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Cuba, la nación y sus representaciones


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Oscar Loyola, en su trabajo Construyendo la nación (1), comienza con fragmentos de textos de cubanos que expresan la mirada a Cuba en distintos momentos, como lo hizo Gertrudis Gómez de Avellaneda en Al partir:

 

¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!

¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo …

 

Y Eduardo Saborit en pleno siglo XX con su emblemática ¡Cuba, qué linda es Cuba!:

 

Yo te invito a que busques por el mundo

Otro cielo tan azul como tu cielo;

Una luna tan brillante como aquella

 

Estamos, sin duda, ante expresiones del cubano y su cubanía en etapas diferentes de su devenir.

Loyola también establece algunos enfoques teóricos determinantes que podemos recordar, y con ello recordar a su autor, como el concepto de nación, que “entendido en los marcos de la modernidad y en su estructura político-jurídica, es un fenómeno típico del desarrollo del capitalismo”, pero aclara que el mismo concepto “puede servir como vehículo trasmisor del contenido ‹pueblo›, en su acepción etnológica,” lo que retrotrae el vocablo y su significado a siglos anteriores al proceso clásico de acumulación originaria. Entonces, propone trabajar con la palabra nación “haciéndola portadora de ambos contenidos, en tanto sinónimo de Estado y en tanto sinónimo de pueblo (que habita en los límites del estado de referencia).”

Agrega la posibilidad de complicar un poquito más la conceptualización y añadirle otro sentido, muy relacionado con los anteriores y que pudiera resumirse en: “nación es también la forma en que se asume, se reconoce y se proyecta frente a sí mismo y a los demás, un colectivo humano poseedor de determinadas características ampliamente conocidas.” Por tanto, en mi exposición asumo estas consideraciones de Oscar Loyola acerca del concepto de nación, es decir, parto de la idea de que “existe un resultado histórico —el Estado cubano, el pueblo cubano— inseparables en nuestras condiciones, que avala la unión de múltiples significados.”

A su vez, se deben tener en cuenta las diversas circunstancias presentes en la evolución de esta nación, sujeta como todas a constante evolución en determinadas condiciones, lo que la hace singular y produce un resultado cultural propio. Esto se imbrica con los procesos históricos que han marcado cambios sociales y la  participación heterogénea de quienes conforman ese pueblo, a su vez con muy disímiles orígenes culturales y composición social. También hay que tomar en cuenta el tiempo histórico de la nación cubana, diferente a otras como las europeas, y su surgimiento, evolución y consolidación en las condiciones impuestas por el dominio colonial español, primero, con su diversidad cultural, niveles de desarrollo y formas de implementar el sistema colonial y, después, bajo la condición del sistema neocolonial con la presencia de un gran poder externo que, por demás, es vecino muy cercano. Esto se ubica en una historia marcada por grandes procesos revolucionarios desde la segunda mitad del siglo XIX que, por sí mismos, son fuentes de construcciones simbólicas de gran hondura. Este devenir es parte del proceso siempre en desarrollo de la construcción de la nación; nación que ha tenido que afirmarse y reafirmarse continuamente frente a un otro dominador o con pretensiones de tal, con sus patrones culturales.

El citado trabajo de Loyola resalta, entre otros momentos, la actitud asumida por los habitantes de La Habana ante el ataque inglés en 1762 lo que, dice, “permitió inaugurar la tradición de un pueblo surgiente aguerrido, altamente enamorado de su naturaleza tropical, intransigente contra cualquier invasión extranjera; junto a esto, la participación al lado del alcalde de Guanabacoa, Pepe Antonio (José Antonio Gómez Bullones) de guerrilleros blancos y negros armados con machetes, nada interesados en defender propiedades españolas y sí impelidos por la idea de salvar del ‹pérfido invasor› a ‹su› capital, potenció tempranamente la unidad de las razas que convivían en el suelo insular, anunciando el mito futuro de la invencible combatividad cubana.”

Esta imagen, podemos afirmar, ha perdurado en el tiempo, si no ¿cómo entender que Alexander Abreu cante hoy, en canción muy popular, coreada masivamente: “un cubano de verdad da la vida por su tierra”, está preparado “pa´l combate y a su bandera se aferra” y afirme “que nunca fuimos cobardes”?

