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El año que se va


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Más de doce años escribiendo esta columna parecería tiempo suficiente para agotar los temas a tratar en ella. Sin embargo, cada día estoy más convencida de cuánto falta por analizar y divulgar en el país sobre nuestra cultura mediática, la mirada retrospectiva de nuestras prácticas o procesos simbólicos-culturales, las vertientes productivas contemporáneas, las efemérides o eventos trascendentes que se desarrollan en nuestros ámbitos y, sobre todo, los seres humanos que protagonizan estos procesos.

El azar me llevó a este ejercicio comunicativo y en el camino aprendí cuán gratificante,  placentero, doloroso o triste puede ser disentir o polemizar sobre tendencias no saludables; rescatar nuestra memoria histórica; desentrañar el comportamiento de nuestras prácticas cotidianas y felicitarnos por lo ya logrado.

Porque todos sabemos que si el asunto se tratara siempre de verter miel sobre hojuelas o desgranar pétalos de rosa, generalmente agradaría a quien lo escribe y a quien lo lee. Pero cuando la honestidad impone criticar y cuestionar nuestro quehacer —o el de otros— sabiendo cuánto esfuerzo conlleva el mismo, el deber se torna dolor y hiere lo mismo a quien analiza que a quien resulta aludido.

Nadie que haya dedicado su vida a la radio, la televisión, el cine  u otras expresiones de la cultura cotidiana, las desprecia ni siente placer en criticarlas. Por el contrario, como a un padre que de tanto amor se duele con los errores del hijo que quisiera fuera perfecto, quienes pertenecemos a los medios de comunicación y ejercemos la crítica, estamos obligados a valernos de nuestra experiencia y conocimiento en este ámbito para ejercer el criterio, para alertar desde disímiles puntos de vista sus debilidades.

Se trata de que nadie tiene la verdad absoluta y que todo lo que opinamos, sentimos y valoramos está mediatizado por infinitas condicionantes y variables. Solo en la conjunción y contraposición de múltiples criterios y puntos de vista, podemos evolucionar hacia la realidad que todos deseamos.  

Por mi labor investigativa, la vida me ha dado el inmenso privilegio de conocer a  hombres y mujeres excepcionales de extraordinario talento y valor; cuyos aportes a nuestra sociedad, generalmente no siempre valoramos en vida. Por añadidura, algunos de ellos terminaron siendo mis amigos.

Rememorar en la distancia la trayectoria de determinadas personalidades es una cosa; pero tratar de ser veraces, honestos y respetuosos con quienes hemos conocido y aprendimos a querer por razón de nuestra profesión, o que ya integran nuestra vida personal, esa es “harina de otro costal”.

Este oficio resulta un compromiso lacerante cuando quienes nos enseñaron nuevas semánticas de los vocablos consagración, arte, disciplina y solidaridad, parten sin retorno y se impone rendirles tributo.

Durante este 2014, esta columna del Portal de la Cultura Cubana nos ha dado la oportunidad de sentir muchas satisfacciones y alegrías; pero también algunos momentos de tristeza o melancolía.

En este año que concluye nos hemos acercado a numerosos eventos culturales; analizamos desde una perspectiva teórica la definición y amplitud de la cultura mediática; los antecedentes históricos de la labor editorial revolucionaria que fructifica hoy en la Feria Internacional del Libro de La Habana; el entorno de transformaciones profundas en las que nació la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y la celebración de su último Congreso; un nuevo aniversario de Cubarte como gestor de información de la cultura cubana en la Web; sobre el aniversario de la cadena televisiva TELESUR y el jolgorio por la génesis de la Televisión Cubana, celebrado en el contexto de la I Convención Internacional de Radio y Televisión Cubanas.  

No podía pasar por alto un suceso cultural de gran magnitud como fue la reapertura del Teatro Martí, que gracias a la restauración resurgió de las cenizas tras largas décadas, haciendo realidad el sueño de varias generaciones; alegría expresada en el artículo: “Salvamos el Martí”.

El análisis de los procesos históricos vinculados a los ámbitos mediáticos cubanos nos hizo reflexionar en varias oportunidades sobre las transformaciones generadas en Cuba tras el triunfo de la Revolución en 1959 y, en consecuencia, sobre las responsabilidades inherentes a la televisión de servicio público y cómo en función de ellas se ha transformado nuestra programación audiovisual en este medio siglo.

También nos convocó el periplo de la producción fílmica por diversos soportes de la cultura mediática; el comportamiento del mercado cinematográfico antes de 1960 y las más diversas formas de cinematografía utilizadas en la televisión, muchas de las cuales constituyen hoy el único remanente del patrimonio audiovisual de la televisión y de la nación, al cual también nos referimos.    

Una actividad comunicativa-artística tan compleja, valiosa y polémica como la radiodifusión contemporánea nos hizo meditar sobre la necesidad de convocar a los mejores exponentes del arte y la cultura cubana; para que en nuestro país, perfeccionarla y potenciarla, sea una preocupación y quehacer de todo el sector de la cultura.

En varios momentos ponderamos las tendencias televisivas detectadas en los últimos tiempos en nuestra pantalla chica, tanto en la producción foránea como nacional.   

No faltó el análisis de la evolución del género novela en su recorrido por los ámbitos impresos, radiales y televisivos antes y después de 1960; sus transformaciones al arribar la televisión de servicio público y hasta nuestros días.

En similar perspectiva teórica–histórica socializamos aportes significativos de  personalidades de nuestra radio y televisión en todas sus etapas, y cómo su obra se inscribió en la memoria popular en programas claves constituidos hitos mediáticos y culturales de nuestra nación.  

Pero también recordamos a los seres humanos que han realizado el arte y la comunicación; a esas generaciones de privilegio que han formado a las nuevas hornadas.  

Entre los personajes famosos foráneos recordamos a Sadel y Sara Montiel, relacionados con los medios de comunicación; y a Shirley Temple, un ícono de la Industria Cultural en América.   

De quienes ya partieron recordamos a Rita Montaner, Onelio Jorge, Ana Menéndez,  Idalia Martínez, María Álvarez Ríos, Humberto Páez y el maestro perpetuo, Luis Carbonell.

Nuestra intensa labor en este año no podía pasar por alto los noventa años del querido y admirado Mario Orlando Romeu González, fundador de la mayoría de los canales comerciales cubanos, de la orquesta de la radio y de la televisión revolucionaria y de la melodía inolvidable de La bella del Alambra. Para felicidad de todos los cubanos, aún comparte su vida con su familia y con nosotros.  

Espero que el nuevo año me permita nuevamente el placer de compartir con ustedes otras historias. 


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