Apostillas cuasi obligadas y/o necesarias al día mundial del jazz desde mi esquina favorita


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Nota en tres actos

Sucede que este 30 de abril el mundo celebra el día del jazz. Cuba y sus músicos no son ni serán la excepción. Sucede igualmente que en muchos (o algunos) rincones y lugares de esta ciudad habrá sesiones de jazz, homenajes y hasta se reunirán músicos de “manera ocasional” para descargar; también es posible y probable que, este mismo día, surja una nueva agrupación de la que nos sentiremos orgullosos en un futuro no muy lejano. Esto no excluye el nacimiento de un niño que, un día  cuando muchos no estemos, llegará a ser un gran jazzista.

Este día, como ha pasado anteriormente, los medios masivos hablarán del asunto y se ufanarán de la presencia en ellos de aquellos músicos mediáticos, referenciales. Habrá alguna reseña mejor que otra y hasta una programación “especial” dedicada al acontecimiento donde alguien hará gala de una erudición sobre el tema, envidiable una vez que devore decenas de páginas en la red soportadas por su adicción a la Wikipedia.

Ese entusiasmo se reflejará –siempre ocurre así—en la mirada perdida, en el rictus enajenante o en los gestos recurrentes de los snobs, diletantes y otros “integrados” que asistan a los lugares donde este día se toca jazz. Siempre con su trago en la mano (off course).

Todo eso y mucho más podría pasar. Es lícito y forma parte de ese entusiasmo que nos victimiza por obra y gracia de la globalización. Es la acción correcta –alguien dirá  loable—que se espera de “los integrados” de Umberto Eco

Este día, también habrá olvidados –los apocalípticos de Umberto Eco— que no son parte de esa “cultura de masas” y a quienes debe el jazz parte de lo que es.

Primer Acto (y tú quién son)

Sabrán, o habrán oído hablar, estos que hoy aman el jazz en Cuba de la existencia de una pianista llamada Freida Anido, quien es “La Dama olvidada” del jazz en Cuba. Habrán escuchado la excelente ternura creativa de una pianista cubana llamada simplemente “Bellita”.

Los nombres de Evangelio Roche, Alexis Vázquez y Tony Basanta serán escuchado o citados en “esas eruditas” notas que se habrán de escribir o contar en los medios este día.

Alguien se atreverá hoy a dedicar unos minutos a difundir la música de pianistas como Frank Emilio Flynn o Samuel Téllez.

Segundo Acto (o el explicativo necesario)

El jazz en Cuba, por norma general, siempre ha sido cosa de hombres; al menos es lo que casi siempre reflejan las reseñas periodísticas, los audiovisuales, los que programan las presentaciones y aquellos eventos donde se habla del asunto “jazz cubano” conceptualmente. Solo que en los últimos tiempos las cosas han ido cambiando.

Ese cambio, impulsado por el desarrollo social y cultural, ha llegado viciado de origen y es que se ignora a dos mujeres que desde los años sesenta una y desde fines los ochenta la otra, han ido sentando cátedra y creando estilo –se puede considerar escuela—en el asunto jazz cubano desde el piano. Son ellas Freida Anido y Bellita.

Desconocido para muchos, admirado por otros el trío de Freida Anido durante años fue la referencia del jazz en el centro de Cuba, específicamente desde el bar del hotel Santa Clara Libre. Allí, noche tras noches se le podía encontrar mostrando un repertorio que incluía desde clásicos del jazz –estándar— pasando por versiones muy personales de temas de películas hasta en la ejecución de algunos temas escritos por ella o algunos de sus músicos o de su coterráneo y pariente Pucho López.

Fue a ella, no podía ser nadie más, a quien llamaron para sustituir y continuar el trabajo que por muchos años hizo Felipe Dulzaides en el bar Elegante del hotel Riviera. Dulzaides había fallecido y urgía a los ejecutivos del hotel encontrar un remplazo y lo hizo dignamente; solo que la vorágine capitalina hizo mella en su capacidad de adaptación y un buen día ya no estaba.

Bellita llegó un día cualquiera a la Zorra y el Cuervo en el año 1997. Hacía pocos meses que ese conocido club nocturno de la ciudad se había convertido en el nuevo centro del jazz cubano gracias a la voluntad cultural (que no excluía la visión económica) de la empresa CARISHOW del grupo CUBANACAN que dirigían el trompetista Redento Morejón y el promotor Antonio (Tony) Enrique.

Curiosamente su música era un oasis sonoro en medio de tanta fuerza creativa. Sus largas trenzas y una sonrisa inacabable eran más que suficiente para que el público le prestara toda la atención; y era en ese momento que ella daba riendas sueltas a esa ternura musical que le define como jazzista.

