Sociología de la educación


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Al igual que otras ciencias sociales y humanísticas, la pedagogía se desarrolla en permanente y siempre renovado diálogo interdisciplinario. Responde a una concepción del mundo —filosofía— y se integra a un proyecto de nación, para lo cual se remite a la historia y la sociología. Tampoco puede prescindir de la sicología porque su compromiso fundamental se centra en la formación del ser humano.

Confieso haber sucumbido a la fascinación ante modelos de supuesta validez universal. Pero la insurgencia anticolonial desencadenada después de la Segunda Guerra Mundial condujo a la independencia política de muchos países y promovió un amplio debate crítico en el campo de las ideas. Por esa vía se fue desmontando el andamiaje de un complejo sistema opresor que apuntalaba la violencia ejercida con el empleo de las armas mediante la construcción de la subjetividad del oprimido. Al impacto producido por Los condenados de la tierra, del martiniqués Frantz Fanon, siguieron investigaciones y estudios realizados por especialistas en distintas ramas del saber.

En ese contexto, el enfoque sociológico aplicado al análisis de la realidad en Argelia revelaba la verdad oculta tras la apariencia de un sistema bien engrasado. Saltaba a la vista que los programas de estudio metropolitano descartaban el acercamiento a la historia y la geografía locales. Privaban a los nativos de la información básica acerca de su entorno inmediato.

La desventaja se acentuaba en lo tocante al dominio de la lengua. Para los hijos de los colonos, el francés constituía su idioma materno. Por su origen y procedencia, los argelinos eran portadores, en primera instancia, de lengua y cultura de raíz árabe. A todo ello se añadían condicionamientos de orden social. La desigualdad existente entre los hogares acomodados y el vivir cotidiano en la pobreza, la precariedad, el hacinamiento y la lucha por la supervivencia determinaban diferencias sustanciales en el desempeño docente de alumnos, condenados en algunos casos a contribuir con su esfuerzo al mantenimiento de la familia. La convergencia de factores académicos, culturales y económicos interponía significativos obstáculos al acceso a la educación superior y al diseño de un proyecto nacional.

El movimiento anticolonial de mediados del siglo pasado condujo al replanteo crítico del papel de la educación en el proceso de emancipación de los pueblos. Mucho antes, sin embargo, aparejado a las guerras en favor de la conquista de nuestra primera independencia, el pensamiento latinoamericano había concedido particular importancia al tema. En su peregrinar por tierras de América, Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, intentó sembrar escuelas y volcar en ellas el fruto de un largo aprendizaje. Había recorrido las principales capitales europeas y conocía las ideas dominantes en el llamado «siglo de las luces». Dotado de singular espíritu crítico, no quiso trasplantar modelos. América necesitaba formar a los protagonistas de su transformación, a los constructores de su destino. Reconoció el peso de nuestras culturas originarias. En el Alto Perú, actual Bolivia, quiso introducir el estudio del quechua. Fue un visionario prematuro.

José Martí conoció en lo profundo los principales centros de poder de su época. Vivió en España y advirtió en Estados Unidos las señales del imperialismo naciente. Su observación del presente, en lo económico, lo social, lo político y lo cultural, se proyectaba hacia la definición de los conceptos que habrían de presidir la construcción del porvenir de nuestras tierras. Para remover conciencias ejerció el periodismo, utilizó sus extraordinarias facultades oratorias y concedió tiempo al diálogo en el intercambio personal y a través de su enorme epistolario. Condenó en el «aldeano vanidoso», transplantador de modelos, al colonizado mental.  Comprendió que la garantía de nuestro porvenir se sustentaba en el reconocimiento de un destino compartido. Mientras preparaba la Guerra Necesaria, asentó en Nuestra América lineamientos esenciales de un testamento político. Teníamos que apoderarnos del saber acumulado por la humanidad, pero el tronco nutricio habría de ser el de nuestras repúblicas.

Ya sabemos que el planeta se achica rápidamente. A comienzos del siglo XX, el manifiesto futurista asumió el vértigo de la velocidad. Del ferrocarril y el telégrafo pasamos a la aviación y nos encontramos ahora bajo los efectos de la revolución en las telecomunicaciones. Somos más interdependientes y estamos más interconectados. El poder hegemónico se vale de todos los medios para instaurar el neoliberalismo como único modelo de validez universal.

La doctrina económica divulgada por los Chicago boys tiene ramificaciones que abarcan todos los sectores de la vida social, entre ellos, los de la cultura y la educación. La fórmula se manchó de sangre cuando se implantó con el uso de la extrema violencia bajo la dictadura de Pinochet. Se expandió luego hacia otros países de América Latina, con similar estela trágica. 

La precarización del Estado, reducido a su papel represor, repercutió negativamente en el sistema de enseñanza.  Despojada de recursos, la universidad pública no dispuso de lo necesario para fomentar políticas de desarrollo científico. Aherrojado al desempeño de una función utilitaria, el papel de la universidad se simplificó al entrenamiento de técnicos aptos para responder a las demandas del mercado empresarial.

La tradición pedagógica cubana creció articulada a la conformación de un proyecto nacional. Los discípulos de José de la Luz y Caballero participaban siempre en el sabatino intercambio con el maestro. Muchos se incorporaron a la lucha por la independencia. Años más tarde, Enrique José Varona concibió un programa destinado a favorecer el desarrollo del país. Es un legado cultural que, hoy como ayer, tenemos que atemperar a las exigencias de la contemporaneidad. 


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