Alfredo Sadel, orgullo del patrimonio musical de nuestra América


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Entre los muchos artistas que nutren la cultura de la hermana nación venezolana y que con mucho orgullo vive en cada uno de los corazones de sus ciudadanos, sin lugar a dudas está el cantante Manuel Alfredo Sánchez Luna, más conocido internacionalmente como Sadel.

Nacido el 22 de febrero de 1930 en Caracas, Venezuela, Alfredo Sadel es considerado como el cantante popular y lírico más importante en la historia musical de Venezuela y uno de los más connotados exponentes de su cultura nacional, al lograr dar a conocer dentro y fuera de su país y con suma elocuencia, los ritmos y composiciones no sólo de autores venezolanos, sino también universales.

Desde muy niño, Sadel manifestó sus aptitudes musicales que no pasaron inadvertidas en el colegio de padres salesianos donde estudiaba. A tal punto que dos sacerdotes nombrados Calderón y Sidi, se hicieron cargo en aquel entonces de su instrucción musical, y llegar a afirmar que “su voz natural era un diamante en bruto aun sin pulir, pero con muchas posibilidades".

La infancia de Sadel fue triste, solitaria y de innumerables privaciones debido a la irresponsabilidad y abandono de su padre, un individuo alcohólico y autoritario, y de su madre, una mujer infeliz y consecuente con los caprichos de su pareja.

Según algunos biógrafos, el padre le obligaba a entonar canciones populares de época; algo que (increíblemente) con el tiempo contribuyó a su formación como cantante. Al respecto afirmaría: “Aprendí a amar las canciones de Juan Arvizu, Imperio Argentina, Agustín Lara…Todas ellas encerraban un profundo mundo interno para mí”.

El debut como cantante de Sadel se produce en uno de los lugares más sobresalientes de la capital venezolana, la Catedral de Caracas, donde entona el Ave María, de Schubert, llegando a impresionar al numeroso público asistente.

Desde el punto de vista financiero y, afortunadamente para el joven cantante, diversas personas contribuyeron a su formación vocacional –consistente en piano, solfeo, armonía y composición, además de dibujo y pintura–, que se inició en la Escuela Superior de Música de Caracas, y continuó en México, Nueva York, Buenos Aires, Barcelona, Salzburgo y Milán.

Con el transcurrir del tiempo y sin abandonar otras modalidades de canto, su consagración ocurriría sin embargo a partir de sus inolvidables interpretaciones de composiciones de música popular. A su creación artística debe también agradecerse las publicaciones de algunos de sus dibujos y pinturas en medios de información venezolanos como el diario La Esfera y la revista Fantoches.

Asimismo, y para contribuir económicamente con la manutención de su familia, trabajaría como diseñador artístico en una agencia publicitaria norteamericana radicada en su país, la conocida Mc Cann Erickson, y gracias a dicha ocupación pudo realizar y financiar la grabación de su primer disco de 78 revoluciones. Este incluiría el bolero Desesperación, y el pasodoble El Diamante Negro, dedicado al torero Luis Sánchez, su amigo personal.

Y…algo curioso: el cambio de su nombre propio a otro artístico surge de algunos planteamientos efectuados por amigos. Así, decide tomar la primera sílaba de su apellido Sánchez (Sa) y agregarle del, última sílaba del apellido de su ídolo: Carlos Gardel. Quedó de esa forma: Sadel.

Primeras grabaciones de Alfredo Sadel

Desesperanza y Caribe, de la compositora María Luisa Escobar

Lloraste ayer, de Jacobo Erder

Anoche te amé, de René Rojas

No te puedo querer, en versión de Juan Legido, El gitano señorón.

Sadel fue reconocido junto a figuras prominentes de su época de toda la América Latina, el Caribe –como su compatriota Mario Suárez; el boliviano Raúl Shaw Moreno y el chileno Antonio Prieto, la puertorriqueña Virginia López–, y de los Estados Unidos. En este último país realizó presentaciones en lugares como el Latin Quarter y el Chateau Madrid de Nueva York, acompañado por la orquesta de Aldemaro Romero. Lo más importante de esa gira fue la producción de su disco de larga duración titulado Mi canción, con una selección de temas de nuestra América que pronto se convirtió en un éxito de ventas a nivel internacional.

