Dándole a la lengua (I)


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La hora de los mameyes, una frasecita que nació bajo los tiros.

Ante situaciones espinosas, problemáticas, cruciales, los cubanos decimos que llegó la hora de los mameyes.

¿De dónde salió tan singular frase?

Bueno, podrá ser singular, pero no inexplicable. Y hacia el origen de inmediato nos encaminaremos.

Según es bien conocido, fue Europa un constante escenario de pugnas entre potencias. Y en tales refriegas, a menudo, los trompones eran propinados en este lado del Atlántico.

Siglo XVIII. Guerra de los Siete Años. Los británicos se enfrentan a la corona española, aliada de Francia, tradicional enemigo de Gran Bretaña.

En 1762 los británicos emprenden la mayor expedición hasta ese momento vista. Surcan el océano para golpear al poder español donde más puede dolerle: en San Cristóbal de La Habana, Llave del Nuevo Mundo, Antemural de Indias, Margarita de los Mares.

 

El Morro, escenario de sangriento choque bélico.

El asunto, como dice el pueblo, no fue jamón. Se combatió durante meses en defensa de la plaza habanera.

La ciudad y sus fortalezas fueron acribilladas por dos mil bombas de artillería, muchas lanzadas desde las entonces desguarnecidas elevaciones de La Cabaña, Atarés y El Príncipe.

El mando colonial evidenció desde ignorancia hasta cobardía, mientras los defensores combatían heroicamente.

Entre muertos, heridos, capturados, desertores y fallecidos por enfermedades tropicales, los británicos tuvieron el espeluznante saldo de 7 mil 472 bajas.

Sí, un feroz enfrentamiento. Y, como los militares ingleses de George III vestían casacas rojas, desde entonces cualquier situación desesperada se define como la hora de los mameyes.

 

 

(1) Recibió, por su libro El habla popular cubana de hoy, el Premio de la Crítica.


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