Carta sobre el Festival de Camagüey y otros temas afines


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Querido lector:

Algunos días nos separan ya del Festival Nacional de Teatro 2018 en Camagüey, y yo, un espectador más, me permito comunicar estas notas.

Quizás usted comparte conmigo que el evento continúa siendo la expresión sintetizada del quehacer teatral cubano hoy, reflejo de teatralidades y dramaturgias diversas, desde las más complejas hasta las menos elaboradas.

Cierto, en el Festival Nacional de Teatro de Camagüey se intentó aglutinar lo más representativo de las compañías teatrales del país. Existió una gestión curatorial, logística, comunicacional, concerniente a la Institución y los medios para lograr una curaduría de concurso y no solo de consenso (que debe mejorar); labor realizada en ayuda de especialistas, artistas, profesores, investigadores y críticos.

¡¡¡Pum!!!, El espejo, La Cita, Retrato de un niño llamado Pablo, devienen ejemplos que indican la calidad artística de la muestra, que seguramente a usted, como espectador, lo han hecho sonreír, pensar, disfrutar o hasta llorar. Sin embargo, no todo lo que brilló fue oro, diría usted, y yo comparto ese planteamiento. Existen otras piezas donde los criterios de selección quedan expuestos a lo subjetivo —cualitativamente hablando—, según sus propias opiniones o las voces de encumbrados especialistas.

El arte teatral cubano hoy —me refiero a las obras que denotan estas fisuras—, contiene todavía zonas endebles. Camagüey no se mostró como la excepción. ¿Cuántas veces no fue al teatro y apreció errores en la intervención correcta del texto escrito y su traspaso a la puesta en escena o viceversa?¿Cuántas veces no advirtió problemas en la construcción de los signos teatrales, dirección actoral y general, dramaturgia textual y escénica?

Cuántas veces no percibió obras que olvidaban su presente, sí, el suyo, el del niño o niña, ama de casa, trabajador por cuenta propia, estudiante… O, por otra parte, aquellas cuyas resoluciones no eran las más actualizadas según los tiempos modernos que corren. Y entonces usted suspiraba y decía aquella frase: “yo sabía que terminaría así”.

En Camagüey, yo notaba cómo ustedes entraban en masa al teatro, con la mayor disposición para ver las obras; no obstante, me entristecía cuando abandonaban el espacio cabizbajos, incluso antes de terminada la propuesta.

En efecto, querido lector, debemos trabajar más cuáles son los temas de interés que los hagan permanecer en las salas. Debemos competir mejor contra Internet, el celular, la tableta, los avatares del día a día, la apatía. Hay que visionar, asesorar, supervisar los procesos desde el texto escrito, o la idea dramática inicial, y así aseguramos que las puestas crezcan en calidad.

No basta solo con que la obra esté bien construida, el teatro es portador de ideas, planteamientos, significados y formas por excelencia. A veces los discursos no comunicaban, y no porque los significantes no lo hicieran, sino porque a veces los temas resultaban demasiado arcaicos y se rompía el pacto comunicacional con cada uno de ustedes.

Otras veces, nos justificamos con “es una obra posmoderna, experimental, performática, interdisciplinaria”. Sí, somos tan experimentales, tan posmodernos, tan performáticos e interdisciplinarios que hasta para los más eruditos de ustedes la comprensión del texto más simple quedaba trunca. Sentía, en este Festival, su atención ante una imagen, motivo determinado, pero luego también escuchaba aquella frase: “qué me está queriendo decir”.

Lo peor es cuando nosotros, los creadores, justificamos las zonas demasiado anfibológicas, indeterminadas, así “la deficiencia no es de la obra, sino la incapacidad de entendimiento del auditorio”. Hay quien se vestiría de intelectual con grado de doctor y diría entonces: “la finalidad del lenguaje es comunicar a mayor o menor escala, pero comunicar, con un público si es posible genérico”. A decir verdad, el teatro la tiene difícil pues se compone de varios lenguajes, es decir, que la abstracción es fácil; lo difícil, no serlo. “Hay que complejizar, pero desde la poesía de la simpleza”, responderían ustedes.

