México en Martí I


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Mausoleo que lo recuerda en la Alameda Central, en las afueras del Centro Cultural José Martí, Ciudad de México, a muy poca distancia del dedicado a Benito Juárez.

 

El encuentro de José Martí con México en 1875 fue decisivo en su orientación hacia la emancipación americana. Llegó a Veracruz para reunirse con sus padres y hermanas en la capital de esa república soberana, después del primer destierro en la metrópoli española, que contribuyó a su formación cultural y jurídica, según los modelos europeos, pero una vez en las ciudades mexicanas comenzó a comprender mejor el alma americana. Allí colaboró con la Revista Universal, de la cual poco después sería redactor; también fue socio del Liceo Hidalgo, una de las más importantes asociaciones literarias de ese país y representante del segundo romanticismo mexicano. En el Teatro Principal estrenó con éxito su conocida obra de teatro Amor con amor se paga. Fundó además la Sociedad Alarcón y ganó celebridad su discurso en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, en homenaje a Santiago Rebull Gordillo, famoso pintor mexicano, posteriormente director del centro y maestro de Diego Rivera.

Desde hace tiempo se ha esclarecido su salida de Veracruz para La Habana de modo clandestino en enero de 1877, como Julián Pérez, y su regreso a México rumbo a Guatemala, luego de permanecer en la Isla poco más de un mes. Su estancia en el país centroamericano para trabajar en la Escuela Normal Central, por recomendación de su amigo Fermín Valdés Domínguez, fue interrumpida por una licencia para regresar a México y contraer matrimonio con Carmen Zayas- Bazán. Aprovechó su estancia para publicar el folleto Guatemala, uno de los estudios sociológicos más lúcidos y completos escritos sobre ese país, con un análisis diacrónico y sincrónico de los principales elementos que pueden delinear el rostro de esa nación. Al regresar a Guatemala con su esposa, a los pocos días renunció a su puesto de catedrático por la deposición arbitraria del cubano José María Izaguirre como director de la Escuela Normal, quien discutiera con el presidente Justo Rufino Barrios, y aunque este último rectificó y lo repuso, ya Martí se había marchado, decepcionado del gobierno de Barrios.

Después de la segunda deportación a España en 1879, Martí pasó mucho tiempo en Estados Unidos, pues desde allí preparaba las condiciones para organizar la guerra por Cuba libre. Había viajado a Venezuela, pero también a Santo Domingo, Costa Rica, Haití, Panamá y Jamaica con fines conspirativos. Su presencia en la prensa mexicana fue sistemática y relevante hasta el final de sus días; después de conocer bien a ese país, le quedó como modelo para entender a América Latina. De igual importancia y sistematicidad fue su correspondencia con amigos mexicanos, íntimos, como su “hermano queridísimo” Manuel Mercado. La obra de Martí relacionada con México es inmensa y profunda, y no hacía falta su presencia física para demostrar la relación entrañable con ese país cuando ejercía su corresponsalía para periódicos latinoamericanos, en sus discursos o cartas. Estuvo allí otra vez en 1894, en los meses en que su lucha por la libertad de Cuba se convirtió en obsesión; su objetivo era entrevistarse con el presidente Porfirio Díaz para lograr obtener fondos destinados a la revolución. México por esos años atravesaba uno de los mejores momentos económicos de su historia, aunque bajo un desarrollo muy desigual que benefició solo a algunos sectores, regiones y grupos. En agosto de ese mismo año regresó a Nueva York.

Entre 1875 y 1876 Martí estrenó su gran periodismo regular sobre el continente americano en la Revista Universal, y también en El Federalista. Escribía en la primera publicación con el seudónimo de Orestes, alternando con José P. Rivera—Pílades—,y desplegó sus capacidades periodísticas para analizar diversos aspectos de la vida mexicana: la utilidad de la celebración de sus fiestas nacionales, la pobreza de niños elocuentes y descalzos, la grandeza y originalidad del mestizaje, la poderosa conquista de tener a un presidente como empleado de la nación y la posibilidad de deponerlo cuando se alejara de las necesidades verdaderas del pueblo… Martí festejó la llegada del violinista cubano José White y elogió el virtuosismo y profundidad de sus ejecuciones, ponderó la poesía del maestro Justo Sierra y exaltó el teatro mexicano, especialmente un proyecto para reanimar el arte escénico nacional. Su pasión por el teatro lo llevaba a saludar la presencia en México de la actriz camagüeyana Eloísa Agüero de Osorio, comentar las obras del dramaturgo mexicano José Peón Contreras, glosar un drama de Agustín Cuenca o reseñar el debut del autor dramático Roberto Esteva.

