Efectuada ceremonia de entrega del Premio de la Crítica Literaria 2017


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Fotos: Cortesía de la autora.

La ceremonia de entrega del Premio de la Crítica Literaria correspondiente al año 2017,  tuvo lugar en la sala García Lorca del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en La Habana.

Esta premiación estuvo presidida por Abel Acosta, viceministro de Cultura, Juan Rodríguez, presidente del Instituto Cubano del Libro, y Edel Morales, director de la institución anfitriona, y participaron los autores de los volúmenes reconocidos y los representantes de las editoriales que los publicaron, otros escritores e intelectuales cubanos, así como familiares y amigos de los laureados.

Ediciones Matanzas hizo gala de la calidad de sus publicaciones, así como de la correcta selección de títulos presentada al certamen, al alzarse con cuatro de los diez premios conferidos por un jurado presidido por Omar Valiño e integrado por  Leila Leiva, Jorge Fornet, Mirta Yáñez, Víctor Fowler, Astrid Santana y Caridad Atencio, quien dio lectura al veredicto de dicho jurado en el que el mismo reconoce la calidad de los textos presentados, y su riqueza estilística y conceptual.

Se conoció así que la destacada editorial fue premiada por los libros:

Las pulsaciones de la derrota, de Damaris Calderón, el cual «hace gala de un discurso poderoso en pleno dominio de su instrumento expresivo que ya va perfilando el estilo de la autora».

Mi abuela es un primor, de Mildre Hernández, en el que «la autora alega una hermosa candidez escritural, en el dibujo de personajes e historias que dialogan en total sintonía con el lector de hoy».

Diez Millones, de Carlos Celdrán, donde el autor desde «un profundo conocimiento de la escritura teatral contemporánea, revive  su propia biografía y la historia social y política del país, con un resultado original y estremecedor».

El que va con la luz, de Francisco López Sacha. «Noveleta extraña en nuestro contexto; recrea un tema singular a la vez que universal, con una prosa exquisitamente elaborada sin dejar de ser ágil y fluida».

De la Editorial Casa de las Américas se reconocieron las obras:

Una suave, tierna línea de montañas azules. Nicolás Guillén y Haití, de Emilio Jorge Rodríguez. «Se trata de un acercamiento profundo y revelador sobre un tema cercano y, al mismo tiempo, erráticamente abordado en la ensayística cubana que propone, a su vez, una mejor comprensión de nuestra cultura».

Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa, de Reynaldo García Blanco. «Cuaderno en el que su autor ha llegado a la madurez de su estilo, poniendo en tela de juicio importantes fenómenos sociopolíticos e ideológicos de la contemporaneidad con eficacia poética».

Es de notar que este fue uno de los títulos más aplaudidos por los presentes al igual que el de la autoría de López Sacha.

Plácido y el laberinto de la ilustración, de Roberto Méndez Martínez, y Caballo con arzones, de Ahmel Echevarría fueron los libros  realizados por la Editorial Letras Cubanas, reconocidos por el jurado.

En el de Méndez Martínez, los evaluadores expresaron en el acta que es «interesante la manera en que problematiza los temas abordados, el estilo seminovelesco que asume en los capítulos y el afán sacralizador al mismo tiempo sobre una figura de la literatura cubana con la que la crítica y la academia todavía están en deuda».

En cuanto al texto de Echevarría, consideraron que es una «novela que pondera lo fragmentario del discurso en el que significan lo lírico y la disolución de asuntos y personajes en aras de una atmósfera performática de novedosa ejecución».

Los miembros del jurado premiaron igualmente el título Agua dura, de Mylene Fernández Pintado, publicado por Ediciones Unión, resaltando que es un «Conjunto de eventos de fino humor, sutilmente corrosivo, que aborda el universo femenino desde la voz de la cotidianidad. Los temas de la madre, la muerte y la felicidad se resuelven con una alta eficacia narrativa».

Y de la Editorial Félix Varela obtuvo el galardón Caribe: universo visual, de Yolanda Wood, por «el amplio despliegue de conocimientos articulados en torno al tema complejo del Caribe, desde diferentes aristas, problemas y ejes culturales, así como por la excelencia de la prosa ensayística».

Leila Leiva, en representación del jurado, realizó las palabras de elogio; explicó que el Premio de la Crítica Literaria, que se otorga a los libros de literatura y arte más relevantes publicados por las editoriales cubanos en el periodo de un año, está en manos del Círculo de la Crítica Literaria y subrayó que la crítica hoy tiene la necesidad de hacerse visible y activa para marcar jerarquías.

Comentó asimismo que se habían analizado 72 propuestas, y que las diez finalmente seleccionadas ofrecen un panorama diverso y enjundioso sobre lo mejor de la literatura cubana actual en todos los géneros; agradeció a los escritores y a las editoriales distinguidos «la experiencia que ha supuesto la lectura participativa y atenta de sus obras. Y sobre todo, la lectura gozosa de ellas, que es aun mejor».

Roberto Méndez, a nombre de los laureados dio lectura al texto «Impresos y Estampas», mediante el cual agradeció a los organizadores del Premio, y a los jurados por su «fatigosa y comprometedora misión».

Seguidamente se aventuró a explicar, según confesó, la alegría que sentían los premiados:

«Este premio demuestra que muchas horas de trabajo no fueron inútiles y nos señala ante los lectores como creadores de nuevos mundos dignos de ser compartidos y también porque cuando se extienden por el planeta la indiferencia hacia los libros auténticos y una de sus más peligrosas consecuencias, el más ramplón pragmatismo, encontramos, aquí y ahora, un oasis, una apuesta por la cultura y por la auténtica universalidad».

El reconocido intelectual, para culminar su intervención, hizo suyas palabras de José Lezama Lima:

«¿Misión de la literatura? Quitarle horas al sueño y profundizar el sueño. Llegar como Marco Polo o Kublai Khan. Como Coleridge, ensoñar a Kublai Khan. Buscar el camino del caballo como en la cultura china y encontrar el de la seda. Quedarse absorto, preguntar por qué algunos campesinos se persignan delante de un árbol sagrado como la ceiba».


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