Por Benet doblan las campanas


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El primer Benet que conocí fue el tutor, más que un jefe, un compañero en la hondura justa de la palabra. La transparencia y cordialidad de la primera conversación que tuvimos  en las terrazas de Cubarte motivó que me decidiera por integrarme a su equipo,  entre las  opciones laborales que manejaba. La  honestidad de su mirada y su buen carácter, fueron el augurio de lo que resultó: una magnífica relación de trabajo.

Luego supe que Carlos Benet Pérez era cienfueguero, el hermano de Yolanda, la musa de la mítica canción, que mucho tenía para contar de sus años como dirigente estudiantil, de sus recorridos como cuadro de la Unión de Jóvenes Comunistas en los países del extinto campo socialista en Europa,  como de sus andanzas en tierra africanas y de la América nuestra. Que estaba en Santiago de Chile cuando los sucesos del 11 de septiembre de 1973 y que tuvo el gran gesto de entregarle su arma personal a un partidario de Allende.

Su amigo,  el poeta y cineasta Jorge Fuentes compartió hace unas horas en un post: “Lo conocí en los trajines de los Jóvenes Rebeldes. A mi amigo Pedro Cancio que procedía de la Escuela de Artes y Oficios y que luego trabajó en la Comisión Estudiantil Provincial, lo nombraron Secretario General del Vedado y Carlitos integró allí la Comisión estudiantil y luego la presidió. Yo atendí el trabajo estudiantil del Vedado hasta que se fundó la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y él vino a formar parte del Buró provincial, después de varias reestructuraciones, como responsable de deportes. Más tarde fue dirigente en el regional de becas y luego se desempeñó en el MININT, donde tuvo una carrera exitosa y cumplió misión internacionalista en África”.

“Era un hermano que no había que llamar y sus deseos de participación eran tales que había que cuidarlo de sí mismo. Valiente y enamorado, si en algo no estuvimos de acuerdo fue en quien conquistaba a aquella muchacha, compañera de luchas. Amiga y sueño de una época que termina en su propia muerte. Si algo me demuestra esta noticia brutal, es que, dígase lo que se diga, además de estar atentos fuimos buenos e hicimos época en aquella Habana de embrujo que todavía amenaza. No lo volveré a ver, pero andaremos juntos, como siempre”- terminó Fuentes.

“Como ustedes siento en lo más profundo la pérdida de Benet. Firme compañero y revolucionario cabal. Estuvimos juntos en el Comité Nacional de la UJC, pero además fuimos buenos amigos.  Siempre a la vanguardia, combatiendo en todos los frentes”, comentó otro de sus viejos camaradas, el expresidente del ICRT Ovidio Cabrera.

Por su parte, el periodista Ángel Guerra destacó otra faceta de su entrega militante. “De su extenso tramo de vida dedicado al MININT llegará el momento de escribir.  Me consta que era respetado y querido por jefes  y oficiales, así como por sus alumnos en el sistema educativo de ese valioso baluarte de la revolución. La partida de Benet me deja un hondo dolor y un vacío en el alma. Me conforta el haber comprobado su integridad y nobleza, su entrega y lealtad sin límites a la causa revolucionaria y su apoyo firme y sin reservas a la revolución y su liderazgo”.

Tuve la dicha de trabajar a su lado, de tenerlo a mano para cualquier duda o aclaración. De escucharle parte de sus  experiencias de vida en la larga hoja de servicios a la Revolución. Y de entablar acaloradas discusiones sobre temas políticos, históricos, de la vida…Con las que siempre aprendí mucho, también sobre las mejores formas para vehicular un argumento, y a debatir sin imposiciones, desde la humildad y el respeto.

                                    

Es el mejor editor que he conocido. No se le escapaba un “gazapito”, tipográfico, ortográfico o de redacción. Además, señala y sugería en cuanto a la claridad del mensaje,  la línea argumental de un texto o en la justeza o rigor de  un determinado juicio histórico. No pocos intelectuales le pasaban sus trabajos o lo llamaban para conocer sus apreciaciones sobre determinados asunto, para validar  o ajustar sus propias  tesis.

