Acosta Danza: Poesía, gestos, energía… encontrados / Por Toni Piñera


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Saburo Teshigawara y Rihoko Sato en la obra Lost in dance (Perdido en la danza) Fotos: Panchito González

Uno de los propósitos del afamado bailarín, coreógrafo y director Carlos Acosta al crear su compañía, fue el de acercar a la Isla caribeña lo mejor y más actual del arte coreográfico internacional, y a sus creadores. A dos años de su debut escénico, Acosta Danza lo ha hecho palpable en las tablas con muchos ejemplos y, en particular, en su sexta temporada denominada Encuentros sigue ese rumbo, al invitar a dos reconocidos creadores a dejar sus huellas, en la siempre, en ascenso, compañía.

Con las piezas Lost in dance y Mil años después, del coreógrafo/bailarín japonés Saburo Teshigawara, y Paysage, soudain, la nuit, de Pontus Lidberg (Suecia) —director de cine, coreógrafo y bailarín—, plenas de proposiciones artísticas, Acosta Danza “vistió” de gala su programa el pasado fin de semana, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

Con Encuentros —que celebran el 120 aniversario de la migración japonesa a Cuba—, atraparon a los espectadores en las redes artísticas lanzadas por los célebres coreógrafos, evidenciando una manera particular de enfrentar el movimiento y traducirlo al Arte, en el que esbozaron un saber plantear ideas mediante el cuerpo, con la formulación de las dinámicas y los fraseos pertinentes para sacudirnos a todos, llevándonos a sentir con el pensamiento también.

Por primera vez llegó a Cuba, en el 2014,  Pontus Lidberg, para participar en el 24to. Festival Internacional de Ballet de La Habana, con su compañía Pontus Lidberg Dance. Trajo cuatro piezas que cautivaron al público cubano: Faune, Within labyrinth within, This was written on water y Tactile, en las que sorprendió por los significados de sus mensajes. Ahora regresó para montar con Acosta Danza la obra Paysage, soudain, la nuit (Paisaje, de repente, la noche), inspirada en la pieza musical de Leo Brouwer Paisaje cubano con rumba (1985). Buscando la “cubanía” que Carlos Acosta pidió tuviera su coreografía, encontró esta magistral obra donde encontró la inspiración para trabajar, y en la cual se basó el músico sueco Stefan Levin para componer este tema basado en el original de Brouwer, con una sonoridad más contemporánea, amén que le facilitara alargarla, para alcanzar el tiempo necesitado y dimensionarla con el movimiento.

Paisage, soudain, la nuit (Paisaje, de repente, la noche), de Pontus Lidberg

A Cuba, comentó el artista, llegó con la música solamente y la idea de poner a la Isla como protagonista. Se acercó a la temática, a través de los cuerpos/movimientos de los bailarines. Quería que me propusieran cosas y de ello emergió… la rumba, comentó. Transformé los pasos en algo nuevo, buscando algo abstracto en ella y traspasarla a la danza contemporánea.

Con música idónea, un diseño de luces cautivante (Karen Young), y una mínima e ideal escenografía creada por la artista plástica cubana Elizabet Cerviño (una instalación de güines) “sembrada” en lo profundo de la escena, Paisajedialogó con lo cubano desde el ritmo, el gesto, el baile y la acción, dibujada por la compañía, a la que se unieron el bailarín invitado David Lagerqvist y el propio Lidberg.

El título Paisaje… le hacía ver muchas más cosas: sentimientos, impresiones o sueños. Los temas musicales le sugerían un anochecer. El título —dijo— narra la progresión dramática de la pieza. Y la musicalidad apareció llevando el título al... francés. Certeramente, en unas palabras en el programa de mano de la temporada, el amigo crítico José Amer expresó: “En este nuevo ballet, se infiere que Lidberg intenta ofrecer su visión paisajista primigenia de la gestualidad cubana actual a través de Acosta Danza, la cual en términos musicales pudieran antojarse como un extenso legado de expresiones inherentes a la cotidianeidad, que inmerso en una gama de colores urbanos individuales y colectivos engarza a la perfección con 'lo real maravilloso' acuñado por Alejo Carpentier…”.

