ALICIA-CARMEN A MÁS DE MEDIO SIGLO


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ALICIA-CARMEN A MÁS DE MEDIO SIGLO

El 1° de agosto debía ser un día a conmemorar para la danza cubana amén de cumplirse años cerrados. Han pasado cincuenta y seis años desde aquel día de 1967: esa noche en el entonces teatro García Lorca, se estrenaba una pieza trascendente para nuestra cultura y para la danza universal: el ballet Carmen de Alberto Alonso.

No era la primera vez que la obra de Mérimée era llevada al teatro: está la ópera homónima de Georges Bizet, y en la danza, Marius Petipá había realizado Carmen y su toreador en Madrid en la mitad del siglo XIX, y Roland Petit en 1949 con los Ballets de París, teniendo como protagonistas a Zizi Jeanmaire y al propio coreógrafo.

En 1966, Alberto Alonso visitaba la ex Unión Soviética y la bailarina Maya Plisetskaya impresionada por su obra, le propuso crear un ballet a partir de una partitura que su esposo Rodion Schedrin había orquestado sobre una suite de la ópera de Bizet. Así nació Carmen suite, estrenada en el teatro Bolshoi el 20 de abril de 1967.

De regreso a La Habana, Alberto Alonso plantea el montaje para otra diva: Alicia Alonso, quien tenía verdadera sangre española y había desarrollado una importante trayectoria en ballets de corte hispano. Por ello Alberto debía “traducirla” a las características cubanas. La organicidad de Alicia en el movimiento, su disposición innata para la sensualidad, su criollez internacional, eran retos que el coreógrafo debía vencer para no traicionar la coreografía original y crear otra nueva visión de la desafiante gitana.

Gracias a mi propia vivencia y mi impresión desde el mismo ensayo general, puedo recordar con detalles todo lo que ocurrió aquel 1ro de agosto de 1967.

Alicia tenía su traje de flecos rojos diseñado por Salvador Fernández, su pelo echado sobre un hombro, y una pulsa dorada al tobillo. Su salida tras el toldo fue endemoniada: posesa por la libertad, Alicia-Carmen avanzaba sobre el público que no cesaba de aplaudirla. Su primer paso corta el aire; su cadera desafía los cánones académicos, y transcurría su salida al ruedo ante la mirada inquisidora del Zúñiga de Ceferino Barrios, las muchachas de Silvia Marichal y Silvia Marina, y los diez bandidos que conformarían el cuerpo de baile masculino.

Azari Plisetsky emergería en el siguiente momento como un  Don José dócil, y ejecuta sus pasos cual copia militar, mientras Carmen lo observa desde la barrera y le baila luego una sensual habanera.

Ya viene la batalla entre la autoridad y el delito: entran otras dos muchachas –Mercedes Vergara y Ofelia González–, que pelean con Carmen y aparece la imagen oscura del Destino –Josefina Méndez– que le muestra a Carmen la máscara de la fatalidad, que ella golpea para caer atrapada por Don José.

Ella se burla del inocente militar, le mueve las caderas insinuantes, atrevidamente le deposita la mano en su seno y le promete lo que no podrá cumplir. José se encuentra entre el deber y el amor, cae rendido ante ella, y afrontará sus consecuencias.

En la taberna el baile del tablao antecede la llegada del torero Escamillo –estrenado por Roberto Rodríguez. Su cuerpo humano y gallardo, todo blanco y oro, pone en cautela a Carmen; lo estudia mientras él evoluciona con la espada y el capote imaginarios para caer, también, de rodillas a sus pies. El dúo Carmen-Escamillo es un duelo: se analizan, escrutan sus rostros, muestran sus armas, son el macho y la hembra en el cortejo.

Don José pide cuentas y Carmen lo convence que Escamillo no es importante, y se entrega al militar en un dúo antológico, síntesis de pasiones encontradas que culminan en la entrega.

Carmen consulta las cartas que le señalan a Escamillo-pasión, Don José-amor, Zúñiga-ley y el Destino que le anuncia la muerte cual toro en el ruedo. Pero ella se burla, sigue desafiante, irreverente, “yo soy Carmen y me importa todo lo que me rodea en el mundo”.

Llega el final, la corrida. Escamillo es vitoreado, el toro lucha por sobrevivir a su “destino”. Carmen reta los vaticinios, ahora en traje negro, pelo recogido y peineta brillante. La libertad la llama, aunque tenga que morir para ella. El toro la arrastra a Don José que, enceguecido, la apuñala al mismo tiempo que el torero da muerte a su toro.

Carmen no lo cree, su militar dócil y sumiso, ahora es un hombre dispuesto a cumplir la sentencia: “o mía o de nadie”. Ella lo mira, lo acaricia, vuelve a mover su cadera y horcajar su mano para caer en brazos de su victimario y deslizarse lentamente mientras se cierra la corrida… y el ballet.

Los aplausos no cesaban, Alicia saludaba una y otra vez. Había quedado atrás la versión rusa: ¡nacía la Carmen cubana! Esa Carmen que recorrió –luego definitiva y completamente en su traje de flecos rojos– por Estados Unidos, México, Francia, Japón… hasta el propio Bolshoi que le vio nacer; esa Carmen a la que dio vida más que muerte para convertirla en paradigma irrepetible, esa Carmen que ahora cumplió 56 años de total juventud, vigor y libertad.

Esa joya de la coreografía internacional, replicada y ambicionada por todas las bailarinas, había nacido en Rusia, bailada por una rusa -que también hizo suyo el personaje. Pero aquel 1° de agosto en La Habana se había hecho realidad aquella metáfora devenida mito, real y vibrante en la esencia física de una cubana eterna y universal, ALICIA ALONSO, cumpliendo ahora 56 años.


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