Partida de naipes (Partie d’écarté), La llegada del tren (L’arrivée d’un train en gare de La Ciotat), El regador y el muchacho o El regador regado (L’arroseur arrosé) y El sombrero cómico (Chapeaux à transformation).

Partida de naipes

Partida de naipes

Según testimonios de algunos espectadores puede aventurarse la inclusión por Veyre en el programa de los mismos cortos que impresionaron a los espectadores mexicanos un año antes: Una carga de coracerosLa comida del bebé, La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon (La sortie des ouvriers de l’usine Lumière à Lyon), Bañadores en el mar, Disgusto de niños (Querelle de bebés), Juego de niños o La demolición de un muro (Démolition d’un mur). Intercaló además otros de su repertorio: La artillería española haciendo fuego en combate y Desfile de una caballería mora.

Entre exclamaciones de «¡bravo!» a Lumière y al propio Veyre, el público habanero aplaudió con delirio tres de las vistas proyectadas, las cuales tuvieron que repetirse. El éxito de la novedosa representación se imponía en Cuba, trece meses después de presentarse como el primer espectáculo cinematográfico del mundo en el sótano del Grand Café en el Boulevard des Capucines, 14, en París. Clément Maurice había dirigido el programa del Salón Indien, convertido en sala, y el proyeccionista fue Charles Moisson, constructor del primer aparato, asistido por Jacques Ducom.

Durante las exhibiciones en Cuba, es imaginable cómo, al terminar cada tanda, El Louvre desbordó su capacidad. El café por excelencia de helados y granizados tan buenos como en Estados Unidos y el mejor lugar de La Habana para observar la vida social nocturna resultaba pequeño. Después de la retreta, de la ópera y, a partir de esa fecha, de ese reciente invento del cinematógrafo, nombre impronunciable para algunos, los parroquianos, en animadísima conversación sobre lo que acababan de descubrir, comían algo y degustaban ansiosos un refresco o helados de deliciosas frutas, sobre todo mamey, guanábana o guayaba, tan apreciadas por los paladares vírgenes de los extranjeros.

Hermanos Lumière

Hermanos Lumière

Uno de los asistentes a aquella histórica función fue el periodista Francisco Hermida, muy renombrado como cronista teatral de El Fígaro, la elegante revista de la burguesía, y de varios periódicos. En la edición del martes 26 de enero de La Unión Constitucional (órgano doctrinal del partido de este nombre), publicó en su sección «Crónicas»:

«Anoche, al lado del teatro de Tacón, funcionó el cinematógrafo ante la sorpresa admirativa de más de dos mil personas que penetraron en el local desde las seis de la tarde a las doce de la noche. Penetraron por grandes grupos, permaneciendo cada uno de ellos en el local el tiempo suficiente para ver diez veces funcionar el cinematógrafo, cada vez tuvo dos minutos de duración, y el tiempo total del espectáculo veinte minutos, durante los que la sorpresa y la grande admiración llegan a su mayor intensidad».

«A pesar de tratarse de una invención francesa, el emperador Guillermo ha llamado al cinematógrafo: la maravilla de fin de siglo, y es justa la calificación».

«Nuestro público comentó anoche tan hermoso espectáculo con aplausos frenéticos, exclamaciones y gritos de entusiasmo. Es natural. El espectáculo no tan solo es científico; es, además, divertido, ameno, féerique, como diría el simpático y popular doctor Jover».

«Tal vez otro día dé a los lectores una descripción íntima del aparato cinematógrafo. Hoy solo les digo: Id, id a verlo. Yo aseguro que cuantos vayan saldrán maravillados de la novísima invención»[5].

Ese mismo día, el periódico autonomista El País insertaba una detallada reseña en la que el autor describió la satisfacción del público: «Gozó de lo lindo y aplaudió más y mejor las diferentes vistas que por sus ojos pasaron, llenas de movimiento y vida, con tal verdad que realmente parece que presenciamos las escenas realizadas en el instante que se tomaron las fotografías»[6].

