Lucía Muñoz, es decir, la poesía


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Lucía Muñoz, La novia de Bayamo. /Foto: Randy Rodríguez Pagés de Bohemia.

 

Un verso suyo te puede salvar. Ella sabe tejer la urdimbre de las mansas, las difíciles, las esquivas palabras. Sabe hilar la rueca, con los hilos que juntan la historia de su ciudad con la historia de su sangre.   

Algo indefinible me recorre cuando toco su poesía. Su voz me habla desde sitios que creo haber andado, que nunca descubrí. La recuerdo en su balance con una muñeca de trapo en las manos, con el patio recortado al fondo, con un verso. Muchos caminos ―dichosos caminos― me han conducido hasta su familia.

Licenciada en Letras por la Universidad de Oriente, fue presidenta del Comité Provincial de la UNEAC en Granma durante una década. Su obra ha sido antologada en numerosas ocasiones y hace cincuenta años comenzó a andar por estos caminos. Lucía Esther Muñoz Maceo es una de las voces más sostenidas de la poesía cubana contemporánea.

Hay un epíteto que acompaña siempre a Lucía Muñoz: La novia de Bayamo. ¿En qué circunstancias surgió y cuál es su autoría? ¿Lo llevas como un título de nobleza, como una capa protectora; o acaso va resultando a estas alturas, un tierno grillete que te ata férreamente a Bayamo?

En 1977 o 1978, en un Festival de la FEU, en el teatro de la Universidad de Oriente, el escritor tunero Carlos Tamayo Rodríguez leyó el siguiente poema, titulado «A Lucía»: Lucía es la novia de Bayamo / La lira rota de María Luisa Milanés, / Lucía distrajo / Al profesor en aulas coloniales / Y anda / Caracola adolescente / Dándole rumor al viento.

En 1996, el periodista Martín Corona publicó una crónica en el periódico La Demajagua haciendo referencia al poema, y a partir de ahí, ya comenzaron a llamarme así. Para mí, es el reconocimiento más importante que me ha hecho el pueblo, que me compromete con la tradición histórica y cultural de mi ciudad y a mantener un comportamiento y una eticidad a la altura de esas tradiciones. Es también motivación y orgullo, amor y compromiso.

He visto tu verso sangrar ante las ausencias. Las ausencias son terribles. ¿Cuánto del ámbito familiar, de las pequeñas, irrenunciables cosas de familia, han marcado tu poesía? ¿Qué letras habitan tu casa, cuando tu compañero, cuando tu hijo también están vinculados a la escritura y a los libros; cuando creo que hasta el aire huele también a literatura?

Tuve una infancia feliz, y aunque parte de ella fue en la guerra contra Batista, mis hermanos que eran todos mayores que yo (seis hermanos) y mis padres, se encargaron de que no me diera cuenta de nada. De todo lo que pasaba, me di cuenta después. Siempre he vivido en esta casa. Cuando el patio era enorme, jugaba en él con mis sobrinas a las que les llevo poca diferencia en la edad y son para mí como hermanas. Muchos de esos recuerdos, de esos juegos, aparecen en mis poemas como también aparecen las pérdidas de mis seres queridos.

Tuve la suerte de casarme con el escritor Luis Carlos Suárez y de crear entre los dos una familia donde prevalece el amor, el respeto, la consideración, el acompañamiento, y con esos valores educamos a nuestros hijos que crecieron viéndonos leer, escribir, ayudar a escritores en formación.

Yo escribo sobre mis experiencias, sobre la belleza de la vida, sobre el amor, los sueños, el mejoramiento humano, el dolor del otro; pero siempre parto de mi experiencia, de lo que conozco, de lo que recuerdo. Muestra de ello es este poema, «El reino de la cabalonga»:

El reino de la cabalonga era / más allá de la sombra / que el arbolito dejaba caer sobre nosotras / vestidas con las faldas gigantescas / tomadas del armario con sigilo / mientras María Antonia y Carmen Luisa / escogían las campanillas más hermosas, /entre amarillas y salmón, / con un olor extraño /  que obligaba a alejarlas de la nariz, / pero eran suaves, aterciopeladas / y se ajustaban a nuestros dedos / transformándonos en princesas / del reino, / patio que se extendía / hasta el anochecer / volviendo el juego infinito, / correr bajo la lluvia, / alcanzar el arcoíris / para más tarde bajar la caja prohibida / y repartirnos los trajes / de la niña de la fotografía / que sonreída nos miraba jugar / dejando caer sobre nosotras los pétalos / de sus rosas eternas. / A su sombra / danzaban los gallitos / duras semillas secas / que no podíamos llevar a la boca / únicamente poner las campanillas en los dedos, / uñas largas de las princesas que no queríamos crecer, sólo reír / y jugar / con los frutos y las flores / de la cabalonga.

