¿Día de la raza?


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En la mitología de los americanos originarios la existencia se desenvolvía en un ciclo sucesivo de nacimiento y muerte… Los mayas están convencidos de que habían existido algunos soles antes del que vemos, y para los antiguos mexicanos no hay sol sin luna, y viceversa, porque todo viene de dos en dos. A pesar de la diversidad de culturas en América, es común que sus dioses estén instalados en la Tierra y no en el cielo, aunque los americanos fueran descendientes del sol. El viento, la lluvia, el río, el mar, las mareas, la nieve, la luz…, y también lo que sucedía, se gobernaba por un orden en que se incluían a los humanos, no separados de la naturaleza como cierto falso humanismo proclamara, por lo que cada uno de los vivientes somos hermanos. La contemplación del arco iris, las estrellas o el lucero matinal conducía a reflexiones especulativas porque el ser humano miraba al cielo y debía hacerlo frecuentemente para darse cuenta de lo complejo e inmenso del universo y también de su propia pequeñez. Creían en la importancia de los lenguajes, porque no solamente hombres y mujeres hablan: los guaraníes debían atender la voz del cedro con su “cofre de palabras”, y para ellos, ver crecer un guayacán es equivalente a escucharlo en sus múltiples historias, muchas asociables a su vida. Los cakchiqueles, descendientes de los quichés y de los mayas, escondieron el fuego en sus cuevas como don y allí estuvo su hogar, según una leyenda semejante a la de Prometeo. Para los cashinahuas, los simios enseñaron el amor a los humanos, quienes, al descubrirlo, se convencieron de que era mejor a como lo disfrutaban los monos. Las especulaciones en torno al diluvio y la inmensidad no se diferencian mucho de las de cualquier civilización terrícola, solo que sus asociaciones estaban más vinculadas a las serpientes, quetzales, cóndores y jaguares que conocían.

Las explicaciones racionales de los pueblos americanos aborígenes se mezclaban con sus mitos, afincados en la tierra: a la serpiente se le concedía otra piel para que siguiera viviendo, las ranas demuestran su alegría cantando cuando llueve, el murciélago se esconde en las cuevas por vergüenza de su fealdad, en una semilla está condensado todo el universo de una planta para que brote, la carne está hecha del maíz cotidiano, con el humo del tabaco se conversa con dios, la yerba mate hace hermanos a los desconocidos… El oro representa al sol, y la plata, a la luna; son nuestros padres y madres respectivamente, y por esa razón simbolizan materiales valiosos, sin valor de cambio. Entre las diversas leyendas de Chiloé está la del cacique que quería hacer el amor como los dioses y para eso fue a verlos a la isla prohibida donde vivían; los dioses lo castigaron y lo enterraron para ser comido por los demás, cubriéndole el cuerpo con ojos ciegos como la papa. Las amazonas fueron más capaces para defender sus territorios, ello les ganó, legítimamente, respeto en algunas zonas del gran río.

Las emigraciones y la búsqueda de “tierras prometidas” se conducían por intuiciones o predicciones relacionadas con el crecimiento de poblaciones en sitios donde escaseaban los recursos; de peregrinaciones como la que salió de Aztlán y llegó a una laguna, se fundó un pueblo cuyo dios le dijo: “¡México es aquí!”; los tupí-guaraníes de la isla de Marajó, en la desembocadura del Amazonas, emigraron al sur para ocupar nuevas tierras debido al crecimiento de su población. Para 1491, los dioses habían dado señales de los peligros que acechaban; Los libros del Chilam Balam anunciaban la destrucción: aquellas civilizaciones serían rotas, se interrumpiría su normal desarrollo, su historia se interrumpiría con la llegada de otros seres con armas superiores que harían la guerra para convertir a todos los pueblos en sus esclavos.