La escena, entonces, se permeó de un especial colorido con su diseño coreográfico. En él surgió esa síntesis magistral de ideas que siempre lo acompañan, expresado en una ininterrumpida secuencia de eficaz teatralidad, coherencia coreográfica, organicidad plástica, sentido del espacio y evocación de muchas artes… Y algo importante: explota el sentido dramático de los movimientos/gestos que traduce en los bailarines. En ellos se confirma una preparación física extrema que los nutre, donde se mezcla lo neoclásico/contemporáneo, algo muy cercano al propio Lidberg, quien ha bebido, en su carrera artística, de muchos estilos.

El inconfundible sello de Teshigawara…

Los estrenos mundiales de dos piezas: Lost in dance (Perdido en la danza) y Mil años después, de uno de los grandes de la danza contemporánea, el célebre coreógrafo y bailarín nipón: Saburo Teshigawara conquistaron al público cubano en su debut aquí. Colega de William Forsythe y Jiri Kylian, es, además un artista visual que diseña escenografía, vestuario y luces, para adentrarnos en un mágico espacio de la mano de su original lenguaje coreográfico, contemporáneo y, al mismo tiempo, deudor de las mejores tradiciones de su país, amalgamadas con el presente.

Lost in dance, sencillamente, subyugó. Cámara negra, trajes negros en los que solo quedan desnudos cabeza y manos de la bailarina Rihoko Sato y de él, bailarines que dominan cada milímetro de sus cuerpos, son suficientes para deslumbrar por el juego de luces/sombras, y reflejos al que están sometidos. En esa zona donde se inmiscuye magia/misterio/originalidad/misticismo, dibujan con ágiles  y certeros movimientos de manos, brazos y torsos, el espacio, traspasando las fronteras entre vigilia y sueño, para instalarnos en un lugar fantástico que nos atrapa. Sobre todo, en esos instantes, cuando la carga de energía alcanzada por los cuerpos en ágiles movimientos, particularmente esas manos de la bailarina, que en su intenso  e imparable “revolotear” por el espacio, cambiaban de tonalidades hacia el rosado y rojo…. A ello se suma la Sonata para piano No. 18 en Sol mayor, de Franz Schubert que realza la fascinación de su creación. Es, en una palabra, la cálida semblanza de la esencia del arte.

Mil años después, es poesía visual, un canto al tiempo, y a la nostalgia de volver a vivir otra vez, idea rectora que recreó con los miembros de Acosta Danza. Teshigawara maneja una suerte de “batuta” invisible con la que sitúa a los danzantes en climas oníricos, en otra dimensión artística. Sensaciones, símbolos, imágenes, nacidas en su mente, y que ahora posa en los bailarines —en un certero trabajo de grupos—, donde aparecen y desaparecen de la escena, moviéndose —unos con mejor suerte que otros— al enfrentar ese ritmo/forma de su difícil y original vocabulario. Pero que, al final, dejaron una agradable impronta. En realidad, el término danza, adquiere aquí una connotación trascendente, y pone de manifiesto, sin exagerar, esos valores intrínsecos de una puesta en escena cuidadosa, donde se dan la mano, el coreógrafo veterano y maduro con el artista, en mayúsculas.

Mil años después, de Saburo Teshigawara con Acosta Danza.

La combinación sonora  de Alban Berg (Suite lírica) y Mozart, que aportan el esqueleto para el convincente andar de la pieza, vienen escoltadas por el peculiar empuje y vena creativa de su singular autor. El blanco, color de lo imaginado, de lo que está más allá de nosotros, de la niebla, la expectativa…, viste la escena arropando a los danzantes, inunda su vestuario esta vez como signo de transparencia e incertidumbre, dejándonos soñar, en la distancia del tiempo, como seremos mil años después. Pero, explicar un montaje de este embajador de territorios, que solo pertenece al mundo de los sueños, siempre es erróneo. Lo mejor, es dejarse fascinar. Verlo.


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