Otra vez y siempre, Bertolt Brecht


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La excepción y la regla, Impulso Teatro, Cuba foto VMT.

Hoy hace 123 años que en Ausburgo, Alemania, nació Bertolt Brecht (10 de febrero de 1898 – 14 de agosto de 1956), el joven rebelde e iconoclasta y el comunista sin partido resuelto a cambiar el mundo para el bien de los humanos. El artista múltiple que encontró en la síntesis del teatro el mejor cauce para sus inquietudes expresivas y sus ideas políticas, para hacer del arte un arma con la que los hombres y las mujeres pudieran explicarse la realidad social, plagada de contradicciones e injusticias, y fueran capaces de encontrar el modo de transformarlas. El escriba de piezas que revisó a los clásicos y creó parábolas épicas ubicadas en espacios y tiempos remotos, pero resonantes en nuestros contextos. El varias veces exiliado y perseguido. El mismo que logró que una campesina ganara el derecho a ser madre del hijo de una mujer “noble” que no lo amaba tanto como a sus propiedades; el que tejió la historia -conciencia adentro- de los descubrimientos de Galileo Galilei malogrados por la fuerza bárbara de la ignorancia y el afán de sometimiento; el que develó, de manera descarnada, cómo el vicio de aprovecharse de la guerra, puede despojar a una madre de sus seres más queridos.

Siempre con la diana colocada sobre la naturaleza depredadora del capitalismo, tuvo una gran capacidad de aprovecharse de diversas fuentes: clásicos, textos narrativos, viejas leyendas, experiencias de la calle, y un potencial enorme para traducirlos a la escena por medio de recursos de gran variedad, eficacia y atractivo

Al explorar formas diferentes a las habituales de un teatro confortable, con el objetivo de estimular el sentido crítico del público, creó una serie de técnicas que definen el teatro épico y dialéctico, en el cual en lugar de la mímesis aristótelica, propone al espectador colocarse en una distancia crítica que explora en las razones causales. Los mecanismos se exponen abiertamente, incorporados a un lenguaje en el que la participación activa del espectador es una meta, y la diversión aliada a la aprehensión crítica es componente ineludible.

Con sus obras –piezas didácticas o dramas maduros–, y sobre todo con sus reflexiones sobre el teatro, su despliegue de recursos desenajenantes y movilizadores de ideas, reveladores de las condiciones de dominación, le entregó a la escena latinoamericana instrumentos útiles de análisis y acción política, de descolonización y lucha anticapitalista.

Así, Brecht ha servido al movimiento de teatro independiente y a los practicantes de la creación colectiva como un referente lleno de recursos escénicos para probar y develar lo oculto, y como una brújula que orienta en la búsqueda de los problemas esenciales.

Atahualpa del Cioppo, Osvaldo Dragún, Santiago García, Augusto Boal, Enrique Buenaventura, José Celso Martinez Correa, Gilberto Martínez, Vicente Revuelta, y una lista interminable de directores han lidiado con él sobre las tablas, y más acá lo hacen otros muchos, como Sérgio de Carvalho, Reinaldo Disla, Carlos Celdrán y Alexis Díaz de Villegas. Porque su visión y su postura crítica se han filtrado en infinidad de formas de hacer.

Algunos, como Heiner Müller, el más original de sus émulos, han comprendido que, por su esencial vocación de cambio, utilizar a Brecht sin criticarlo es una forma de traición. Y el maestro Santiago García, al discutir cómo los procesos de afirmación de la identidad no pueden cerrarse en sí mismos, defendía la capacidad de BB de tomar de todas partes:

Nuestros países siempre han sido víctimas del colonialismo y han sido saqueados por el imperialismo, por lo tanto la actitud del intelectual debe ser la de apropiarse de lo que le convenga sin prejuicios de ninguna naturaleza. Nos han robado mucho, entonces, robemos también nosotros. Brecht se apropió de lo mejor del teatro chino, del teatro finlandés, del teatro inglés, etc. Shakespeare también era un gran ladrón en ese sentido. No debemos tener prejuicios de respetar la “propiedad privada” de la cultura occidental.

Ahí están, plenos de motivaciones y de detonantes para el debate, sus más de 50 obras, su brillante poesía, “El pequeño organon para el teatro”, “La escena de la calle”, “Lo que puede aprenderse del sistema Stanislavsky”, “Lo popular y el realismo”, Escritos sobre literatura y arte –publicado en Cuba como El arte y la política–, los Diarios de Trabajo y Escritos sobre teatro, materiales sobre los que siempre hay que volver.

El círculo de tiza caucasiano, Cía do Latao, Brasil.

Por esa inclaudicable vocación transformadora, por la utilidad de sus análisis en los procesos emancipatorios, por su lucidez y su vastísima cultura, Bertolt Brecht sigue vivo, siempre.

 


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