Al saber de su partida,  se preguntó Luis Toledo Sande: “Y ahora, cuando vaya a las oficinas de Cubarte o a otras del Ministerio de Cultura y quiera pasar a saludarlo, a arreglar con él los problemas del mundo, como disfrutábamos hacer sin que faltara la risa ni en los temas de mayor seriedad, ¿qué hago, adónde me llego? ¿A quién a partir de ahora llamo por teléfono con la seguridad con que lo llamaba a él para hablar sobre asuntos que sabía que también a él lo desvelaban y ante los cuales no le fallaba la brújula? No seremos pocas las personas que se harán preguntas como estas ante la muerte de Carlos Benet, compañero, amigo”.

Los más cercanos a su trabajo reconocían su agudeza como analista de la situación internacional  y de los procesos políticos a lo interno. Impresionaba su experticia para percibir tendencias, lo esencial e invisible detrás del escenario político. Hace pocos días, entre dolencias que lo alejaron de la noticias,   intercambiábamos  sobre las últimas de los “agentes de cambios”, del MSI y de la Marcha del 15N. Terminó diciéndome: “coincidimos”, “no estoy tan fuera de la bola”.  Y me dije yo, si coincido con Benet algo  aprendí de él.

Fue ejemplar como militante del Partido Comunista de Cuba, con gran sentido de la responsabilidad  y de la palabra empeñada. Su mente abierta, para nada ortodoxa  ni esquemática, combinada con su  larga experiencia, lo ponían en condiciones de aportar criterios que coadyuvaban a la mejor toma de decisiones. Estuvo al frente de su núcleo en varias ocasiones.  Muy dispuesto a cumplir, a participar y a movilizar. En los últimos  seis años integró la dirección, fue siempre el más fuerte respaldo del Secretario General. El indicado para  dirigirse los trabajadores  en nombre de los “Factores”. Por igual, fue un activo miembro de la ACRC, del  Sindicato de la Cultura y de la UPEC

Se sumaba, como podía, a las grandes causas de la Humanidad y de la Patria. Dan fe de ello su muro de Facebook y sus pertinentes opiniones en varios debates en el ciberespacio. Especialmente, se destacó como promotor de la solidaridad con la luchadora boricua Ana Belén Montes,  fue pionero de ese movimiento en Cuba. “Mañana no podré cantarle felicidades, lo que puedo hacer es demandar su libertad”,  posteó en 2017. 

Expresiones todas de su gran humanismo, como  compartió Luis Miguel Morejón, otro de sus entrañables. “Ayer en la tarde me encontraba con Orama localizando un medicamento que me había pedido la noche anterior preocupado por la salud de otro amigo común: Me pidió que le informara del último parte. Así era Carlitos miembro activo de las tertulias en mi oficina”.

Asiduo a las Sabatinas de Ernesto Limia, en Fresa y Chocolate, los lunes siguientes, me comentaba sobre los invitados y los temas  debatidos. Le era doblemente reconfortante, en tanto revivían páginas de la historia, se encontraba con viejos amigos,  a la vez que satisfacía su gusto por el buen arte en muchas de sus manifestaciones. Gustaba del teatro y del cine, lector de amplio diapasón, amante de la  música, primordialmente de la cubana.

En las fiestas, hacia galas de su orgánica cubanía y de sus habilidades como bailador, gran casinero. ¡Y con una resistencia! No invitaba a las mayores, más bien prefería a las más jovencitas; para mostrase “entero”, vital,  como en sus mejores tiempos. Muchos han recordado su entusiasmo en los torneos de dominó que en Cubarte se organizaron  y de su  gran sentido del humor.

El Bene no parecía tener la edad que acumulaba. Con su juvenil gorrita, mezclilla y sandalias, erguida figura  y caminar ágil. Y, sobre todo, por su velocidad mental y buena memoria. Siguió siendo ese joven profundo y alegre que describe Jorge Fuentes: “Flaco, nervioso, risueño siempre, se reía de sus propios chistes y era uno de los muchachos más amistosos de aquella pléyade de pichones revolucionarios”.

Así  lo recordaremos sus compañeros y amigos,  “sonriente y gentil”, solidario y presto a colaborar; “con el consejo oportuno” para quien se le acercara, joven o viejo, para asuntos laborales o personales.

Cuando algún conocido fallecía,  era habitual que  recurriese a aquella frase que inmortalizara Hemingway en su novela de 1940. Hoy hacemos como él los continuadores de sus batallas: ¿Por quién doblan las campanas? ¡Doblan por tí, Carlos Benet!

                                             


 


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