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Birome


birome

El l7 de julio de 2009, publiqué en la revista Bohemia, en la sección “Gazapos” un muy pequeño comentario, bajo el titular de “Americanismos”, en el cual no dejé aclarado quién copió a quién el invento que hoy llamamos, en muchos de los países hispanoamericanos, bolígrafo. Hace pocos días, quizás semanas, apareció otro comentario, escrito por otra persona, en que se decía más o menos lo mismo. Pero desde hace un tiempo, venía yo investigando este asunto, y tenía un trabajo ya completo, que me proponía publicar próximamente, para aclarar quién fue el inventor de tan útil “instrumento”. Pero, primeramente, quiero copiar el comentario que publiqué en “Gazapos”, para, después, dar paso al trabajo del que hablo:

“A ese utensilio tan práctico y útil que es el bolígrafo, se le llama en Argentina, Paraguay y Uruguay de un modo muy especial: birome. El nombre tiene su origen en un acrónimo que resultó en una marca registrada. Recordemos que un acrónimo es el que se forma con una o varias letras de diferentes palabras (en este caso de dos apellidos). El acrónimo se formó a partir del nombre de L. Biró, inventor húngaro-argentino que vivió unos 86 años (nació en 1899 y murió en 1985), y el de J. J. Meyne, industrial húngaro y socio del anterior, quienes registraron la marca de bolígrafos con el acrónimo Birome. Ese artículo fue muy comercializado en el cono sur americano, y se quedó el nombre de la marca, birome, como nombre común y sinónimo de bolígrafo”.

Hasta aquí el comentario en “Gazapos”.

Con el trabajo que a continuación presento trato de poner en su justo lugar el papel del inventor del bolígrafo, esto es, de la birome, a la que le robaron el nombre y bolígrafo se quedó.

II

El 29 de septiembre de 1899 nació en Budapest, capital del entonces Reino de Hungría —parte integrante del Imperio Austro-húngaro— László József Biró, quien se dedicó a muchos trabajos desde su juventud, pero el más significativo y que lo caracterizó de por vida fue el de inventor.

La familia Biró —de posición social acomodada— debió de sentirse muy feliz con el nacimiento de László József, en medio de la situación política que atravesaba su país.

El año anterior, en 1898, había muerto asesinada, mientras se encontraba descansando en la ciudad de Ginebra, en Suiza, la emperatriz de Austria y reina de Hungría, Isabel Amalia Eugenia de Wittelsbach, quien había sido la persona que ganó la confianza de la nobleza húngara para incorporar —en calidad de Reino— a Hungría, al Imperio. Años antes, habían muerto varias de sus hijas, pero el golpe principal había sucedido hacía unos diez años, cuando en 1889 se suicidó su único hijo varón, el archiduque Rodolfo, lo cual afectó grandemente la vida política del Imperio, además de la vida personal de la emperatriz y de su esposo, el emperador Francisco José I. El archiduque Rodolfo, por estar ya casado, no pudo concretar su unión con la baronesa María Vetsera, de quien estaba muy enamorado. Además, la baronesa no tenía sangre real lo cual era otro impedimento. El suicidio fue un pacto entre el archiduque y la baronesa. El heredero del trono tendría un poco más de treinta años.

La emperatriz Isabel, hija del duque Maximiliano José de Baviera, fue siempre muy romántica, como aseguran sus contemporáneos, y pudo disfrutar durante su vida de mucha popularidad. Afectuosamente se le llamaba Sissi.

Pocos años después del nacimiento de László József, en 1914, fue asesinado el nuevo heredero del trono, el archiduque Fernando José, en Sarajevo —hijo que era del archiduque Carlos Luis, quien había muerto años antes y era el hermano menor del Emperador—, hecho que dio pie para el comienzo de la Primera Guerra Mundial. El Imperio Austro-húngaro, que junto a una serie de naciones —Alemania, Bulgaria y Turquía— formaba parte de las Potencias Centrales, en un principio se vio exitoso en sus conquistas, pues había ocupado a algunas de las Potencias Aliadas, como a Rumania y Serbia, así como la región italiana de Venecia, pero al entrar los Estados Unidos en la contienda, comenzó el desmoronamiento de las Potencias Centrales y estas pidieron la paz en 1918.