El proceso de formación, consolidación y afirmación de la nación cubana tuvo una larga lucha por alcanzar la creación de su Estado nacional en el siglo XIX, pero al entrar en el siglo XX el problema se presentó más agudo y complejo, por cuanto se trató de la defensa de ese Estado nacional, de la nación cubana, ante una nueva forma de dominio que se hacía más sutil, a pesar de que coyunturalmente podía actuar de manera muy evidente.

Elementos simbólicos como la palma y la bandera con su estrella solitaria, que han acompañado al cubano desde fechas tempranas, han evolucionado en sus significantes en correspondencia con los contextos. Recuérdese a Heredia y su evocación de “las palmas deliciosas, / que en las llanuras de mi ardiente patria/ nacen del sol a la sonrisa, y crecen,/ y al soplo de las brisas del Océano/ bajo un cielo purísimo se mecen” (2), pero después Martí las revisitó, el 26 de noviembre de 1891, cuando decía: “¡(…) las palmas son novias que esperan; y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas!” (3).

Luego, en la segunda mitad del siglo XX, cuando la nación cubana vivía la emoción de una revolución triunfante que debía defenderse frente a la hostilidad del poderoso vecino, Eduardo Saborit decía en canción que todo el pueblo cantaba: “Hasta las palmas/ en la sabana/ más que palmeras son milicianas.” Así, los símbolos de la nación han ido trasmutando en su significado de acuerdo con las circunstancias de la afirmación y la confrontación.

La bandera nacional es una de las más altas representaciones de la nación, con especial significado de su estrella, calificada de solitaria y no por gusto. Entre los poemas que se recitaban o cantaban en la manigua durante la década gloriosa, está A mi madre, de Luis Victoriano Betancourt que decía: “Y juré sobre la estrella/ del cubano pabellón, / borrar la española huella/ y dar por mi patria bella/ mi sangre y mi corazón” (4). Martí, por su parte, llamaba a poner “alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: Con todos, y para el bien de todos” (5). En 1897, Enrique Hernández Miyares escribió La bordadora donde narra el sacrifico de una mujer que bordó la bandera para su esposo y luego para su hijo quienes dieron su vida a la patria y ahora mira a su nieto: “Crece el niño y ella espera/ que atienda Dios su plegaria/ —verlo triunfar o que muera—/ mientras borda otra bandera/ de la estrella solitaria”. (6)

La ocupación militar potenció más el símbolo de la estrella y su carácter solitario. Es muy conocido el poema de Bonifacio Byrne escrito en 1899 Mi bandera, que se popularizó a partir de 1959, después del último discurso de Camilo Cienfuegos en La Habana que retomó su estrofa final. Byrne reclamaba que bastaba con una sola bandera: “la mía” y decía: “¿No la veis? Mi bandera es aquella/ que no ha sido jamás mercenaria, / y en la cual resplandece una estrella/ con más luz, cuanto más solitaria.” (7) En la circunstancia de la ocupación, “Un Guajiro de La Habana” decía que “como sagrada aureola/ de amor y de caridad/ cual astro de libertad/ has de flotar siempre sola” (8), mientras para “Canitel” “¡esa estrella que engalana/ en el triángulo bendito,/ nos está pidiendo a grito/ La República Cubana!” (9)

La segunda intervención volvió a potenciar el símbolo de la bandera y la estrella, como puede verse en la décima de Manuel Aguiar: “Mas como no irá al olvido/ la idea revolucionaria, / sin inquietud temeraria/ ondeará siempre altanera/ en el Morro la bandera/ de la estrella solitaria.” (10)

La lucha revolucionaria de los cincuenta no fue ajena al símbolo de la bandera. Raúl Gómez García, el poeta de la Generación del Centenario, plasmó en su poema Ya estamos en combate,  el llamado: “Pongamos en la cima del Turquino la Estrella solitaria”. El triunfo revolucionario de enero de 1959 volvió a poner este símbolo en primer plano. En aquel momento de júbilo, el Indio Naborí lo destacó en un poema que repetía el pueblo a coro:

 

¡Primero de Enero!

Luminosamente surge la mañana.

¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero

de la redimida bandera cubana.