La Sortie de l'usine Lumière à Lyon

La salida de los obreros de la fábrica Lumière

Frente al arraigado gusto teatral del público capitalino, Veyre, con no poca temeridad, se atrevió a aquel bautismo de fuego. Ese día, en el aledaño Tacón, la actriz española María Tubau protagonizaba Frou Frou, drama de Meilhac y Halévy, y el sainete Las citas. Al cruzar el parque Central, el Cuadro de Zarzuelas presentaba en el Albisu Los vecinos del segundo y Música clásica, y Frégoli deleitaba a los asistentes con la interpretación de varios personajes, su admirada especialidad. En el escenario del Payret, la compañía Pubillones ofrecía una matiné, y unas cuadras más allá, en el teatro Irijoa, eran demasiado tentadoras las guaracheras de los intermedios en una atmósfera evocadora de «los tiempos más felices de esta Cuba hoy tan abatida y miserable»[7]. José López, Pirolo, y su hermano Regino, escenificaban a las ocho de la noche en el Alhambra, fiel a su costumbre, Ibor City o Basta de emigración; a las nueve, Un médico de ocasión, y en la última tanda, los noctámbulos podían divertirse con La fortuna de Simón, todas de un género sin competencia, poseedor de muchos adeptos.

Las intensas lluvias que azotaron La Habana la siguiente semana no impidieron la asistencia del público a las funciones diarias del cinematógrafo, desde las seis y media de la tarde hasta poco antes de la medianoche, cada media hora. El domingo 31 de enero, por ejemplo, la sección «Gacetilla» de La Unión Constitucional, con el título «El cinematógrafo hoy. Asombroso espectáculo de fin de siglo», anunciaba el programa, integrado por Los emperadores de Rusia y el presidente de la república francesa en carruaje por los Campos Elíseos, Escolta de cazadores a caballo y de spahis[8], El pueblo de París en la plaza de la Ópera durante las fiestas, Discusión acalorada, La demolición de un muro, Baños de Milán, Desfile de lanceros de la reina de España Montañas rusas[9].

El diario precisaba que, además del programa, y a petición del público, se proyectarían dos «cuadros» muy admirados: Llegada del tren y Disgusto de niños. La concurrencia provocó que el sagaz cronista Hermida aclamara desde su columna: «Evidentemente, la vieja costumbre habanera de abstenerse de ir al teatro en los días de lluvia va desapareciendo en honor a la cultura y en bien de la civilización»[10].

Otro gacetillero, al reflejar sus impresiones sobre «el vencedor del kinetoscopio y el espectáculo de moda en todas las ciudades donde se ha dado a conocer», en la columna teatral de El Fígaro pronosticó un triunfo análogo en el favor del público al de la capital mexicana: «[…] donde ha triunfado la Exposición Imperial, bien puede esperarse el del cinematógrafo, invento notable que produce todos los encantos de una ilusión que se palpa o una quimera que se realiza»[11].

La demolición de un muro

La demolición de un muro

Uno de los invitados a la función de apertura fue Rafael Pérez Cabello, genuino creador en nuestro ámbito de la crónica teatral por su agudeza y profundidad, que firmaba como Zerep sus artículos en La Discusión y El Fígaro. En la primera plana del periódico La Lucha del 25 de enero transcribió su entusiasmo y su ilimitada sorpresa con suma elocuencia:

«Trátase de un gran invento, de una maravilla que se debe en gran manera a la electricidad, ese poderoso agente que nos lleva de sorpresa en sorpresa. Es un espectáculo digno de verse, ante el cual, seguramente, nuestros mayores quedarían aterrados atribuyéndolo a cosas de brujas».

«No hemos visto, en efecto, nada más verdadero que aquellas figuras de tamaño natural, las cuales se mueven en todas formas, haciendo muy perfecta la ilusión de la vida. Porque eso es el cinematógrafo: la vida misma. Las figuras que surgen ante nuestra vista parecen de carne y hueso. Lloran, ríen, corren, saltan, se vuelven, se detienen, se sientan, gesticulan, accionan, en fin, reflejando pasiones y sentimientos de tal modo que no es posible pedir más naturalidad y verdad. Este es uno de los espectáculos que solo viéndolo se puede uno dar exacta cuenta de su mérito»[12].