Otro de los elementos generales, y que mientras los observaba jugaron un rol adverso, es la llamada falsa recepción. Obras aplaudidas sobremanera y que luego, en los “Encuentros con la crítica”, más que aplausos había silencio. Un silencio que se lo tragaba todo. Yo me pregunto, salvando las distancias: ¿cuáles son los estándares para medir que una obra es exitosa? ¿Es únicamente cuando obtiene el aplauso del público? ¿Qué pasa cuando el público la avala y la crítica no? ¿Qué pasa cuando el artista defiende aquellos elementos a mejorar con la frase: “el público aplaudió, es una obra para ese público”. A mi humilde entender, y uniendo de algún modo los criterios recogidos al respecto in situ, tenemos que encontrar un punto intermedio entre ustedes, queridos, lectores, y el crítico especializado, esa persona que no está solo para criticar, sino para instruir, responsabilizarse, para que los mensajes de comunicación sean los idóneos. No significa una mala idea que los artistas creemos un tipo de público, pero ni tan bueno es acostumbrarnos a un modelo representativo, a una manera de hacer, como tampoco ganarnos sus aplausos, su éxito, fácilmente, con las mismas fórmulas obsoletas.

De todas maneras, no todo en Camagüey tuvo manchas, señoras y señores. ¿Cuáles son los aspectos positivos de la fiesta teatrera en la Ciudad de los tinajones? Una de las notas más felices del Festival fueron ustedes. Nos demostraron una vez más su mirada inclusiva, educada en el arte de las tablas. Con tantos factores cotidianos y extracotidianos negativos: la lluvia, el calor, la lejanía, el agotamiento de las entradas, la aglomeración, el número de credenciales y de gente que se inventó una credencial, la asistencia suya fue siempre creciente. Unido a los comentarios citadinos: los escuché opinando sobre el Festival, los artistas, las obras, hasta cómo mejorar la calidad artística o logística. También debo felicitar a las personas de otras provincias, municipios lejanos que se trasladaron al evento. Y hablo no solo de los artistas, sino también de quienes se desempeñan en otras áreas laborales. Otro punto fue la heterogeneidad. Sin lugar a dudas, coincidirá conmigo en que diversos resultaron los formatos de las piezas, el tiempo de duración, los temas tratados y tipo de espectáculos, la disponibilidad de las salas u espacios alternativos.

La programación nos permitió a todos, espectadores, especialistas, artistas en general, presenciar las puestas en escena una detrás de la otra. También los horarios respetaron las brechas o recesos, ya fuera para trasladarse de un espacio a otro o los descansos, comidas, debates, etc.

Los grupos escenificaron sus obras durante más de una presentación, elemento que posibilitó dos cosas. Uno, que usted no se perdiera las puestas; dos, mejorar la calidad en torno a sus criterios.

De igual modo, quienes no solo apreciaron las obras, pudieron cultivar más su visión teatral gracias a las presentaciones de libros de editoriales importantes del país, dígase Tablas Alarcos o Casa de las Américas. También conferencias como: los modos de construcción artística, el rol que ocupa el crítico hoy, o la misión de nuestras escuelas de arte, entre otras.

Y, ¡qué decir de las largas horas de conversatorio con usted para aclararle las dudas relacionadas con los procesos escénicos! ¡Qué decir de la presencia acostumbrada del boletín Gestus! Polémico espacio de opinión, promoción y crítica que agrupó a especialistas de trayectoria y jóvenes estudiantes del ISA, cuyos ejemplares se agotaban día tras día en sus manos.

Querido, lector, mucho hay que hacer aun por mejorar nuestro Festival. Mucho hay que hacer para mejorar el arte teatral en general, ese “arte con todos y para el bien de todos”, parafraseando a José Martí. Como ha dicho el presidente del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, Fernando Rojas Gutiérrez, “así está la muestra, porque así está el teatro cubano hoy”; pero, piensen que en un mundo donde los símbolos, el pastiche, la espectacularización del suceso cotidiano, la pérdida del lenguaje verbal, el celular, la PC, Internet… mantienen su hegemonía, el Festival de Teatro de Camaguey, revive lúcidamente nuestros valores espirituales y culturales, esas esencias teatrales tan escondidas e invisibles a los ojos.

¡Hasta el próximo Festival!


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