Palabras de Roberto Fernández Retamar al recibir el Premio José Martí de la UNESCO*


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Catherine Müller-Marin, representante de la Oficina de la Unesco en La Habana, y Roberto Fernández Retamar

Compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; señora Catherine Müller-Marin, Representante de la Unesco; compañero Alpidio Alonso Grau, Ministro de Cultura; compañero Abel Prieto Jiménez, Director de la Oficina del Programa Martiano y Presidente de la Sociedad Cultural José Martí; otros compañeros de la Presidencia; compañeras y compañeros: 

En primer lugar, deseo expresar mi inmensa gratitud a la Unesco, a la cual llamé en otro momento (esta no es ocasión para originalidades) verdadero oasis de cultura, tolerancia y paz en el convulso mundo en que vivimos. De inmediato, también hago llegar mi ilimitada gratitud a los generosos miembros del jurado que decidieron que se me otorgara el Premio, uno de los mayores honores de mi vida dado el nombre que lleva, el del ser humano que más admiro, siendo yo por añadidura el primer cubano en recibirlo, cuando tantas y tantos compatriotas lo han merecido también. Contribuye a hacer memorable este lauro el que se me entregue en esta IV Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo organizada por el Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional y su Consejo Mundial. En cuanto a las numerosas instituciones que en Cuba se consagran al  estudio y  difusión de la vida y la obra de nuestro Apóstol, así como a rendirle homenaje, a no pocas de las cuales estoy muy vinculado, me es imposible nombrarlas a todas, y sería injusto hacerlo de solo unas pocas, por lo que ruego que se sientan concernidas colectivamente en mi cálido agradecimiento por cuanto me han dado y me siguen dando.

Pablo de la Torriente Brau, el revolucionario cubano que nació en Puerto Rico y murió a las puertas de Madrid defendiendo la República española, escribió que él había aprendido a leer en La Edad de Oro, la inolvidable revista para niños de Martí, mientras la destacada poetisa y maestra dominicana Salomé Ureña de Henríquez contó que su hijo Pedro, quien devendría eminente humanista, atesoraba en su infancia cada número de dicha revista. De más está decir que me hubiera encantado haber podido decir cosas similares sobre mí, pero al menos me es dable afirmar que mi devoción por Martí se remonta a mi más temprana adolescencia, en lo que no soy nada original, pues es lo corriente entre cubanos y cubanas. Cuando en el lejano 1948 conocí a quien iba a ser mi compañera toda la vida, una de las primeras cosas que me dijo fue que su experiencia martiana había sido similar a la mía, a partir de los doce años. No es extraño que tiempo después fuera autora del mejor libro que se ha escrito sobre Martí y las artes visuales.

Por mi parte, he dedicado a Martí tres libros, numerosos ensayos, cursos (sobre todo en mi Universidad de La Habana), conferencias, la fundación del Centro de Estudios Martianos cuando era Ministro de Cultura el recordado compañero Armando Hart, antologías y ediciones de obras de Martí en prosa y verso, y he participado en muchísimas reuniones que se le han consagrado en mi país y en otros de América y Europa. En términos digamos profesionales, sin duda soy lo que se solía llamar un martiano. Pero, con franqueza, creo serlo, mucho más que debido a aquellos papeles, por haberme propuesto ser fiel a los ideales de José Martí, que en esencia han permanecido y permanecerán vivos, llameantes.

Se sabe que desde hace bastante más de medio siglo Cuba es un país socialista. Así lo proclamó el compañero Fidel la víspera de la invasión que en abril de 1961, al precio de muchas vidas heroicas, resultó derrotada. El propio Fidel, a raíz de los asaltos del 26 de julio de 1953, había dicho que el autor intelectual de tales hazañas era José Martí, y hasta su desaparición reiteró ese criterio tocante al proceso revolucionario desencadenado entonces. Algunos  superficiales habían querido ver incongruencia entre esas declaraciones. Pero alguien tan profundo como el intelectual cubano católico y revolucionario Cintio Vitier, uno de los mayores estudiosos de Martí en todos los tiempos, dijo acertadamente  que el nuestro era un marxismo martiano, y añado que  sigue y seguirá siéndolo. Ya lo había anunciado en sus «Glosas al pensamiento de José Martí», en 1926, el joven Julio Antonio Mella, quien el año anterior estuviera entre los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba junto con el veterano Carlos Baliño. Este último, en 1892, había sido partícipe del nacimiento del Partido Revolucionario Cubano, el cual, bajo la conducción iluminada de su compañero  José Martí, preparó la que hubiera debido ser  última etapa de nuestra guerra de independencia, y  anunció la República democrática que nacería de su seno, prefiguración de la que llamara «República moral en América», cosas frustradas en su momento por la intervención del entonces naciente imperialismo estadounidense, que avizoró desde temprano, el primero  en hacerlo en la historia, el propio Martí.