Otro constante redactor de La Lucha por muchos años era el popular cronista y diplomático espirituano Aniceto Valdivia y Sisay (1859-1927), que firmaba sus textos con el seudónimo de Conde Kostia. El autor de La ley suprema (1882), el melodrama españolizado más característico de estos años, tras asistir a una de las exhibiciones, no solo ratificó y suscribió la opinión de su colega Zerep, sino que reclamó una corona de siemprevivas para los Lumière, vencedores de Edison, en otro enfebrecido artículo sobre «una de las maravillas de este fin de siglo»:

«Toda La Habana ha ido a apreciar ese invento de los hermanos Lumière y ha quedado como yo, asombrado, ante esa realidad que realiza la que hubiera podido soñar la imaginación milagrosa de los antiguos magos. […] No es posible más verdad. Es la vida misma. Solo les faltaba el calor y el ruido. El tiempo completará con ellos eso. Y antes de lo que nos figuramos… Muy pronto acaso. Ya se intenta y lo que la ciencia quiere, Dios lo quiere». […]

«Es de lo más completo que ofrece a la curiosidad, y a la meditación, el hada Electricidad. Es la vida sorprendida in fraganti, con sus gestos, sus formas, su palpitación fisiológica. […] El cinematógrafo perfeccionado vencerá a la muerte. Con él desaparecerá la leyenda. La poesía acaso llore, pero la vida, en el sentido eterno, sonreirá»[13].

El veterano Jacobo Domínguez Santí —también libretista ocasional—, no menos pasmado frente a aquel «curiosísimo pasatiempo» de origen eléctrico, dedicó un espacio en el Diario de la Marina a su breve reseña del acontecimiento:

«La numerosa concurrencia que asistió a las tandas que se efectuaron de media en media hora, desde las seis y media a las once y media, pudo admirar sobre un cuadro de tela, a manera de pizarra, el desarrollo de diferentes vistas, entre repetidos aplausos dirigidos al inventor de tan maravilloso aparato. A petición del público se repitieron tres de las mejores vistas, que verdaderamente fascinan al espectador, porque son copias exactas de la realidad»[14].

Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964) fue otro de los privilegiados espectadores de aquellas funciones inaugurales del cinematógrafo. Compartió con el público, amén de las expresiones de fascinación e incluso hasta de susto frente a la imagen de aquella locomotora tan real que amenazaba con atropellarlos, las quejas del precio y el calor sofocante en el local. Medio siglo después, el historiador, letrado y periodista evocó la singular experiencia de cuando a los ocho años sus padres lo llevaron a una de esas primeras noches: «La pantalla de ese improvisado cine era una sábana, que al comenzar la proyección se rociaba con agua. El aparato estaba oculto a la vista del público. Mi curiosidad de chiquillo quedó frustrada ante la explicación que me dieron mis padres de que los dueños del misterioso aparato no dejaban examinarlo como yo pretendía»[15].

Durante la mañana del 1 de febrero, fecha en que Gabriel Veyre cumplía veintisiete años, al revisar la prensa diaria leyó en la sección «Notas sociales» de La Ilustración de Cuba (Revista Universal) esta vehemente reseña firmada por un enigmático A. S. sobre la «perfección del kinetoscopio» de Edison, instalado en La Habana:

«Se llama Cinemat-Lumière. En un gran lienzo de forma cuadrilateral se proyectan fotografías en movimiento de tamaño natural. He visto las fotografías siguientes y he quedado admirado: Jugadores de cartas, Los bebés; La artillería de montaña; Baile de tropa; Unos negros bañándose; Llegada de un tren a la estación (los pasajeros bajando y subiendo); un transformador de tipos y la escena del jardinero. Todas réussies. Auguro a monsieur Gabriel, hábil empresario que tiene el privilegio para la América central, una gran invasión de curiosos, y de curiosos reincidentes»[16].