Dos años antes, en 1916, murió el emperador Francisco José I, a los ochenta y seis años, quien había alcanzado el trono imperial en 1848, a los dieciocho años, y reinó durante sesenta y ocho años: fue uno de los monarcas del mundo que más tiempo ocupó un trono. Le sucedió el entonces heredero, su sobrino nieto el archiduque Carlos —hermano menor del archiduque asesinado Fernando José—, quien al llegar al trono trató por todos los medios de sacar a su país de la guerra, pero su empeño resultó infructuoso, y tuvo que ver el desmembramiento de su Imperio en 1918, pues al finalizar la Primera Guerra Mundial, en el vasto territorio fueron fundados nuevos Estados independientes, como los de Austria y de Hungría, y con Bohemia-Moravia y Eslovaquia se formó la República de Checoslovaquia. Se creó el nuevo Reino de Yugoeslavia, al haberse unido a Serbia y Montenegro otros territorios antes dominados por Hungría, como Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina. También el territorio de Transilvania, que estaba dominado por Hungría, pasó a formar parte de Rumania. Además, territorios antes dominados por Austria, como Galitzia, se reintegró a Polonia; y el Trentino e Istria, fueron a formar parte del Reino de Italia.

La guerra había convertido al antiguo Imperio en dos pequeños Estados: Austria y Hungría, que surgían como naciones independientes. Casi inmediatamente, en Hungría una revolución comunista fue totalmente destruida por la derecha conservadora y solo duró pocos meses. Allí se instauró una férrea dictadura apoyada por la nobleza húngara.

Esto es lo que tenía ante sí Lázsló Jószef el día que cumplió 19 años, en 1918. Su país no solo se encontraba en medio de una crisis general después de cuatro años de guerra —y de haberla perdido, además—, sino que, de manera particular, cada húngaro se encontraba totalmente agobiado por la escasez de alimentos y de dinero. Y nuestro amigo Lázsló se convirtió en lo más práctico que podía, en un akarnov, que en húngaro significa buscavidas, es decir, ‘persona diligente en buscarse por cualquier medio lícito el modo de vivir’.

De su currículo conocemos que fue un vendedor que iba tocando puertas para realizar sus artículos en venta; fue agente aduanero, gacetillero en un periódico, pintor y escultor, y hasta participó en carreras de autos. Fue estudiante de Medicina, pero había adquirido fama como buen hipnotizador y, de pronto, tuvo un accidente que lo obligó a dejar su carrera, pero se vio asediado por diferentes cirujanos para que hipnotizara a distintos pacientes para ser tratados. Tanto dinero ganó como hipnotizador terapéutico, que se dedicó a esta labor por un buen tiempo, aunque, a veces, realizaba dos o tres tareas diferentes a la vez.

Acerca de sus empeños como inventor, se cuentan varias cosas importantes. Inventó una máquina para lavar ropa (según se dice, el mismo año en que se casó), para que su esposa Elsa no pasara tanto trabajo con esa tarea. Y en este invento, como en otros, fue muy especial la colaboración que le prestó su hermano Georg, quien era químico. Después, la lavadora llegó a ser fabricada en serie.

También inventó una cerradura que no podía abrirse si no era por el propio dueño.

Otro de sus inventos fue una caja de cambios automáticos para automotores, y logró que la General Motors lo invitara a su filial en Berlín para una demostración. La patente fue comprada y firmó un contrato por el cual le pagaban 500 dólares mensuales durante cinco años y tendría una participación económica en su producción, pero fue engañado, pues nunca se produjo, ya que la compra de la patente era para impedir la competencia; los adquirientes estaban en el plan de producir una caja hidráulica. Pero en esa fecha, la cantidad que le pagaron fue suficiente para poder ir viviendo bien con su familia.

