Cartografía del cine cubano actual


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La ley 169 del 24 de marzo de 1959 es el signo legal que fundó el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC). Un gran acto de la política cultural del naciente gobierno revolucionario cubano que ha trascendido por décadas ?hasta hoy? como paradigma entre las instituciones culturales nacidas en una obra humanista. Nación que asume el antimperialismo y el marxismo como principios medulares de su praxis ante una sociedad culturalmente heterogénea, donde los valores son los resortes que la afianzan. Pueblo en permanente cambio, en constante evolución, en el que el mayor de sus empeños es la dignidad del ser humano.

El ICAIC construyó una industria inexistente en el periodo prerrevolucionario y una red de exhibición que llegó a lo más apartado de la geografía cubana con los cines móviles, coherente con esa gran epopeya que hizo posible alfabetizar a miles de obreros y campesinos sumidos en el abandono, en el desprecio de los politiqueros de la Neocolonia, entregados a las apetencias del imperio, a la multinacionales afincadas en nuestra geografía y a las inmorales prácticasde la mafia norteamericana que hacía y deshacía en Cuba con absoluta impunidad, bajo la estrecha complicidad de los gobiernos de turno.

En esta gran gesta cultural se involucró el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Espacios como Historia del Cine o 24 x segundo, fueron algunos de los pioneros de ese empeño ante un lector que disfrutaba de una excepcional programación cinematográfica. Un dibujo animado, un noticiero ICAIC, un documental, más una ficción internacional o de casa, constituyó el abanico de la gran pantalla. Se construyó un lector crítico, exigente, culto, permanente empeño de la obra de la Revolución.

Una potente cultura del cine multiplicada en nuestra sociedad que se fortaleció con la creación de la revista Cine Cubano y el sello Ediciones ICAIC, para el fomento de la lectura y el conocimiento de un arte que exige la presencia cómplice de muchas otras artes.

La primera edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana fue inaugurada el 3 de diciembre de 1979. Se incorporó para contribuir a impulsar esa gran estrategia integradora, anti hegemónica, frontal ante los preceptos elitistas de la sociedad occidental, donde la mediocridad cultural y lo claramente banal vienen ganando protagonismo. Fundado por el ICAIC para jerarquizar y promover los valores, las fortalezas de la identidad cultural latinoamericana y caribeña, sin excluir en su programación a lo más representativo del cine contemporáneo de otras latitudes o clásicos del cine universal de obligada relectura, por ese empeño de fomentar una plural y enriquecedora cultura en nuestra sociedad, desde las pautas del eclecticismo que nos aporta el arte cinematográfico.

Bajo el abrigo de la Universidad de las Artes, pretéritamente conocida como Instituto Superior de Arte, se funda la Facultad de Comunicación Audiovisual. En ella han sido graduadas varias generaciones de creadores que hoy aportan obras y talento, no solo desde las instituciones del estado, también desde las llamadas producciones independientes que emergen con fuerza, con nuevos modos de producción, estéticas o estructuras narrativas, contribuyendo a pintar la cartografía del cine cubano actual.

Al amparo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, creada por el periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, la complicidad del líder histórico de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz y un grupo de prestigioso cineastas e intelectuales de Nuestra América, nace la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, una institución que ha formado a miles de creadores de toda la geografía planetaria. Junto a la Facultad de Comunicación Audiovisual de nuestra Universidad de las Artes, ha sido uno de los principales espacios de formación académica del audiovisual, como parte de esa lógica y esa política integradora en la que las artes constituyen un engranaje cultural cuyos resultados son las producciones que cada año se materializan en Cuba.

Durante varias décadas nuestro cine fue tomando identidad, fuerza, prestigio internacional. El lector cubano respondía con su presencia a los estrenos del ICAIC siendo el más agudo e incisivo de todos los críticos, por esa lógica de formación social cimentada mediante la estrategia humanista de la Revolución. Porque la cultura sigue estando en el eje de la política del estado socialista, que puso acertadamente el ideario martiano en la brújula de nuestras gestas patrióticas, sociales y culturales.

Más del 60 por ciento de nuestra industria quedó trunca por la ruptura del esquema de colaboración engranado con los países socialistas de Europa Oriental tras la caída de ese bloque. La cultura y el cine no quedaron al margen de ese panorama. Esa realidad conocida como Período Especial, ralentizó los niveles de producción alcanzados en nuestra Isla.

El cine cubano tuvo su mayor esplendor de obras estrenadas en la década de los ochenta del siglo pasado. La dinámica que Cuba había heredado del cine occidental, caracterizada por el tipo increcento, se vio resquebrajada a inicios de la década de los 90, erosionando los predios y ritmos de producción cinematográfica. Esa tesis responde al supuesto de que mientras más películas se materialicen,  mayores son las probabilidades de incorporar obras notables en arte final.

A este inédito escenario se suma el reforzamiento del bloqueo económico, comercial y financiero, construido y afinado por sucesivas administraciones de la Casa Blanca ?aún vigente?, violando la soberanía de las naciones que no aceptan esas políticas de intromisión.

Es un hecho que se sigue produciendo cine cubano. Un arte que resulta muy costoso a pesar de las nuevas tecnologías asociadas a lo digital, que aceleró procesos de producción con el deseado abaratamiento tras la materialización de las diversas etapas que le caracterizan y su posterior puesta en pantalla.