El ámbito cinematográfico también contó con su presencia al participar en producciones como A La Habana me voy, y en Flor del campo, junto a la cubana Blanquita Amaro y el argentino Tito Lusiardo, entre otros. La compañía norteamericana Metro Goldwyn Mayer lo contrató en Hollywood donde permaneció durante un año. Luego partió a México donde sus discos ya tenían una gran acogida de público.

En 1958 visita a Cuba donde graba discos, se presenta en televisión y su fotografía aparece con elogios en casi todas las revistas y publicaciones de la Isla. Su paso por la Mayor de las Antillas quedó registrado en dos grabaciones hechas en épocas distintas y entre otras bellas melodías de autores cubanos incluyó Lágrimas negras de Miguel Matamoros, Noche azul, de Ernesto Lecuona y Si me pudieras querer, de Ignacio Villa (Bola de Nieve).

Regresó en 1960 a México donde interviene en películas como Tres balas perdidas junto a Javier Solís, Elvira Quintana, María Victoria y Julio Aldama. Con los famosos Aceves Mejía y doña Sara García filma El buena suerte; mientras que con Solís y Aldama, participa en el largometraje En cada feria, un amor.

Su carrera en el cine concluye con Martín Santos, El Llanero, una coproducción mexicano-venezolana con música de Juan Vicente Torrealba y Chelique Sarabia. En ella Sadel interpreta Di, composición musical de exquisita belleza en la que despliega su formidable voz.

En 1961 se traslada a Europa dedicándose a la llamada Música culta en óperas, operetas y zarzuelas que le ganan el aplauso de públicos selectos y exigentes. Los críticos alaban su bella voz de tenor que con los años ha ganado en intensidad.

Sadel nunca abandonó sus raíces identitarias, a su querido pueblo venezolano, y en cada una de sus interpretaciones siempre exaltaba el profundo amor que sentía hacia la música latinoamericana y caribeña, en amplio espectro que va del bolero a lo folclórico pasando por lo clásico. Interpretaciones que, no obstante, el tiempo transcurrido, continúan escuchándose en numerosos medios de difusión internacionales, al igual que siendo interpretadas por viejos y jóvenes cantantes. En la magnífica voz de Sadel se recuerdan los estrenos de canciones como Vereda tropical, Incertidumbre, El cumaco de San Juan, El guarapo, Dominó, Cuenta mi alma, Desvelo de amor, Congoja, No te importe saber, Granada, Siempre te vas, Aquellos ojos verdes, Lágrimas (del colombiano Alvaro Dalmar), y sus versiones irrepetibles de Ansiedad y Madrigal (de Felipe Rosario Goyco, Don Felo); además de sus interpretaciones a dúo junto a artistas cubanos de fama universal como la soprano Alba Marina y el inolvidable Benny Moré, El Bárbaro del Ritmo.

Como compositor hay que recordar la genialidad inspiradora muy personal de Sadel a través de piezas como fueron, entre otras: Yo no te engañé, Son dos palabras, Otra rosa, El hombre de hierro, Golondrinas del tiempo, Quiero a Maracaibo y Razonando, razonando.

En 1978 vuelve a visitar Cuba, donde recibe el homenaje del público de la Isla. En la Mayor de las Antillas graba dos discos. Uno de ellos un larga duración contentivo de música popular latinoamericana interpretada por connotados grupos como el famoso trío Los Panchos, y otro, en el que rinde tributo a Carlos Gardel.

Cuando más feliz se sentía ante la posibilidad de presentarse en el Metropolitan Opera House, de Nueva York, su salud empezó a deteriorarse. Se encontraba realizando presentaciones en Cali, Colombia, cuando debió viajar con urgencia a Caracas el 31 de diciembre de 1988, y fallecer allí pocos meses después, el 28 de junio de 1989.

Hoy, a Sadel se le rememora con muchísimo cariño y respeto no sólo en su patria natal, Venezuela, a la que tanto amó, sino también en la región del Amazonas que “guarda el tesoro verde del alma indoamericana…” (como la define en Canta Arpa, una de sus más bellas canciones), y en el resto del mundo, gracias a la excelencia de su voz. Una voz popular y lírica irrepetible, para orgullo del patrimonio musical de nuestra América.


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