Dos anécdotas periqueñas


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Queridas amigas, amigos dilectos: hoy incursionamos, nuevamente, en una arista del folklore que alguien llamó “la calderilla de la historia”: esas deliciosas anécdotas.

Para adentrarnos en tan sabroso territorio, enrumbaremos nuestros pasos hacia la que los geógrafos llaman Llanura Habana-Matanzas.

En el centro de la región matancera, hacia 1850, comenzó a surgir un poblado que es hoy cabecera de municipio: Perico.

Hacia aquella comarca, surcada por el Canal de Roque, moveremos hoy nuestras coordenadas, para ponernos al tanto de un par de simpáticas joyas de nuestro anecdotario.

Primera jornada: Los liberales de Perico

Los hechos sucedieron en los albores de la época republicana.

Liberales y conservadores andaban a la greña. Pero aquello, más que una pelea entre perro y gato era, como dice el pueblo, “una bronca de león a mono, con el mono amarra´o”.

¿La razón? Muy sencilla: los conservadores estaban en el poder y hacían uso sin medias tintas de toda la ventaja que ello les proporcionaba.

En aquellas espinosas circunstancias, los liberales convocaron a un mitin en Perico, donde tenían —como suele decirse— mucho “arrastre”, pues, según aseguran quienes aquello vieron, la asistencia fue multitudinaria.

Todo estaba a punto: la amplia y empinada tribuna, los pasquines, las guirnaldas, engalanaban toda la plaza.

Subió el primer orador y aquello fue una avalancha de insultos contra los conservadores, a quienes puso de vuelta y media.

Tocó el turno a otro tribuno y, como expresamos los cubanos, les dijo “hasta botija verde” a los oponentes.

Ya la fuerza pública estaba en la plaza y en sus bocacalles, armada hasta los dientes y cabalgando gigantescas yeguas americanas.

El tercero en el uso de la palabra ya se aprestaba a lanzar su filípica, deseoso de dejar chiquiticos a sus predecesores en cuanto a poner como un trapo a los conservadores. El político se llenó los pulmones de aire y dijo con toda la voz: “¡Liberales de El Perico!”.

Miró con el rabo del ojo a los malencarados militares y repitió: “¡Liberales de El Perico!”.

Entonces, se escuchó un potente estampido, que todos imaginaron fuese un disparo. Y el orador, tembloroso, dijo: “¡Liberales de El Perico… a correr!”.

Después se supo que no hubo tal tiro, sino que se desprendió una penca de una palma y que, al golpear la yagua sobre el pavimento, había producido el aterrador ruido.

De todas maneras, quedaría acuñada una frase que los cubanos repetimos durante generaciones, como una invitación a la estampida: “¡A correr, liberales de El Perico!”.

Segunda jornada: Asiático despista’o

La otra anécdota que hoy entrega este humilde gacetillero también tiene por escenario el pueblo de Perico. Y su protagonista fue un hijo del que llamaban Celeste Imperio.

Como bien se conoce, la numerosa presencia de asiáticos en Cuba se remonta a los años 40 del antepasado siglo, cuando comenzó la inmigración de culíes, semiesclavos contratados por ocho años.

A fines de esa misma centuria, engrosarían la población china los llegados de California, de donde se retiraron como resultado de xenófobas leyes antinmigratorias.

Durante nuestra etapa republicana, llegarían a estas tierras oleadas de inmigrantes chinos, pues tras la caída del Imperio el país se convierte en un caos, por las contiendas entre los señores de la guerra locales.

Claro está, el idioma de los recién llegados estaba a mil millas de lo que aquí se hablaba, y ello ocasionó anécdotas y chistes.

Tal fue el caso del chino Pablo, quien tomó un ómnibus en la región oriental, para visitar a un familiar en el habanero pueblo de El Cotorro. Y, cuando el vehículo hizo escala en Perico, Pablo se bajó.

Algún pasajero, quien estaba al tanto del verdadero destino del asiático, llamó su atención sobre el error. Pero el chino Pablo le replicó: “Sel lo mimo Pelico que Cotolo”.

Y quizás todavía anda buscando a su pariente, a unos 120 kilómetros del destino verdadero.


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