EL APODO, ESPEJO DEL ALMA


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"Caimán", "El Macho", "Perro Viudo" /son nuestros nombres en la vida/ y cada nombre es un escudo... comentó Nicolás Guillén en su "Canción de los Hombres Perdidos", un episodio más en el intenso uso del mote - nuestro "nombrete" - en la literatura cubana, que cuenta con antecedentes de tanta prosapia como el Malanga de Cecilia Valdés.

Si bien es cierto que hay apodos que no rebasan el nivel del inocuo gracejo, los hay que constituyen un chisguete de aceite de vitriolo, de corrosivo ácido de acumulador. Quien firma estas líneas - atroz experiencia - ha visto matar por causa de un mote.

Vaya, a modo de muestra, el siguiente "florilegio", recogido por calles y lomeríos, por esquinas y ensenadas, por plazas y desfiladeros: Veneno, Bola de Churre, Buey Echao, B... Loco, Pepe Meninges, Flor de Peo, Picadillo, Chorro de Plomo, Puente Roto, Yegua Bizca, La Musaraña, Margot Tragalotodo, Peste a C..., Burro Triste, Barra de Catre, Trípode, Minipipi, Vaso de Leche, Tropelaje...

Hay apodos que son el verdadero espejo de un alma. A cierto apesadumbrado amigo mío, no se le puede preguntar "¿cómo estás?", pues es sabida la respuesta. Por eso lo llamamos Tojodío.

El nunca bien llorado Gustavo Eguren, en una novela bautiza a cierta prostituta como Wash and Wear (lávese y úsese).

También en Latinoamérica se escuchan tales perlas. Ejemplos: El Ácido (porque donde cae, come), Caracol (por cornudo, arrastrado y baboso), Estribo (sólo sirve para meter la pata), Fruta de Plástico (no va a madurar nunca).

Querida amiga, amigo dilecto: ¿han estado ustedes a salvo de un buen "nombrete"? Creo que, al respecto, sólo se puede declarar lo que decía un cofrade mío en cuanto a la infidelidad conyugal: "Que Dios nos libre de esta plaga...! si no la estamos ya padeciendo!".


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