Sus improvisaciones eran siempre limpias, con un fuerte aire maternal; como si en cada nota se desgarrara su visión del jazz, de la música cubana o de la brasileña. Esa energía y empatía se complementaba con su voz.

Evangelio Roche no era un hombre de música y mucho menos del jazz. Era un guajiro macho al que le gustaba la música mexicana y los boleros. Contaba que supo del jazz en día que le comisionaron administrar el club la Zorra y el Cuervo. Corría el año 1997.

Sin embargo; su empatía con los músicos que comenzaron a trabajar en el club fue inmediata y franca. Les escuchaba y les dejaba ser; amaba esa espontaneidad que genera el jazz al extremo de violar su propia norma permitir que las descargas, o jazz sessions, se extendieran casi hasta el amanecer.

Una de sus grandes virtudes fue rodearse de dos hombres conocedores del jazz y con una fuerte voluntad cultural: Alexis Vázquez y Tony Basanta.

El primero no solo organizó por un tiempo la programación haciendo valer una voluntad jerárquica, pero equilibrada. Alexis fue el principal gestor del concurso Jo Jazz y gracias a su empeño muchos notables músicos cubanos de hoy debutaron en la Zorra; incluso siendo solamente parte de proyectos estudiantiles.

Tony Basanta venía de la radio. Había tenido por años un programa en Radio Cadena Habana dedicado al jazz y después en Radio Taíno y Radio Rebelde, había desempeñado igual labor. Por esas cosas de la vida le tocó sustituir a Alexis Vázquez.

Tony fue quien devolvió al baterista Gilberto Valdés a la vida musical cubana y le programó una presentación semanal en la Zorra convirtiendo sus conciertos en verdaderas clases magistrales del instrumento. El cuarteto de Gilberto Valdés siempre tenía un invitado de lujo, no importaba si era conocido o no.

Fue tocando con Gilberto Valdés que Alejandro Falcón llamó la atención de muchos –ya había presentado cartas en el concurso Jo Jazz--, o que su “mano mano” cierta noche con el viejo Guillermo Rubalcaba se convirtiera en titular del periódico español el País.

Tony también organizó el último concierto de Frank Emilio Flynn semanas antes de su partida y muerte en los Estados Unidos. Fue un concierto de lujo en el que también ejecutó la guitarra su cuñado y amigo Ñico Rojas y en el que Bellita cantó acompañada por ellos Mi ayer, de Ñico.

Semanas después organizó una especie de evento que vinculara el jazz y al filin y logró lo inimaginable: que Cesar Portillo de la Luz y Ángel Díaz cantaran en la Zorra; y como formación base el cuarteto de Gilberto Valdés.

Samuel Téllez no aparece en la programación de la radio, su música, su estilo de tocar el piano soportan el polvo de la historia silenciosamente en los archivos de la EGREM. Incluso cuando se hace un recuento del jazz cubano, de “las descargas cubanas” de los años sesenta se le ignora. Tal vez algún día alguien lo redescubra y le convierta en un clásico.

Frank Emilio sobrevive gracias al empeño del pianista Emilio Morales con su proyecto “Los nuevos amigos”.

Tercer Acto (Entren todos…los que quieran…)

El jazz se aprende a escuchar y es una forma de vida; los músicos “caminan por encima de sus notas” según palabras de Germán Velazco, uno de los grandes saxofonistas y jazzistas de estos tiempos. También entra en la sangre y se integra al ADN si hay predisposición cultural.

El jazz pasó de música de minorías a convertirse en un fenómeno global de unas dimensiones extraordinarias, tanto que se fue olvidando de su materia prima fundamental: el alma del músico.

Hay un jazz puritano; un jazz irreverente, arrabalero y marginal, y otros tipos de jazz que responden al carácter y la cosmovisión social de quien lo escucha y quien lo crea. Ese es uno de los encantos del siglo que vivimos.

El nuestro, el cubano; ese que se llama jazz afrocubano; se reinventa cada día y reafirma sus raíces negras. Esas raíces que Chano Pozo (que no fue el único) le mostró al mundo de la mano de Dizzie Gillespie. Esas que se fundieron en un canto abakuá o en una frase lucumí y que en los años setenta mostraron al mundo los músicos de Irakere; o el que propone un músico como Omar Sosa.

Me quedo con los danzones de Gonzalo Rubalcaba y la visión de una música cubana que Arturo Chico O´Farrill mostrara al mundo y con la Sopa de pichón de Machito y sus Afrocubanos. En todos ellos está esa verdad que algunos pretenden esconder o mitigar. Esa nueva verdad que los “integrados” (según Umberto Eco) quieren que aceptemos como dogma.

Y usted, cuál jazz prefiere…

 


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