 

Uno de los símbolos colectivos del cubano más recurrentes ha sido el mambí. Esta figura, con el arma que se le asocia ha estado presente a lo largo de nuestra afirmación nacional como síntesis de los mejores valores del pueblo cubano. El mambí, visto como héroe, capaz de las mayores hazañas, del sacrificio por la patria y su independencia, ha estado en el imaginario del cubano desde la Guerra Grande hasta la contemporaneidad.  La imagen del mambí con el sombrero y el machete nos ha acompañado en un permanente mensaje de defensa de la nación. Agramonte apodó a su hijo “Mambisito”; el 30 de septiembre de 1930, los estudiantes desplegaron la bandera cubana al toque de la diana mambisa y Celina González cantó —y hoy lo repite David Blanco— Yo soy el punto cubano/ que en la manigua vivía/ cuando el mambí se batía/ con el machete en la mano. (…). Aquí como en la sabana/ mi música fraternal/ viene del cañaveral/ representando al mambí, / a la tierra de Martí/ y a la enseña nacional. En las circunstancias de los finales del siglo XX, estábamos asumiendo el compromiso de continuar la lucha como “mambises del siglo XXI”.

La pasada centuria trajo una presencia creciente de elementos de la cultura estadounidense por diferentes vías: la prensa, el cine, la radio, la televisión o la presencia de turistas, entre otras, y estimuló la mirada hacia el modelo de vida norteamericano, su arquitectura, su música, sus gustos culinarios, su concepto del éxito, la idea de modernidad y otras muchas manifestaciones. Esto puso (y pone) en tensión la validez y permanencia de la cultura cubana, de la identidad, de lo propio y su defensa, que es defender la nación. Sin embargo, podemos ver la persistencia de los patrones culturales de la cubanía frente a la avalancha de la norteamericanización. Benny Moré pudo ser “El bárbaro del ritmo” con una orquesta de formato jazz band, o se puede llamar una persona Joe, Eddy, Frank o Tony y ser un héroe de la patria.

En los tiempos de internet, de globalización de la información y de los productos culturales a través de medios dominados por los grandes poderes del mundo, el reto está y estará presente y con mayores complejidades. ¿Cómo seguir siendo cubano en medio de la ofensiva cultural de los centros hegemónicos en el mundo actual y futuro? Es un gran desafío, que debemos enfrentar desde nuestras raíces, desde lo heroico, desde Céspedes, Martí, Maceo y Gómez, ¿por qué no? si es cubano por derecho propio. También desde nuestro arroz blanco con frijoles negros, la yuca con mojo y las masas de puerco, desde nuestro dulce de guayaba, nuestro son y sus derivaciones, desde la rumba, desde la alegría, desde nuestra capacidad de resistencia y de creación pues, como dice Tony Ávila, “lo que el cubano inventó en los noventa, no lo inventa un japonés ni apurao” y, más aún, “lo que el cubano inventó en los noventa,/ no lo van a inventar ni en la NASA/ pues por mucho que avance la ciencia/ los cubanos le damos calabaza, tu vé.” Porque somos bullangueros, porque gesticulamos exageradamente al hablar, por nuestro carácter compartidor, porque somos solidarios, porque caminamos con ritmo de baile, porque adoramos a Elpidio Valdés, porque nuestro cielo es el más azul del mundo, porque nuestra luna es la más brillante, porque no aceptamos la derrota y porque nunca fuimos cobardes, pienso que la nación tiene muchos asideros para ser y mantener su defensa. Sí podemos, por algo somos cubanos.

 

Notas

(1) En Perfieles de la nación.  (Comp. e introducción María del Pilar Díaz Castañón). Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004, pp. 183-199.

(2) En Cintio Vitier: Los poetas románticos cubanos. Antología. Consejo nacional de Cultura, La Habana, 1962, p. 35.

(3) José Martí: Obras completas. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, T 4, p. 273.

(4) En Los petas de la guerra. Universidad de La Habana, 1968, p. 93.

(5) José Martí: Ob. cit., T. 4, p. 279.

(6) Enrique Hernández Miyares: Poesías. Imp. Avisador Comercial, Habana, 1915, pp. 30-31.

(7) Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969, T II, p. 14.

(8) “Un Guajiro de La Habana”: El cancionero cubano. Biblioteca de Ricardo Veloso, s/f, p. 43.

(9) La nueva lira criolla. Guarachas, canciones, décimas y canciones de la guerra por un Vueltarribero. La Moderna Poesía, La Habana, 1903, 5ta ed. aumentada, p. 166.

(10) Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí): Décima y folclor. Ediciones Unión, La Habana, 2004, p. 128.


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