También en la Revista Universal abordó reiteradamente las artes plásticas. Los pintores Felipe Gutiérrez y José Carbó merecieron sendos artículos elogiosos; “Una visita a la exposición de Bellas Artes” se publicó en cuatro partes a finales de 1875 y principios de 1876, y además dedicó comentarios a la Academia San Carlos y al escultor Francisco Dumaine. El destacado pintor del siglo XVIII mexicano Cristóbal Villalpando fue muy celebrado por Martí posteriormente en un artículo escrito en inglés para el periódico The Hour, de Nueva York, a propósito de de una exposición de 1880, en el cual no deja de expresar su admiración por México: “…una mirada al cuadro será suficiente para reconocer la grandeza de la tierra de Moctezuma” (José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 6, p. 407).

Las llamadas “Escenas mexicanas” publicadas igualmente en la Revista Universal develan la alta sensibilidad del joven escritor. En relación con los conciertos de White, definió: “La música es la más bella forma de lo bello […]. La música es el hombre escapado de sí mismo” (Ibídem, t. 5, p. 294), y para celebrar el talento escénico de Pilar Belaval escribió: “Dícese arte, y siéntese la voluntad encadenada a extraña y poderosa fuerza, y levantada la inspiración, y como cumplida una alegría, y regocijada y agradecida una ventura. Arte es huir de lo mezquino, y afirmarse en lo grande, y olvidarse, y enaltecerse, y vivir, porque olvidarlo es la única manera de perdonar al Creador ese don pesado, incomprensible y loco de la vida” (Ibídem, t. 6, p. 421). Una buena parte de esos artículos traen un nuevo mensaje artístico de la modernidad americana que el Apóstol estaba construyendo desde la publicación mexicana.

Dio fe Martí, asimismo, de su delicada, aguda y penetrante crítica literaria cuando comentó la obra de Manuel Acuña, poeta romántico mexicano, en un artículo en El Federalista de 1876. La leyenda atribuye el suicidio de Acuña por envenenamiento con cianuro de potasio en 1873 a su amor no correspondido hacia Rosario de la Peña, aunque se sabe que solo fue una razón más sumada a su extrema pobreza; la romántica versión se hizo muy convincente cuando se conoció el “Nocturno” dedicado a Rosario, la última página de su vida. Martí lamentó su muerte y comprendió su dolor, pero no fue apologético y señaló de manera indirecta y refinada algunas de sus carencias: “Y era gran poeta aquel Manuel Acuña. Él no tenía la disposición estratégica de Olmedo, la entonación pindárica de Matta, la corrección trabajosa de Bello, el arte griego de Téophile Gautier y de Baudelaire; pero en su alma eran especiales los conceptos; se henchían a medida que crecían; comenzaba siempre a escribir en las alturas. Habrán hecho confusión lamentable en su espíritu los cráneos y las nubes: aspirador poderoso, aspiró al cielo: no tuvo el gran valor de buscarlo en la tierra, aquí que se halla” (Ibídem, p. 370); de alguna manera explicaba el suicidio en sintonía con su sensibilidad poética.

La fascinación que ejercía Rosario de la Peña, galante inspiración de no pocos de los que la conocieron, no dejó indiferente al Apóstol. Fue una exquisita anfitriona en las tertulias de la casa paterna, que acogían a buena parte de la intelectualidad mexicana y también a extranjeros, como Martí, quien se enamoró de Rosario, según demuestran las cartas que le dirigió: “Si pienso en Vd., ¿por qué he de negarme a mí mismo que pienso? Hay un mal tan grave como el de precipitar la naturaleza; es contenerla. A Vd. se van mis pensamientos ahora; no quiero yo apartarlos de Vd. // […] // Rosario, me parece que están despertándose en mí muy inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza; me parece que voy a hallar una alma pudorosa, entusiasta, leal, con todas las ternuras de mujer, y toda la alteza de mujer mía. Mía Rosario. Mujer mía es más que mujer común” (Ibídem, t. 20, pp. 251-252).