En cierta ocasión, Lázsló se impacientó porque al escribir con su pluma de fuente, su estilográfica, se corría la tinta y dejaba grandes manchones no solamente en el papel, sino que en la ropa, y esto le molestaba mucho en sus labores periodísticas. Entonces inventó, junto con su hermano, una lapicera de fuente a la cual se le añadía una tinta especial, más gruesa, pero, finalmente, la lapicera se trababa.

Según él contó una vez, cierto día vio cómo unos niños jugaban en la calle con unas bolitas de cristal y se dio cuenta que cuando rodaban las bolitas y pasaban por un charco de agua, al continuar su recorrido por el pavimento seco, iban dejando una estela, una marca del agua, que era una rayita. Ahí fue cuando se le ocurrió la idea de que en vez de emplear un punto metálico en la punta de su lapicera, debía utilizar una bolita.

Ahora bien, llevar a vías de hecho esta idea traía grandes complicaciones, pues fabricar esferas tan diminutas para implementar este mecanismo y poder escribir con él, era cosa bien difícil. Más o menos logró un prototipo y se le ocurrió patentar este invento tanto en Hungría como en Francia. Era el año 1938, pero nunca se llegó a comercializar. La patente describía que la lapicera llevaba en su interior un cilindro lleno de tinta que terminaba en una bolita de metal, la cual estaba colocada de forma que fuera capaz de girar. Por la acción de la gravedad, así bajaría la tinta colocada dentro del cilindro, y esta se impregnaría en la bolita, que, al escribir, fluiría sobre el papel al deslizarse y llegaría a secarse con rapidez. Pero continuaron las investigaciones para tratar de conseguir una tinta que fuera la más adecuada. La patente estaba a nombre de los hermanos Lázsló Jószef y Georg Biró.

Y es en este momento que en la historia de Biró entra Agustín Pedro Justo (1876-1946), ingeniero y general argentino, quien había sido ministro de la Guerra (1922-1928) en tiempos del presidente Marcelo Torcuato de Alvear (1868-1942). En 1928 resultó electo presidente de la Argentina Hipólito Yrigoyen (1862-1933), pero el expresidente Alvear participó activamente, junto con el general Justo, en el golpe de Estado que derrocó a Yrigoyen, en 1930. Entonces quedó como comandante en jefe del Ejército de su país el general Justo, quien, posteriormente, fue presidente constitucional de la Argentina, en el período de 1932-1938.

En fuentes diferentes hay dos lugares distintos señalados como el del encuentro del expresidente Justo y el inventor Biró. Las dos dicen que fue en el año 1938, meses después de haber terminado su período presidencial. Pero una dice que fue en Francia y la otra, en la antigua Yugoslavia.

El encuentro fue en una rueda de prensa: Justo vio a Biró hacer notas para un periódico húngaro con el cual colaboraba, y vio como utilizaba una lapicera que no tenía punto, sino una bolita por donde salía la tinta. Se acercó al inventor y estuvieron hablando acerca de ese invento y Justo le propuso a Biró que fuera a Argentina para producir y comercializar aquel invento. Biró —que no sabía con quien hablaba— le dijo lo complicado que era conseguir una visa, pues sabido es que muchos europeos querían emigrar a América por lo difícil que se hacía la vida en Europa. Justo le ofreció una tarjeta suya para que pudiera resolver este asunto cuando quisiera, lo que agradeció Biró, pero no estaba en sus planes emigrar a América; así quedó todo. Aunque, por la tarjeta, supo quién era Justo.