He comenzado mencionando lo anterior por razones que considero obvias. José Martí es, sin discusión posible, el mayor de los cubanos. Pero no cabe duda de que él desbordó plenamente nuestras fronteras, y sobran las razones que lo comprueban. Una de las criaturas que más lo amaron y comprendieron, la gran chilena Gabriela Mistral, quien en otra ocasión dijo que Martí era el maestro americano más ostensible en su obra, escribió en el álbum de una niña guatemalteca: «No te olvides, si tienes un hermano o un hijo, de que vivió en tu tierra el hombre más puro de la raza, José Martí, y procura formarlo, a su imagen y semejanza, batallador y limpio como un arcángel.»  En este juicio tan hermoso como acertado la palabra «raza» carece de toda connotación étnica, y se refiere a nuestra estirpe, como el vocablo apareció varias veces en la pluma del propio Martí.

Que el autor de los Versos sencillos pertenece con pleno derecho al conjunto de lo que él mismo llamó «nuestra América» es obvio, y ha sido dicho por innumerables personalidades, de Rubén Darío al Che Guevara. Si el compañero Fidel consideró a Martí  «el más genial y el más universal de los políticos cubanos», también lo llamó «el más grande pensador político y revolucionario de este continente».

Y ni siquiera entonces concluye  la ubicación de Martí, quien escribió: «Es un mundo lo que estamos equilibrando, no son solo dos islas [Cuba y Puerto Rico] las que vamos a libertar», y también escribió sobre  contribuir «al equilibrio aún vacilante del mundo».  Siempre me ha entusiasmado la exclamación del  hispanista francés Nöel Salomon  emitida precisamente desde la sede de la Unesco en París: «¡Martí es nuestro!» Sí: desde cualquier rincón del mundo, no solo desde un sitio tan justamente prestigioso como aquel, pueden y deben decirse palabras semejantes sobre quien, reverdeciendo un criterio de pensadores estoicos, había escrito que «Patria es humanidad», y vivió enteramente leal a esa divisa. El agudo argentino Ezequiel Martínez Estrada, quien ahondó como pocos en el cosmos martiano, escribió:

Martí no piensa ni trabaja solo para Cuba y las Antillas en el momento actual y para cambiar el régimen de vida y de gobierno en ellas, sino que su revolución, siendo fenómeno circunscrito al Caribe, está en la línea y en el proceso de la revolución mundial que en unas y otras formas viene coordinando sus fuerzas para el progreso y elevación de la humanidad. Existe, según Martí, una revolución mundial y eviterna, que se va realizando a través de la historia de las naciones, y existen otras parciales que contribuyen a la otra, a esta que él intenta.   

Así como anuncié al inicio de estas palabras que esta no es ocasión para originalidades, voy a concluir glosando en esencia algo de lo que dije al cumplirse un siglo de la muerte heroica de Martí. Estoy convencido, afirmé entonces y ratifico ahora, de que él pertenece a la exigua y preciosa familia de los fundadores de grandes creencias universales, y estamos asistiendo al inicio apenas de su expansión, como se habla de la expansión de una galaxia. El poeta esencial que fue José Lezama Lima dijo que Martí es un misterio que nos acompaña. Acompañará a la humanidad durante un lapso cuyo fin es imposible prever, como es imposible prever el de la humanidad misma. Algunas de las cosas que Martí dijo quizá no las comprendamos aún del todo. Otras han resultado proféticas. Y estoy seguro de que el porvenir que merecemos no ha visto ni verá a los hombres y las mujeres de buena voluntad conformarse con el destino que los poderosos y los avaros, ya impugnados en el Sermón de la montaña, pesadillean para los pobres de la Tierra, ni ha visto ni verá apagarse la luz encendida por José Martí.

Quienes desde tantos países han venido a reunirse fraternal y sororalmente en esta IV Conferencia por el Equilibrio del Mundo no me dejarán mentir.

Muchas gracias.

*Leído en el Palacio de Convenciones de La Habana, el 28 de enero de 2019.


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