Antonio Maceo: La Mansión


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Dice Miguel Calderón que un día en una televisora nacional se proyectó una película llamada La Protesta de Baraguá y que la imagen de Antonio Maceo se le quedó dando rumbo en la cabeza. Dice que lo del Titán le pareció mágico, solo que lejos de ser fantasía aquello había sido real.

“En el mes de junio tomé un autobús y me fui a conocer La Mansión”.

De eso trata la novela de ficción del profesor costarricense Miguel Calderón Fernández. El autor, entretejiendo ficción y realidad, nos presenta la historia de un proyecto revelador de la fuerza del pensamiento sociopolítico del general Antonio Maceo y Grajales. Un ejemplo más de su capacidad estratégica representada en la fundación de una colonia agrícola en Costa Rica integrada por cincuenta familias cubanas, blancos y negros, todos mezclados Entre sus objetivos estaba además de la subsistencia económica tener a mano un cuadro de oficiales capaces dispuestos a desembarcar en Cuba en pos de la independencia definitiva.

El libro por cuya edición esperamos en Cuba, comienza diciendo: “Lo vieron salir de un hotel josefino con una mujer blanca como el algodón, bella como Elena de Troya, y desafiante ante la mirada de los caminantes”.

Al parecer el autor se refiere al poeta Rubén Darío, cuando escribió “Un día vi salir de un hotel, acompañado de una mujer muy blanca y de cuerpo fino, española, a un gran negro elegante, era Antonio Maceo”.

Sobre estos aspectos de la vida del General, Leonardo Gruñón Peralta en su obra Antonio Maceo, análisis caracterológico apuntó:

“Antonio Maceo tuvo algunas de estas aventuras galantes; pero aludiendo a ellas, unos le han calificado de ‘mujeriegoʼ, otros han creído verle corriendo durante toda una noche para mirarse en los ojos de una mujer seductora”… y no ha faltado quién diga de él que, más que la gloria, ansiaba el amor.

Y sí, no hay dudas que el General Antonio de la Caridad era algo adicto al siempre atrayente sexo femenino y de eso deja constancia el autor de La Mansión cuando hace mención de los vínculos de este con Pastora la hondureña, con Omoa; una mestiza de facciones particulares, con la joven Amelia Artigas de piel trigueña como el color del tamarindo, que le recordaba el nombre de la otra Amelia, la de Jamaica, madre de su único retoño Toño, a quien le pusieron por nombre Antonio.

Para Griñán Peralta “a la normal satisfacción de la sexualidad del Titán se debió quizás en gran parte el equilibrio, uno de los rasgos más acentuados de su carácter”.

Pero hay que decir, sin la más mínima gota de duda que, a pesar de los amoríos del General en Honduras, Jamaica, Costa Rica y Cuba, el gran amor de su vida fue su María, María Cabrales.

El autor en la construcción imaginaria de la novela nos relata entre otras cosas la travesía tortuosa que por mar y tierra tuvo que hacer el héroe de Baraguá para su instalación en La Mansión.

Fue en un barco de vapor donde viajaban más animales que personas y según el imaginario del autor, Maceo tuvo que hacer de partero.

“Una señora embarazada dijo sentirse con dolor de parto, se había embarcado en Puntarenas rumbo a Nicoya, no quería que su hijo naciera fuera de su tierra. Gritó sin ser oída por la escasa tripulación del vapor. Un hombre de la comitiva cubana fue a la baranda de la embarcación a buscar a El Titán, le contó el caso y le solicitó atender a la señora. No sé mucho de esto, pero si la señora se arriesga la atenderé”. Y el General la atendió y con su machete le cortó el cordón umbilical y luego lo amamantó con la leche de la ubre de una vaca y lo cuidó y lo crió. Al niño recién nacido se le puso el nombre de Turrialba, que era el nombre de la embarcación.

Y el imaginario relata otros hechos de esta angustiosa travesía: la bronca del General con un hombre grande como un árbol, fuerte como un gigante de cuento infantil, que quiso llevarle dos mulas; la escena del cubano que murió bajo la panza de una vaca, ahogado por las cuatro tetas que se le metieron en la garganta hasta dejarlo desquijarado.

Una semana duró la travesía donde vibró la fibra humana del General.

Es importante destacar en qué contexto se producen los hechos que aquí se relatan 1891-1895. En mi opinión, uno de los períodos más interesantes e intensos después de la Protesta de Baraguá: la penúltima escala de la gloria del general Antonio Maceo Grajales.

Durante este período se produce el viaje de Maceo a Nueva York, 1892, con el objetivo de adquirir maquinarias modernas para el fomento de la colonia. Estando en esa ciudad oye hablar de Martí y de sus actividades revolucionarias. Se siente contento al conocer de los proyectos del joven Martí en la preparación de la próxima guerra y de la creación de un Partido Revolucionario Cubano. Idea que había acariciado hacia  algún tiempo.

El general regresa a Costa Rica cargado de ilusiones y con mayor fe en los destinos de su patria.

La atracción singular que ejercía sobre cuantos cultivaban su amistad le granjearon el respeto y simpatía de las autoridades y del pueblo costarricense.

Según cuenta José Luciano Franco, una vez Costa Rica tuvo que solicitar el apoyo de Maceo ante la crisis política que atravesaba. La intensa agitación política que amenazaba en desembocar en rebelión armada hizo que el general Iglesias, secretario de Guerra y de Marina, pidiera al general Maceo, y este hubo de complacerlo, que permaneciera en San José para ayudar a defender al gobierno.