No resulta habitual que Martí se dirija a una mujer de esta manera en una carta. Blanca de Montalvo, novia suya cuando cursó estudios universitarios en Zaragoza, al escribirle le pedía que no sufriera, pues bastaba que ella lo hiciera por él; le envió varias cartas y presumiblemente Martí dejó de contestarle o no lo hizo nunca, pues en una de las misivas Blanca decía llevar más de dos meses sin noticias de su estancia en México. También una joven madrileña que sostuvo relaciones amorosas con Martí poco después de su llegada a España, le escribía a México, sin que se hayan encontrado respuestas. Carmen Zayas-Bazán no pocas veces le expresó cariño y devoción, pero en los escasos apuntes que se conservan del Apóstol encontramos querencia e ilusión hacia ella, sobre todo en los primeros años de matrimonio, y tiempo después, disgusto o reproche. En el epistolario martiano pueden leerse muchas misivas a Carmen Miyares de Mantilla, llenas de afecto, afinidad y ternura, mas, si hablamos de pasión, nada igualó la correspondencia con Rosario de la Peña.

Martí profundizó en la economía, la sociedad y la política mexicanas cuando reportaba los Boletines Parlamentarios en la Revista Universal en 1875. En las sesiones del Congreso el joven periodista se percataba de la complejidad legislativa de un país de gran diversidad y supo de las injurias de los prepotentes “vecinos protestantes” y de las prolongadas discusiones de “gravedad económica”, por lo que arribó a conclusiones acerca de la importancia de la educación económica y política en la población, en asuntos como la política tributaria: “Impuesto es vasallaje; contribución es retribución del pueblo al gobierno por los cuidados que con el pueblo tiene el gobierno” (Ibídem, t. 7, p. 78). Con los enfrentamientos en las elecciones, el Apóstol infiere que “México es todavía República novel: ¿hácense acaso en calma en las naciones madres las elecciones populares? Se hacen en calma cuando la libertad es ya esencia en la naturaleza, y el respeto al derecho ajeno es la garantía del propio. ─Todavía no hemos alcanzado esta época de calma reflexiva: ella es, sin embargo, posible; adelantamos hacia ella” (Ibídem, t. 6, pp. 254-255). Ya él sabía que “A propia historia, soluciones propias. A vida nuestra, leyes nuestras. No se ate servilmente el economista mexicano a la regla, dudosa aun en el mismo país que la inspiró. Aquí se va creando una vida; créese aquí una Economía. Álzanse aquí conflictos que nuestra situación peculiarísima produce: discútanse aquí leyes, originales y concretas, que estudien, y se apliquen y estén hechas para nuestras necesidades exclusivas y especiales” (Ibídem, t. 6, p. 312).

El joven periodista introdujo en varios de sus artículos para la Revista Universal varias ideas de su modernidad emancipadora, en una sociedad muy apegada a la Iglesia y a la tradición conservadora, en la que aún convivían la colonialidad española y la cultura de los pueblos aborígenes. Algunos de estos conceptos se relacionan con la espiritualidad ecuménica de proyección laica: “Hay un Dios: el hombre; ─hay una fuerza divina: todo” (Ibídem, t. 6, p. 226); con la solidaridad social: “La fraternidad no es una concesión, es un deber” (p. 227); con la necesidad de la preparación ideológica: “¿Por qué ha de venir la revolución que mata hombres, cuando no se ha empleado la revolución que brota ideas?” (p. 231); con el sentido de la justicia: “Existe en el hombre la fuerza de lo justo, y éste es el primer estado del Derecho” (p. 234); con la responsabilidad de la oposición: “Cuando se ataca un sistema de gobierno, se opone otro enfrente suyo. Cuando el acto de una administración es malo, no ha de corregirse con injuriar al que es responsable de él, sino con señalar sus defectos, y enseñar la manera con que el que lo censura lo corregiría” (p.242); con la reserva humana para el desarrollo: “México es rico en demasía; pero no es todavía útilmente rico. Sus fuerzas esenciales están dormidas…” (p. 268).

México en Martí II


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