Poco tiempo después, Biró pasó a trabajar con el Gobierno francés, quien le tenía contratado para otros inventos. Pero se había asociado con otro húngaro, Johann Georg Meyne, quien había aportado capital y continuaban perfeccionando la tinta.

En 1939 se declara, al invadir el III Reich Alemán a Polonia, lo que después se conocería como “Segunda Guerra Mundial”. Cuando a principios de 1940 los nazis comienzan su invasión a Francia, aquella tarjeta del expresidente Justo tuvo uso, pues, estos húngaros de los que vengo hablando sabían que, por ser judíos, sus días estaban contados. Llegaron a Buenos Aires en el buque español Sevilla, en el mes de mayo de 1940.

En una de las fuentes consultadas, se dice que llegaron a la Argentina los cinco, es decir, Lázsló junto con su esposa Elsa y la pequeña hija Mariana, además de Georg Biró y Johann Georg Meyne. En otra de las fuentes se dice que Elsa y Mariana llegaron después. También en diferentes fuentes se dice que emigraron directamente desde Hungría, cosa que parece poco probable, pues el régimen dictatorial húngaro instituido tenía, desde hacía años, conexiones directas con el régimen hitleriano alemán. En otra se dice que lo hicieron directamente desde Francia.

En la Argentina, Lázsló había castellanizado su nombre, ahora era Ladislao José Biro. Los dos hermanos, junto con Meyne, habían creado la empresa Biro, Meyne, Biro, la cual comenzó a trabajar después de conseguir una espaciosa nave donde laboraban unos cuarenta operarios.

El invento fue perfeccionado y comenzó a comercializarse en 1942. El día 10 de junio de 1943 quedó patentado con el número 57 892. El registro correspondiente, en su definición, decía: “Instrumento para escribir a punta esférica loca”. Lo de “loca” es porque era movible. Y la lapicera fue lanzada con el nombre comercial de “Birome”, que era un acrónimo de los apellidos Biro y Meyne. Fue un éxito total en los primeros años. Concebida a bajo costo de producción, tuvo un bajo precio de venta.

Según el testimonio del gerente de una librería bonaerense, como el precio de venta era tan barato, vendieron estos “lapicitos a tinta” como un juguete para los niños, pues resultaba un poco ostentoso calificarlos como “herramientas de trabajo”.

A pesar de que cuando comenzó la promoción se le llamó esferográfica, este nombre no prosperó, y lo que prendió en la población fue el nombre comercial, y birome se le llamó.

Las ventas se fueron extendiendo a otros países y la birome era utilizada por muchas personas no solo en la Argentina, sino en el Uruguay y en Paraguay, países donde esta marca comercial quedó como sustantivo, y así se le llama actualmente, birome. Cualquiera puede oír comúnmente en estos países: “Quiero comprar una birome”. O también: “¿Me prestas la birome?”, como me dijo cierto día mi amiga uruguaya Mercedes Lassús.

En 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, el contable inglés Henry George Martin, quien era socio de Ladislao Biro, pudo llegar con grandes cargamentos de biromes a Inglaterra. Los vendió al Ejército inglés y este los distribuyó a sus tropas por la facilidad que representaba no necesitar tinta líquida para escribir. Terminada la guerra en 1945, los embarques de biromes llegaron a toda Europa. Al parecer, desde Inglaterra fue que se enviaron las biromes a sus dominios de Australia y Nueva Zelanda, pues en estos tres países se le ha llamado igualmente biro, como apócope de birome.