En eso estaba Maceo “cuando tuvo que enfrentar una enojosa situación creada por la versatilidad característica de Flor Crombet. Este había enviado un informe, que nadie le había pedido, a la Secretaría de Fomento, acusando al general Maceo, no solo de haber faltado a los compromisos contraídos con el contrato firmado con el secretario Lizano dejando abandonada la colonia de Nicoya, sino también de haber invertido mal los fondos recibidos del tesoro costarricense. Esto indignó a José, quien públicamente censuró a Crombet, lo que motivó un ruidoso incidente que fue salvado por la intervención de Maceo.

Es en esa época que Martí viaja a Jamaica y se reúne con Mariana y María y escribe páginas inolvidables sobre ambas.

En La Mansión Maceo no pasaba el día sin reunión patriótica, recibe periódicos y escribe cartas. Pasaba dos semanas en Nicoya y una de cada mes en San José. Según los dos tomos de cartas y documentos del General que conservó durante ese período fueron más de veinte cartas las que escribió, todas en función del proyecto libertario.

La preocupación por el pequeño Toño, el hijo que le nació de Amelia en mayo de 1881, no le abandona durante todo su peregrinar. Ahora debe acoger al niño que ya pasa de los diez años.

Martí le anuncia en una carta que va a verlo, donde entre otras cosas le dice “Tengo ahora ante los ojos La Protesta de Baraguá que es lo más glorioso de nuestra historia”.

El 30 de junio llegó Martí a Costa Rica procedente de Santo Domingo donde se había reunido con Gómez. Llevaba carta de Gómez al General. En compañía de su adorada María lo recibió en Puerto Limón. De este encuentro es de Martí una de las estampas más brillantes que escribe sobre el General.

“En Nicoya vive ahora, sitio real antes de que la conquista helase la vida ingenua de América, el cubano que no tuvo rival en defender con el brazo y el respeto la ley de su República”.

Y es el relato donde entre otras cosas afirma: “Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo”.

Siete días duró esta visita en que estuvieron juntos. Corría el año 93.

“Maceo aceptó, sin reservas de ningún género y sin vacilar un instante, todo lo que Martí y Gómez tenían acordado, así como la parte que le habían asignado a él en el amplio proyecto que se conoce por el Plan de Fernandina, y las bases y programa del Partido Revolucionario Cubano. J. L Franco, 1975. A partir de este encuentro Maceo se dedica todo el tiempo a los preparativos de guerra.

Viaja a Cuba y de nuevo en Costa Rica recibe la noticia del fallecimiento de su madre y un ejemplar del periódico Patria con la reseña de Martí sobre Mariana y el pésame de este. Maceo le responde y es cuando entre otras cosas le dice:

¡Ah, que tres cosas!: mi padre, el Pacto del Zanjón, y mi madre”.

 “Ya María está a su lado. La colma de halagos para compensar la larga separación impuesta por los acontecimientos. Un día le da una sorpresa. Le trae un loro que ella cuida en su Nicoya. Antonio le puso por nombre “Corronga”. A veces le dice Corronguita. Le ha tomado cariño. María no se separará del ave, regalo de su marido. Será su compañera hasta los últimos momentos de su vida. (el loro vino a Cuba, y al morir María quedó al cuidado de la familia Cabrales. Raúl Aparicio, 1966).

Debo apuntar que siempre llamó mi atención que en las cartas de Maceo a María en plena manigua 95 y 96, el Titán no dejara de mandar un beso a mi corronga, beso a mi corronguita, a Carroncita a quien besarán en mi nombre. Y yo me preguntaba ¿quién será esa Corronga?

“Si Antonio se muere no dejaré un español vivo en Costa Rica”. Dijo José al enterarse del atentado a su hermano la noche en que salía de una función en el Teatro Variedades en San José, donde recibió un balazo y fue salvado por Loynaz del Castillo.

De Puerto Limón partió un 25 de marzo de 1895 con veintidós revolucionarios cubanos en busca de la independencia a continuar la guerra inconclusa, llevaban nueve rifles con 75 proyectiles cada uno, un revólver para cada guerrero y 15 machetes. Todo lo demás, después del desembarco por Duaba el primero de abril, asumo que el lector lo conozca.

Concluyamos con los párrafos finales del profesor Miguel Calderón Fernández, en La Mansión:

“El Morote, pensé. Ese río guarda el espíritu de La Mansión, tantas historias en una sola corriente, Aguas del Morote. El bisabuelo de José Rafael vivió con el General Antonio Maceo. Sabes que al General Maceo le decían El Titán de Bronce, resaltó José Rafael. Aceleraba sus palabras para poder contarme muchas historias, las mismas que su bisabuelo había contado en las Aguas del Morote “no lo sabía”, le respondí. Esto suena mágico susurré, aquí vivió El Titán de Bronce, el mismo general Antonio Maceo, Flor Crombet, José Maceo, María Cabrales ¿Cuántos más?

Pensé en el mitológico Aquiles el griego, hijo de la diosa Tetis y el mortal Peleo; El Titán de Bronce, el héroe de la independencia, hijo de Marcos Maceo y Mariana Grajales, La Mansión, Troya. Sin Aquiles Troya no podía ganar las guerras. ¿Qué hubiera pasado en la guerra sin el Titán de Bronce? ¿Se hubiera aceptado el Pacto del Zanjón y la isla fuera igual que Puerto Rico?, y ¿La protesta de Baraguá?, quién sino el General Maceo fue quien no aceptó la rendición.

Pero el Titán de Bronce no era mitología. Había existido en la realidad, vivió en La Mansión, viajaba desde San José cabalgando por los trillos y navegando por las aguas del Golfo de Nicoya. Tenía muchas heridas en su cuerpo, señales de guerra y de lucha por la independencia, cicatrices como el árbol de jinocuabe, que pone su cuerpo para salvar la vida de otros. No resucitó como los héroes mitológicos.

En realidad, nunca murió, se fue alegrando a las tropas con su conocida frase, “Esto va bien”.


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