Ciertas críticas con acento lapidario sobre lo producido por el ICAIC en estos últimos cinco años, denotan una pérdida de perspectiva sobre el escenario real de nuestro séptimo arte. Toda obra de creación humana está sujeta a la crítica que ha de ser fomentada, jerarquizada por los medios de comunicación desde el ejercicio del rigor y por las instituciones culturales que no deben menospreciar cada línea, cada minuto de pantalla, o cada emisión radial que aborde los rumbos de nuestro cine desde los derroteros de la cultura.

Si hacemos un corte de estos últimos cinco años veremos un dibujo alentador, renovado, plural en cuanto a temáticas y estéticas, en el que la fotografía, el diseño escenográfico, el trabajo de dirección de actores (significando la participación de niños y niñas), las puestas en escenas o la dirección de arte, una especialidad cada vez más necesaria en el desarrollo de toda obra audiovisual, son parte de los aciertos de una generación de creadores. O más de una, que conviven y cimentan obras para aquilatar y reconducir los rumbos de lo que será en los próximos años la escenografía audiovisual cubana.

Habanastation, de Ian Padrón; Sumbe, de Eduardo Moya; Verde verde, de Enrique Pineda Barnet; Esther en alguna parte, de Gerardo Chijona; José Martí: El ojo del canario, de Fernando Pérez; La película de Ana, de Daniel Díaz Torres; Boccaccerías Habaneras, de Arturo Sotto; Conducta, de Ernesto Daranas; Casa vieja, de Lester Hamlet; Páginas del diario de Mauricio,de Manuel Pérez; Vestido de novia, de Marilyn Soraya; Fátima o el parque de la Fraternidad, de Jorge Perugorría; o La emboscada, de Alejandro Gil, son algunas de las más significativas obras producidas en este lustro.

En este 2015 se han materializado otras piezas fílmicas que suman y enriquecen lo ya producido en este período. Bailando con Margot, de Arturo Santana, La cosa humana, de Gerardo Chijona; Cuba libre, de Jorge Luis Sánchez; Vuelos prohibidos, de Rigoberto López. Todas ellas se integran a este diapasón audiovisual en el que han convivido estéticas diversas, disímiles estructuras narrativas, y lo más significativo, temáticas dispares que fortalecen el espectro cinematográfico del cine nacional.

Temas históricos tan necesarios en nuestra filmografía comparten protagónicos como la diversidad sexual, los problemas de género, los asuntos más pedestres de sociedad contemporánea o el resquebrajamiento de valores, ante la impronta de una realidad social cambiante, retratados con voz propia por nuestros creadores al amparo de una institución cultural del estado.

Esta ha de seguir siendo la práctica de una institución cuyo legado fue la obra de sus fundadores, que supieron encarar la responsabilidad de hacer arte a tono con su tiempo, con los retos de la historia pretérita, presente y futura de una Revolución que evoluciona, que se transforma a tono con los tiempos históricos.

Esta medular idea implica involucrar a nuevos creadores, a todos los talentos, que son parte de este gran arte. A los críticos, los medios de comunicación, los gestores de las instituciones culturales y de gobierno que sienten el cine como la vida, pues han de ser parte y cómplice de estos tiempos marcados por los cambios estructurales de la economía que se renueva con nuevas formas.

Se impone materializar las temáticas venidas de los creadores que contengan valores culturales, aciertos estéticos y renovadas estructuras. Y las de interés de la Revolución ante un escenario de signos, de metáforas, de puestas en escenas, de sutiles campañas que pretenden resquebrajar la unidad de la nación. Lo ha de hacer un ICAIC con una estructura de producción renovada, autosuficiente, gestora de proyectos sociales y culturales, sin desprenderse de sus responsabilidades con el ejercicio de la política y la defensa de los intereses de los creadores que han de hacer causa común por los principios de la nación cubana.

Un encendido y apasionado debate se viene produciendo en los últimos dos años entre los cineastas en torno a la creación de una ley de cine. Con la aspiración de materializar una legislación que proteja sus derechos, establezca nuevas fórmulas de producción, nuevos esquemas de trabajo o renovadas acciones de comercialización y distribución que oxigenen la economía de las producciones cinematográficas de casa.

Si bien estas legítimas demandas han tomado de otras legislaciones foráneas para la construcción de un corpus legal que cierre un cúmulo de expectativas, construidas al calor de los debates, se ha de tener en cuenta las fisuras de reglamentaciones que dan espacio a lo banal, a lo que marca el mercado occidental liderado por las grandes productoras de los Estados Unidos. Esas que le imponen ?incluso? a sus “socios” europeos, paquetes de consumo a manera de convoyados para condicionar la compra de lo escogido y lo mediocre en términos culturales, para multiplicar la presencia del cine norteamericano en la geografía global. Una torpe imposición de hegemonía cultural e ideológica inaceptable para la política cultural cubana.

Esta necesaria ley no ha de ser usada como punta de lanza, como catapulta contra los pilares de la Revolución, donde el ICAIC constituye un escenario vital, referencial ante una obra mayor gestada desde los inicios de la rebeldía nacional: la cultura cubana. Los tonos, adjetivaciones catárticas, acentos y palabras agresivas que pretenden fragmentar la sociedad, son ajenos al ejercicio del debate cultural. Las provocaciones venidas de elementos serviles son inaceptables para las nobles pretensiones de los cineastas cubanos que no admiten mercenarios construidos a la medida del pensamiento reaccionario anticubano. 

El reto es grandioso. Se trata de hacer una obra propia, de acento nacional, despojada de injerencias foráneas, de intromisiones ajenas a nuestra cultura, a nuestra rica historia; y a la vez, que sea sostenible, autosuficiente, culta.


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