De animales y leyendas: El mito Abreu (I)


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Château Las Delicias de la Quinta Palatino

Hace años que le sigo los pasos a Rosalía Abreu.

Soy “nacida y criada” en El Cerro, La Habana, Cuba, y siempre a mis oídos llegó la Finca de los Monos como un lugar extraño, mezcla de recelo y ensueño.

En fecha tan lejana como 1992 quiso la suerte, el destino o lo que fuera –en traje de reubicación laboral- que cruzara por primera vez su umbral, como ludo-bibliotecaria del recién inaugurado Complejo Pioneril; el adiestramiento profesional como investigadora, ligado a una curiosidad innata, provocó un primer acercamiento al estudio desde el punto de vista constructivo para explicar sus valores a los niños que atendería.

Ahí fue donde entré en esta historia.

Grosso modo, creo que sería pertinente describir que se trata de una magnífica casa-quinta con estructura de castillo francés salpicado con citas arquitectónicas de diversas partes del mundo; y erigida en 1906 sobre las ruinas de un primer edificio que, construido alrededor de 1873, fue víctima de un incendio en 1901. El Château Las Delicias de la Quinta Palatino (porque ese es su verdadero nombre) es obra del arquitecto francés Charles Brum, y tiene el mérito de contarse entre las tres primeras edificaciones de concreto en Cuba, en los albores del siglo XX.

Pero no es sólo la valía sui generis de la construcción lo que justifica la fama: su propietaria gana las palmas.

¿Quién era esta mujer?

Todavía para muchos en Cuba, el nombre de Rosalía Paula de la Caridad Abreu y Arencibia (1862-1930) es poco menos que un punto en el anonimato. Ya si se habla de su hermana inmediata anterior, la insigne patriota villaclareña Marta Abreu (1845-1909), se empieza a ver algo de luz. Para completar la tríada, es preciso mencionar a la primogénita, Rosa Beatriz (1844-1926), a quien hay que dar un espacio en esta historia.

 

Pero vayamos por partes.

Desde que Rosalía heredó la Finca al morir su padre, la convirtió cada vez más en sede de las más comentadas fiestas y tertulias. Traído a un lenguaje más contemporáneo, pudiera hasta decirse que la dueña del Château Las Delicias… era promotora de una especie de proyecto sociocultural sin necesidad de búsqueda de financiamiento (se dice que era la mujer más rica de Latinoamérica), dirigido a un público meta que no era otro que la más alta clase social y los intelectuales vinculados a ella, tanto de Cuba como foráneo.

Sin embargo, en lugar de quedar de esta experiencia recuerdos tan significativos como la primera interpretación de la habanera (1) por Eduardo Sánchez de Fuentes, o los recitales de Hubert de Blanck –sentados a menudo a un  piano de concurso (2)-,  la orquesta de la Sociedad de Conciertos y la Banda de Artillería, la reproducción a escala mínima de parte de los jardines de Versalles donde María Antonieta jugaba al tapiz verde, las piezas pictóricas de Armando Menocal (3) y las esculturas Belerofonte de Emile Hébert y Belona de Jean-Léon Gérôme o la visita de embajadores y artistas (entre ellos la famosa bailarina Isadora Duncan, quien le dedica una reseña especial en su autobiografía), lo que quedó en la memoria popular de las “actividades” fue el ambiente de festín y desenfreno, con un derroche monetario rayano en la ostentación.  Sirva de ejemplo a tal propósito el tono con el cual el articulista de sociedad Conde Kostia describió en El Fígaro, el 30 de mayo de 1906, la fiesta inaugural de la mansión. Asimismo, una buena parte de la sociedad –sobre todo aquellos que no eran invitados- se encargó de ir tergiversando el hecho con grandilocuencia, y las fiestas de Palatino han quedado como descomunales orgías en medio de un ambiente casi embrujado.

Eso es lo que se dice, se cuenta y la gente lo comenta…

A todo esto, hay que sumarle lo esencial: el hobby de la inquilina, lo cual justifica que el lugar sea llamado, popularmente, La Finca de los Monos.

Desde muy pequeña, la niña que más tarde sería leyenda sintió por los animales un cariño inusual. Según algunos testimonios, a los 7 años tuvo una paloma doméstica que fue pisoteada hasta morir después de una fiesta; en una extraña actitud de amor prefirió comérsela a enterrarla, pues concibió que de esa forma el animalito estaría más cerca de su corazón.

Ya adulta tuvo colecciones de diversas especies de aves, ciervos, conejos, osos… hasta se habla de una serpiente cascabel enjaulada, que una vez escapó y desapareció para siempre.

Eso es lo que se dice, se cuenta y la gente lo comenta…

La predilección de Rosalía Abreu por los monos comenzó aproximadamente en la última década del siglo XIX, cuando trajo del sur de Francia una macaca, la cual, junto a un orangután de 5 años comprado en Filadelfia, constituyeron los primeros ejemplares en Cuba de tan extensa e importante colonia que conformó. Con grandes desembolsos de dinero y en el transcurso de más de 30 años, logró reunir casi todas las especies de los grandes simios, y aproximadamente unas cuarenta especies de monos del Viejo y el Nuevo Mundo. Paciente y devotamente, estudió las costumbres y hábitos de alimentación de sus “animalitos”, su sentido de la percepción, así como la posibilidad de retentiva, imaginación, espíritu inventivo y facilidad de recursos en caso de emergencia.