Abya Yala fue el nombre con que los kunas del actual Panamá y los gunas colombianos llamaron a la reunión de todos los pueblos que habitaban aquellas tierras interminables, tanto por el norte como por el sur, una tierra que calificaban “de sangre vital”. Los estudios sobre el poblamiento americano casi siempre se han limitado a un tiempo y un espacio determinados, pero es preciso tener en cuenta diversas olas migratorias en épocas antiquísimas, por diferentes lugares, incluidos los océanos, cintas de comunicación del ser humano desde que comenzó la civilización. Baste leer 1491: una nueva historia antes de Colón, de Charles C. Mann (Buenos Aires, Katz Editores, 2013) para profundizar sobre el pasado de América antes de la llegada de los españoles, con informaciones poco divulgadas, tal vez para sepultar un pasado que los europeos no entendieron, o no quisieron entender, pues podía lastimar su orgullo.

Los mesoamericanos, a partir de una hierba de montaña llamada teocinte, crearon el maíz moderno mediante experimentos intuitivos de la ingeniería genética, con el propósito de proporcionar a todos, una dieta más balanceada. Los olmecas inventaron una docena de escrituras diferentes, registraron las órbitas de los planetas, midieron la distancia entre la Tierra y la Luna con mayor precisión que cualquiera entonces, crearon un calendario de 365 días al año mucho más exacto que los existentes en Europa, pero su mayor invención fue la del cero —existe un bajorrelieve maya del año 357 en que se usa el cero, mientras que este no aparece entre los europeos hasta el siglo xii. Olmecas y mayas fueron pioneros mundiales de las matemáticas y la astronomía, aunque no emplearan la rueda; sin embargo, nadie todavía conoce exactamente cómo podían mover sus colosales cabezas de piedra.

La ciudad de Tiahuanaco tuvo pirámides y diques de piedra para servirse de las aguas del lago Titicaca; usaba una red de alcantarillas cerrada para una población de 115 000 habitantes en el año 1000, más 250 000 personas en los campos circundantes; en aquellos momentos ocupaba una extensión del tamaño actual de Francia, aunque París alcanzó estos indicadores cinco siglos después. Por la desembocadura del río Tapajós, uno de los afluentes del Amazonas, los científicos hallaron una zona de más de 5 km de amplia y gruesa capa de trozos de cerámica; según arqueólogos de la Universidad de Kansas, la región pudo tener más de 400 000 habitantes, por lo que sería la ciudad más populosa de su tiempo. El vastísimo imperio del Tahuantinsuyo ha sido uno de los pocos de todos los tiempos que logró erradicar el hambre en sus poblaciones, una meta actual para muchas naciones, incluso “desarrolladas”. En los Andes los textiles se entretejían con una técnica muy depurada y las mejores hilaturas poseían hasta quinientos hilos por pulgada, en capas sucesivas muy complicadas; evidencias más antiguas de producción de tejidos en América se relacionan con etnias de cazadores o recolectores de frutos de mar que habitaron entre 6 000 y 2 000 años a.n.e.; no existen datos de algo similar en Europa.

Hasta después del siglo xv, como forma de entretenimiento gratuita y popular, en Palermo se decapitaban delincuentes todos los días, en Toledo se quemaban vivos los herejes y los asesinos eran descuartizados en París; en Londres se celebraban ejecuciones públicas ocho veces al año, y se llegó a pagar un chelín para gozar de una buena panorámica de los ahorcamientos; en la mayoría de las naciones europeas, a modo de advertencia, empalaban a personas en las murallas o en los caminos. Sin embargo, los mexicas han sido tradicionalmente acusados de sanguinarios por sacrificar a humanos para que la tierra siguiera viviendo, según sus creencias, lo que “indignó” nada más y nada menos que a Hernán Cortés. 