Por su parte, en 1946, el industrial catalán Amadeo Árboles, registró una marca comercial de una lapicera igual, con el nombre de bolígrafo, y más tarde el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) incluyó este nombre en la edición de 1970, con la definición de ‘instrumento para escribir que tiene en su interior un tubo de tinta especial y, en la punta, en lugar de pluma, una bolita metálica que gira libremente’. Sin embargo, el sustantivo birome, el DRAE no lo incluyó en esa oportunidad, y no lo hizo sino hasta mucho después, en la edición de l992, como un americanismo empleado en Argentina, y no menciona a otros países en que se usa este nombre, dándole por definición la de ‘bolígrafo’. En esa edición de 1992, dice que el nombre proviene “del inglés biro”, y ¿acaso sería este error una prueba del uso de biro en países de habla inglesa? Después, ya el DRAE cambió, por ejemplo, en la edición de 2014 se expresa de la manera siguiente: “birome. (De Birome, marca registrada, acrónimo de L. Biro, 1899-1985, inventor húngaro-argentino, y J. J. Meyne, industrial húngaro y socio del anterior). Femenino. Argentina, Paraguay y Uruguay. bolígrafo”.

Esta es la verdadera historia de la invención de este artículo que se le llamó al inicio de una manera y después, al ser copiado, el nuevo nombre con el que se le bautizó fue el que pegó y se quedó, en mi opinión —entre otras cosas— por no ser incluido su registro en el diccionario académico en su oportunidad.

Por el hecho de haberse aceptado por el DRAE el nombre de bolígrafo, así ha pasado a denominársele en casi todos los países de habla española, aunque en algunos, además, se le conoce con otros nombres que se usan coloquialmente. Por ejemplo, en muchos se le dice, además, pluma y lapicero. En la región ecuatoriana de la Sierra, así como en algunas partes de Colombia, se le conoce como esfero, además que en diferentes lugares de Ecuador se le nombra esferográfico, y en oros lugares ecuatorianos se le denomina esferográfica. En algunas regiones colombianas de la zona caribeña, se le llama  plumero, pero también se le conoce en diferentes localidades colombianas como esferográfico y en otras como esferográfica. En algunos lugares de Bolivia sobresale el nombre de puntabola. En varias regiones de Chile se le llama lápiz pasta. Y ya dije que en Argentina, Uruguay y Paraguay comúnmente se le dice birome, aunque algunas personas también le dicen lapicera.

En busca de nuevo capital para desarrollar otros inventos, la empresa Biro, Meyne, Biro dio una licencia a la empresa estadounidense Eversharp Faber, en el mismo año de 1943, y recibió la entonces astronómica suma de dos millones de dólares.

En 1951, se le otorgó otra licencia al barón Marcel Bich, quien había nacido en Turín, Italia, en 1914, de madre francesa, y aunque residió muchos años en España, era naturalizado francés. El barón fue el fundador de la empresa francesa BIC, nombre al que restó la última letra de su apellido, y con este ha comercializado exitosamente los bolígrafos BIC, que en países de habla francesa, además de llamársele stylo, comúnmente se le nombra bic. Marcel Bich falleció en París en 1994.

Finalmente, la sociedad formada por Ladislao Biro y sus socios se fue a la quiebra, al no haber podido comercializar otros de sus inventos.

Tiempo más tarde, Francisco Barcelloni, quien había sido un proveedor de materias primas para la empresa de Biro, trató de convencer a este para intentar la fabricación de nuevos biromes, pero Biro rechazó la idea. Entonces Barcelloni, por su cuenta, logró fabricar uno en el que la tinta fluía mucho mejor y con una bolita de triple dureza. Logrado esto, pudo Barcelloni contratar a Biro para que dirigiera la nueva fábrica de biromes.

Ladislao Biro falleció el 24 de noviembre de 1985. En la última entrevista poco antes de morir, dijo: “Mi «juguete» dejó treinta y seis millones de dólares al tesoro argentino, dinero que el país ganó vendiendo productos no de la tierra, sino del cerebro”.

En total desarrolló treinta y dos inventos. Además, una serie de magníficos perfumes fueron producto de la empresa Biro, Meyne, Biro, según queda registrado en The Encyclopaedia of Perfume.

En la República Argentina quedó institucionalizado el día del nacimiento de Ladislao José Biro, es decir, el 24 de septiembre, como el Día del Inventor.

 


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