Directamente proporcional al aumento de la colección y las atenciones prodigadas, fue la comidilla local. Entre los más sanos comentarios, puede destacarse los referentes a la extraordinaria influencia que ejercía Mme. Abreu sobre sus mascotas: aunque el grado de estima rayaba en la adoración, la disciplina justa e inflexible fue el sello distintivo en el proceso de crianza de los simios. Casi todas las especies, y específicamente los chimpancés, entendían cualquier palabra que su dueña les dijera en español, inglés o francés, y estos no escatimaban las mayores expresiones de cariño y respeto en presencia de los seleccionados visitantes a quienes se les permitía ver la colección. Para aquellos animales que se resentían de dormir al aire libre o que pertenecían al grupo seleccionado para el “experimento”, fueron adaptadas como dormitorios las habitaciones del piso superior; según algunas referencias, era impresionante ver la larga hilera de chimpancés desfilar por el césped conducidos por sus guardianes, y luego subir por las escaleras de mármol para ser llevados a la cama a una siesta de 4 a 7 de la tarde. Y ni qué decir de aquellos que, a imagen y semejanza de humanos, a veces usaban cubiertos, vasijas y otros utensilios como práctica habitual.

Hubo, por supuesto, habladurías más ofensivas, que van desde la predilección de Rosalía por la compañía animal en vez de humana, hasta la práctica de zoofilia (4). Cuéntase que algunos de los monos no eran nada dóciles, y que cuando las visitas pasaban por delante de sus jaulas, asustaban con chillidos y toda clase de muecas; o que los muchachos del barrio, quienes entraban a coger frutas, eran encerrados con los animales como castigo, y que más de un empleado fue víctima de un zarpazo inesperado; incluso se dice que en algunos momentos se tuvo que recurrir, como método de control, al agua de las mangueras que había cerca de las jaulas, destinadas al aseo. Hay quien confunde, y en vez de la fabulosa estatua de Belona, que presidía la entrada del castillo, dice haber visto a un enorme mono vestido a la griega, asustando a los intrusos con su mirada inyectada de furor.

Eso es lo que se dice, se cuenta y la gente lo comenta…

Lo cierto es que a la vez que mascotas, los monos fueron convirtiéndose en objeto de serios estudios científicos para determinar diferentes características: relaciones sociales, desarrollo morfológico, fisiológico, patológico y mental. De esta forma, tal vez sin conciencia de ello, Rosalía Abreu inicia el camino de la ciencia de la primatología en Cuba, a la vez que funda, con éstos y otros muy disímiles animales, el primer Zoológico.

De todo esto, el hecho verdaderamente trascendental fue el nacimiento de Anumá, el primer chimpancé concebido y nacido en cautiverio en el mundo, un acontecimiento digno de ser registrado en los Anales de las Ciencias Naturales.

Ocurrió hace justamente un siglo, el 27 de abril de 1915, sin la participación de ser humano alguno en el proceso de parto. Su nombre remeda el de Hannumann, la deidad simia hindú protectora de los hogares.

Pero, ¿de dónde adquirió Rosalía Abreu el interés por analizar los monos, y en especial los chimpancés? ¿Qué propició a esta mujer, autodidacta en el tema, aplicar métodos científicos para el estudio de su colección?

Pues… será otro asunto para contar.

Notas:

  1. La habanera , primera pieza de trascendencia internacional de Eduardo Sánchez de Fuentes, fue interpretada al piano por primera vez en el año 1892 en el Château Las Delicias de la Quinta Palatino, y editada en 1894 con texto de su hermano Fernando, quien firmó con el pseudónimo Fernan Sánchez.
  2. Se trataba de un piano de estudio alemán (Berlín) de colección Hoof and Co. Tenía una medalla con la inscripción “Caroi i Domn si primul rege al Romaniei 1.866- 1.906”, es decir: “El Príncipe Carol y Primer Rey de Rumania”. Estuvo en la Exposición de Milán en 1956. Ya no existe.
  3. Armando Menocal (1863?-1942) realizó allí dos piezas de tema bélico de gran formato, de las cuales sólo se conserva La batalla de Coliseo (óleo sobre lienzo, 5,45 x 11,63 m.), que representa un pasaje del enfrentamiento cubano-hispano-estadounidense en 1898, en el cual participó como ayudante del General Máximo Gómez. También es de su autoría la serie Las cuatro estaciones, donde los hijos de Rosalía Abreu –Pierre, Jean, Lilita y Renée- sirvieron como modelo.
  4. Sirva, a modo de ejemplo, la crítica mordaz que el periodista y literato cubano-español Héctor de Saavedra y Rovira (1822- post 1922) publica bajo el pseudónimo Segismundo Kranzinki en el Diario de la Marina, lo cual provocó que Rosalía Abreu encargara al pintor cubano Raimundo Menocal la pieza Mes Amis, en la que Saavedra aparece como Lucifer, rodeado de las personas que se habían burlado de ella durante una tertulia en Palatino.

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