El libro de Mann refiere, asimismo, que la mayor parte de la población adulta europea había adquirido inmunidad a los virus que circulaban en la región, pero los americanos de entonces tenían una “tierra virgen”, de ahí los millones de víctimas de las epidemias, aunque no hay que atribuirles a estas los genocidios completos de pueblos indígenas que perecieron a manos de conquistadores y colonizadores. El derecho bárbaro para ocupar territorios y atribuir a sus pobladores una naturaleza salvaje han sido pretextos reiterados para justificar las masacres. La cruda realidad es que la pólvora venció a flechas y lanzas. Los indios no tenían ni armas de metal ni cabalgaduras, y Francisco Pizarro pudo vencer a los incas por el uso eficaz del caballo —las llamas eran muy pequeñas. Los americanos de entonces estaban más avanzados que los europeos en la economía y la ciencia, y en algunos aspectos de la sociedad y la cultura, pero más atrasados en cuanto a la técnica del armamento y su empleo en la guerra: en la nueva civilización que se inauguraba, las armas continuaron predominando.

No es posible evaluar el descomunal y sistemático despojo de estas tierras por los europeos: solo en Potosí, una ciudad que se pobló de saqueadores —120 000 habitantes en 1573 y 160 000 en 1650— se llevaron una montaña de plata y dejaron otra de escombros; al Museo del Oro, en Bogotá, se resignaron a regalarle para exhibición unas 35 000 piezas de oro, ¿cuántas se llevaron? La piratería desarrolló el capitalismo de Europa en momentos en que los indoamericanos estaban en camino hacia una revolución alimentaria con tecnologías agrícolas propias. El legado indígena. De cómo los indios de América transformaron el mundo, de Jack Weatherford (Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, La Paz, 2015), es otro texto que desenmascara engaños establecidos y que se siguen repitiendo sobre el “progreso” que nos legaron los colonizadores. Hoy se reconocen aportes culinarios, de la medicina tradicional o de la arquitectura y la planificación urbana; sin embargo, se desconoce la mayor parte del patrimonio que nuestros pueblos originarios legaron al mundo moderno: esa América aún no ha sido descubierta. Y aunque parezca increíble, algunos “celebran” el otro “descubrimiento”: el atraco, la depredación, el arrasamiento, la estafa, el engaño, la destrucción de miles de culturas y la eliminación de la identidad de pueblos completos.

¿Qué ha quedado hoy de esa América? Los creek, en los actuales Estados Unidos, firmaron en 1825 el tratado de Indian Springs —Tratado de las Fuentes Indias—, y cedieron la mayor parte de su territorio a lo que es hoy Georgia; sin embargo, en 1826, bajo la presidencia de John Quincy Adams, el tratado fue declarado irrelevante, a pesar de haber sido ratificado por el Senado, y con la Ley de Expulsión de Indios, en el mandato del presidente Andrew Jackson, en 1830, los creek fueron confinados a Oklahoma hasta el presente. Los guaraníes fueron segregados en cinco estados nacionales: Paraguay, Argentina, Brasil, Bolivia y Uruguay, pues los conquistadores los acusaron ante el rey de España de tener en sus tierras “el paraíso de Mahoma”; en 2003 el líder guaraní brasileño Marcos Verón fue asesinado y los culpables continúan en libertad, sin ningún proceso judicial. Los quichés de Guatemala han sido combatidos y masacrados sucesivamente desde 1530, cuando fueron derrotados por los españoles y quedaron unos pocos sobrevivientes; desde los años 60 del siglo xx y hasta 1996, su territorio ancestral fue escenario de sanguinarios combates en los cuales el ejército aplicó la política de tierra arrasada, especialmente en el área petrolera de Ixcan, y una gran parte de ellos se encuentran desplazados y reubicados. El heroico pueblo mapuche, el único que nunca ha podido ser dominado por invasores en la histórica región de la Araucanía, continúa combatiendo la discriminación social y racial del Estado chileno y de una buena parte del resto de la población, influida por la oligarquía con intereses en las multinacionales que operan en sus territorios. Todavía el 12 de octubre se conmemora en muchos países de América, como “Día de la Raza”, la llegada del almirante-empresario Cristóbal Colón a tierras americanas. ¿Qué celebran, el desastre?


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