Ante la celebración, el 2 de febrero, de la Festividad de la Purificación de Nuestra Señora por la Santa Iglesia Catedral, tampoco declinó el creciente interés del público ni el precio de los boletos; todo lo contrario. Veyre cambió el programa de ese día por otro especial con las siguientes vistas: Un duelo a pistola en México, Desfile de dragones alemanes, Salida de los talleres Lumière en Lyon, El cuadro cómico, Automóviles en París, Carga de los rurales en México, Pelea de mujeres, Ingenieros españoles en Madrid, Plática de niños y Negros bañándose en un lago.

Un duelo a pistola en el bosque de Chapultepec

Un duelo a pistola en el bosque de Chapultepec

Obsérvese que el animoso representante francés incluyó dos de las películas filmadas con su cámara tomavistas en México unos meses atrás, a las cuales, para mayor comprensión del nuevo auditorio, modificó el título original: Un duelo a pistola en el bosque de Chapultepec y Carga de rurales en la villa de Guadalupe. Estos fueron los dos primeros filmes hechos en Latinoamérica exhibidos en Cuba.

Emplazado a escasos pasos del teatro Tacón, Veyre disfrutaba de entrada gratuita a las funciones en aquel lugar de interior tan soberbio que excedía en elegancia a los más famosos teatros de París. Al no confrontar problema alguno con el idioma español, confesó que su única distracción era asistir a las actuaciones de la compañía de María Tubau, que, según él, «ameritaba su renombre». Las costumbres de la isla —que por su sol deslumbrante y la cálida temperatura nocturna le hacía sentir mejor que México, por la falta de aire que sufrió allá y las inclemencias del tiempo invernal— en un principio se le asemejaban a las de Francia, pero pronto se percató de que eran más parecidas a las de España, por tratarse de «una isla española». Así la denominó en una carta dirigida a su madre el 3 de febrero[17], en la cual se lamentó del deficiente servicio de correos como consecuencia de la guerra, y escribió: «En cuanto a los negocios, no van del todo mal. Los días de lluvia no van bien, pero los días de buen tiempo se reponen. ¡Qué malos son los tiempos de guerra! El país se encuentra casi en ruinas, y si hubiera venido antes de la guerra hubiera ganado cerca de mil francos por día. No obstante, cuando deje el país habré hecho algunas pequeñas economías»[18].

Desde su mismo arribo a La Habana, Gabriel Veyre planeó una estancia solamente de un mes, con el propósito inicial de trasladarse a Jamaica y embarcar allí con destino a Venezuela. Esos países formaban parte del itinerario original trazado con los Lumière al proponerle el empleo, ofrecido con la única condición de que estuviera dispuesto a viajar por el mundo para promover su patentado cinematógrafo y realizar filmaciones en cuanto lugar visitara. Solo que el éxito in crescendo de sus actividades en La Habana, con la consiguiente elevación de sus ingresos, los entusiastas comentarios recibidos de los maravillados espectadores y las notas encomiásticas multiplicadas en la prensa, satisficieron a Veyre cada día más. Apenas una semana después de la entrada triunfal del nuevo invento en el ámbito habanero, considerado aún por ciertos escépticos como un advenedizo y un pálido antagonista del teatro, el muy leído cronista Enrique Fontanills, vicesecretario de la Sociedad de Escritores de la Isla de Cuba, le dio su espaldarazo al publicar dos textos el 31 de enero. Expresaba en El Hogar:

«Toda La Habana ha desfilado a estas horas por el local donde se expone esta maravilla del siglo. El cinematógrafo ha vencido al kinetoscopioy a todos los inventos de su clase. Es la expresión final de la ciencia, el adelanto más grande del genio inventivo. Es la fotografía mecánica, en consorcio íntimo, produciendo sorpresas grandiosas».

