«La Maga no soy yo»: Teatro en la Casa de las Américas


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El repentino cambio de luces y el silencio absoluto sumergió al público en el inicio de la puesta teatral. La actriz mexicana Denise Castillo se hallaba transmutada en el personaje que, como alertaba el título de la obra, no podía ser la Maga. Sus primeras palabras, conjugadas con el desnudo sutil y el movimiento sincronizado de las piernas, realzaron el erotismo de la escena. No fueron otras que aquellas pertenecientes al capítulo 68 de la célebre novela Rayuela, con las que, mediante el gíglico —lenguaje ideado por Julio Cortázar—, el espectador es invitado a imaginar el romance de los protagonistas. No hay necesidad del vocabulario conocido; solo las asociaciones sugerentes, la cadencia y entonación propias de nuestro idioma. De estos dos últimos recursos se apropió acertadamente la actriz para hacernos creer en aquel encuentro protagonizado por La Maga y Horacio Oliveira, pero en la realidad escénica del unipersonal solo ella sería el eje, la representación sensual del mítico personaje femenino.

La Maga no soy yo no es una adaptación de la novela, ni siquiera la recreación de aquellos pasajes tan llevados y traídos por los amantes de la obra y de Cortázar, tan expuestos a la dedicatoria y al cortejo. El texto del dramaturgo cubano Ulises Rodríguez Febles llevado a escena por la compañía mexicana Conjuro Teatro, con la dirección de Dana Stella, se apropia de un espacio aparentemente desatendido por el propio autor de Rayuela. El personaje Lucía o la Maga es el motivo para la construcción de una relectura que dialogará críticamente con el original y con su creador.

Las ropas necesarias, la mochila a cuestas y el paraguas abrigan a esta Maga corpórea, hecha humana por las solas posibilidades del teatro y con una historia propia que contar. Los obstáculos del inmigrante latinoamericano en el París de los 60 son retomados por Rodríguez Febles en correspondencia con la novela, sorteados entre la concurrencia artística e intelectual de la ciudad y su realidad suburbana. Sin embargo, su protagonista desata un discurso marcado por las reacciones, sentimientos y dudas que compensan el supuesto silencio —pues el personaje le pregunta a Cortázar dónde se halla su voz dentro del libro— de la Maga primera. Comienza el reclamo, la Maga ataca a su hacedor, cuestiona las maneras en que la ha representado a ella y a otros, desde el intelectual casi esnobista cargado de fetiches literarios hasta el violador que el argentino distinguió, tal vez despectivamente, por su color de piel.

Frente a la relectura construida por el cubano hay que tener algo claro: no es ciegamente fiel a la novela argentina y, obviamente, ella no es la Maga, ¿por qué habría de serlo? Los prejuicios, ideales o motivos que tuviera el creador de Rayuela al realizar su obra del modo en que lo hizo pertenecen a la historiografía literaria y a la tradición latinoamericana como representación de una época. Décadas en las que nuestra vanguardia establecía una relación abierta y bidireccional con las creaciones europeas, en la que París y los autores franceses —esos Flaubert, Montesquieu o Teophilé Gautier que son parodiados en la pieza teatral— eran considerados el canon frente al cual tendría que disputar sus posibilidades la nueva literatura latinoamericana. En última instancia, hasta el propio Julio Cortázar pudo haber recreado las peripecias del intelectual de su época con cierta nostalgia añadida y la consciencia de que, como escritor, a veces se busca algo sin la certeza de su existencia.

Escrita más de sesenta años después, la obra del cubano se propone revisar un mito y tomar de él aquel personaje que mejor representa el discurso de su contemporaneidad. La Maga se revela muy propicio por ser mujer, en tiempos en los que aspiramos a la despatriarcalización y al resquebrajamiento de estereotipos en torno a las féminas. Si bien el personaje de Cortázar se convirtió en un referente para las admiradoras de su obra, Febles pretende hacer otro que no sea comprendido desde los estereotipos, sino que busque su camino en la rayuela, su posición como madre, como amante, independientemente de quien la observa, que bien pudiera ser Horacio Oliveira o el propio autor, aparecido en la obra como una presencia antagónica.

La Maga no soy yo no es un ataque a la trascendente novela publicada en 1962, sino la intención de otro autor de representar las problemáticas de su tiempo. Si el prototipo de escritor latinoamericano fue pensado por Cortázar en medio de los cafés parisinos, de la mendicidad urbana y tras la huella de una muchacha casi etérea como la Maga; la mujer descrita por Rodríguez Febles responde a la fémina que se desprende de la mirada y la opresión masculinas, que rechaza las maneras en las que «debe» comportarse y asume su identidad sin necesitar la «aprobación» o «corrección» del otro.

Dos textos distintos en esencia se aunaron en el unipersonal de Denise Castillo. De uno no ha de depender el valor del otro, más bien, se impone reconocer las preguntas que un escritor cubano de nuestros días, iluminado tal vez por las propuestas feministas, quiere hacerle a su referente literario, en el gesto de homenaje irreverente que siempre traen las nuevas generaciones.


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