Y en eso llegó el trombón


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El primer trombonista del que tuve noticias, y al que conocí personalmente, se llamaba Generoso Jiménez. Mi abuelo le agradecía haber hecho los arreglos de uno de sus temas más famoso (Elige tú) y se ufanaba de ser su amigo; tanto que una tarde me llevó a visitarlo en su casa de la calle Mayía Rodríguez. Me sorprendió la pequeña estatura de aquel hombre cuyos brazos pequeños manejaban la vara del trombón con una habilidad asombrosa.

Entre sus grandes tesoros sonoros mi abuelo conservaba un ejemplar de su disco Trombón Majadero autografiado. En ese entonces cuando debía mencionar a un trombonista cubano, de inmediato pensaba en Generoso.

Con el paso de los años el nombre de Juan Pablo Torres comenzó a formar parte de mi dinámica musical. Primero algunos de sus temas eran el complemento a mi despertar mientras estuve becado cursando los estudios secundarios. Tras el firme llamado de los profesores –aquel grito de “DE PIE”—su música era una motivación para comenzar el día.

A Juan Pablo no tuve el placer de conocerle personalmente, aunque sí conservo algunos de sus discos que alguna que otra vez escucho.

Pero el trombón como instrumento comencé a admirarlo en la medida que me relacioné primero con la música de Pello El Afrokán –el ritmo Mozambique—, la música salsa y formé parte del círculo de admiradores de una comparsa como Los componedores de batea.

Entendí su importancia en la medida que escuchaba y bailaba con la música de Los Karachi, una de las mejores bandas cubanas donde ese instrumento ha brillado; de Los Van Van y de la Banda Meteoro en la que Hipólito Abreu daba protagonismo a ese instrumento sin lograr el empaste y la calidad demostrada por los santiagueros.

Sin embargo, la música cubana se debía un disco en el que el trombón y los trombonistas fueran los grandes protagonistas. Se debía que se escribiera música lo suficientemente compleja, hermosa y trascedente para ese instrumento; una música que completara y motivara no solo a los ejecutantes profesionales, sino también a estudiantes y melómanos.

Fue entonces que llegó Demetrio Muñiz o simplemente “El Deme” como es conocido en el ambiente musical cubano desde hace más de medio siglo y propuso revalorar el papel del trombón en la música y la discografía cubana sin hacer concesiones estéticas ni conceptuales. Lo que equivale a decir que colocó la primera piedra para que desde una mirada local miremos el trombón como un componente más e indispensable de la música cubana desde el formato de cámara; aunque fiel a su personalidad humana y musical debía hacer brillar el instrumento en aquellos géneros de los que es deudor.

A grandes rasgos esta puede ser la historia que está tras el disco Tromboneando que ha producido y que la EGREM ha presentado a los medios en días recientes. Mas no es tan así.

Demetrio, lo mismo que algunos músicos de su generación, es deudor de una parte importante de aquellos patriarcas de la música cubana que formaron parte de la Orquesta Cubana de Música Moderna, de sus profesores en la Escuela Nacional de Arte, del mundo del cabaret y del encantador ambiente de los estudios de grabación. Fue en esos espacios en que se definió su personalidad musical, y fue en ellos donde poco a poco fue rumiando las ideas que habrán de concretarse en el disco Tromboneando.

Dejemos por sentado que este no es el primer disco que en tiempos recientes se acerca al trombón como protagonista; pero sí es el primero que aborda el protagonismo del trombón dentro de la llamada “música de cámara”; que está definida por la presencia de pequeños formatos instrumentales que pueden ser mixtos o de una misma familia.

Y es que la misma estructura del disco lo define al presentarnos en su primera parte “estudios” para tríos y quintetos de trombones; todos provistos de un grado de complejidad técnica que exige de los intérpretes un dominio completo de la técnica instrumental y mucha pasión.

Mientras que en la segunda Demetrio regresa a una de sus grandes pasiones: la música cubana per se en toda su extensión y rinde homenaje a tres de sus más importantes figuras del siglo XX: César Portillo de la Luz, Miguel Matamoros, Pello El Afrokán y su condiscípulo en la ENA Juan Pablo Torres considerado un “enfant terrible” del instrumento; quedando pendiente su versión a trombón de la música de Arsenio Rodríguez de quien siempre se ha declarado profundo admirador.

Es válido decir que la transición de lo eminentemente clásico a lo popular ocurre sin traumas o sobresaltos musicales. Hay un aterrizaje equilibrado entre una sección y otra, y esa relación bien dada por el uso moderado del trombón como protagonista. Ora como cuerda homogénea de instrumentos, ora en el papel que juegan los músicos que improvisan sobre una melodía determinada.

No se trata de una competencia a ver quién toca mejor o con más fuerza y técnica el trombón. Se trata más de un divertimento musical que de la complejidad de las notas; lejos de toda mira endógena de la música cubana como viene ocurriendo desde hace algún tiempo.

Esencialmente eso es Tromboneando una propuesta cubana al desarrollo del trombón, pero con toda la carga de universalidad que se le pueda exigir a un instrumento que en los últimos tiempos ha sido fundamental en la música latinoamericana; me refiero al movimiento de la música salsa y cuyo desarrollo parece indetenible.

No es gratuito entonces que la EGREM, casa discográfica en la que Demetrio Muñiz se complementó como músico de orquesta al ser parte de interminables sesiones de grabaciones, en la que descubrió su vocación de productor musical y en la que se grabaron sus primeros arreglos, decida acoger Tromboneando como parte de su catálogo. Sus ejecutivos saben de la impronta de Demetrio en y para la música cubana, de su trabajo como orquestador para importantes figuras de la música universal –incluidas algunas figuras de alta demanda y popularidad— a las que ha sumado a lo cubano desde y para el son. Lo que engrandece más la existencia de este fonograma.

Tromboneando no es disco pensado para ser popular o para convocar multitudes, es solo un divertimento y la historia ha demostrado que la música divertida trasciende a sus creadores y suma a aquellos que necesitan alegría para su alma y espíritu. La música de cámara es de por sí elitista, solo que esta vez hay una franca violación de este precepto: el elitismo no está en el contenido, está en el concepto. Eso garantiza que el futuro sea un disco de culto.

Es música hecha para ser disfrutada en cualquier ambiente, para cualquier medio, pero sobre todo pensada para que se entienda que lo cubano supera los tambores, la clave y las maracas; que hay otras zonas en la que se debe reparar para entendernos como cultura.

Lo mismo que mi abuelo hizo conmigo hace más de medio siglo, he hecho hoy con el menor de mis hijos: le he presentado a Demetrio Muñiz, lo he conectado con una leyenda vida de la música cubana.

Solo queda saber si él aprueba este disco y cada uno de sus temas, y si comparte con sus contemporáneos que el trombón le engrandece como cubano.

 


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