«Es la vida que se copia. El movimiento que se fotografía. El invento es francés, fruto de dos hermanos, Augusto y Louis Lumière, que ganaron con la primera exhibición que hicieron en París del aparato la friolera de dos millones de francos en tres meses. […] No se necesitan lentes para admirar sus prodigios. Se sienta usted en una butaca y desde allí, bajo la oscuridad racional del recinto, se admira el espectáculo presentado sobre un blanco cuadro. Es la realidad viva y latente en los cuadros que desfilan»[19].

El respetado cronista social manifestaba en El Fígaro un apasionamiento similar y un idéntico afán por intentar transmitir las sensaciones experimentadas al presenciar tal prodigio. He aquí su tentativa por definir a los lectores lo que para todos era todavía indescriptible, la naturaleza del cinematógrafo:

«Es la fotografía del movimiento. Es la realidad misma, que vive, que palpita en un cuadro en las proyecciones de la luz. La fotografía y la mecánica combinadas producen ese efecto grandioso. No falta más que color y sonido. Todo lo demás se ve allí. Las figuras en sus justas proporciones; las cosas, los objetos más pequeños e insignificantes, con sus tamaños naturales».

«Hermida ha dicho que gracias al cinematógrafo se logrará en el futuro que la historia se vea, en lugar de leerse. El espectáculo hará fortuna en La Habana. Hay, entre nosotros público inteligente que sabe aquilatar el alto mérito de tan notable invento»[20].

Versión de un texto del libro Cronología del cine cubano I (1897-1936), Ediciones ICAIC, 2011.


[1] Existen dudas sobre el nombre correcto de este compañero de Veyre. Algunos libros lo escriben como Claude Bon Fernand Bernard. Lo de Bon parece corresponder a un apodo y puede que una forma correcta sea escribir Claude Fernand Bernard (Baron).

[2] Según algunas fuentes, al lado del cuartel existía un salón ocupado por una barbería. Una fotografía de 1872 acredita que la esquina la ocupaba la Cantina de los Voluntarios. En un grabado de la Ilustración española y americana figura un local de tiro al blanco y a continuación el Café de Tacón.

[3] El Fígaro: año XIII, nro. 3, La Habana, 24 de enero de 1897, p. 34.

[4] Jacobo Domínguez Santí: Diario de la Marina, 24 de enero de 1897.

[5] La Unión Constitucional: 26 de enero de 1897, p. 2

[6] Citado por Emilio Roig de Leuchsenring en: «La primera exhibición y producción cinematográfica en La Habana»: Carteles, 17 de agosto de 1947, p. 42. Reproducida en la Revista Cine Cubano, nro. 106, p. 91.

[7] Rafael B. Santa Coloma: El Hogar, 24 de enero de 1897.

[8] Denominaban spahis a los regimientos ligeros de la caballería del ejército francés reclutado sobre todo de poblaciones de Argelia, Túnez y Marruecos.

[9] La Unión Constitucional: 31 de enero de 1897, p. 3.

[10] Francisco Hermida: La Unión Constitucional, sección «Crónicas» («Libros & Escena»), 28 de enero de 1897, p. 2

[11] Crónica de teatro: «Cinematógrafo Lumière»: El Fígaro, año XIII, nro. 3, La Habana, 24 de enero de 1897, p. 34.

[12] Rafael Pérez Cabello (Zerep): La Lucha, 25 de enero de 1897, p. 1.

[13] Aniceto Valdivia (Conde Kostia): La Lucha, enero de 1897, sin fecha.

[14] Jacobo Domínguez Santí: Diario de la Marina, 26 de enero de 1897.

[15] Emilio Roig de Leuchsenring: Ibid.

[16] «El cinematógrafo Lumière»: La Ilustración de Cuba, año V, segunda época, nro. 15, 1 de febrero de 1897, p. 478.

[17] Gabriel Veyre, representante de Lumière. Cartas a su madre, comité para la conmemoración de los cien años del cine mexicano, Filmoteca de la UNAM, 1996, p. 51.

[18] Ibid.

[19] Enrique Fontanills: El Hogar, año XIV, nro. 3, 31 de enero de 1897, pp. 9-10.

[20] Enrique Fontanills: El Fígaro, año XIII, nro. 4, 31 de enero de 1897, p. 47.

 


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