La poetisa en la pasión irrenunciable por la literatura, junto al periodista y escritor Juan Salvador Guevara / Foto: Cortesía de la entrevistada.

La vida pasa inexorablemente, pero ¿cambia en la misma medida la voz poética, su sentido profundo?  ¿Cuánto va de aquellos primeros poemarios de los ochenta que publicó Lucía Muñoz, a otros que han resonado años después como Trébol de la suerte, Amargo ejercicio, o como los que ahora mismo tienes en mente?

Pienso que, en esencia, la voz poética no cambia porque eso es lo que singulariza al poeta. Creo que, en la medida en que el tiempo pasa, uno se va adentrando en el laberinto de la creación y puede volver a pasar por los mismos sitios que antes le motivaron y volver a tratar el tema, tal vez con más agudeza, con una visión más profunda; pero siempre con el mismo estremecimiento. Aunque a veces hay temas que se quedan en el camino, truncos, como esos falsos senderos sin salida que te obligan a retroceder para encontrar la ruta que sueñas.

El sentido profundo está en el corazón del poeta, en su búsqueda de la belleza, en el sueño de mejorar como ser humano, como creador. Indiscutiblemente, en el camino está la experiencia, las lecturas estimulantes que te hacen meditar y comparar tu creación con la de tus contemporáneos, los contextos vivenciales que cambian y hasta te permites entrar en sitios de la creación a los que nunca pensaste acceder.

Últimamente he tratado el tema de la violencia machista hacia las mujeres y las niñas, no porque sea una experiencia mía; pero sí la de amigas, a las que quiero mucho y me he solidarizado con su dolor y lo expreso a través de mis versos, pues callar me haría cómplice de algo injusto.

Un día el maestro Electo Silva me hizo reparar en el carácter cantábile de tu poesía. Confieso que eso me hizo acercarme más a ella. ¿Qué sensaciones te recorren cuando has escuchado cantar tus versos, tus metáforas?

He vivido la experiencia de ver parte de mi obra musicalizada por autores como Aníbal Ramírez, el trovador Liván Leyva, los maestros Carlos Puig y Electo Silva, quien musicalizó poemas míos y trajo al Orfeón Santiago a Bayamo para cantarlos acompañados por mi lectura. Fue un día hermoso, inolvidable. Tuve la sensación de que mis textos entraban en otra dimensión al ser tocados por los acordes musicales que hacían que mis palabras crecieran y hasta se expandieran. Pienso que es natural que la música y los poemas dialoguen entre sí, la belleza estimula esos matrimonios felices.    

De izquierda a derecha, los maestros Carlos Puig y Electo Silva, Lucía Muñoz y su compañero, el escritor Luis Carlos Suárez/ Foto: Cortesía de la entrevistada.

Has desarrollado a la par de tu obra literaria, un ejercicio de promoción de nuevos talentos, de auspicio para la creación. ¿Cuándo surgió esa necesidad? Si nos asomamos a esos espacios, qué podremos encontrar?

La idea surgió cuando me jubilé y decidí dedicar parte del tiempo a la promoción de la lectura a través del Proyecto Acento, donde trabajamos Luis Carlos Suárez y Luis Gabriel Suárez Muñoz. Tenemos una librería de libros de uso y hacemos actividades para la comunidad. También trabajamos con jóvenes y niños que se interesan por la creación literaria. En general, asesoramos a las personas sobre temáticas y autores. Por suerte, nuestro proyecto ha tenido el reconocimiento de la población y asisten a nuestras actividades y nos donan libros que luego regalamos en los diferentes encuentros que se realizan con sistematicidad.

¿Si ahora mismo, en estas circunstancias, en este difícil 2020, te pidiera un poema para quedármelo, un poema como regalo… ¿cuál me darías?

«Quisiera oler a humo»    

             “Sé muy bien cómo eras cuando partiste de Ítaca”/ Canto 23 Odisea

Quisiera oler a humo,

caminar sobre la desidia,

sobre nuestras mentiras

y agonizar para poder

llevar las manos a la boca,

bien provisto el cuenco

aunque el pan sea duro

y haya escapado el ave

en la rapidez del vuelo

junto al ciervo, a la fronda.

Todo sería menos áspero,

menos profundo el abismo

de esta casa que me derriba

por el tedio insuperable del domingo,

de esta cama tan grande

que le ha nacido un horizonte

donde brilla una luna

y una estrella inalcanzables

que me asustan el sueño

y me mantienen

con los ojos abiertos y ciegos en la noche

porque a los hijos les han crecido alas

y se van a otros cielos

dejándome en un nido ruinoso

donde tejo y destejo un lienzo infinito y sin dueño

con las manos de una Penélope envejecida, cansada

que sueña escuchar, que busca en el viento

el cuerno anunciador

de tu retorno a Ítaca.


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