El logro de un ilustrado empeño cubano: la Real Academia de Ciencias de La Habana


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A lo largo de toda la primera mitad del siglo XIX se fue produciendo en Cuba, de manera gradual pero incesante, un creciente interés hacia la ciencia por parte de los sectores más ilustrados de la sociedad, el cual habría de expresarse en la aparición de obras de corte científico en diversas ramas del conocimiento y especialmente hacia los años finales del período, en la aparición de instituciones científicas propiamente tales.

No es casual que tal impulso se corresponde en el tiempo con la aparición y maduración paulatina de una “conciencia cubana”, inspirada en el pensamiento del preclaro patriota Félix Varela, que conduciría al surgimiento y despliegue de estudios científicos, sociales y políticos que irían abriendo paso, como afirman Torres-Cuevas y Loyola, al paulatino desarrollo de una ciencia cubana, tanto de perfil social como natural, sustentada desde sus mismos orígenes en nítidos referentes éticos.    

Entre las expresiones que dibujan con mayor nitidez este movimiento se encuentra la temprana iniciativa de los doctores Nicolás José Gutiérrez y Francisco Alonso Fernández, en 1826, encaminada a la fundación de  una corporación de carácter científico en los ámbitos de la medicina, la farmacia, la química y la historia natural.

Según ha documentado el profesor José López Sánchez, la mencionada iniciativa encontró respaldo en la asamblea que al efecto hubo de congregar médicos, químicos y naturalistas, quienes aprobaron en principio la idea y acordaron dirigirse al entonces gobernador de la Isla, general Francisco Dionisio Vives, quien se afirma que la aceptó en principio e indicó preparar un expediente al respecto, para ser presentado a la consideración del monarca español Fernando VII.

Con la probable intención de reforzar la sustentación de su propuesta, los promotores de la idea persuadieron al Dr. Tomás Romay, figura ya rodeada de un merecido prestigio y consideración social, para que actuase como redactor y figura principal del petitorio que hubo de elaborarse y presentarse a la aprobación del monarca. Pese a los argumentos esgrimidos y al innegable reconocimiento del expositor principal, la idea fue desestimada por la Corona, sin mayores explicaciones. 

Entretanto, a partir de la segunda década del siglo XIX, florecen gradualmente en el país la enseñanza teórica y práctica de la Física, introducida por Varela, así como otras disciplinas asociadas como la Astronomía, las Matemáticas y la Geografía. Comienzan a funcionar algunos gabinetes de física y laboratorios de química.

Como expresión del ascendente impulso científico en esa décadas fundacionales, en 1836 el eminente polígrafo cubano Felipe Poey y Aloys publica su Compendio de la Geografía de la Isla de Cuba, obra trascendente que alcanzó diecinueve ediciones y sirvió como texto por más de treinta años. A Poey se le considera con justicia como el “iniciador de la era científica de la historia natural en Cuba” y su obra cubre en la práctica esa esfera dentro del período considerado. Su obra fundamental, no obstante, sería la monumental Ictiología Cubana, la cual terminó en 1878 y fue premiada en la Exposición Internacional de Amsterdam en 1883.  

A pesar del revés inicial, la intención de crear una academia científica persistió en la actividad de varias personalidades cubanas que continuaron promoviéndola a lo largo de todo ese medio siglo. El propio doctor Gutiérrez defendió nuevamente la idea en 1840 desde las páginas del Repertorio Médico Habanero, revista médico-científica fundada por él. En respuesta a su convocatoria se realizó una reunión en el Hospital Militar, donde ejercía, en la cual se debatió el que debería ser el reglamento de la corporación cuya creación se pretendía. No conocemos con exactitud qué destino tuvieron esas consideraciones pero sí que nada más sucedió por entonces.

Una nueva intentona tuvo lugar en 1841, esta vez promovida por el doctor Ramón Francisco Valdés. Este se dirigió a las autoridades de la colonia solicitando autorización para establecer en la Habana una Real Academia de Ciencias Naturales, similar a la que por entonces se había creado en Madrid. También en esta ocasión el asunto fue diferido de manera indefinida por la autoridad colonial.

En 1845 es secularizada la Universidad de La Habana, la cual cambia su status de  “Pontificia" al de “Real y Literaria”, paso a partir del cual comienza a dar acogida en la docencia universitaria a corrientes científicas más avanzadas.  Hasta ese momento las concepciones más avanzadas habían tenido que desarrollarse al abrigo del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de la mano de José Agustín Caballero y su gran discípulo Félix Varela, con la anuencia del Obispo Espada y Landa.

Por esos años, el ya mencionado Nicolás José Gutiérrez y Vicente Antonio de Castro introducen en el país el uso de la anestesia en cirugía. A pocos meses de su primera utilización profesional en los Estados Unidos, en 1846, Castro aplica con éxito la inhalación con éter; Gutiérrez, en 1848, logra lo mismo con el cloroformo. Cuba fue el primer país de América Latina en introducir en la práctica médica estos eficaces medios.

Una vez más resurge la idea de una academia científica en 1852, esta vez promovida por los doctores Félix Giralt y Ramón Zambrana, quienes elevaron al gobernador de turno un proyecto encaminado a la constitución de un Instituto de Ciencias Médicas, el cual sufrió un destino semejante al de los intentos precedentes.

En el decurso de los decenios mencionados, se irían produciendo sucesivos aportes científicos por estudiosos cubanos, como Esteban Pichardo, Tranquilino Sandalio de Noda, Desiderio Herrera, Andrés Poey y Manuel Fernández de Castro, quienes brindaron notables impulsos a la  geografía y cartografía; la zoología; la geología y paleontología; la meteorología y astronomía; la agrimensura y agronomía.

No es exagerado afirmar que en ese periodo se dejaba sentir en los hechos la creciente contradicción entre la ciencia que necesitaban los cubanos y los retrasados conocimientos aportados por la metrópoli, reflejados en el bajo nivel tecnológico que alcanzaban a brindar al país los representantes de la monarquía española.

Dentro de ese contexto, el incansable y ya tantas veces mencionado doctor Gutiérrez reactivó durante los años 1855 y 1856 la iniciativa de fundar una entidad académica, aglutinando en su derredor distintos elementos en apoyo de la idea. A la sazón el eminente facultativo había ganado considerable prestigio y autoridad en su ejercicio profesional como cirujano y médico personal de elevados personales de la sociedad habanera, incluyendo el propio gobernador,

Como resultado de estos renovados esfuerzos se preparó y presentó una exposición sobre el asunto a la reina Isabel II a través del gobernador de la Isla, José Gutiérrez de la Concha, quien la acogió positivamente y la trasladó a la corona con su opinión favorable. Aún con tan propicios elementos de partida, la iniciativa tardaría cuatro años en verse finalmente autorizada y puesta en marcha. El Real Decreto que la autorizaba fue dictado con fecha 6 de diciembre de 1860 y publicado en la Gaceta de La Habana, con fecha 26 de ese propio mes y año. 

Por fin, el 3 de marzo de 1861 tuvo lugar en la sala de sesiones del Ayuntamiento de La Habana la junta general para la fundación de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana, presidida por el gobernador político don Antonio Mantilla.

Como resultado de la deliberación de este cónclave fundacional fueron elegidos por mayoría de votos y proclamados como tales los treinta Académicos Fundadores, los cuales resultaron agrupados en la Sección de Medicina y Cirugía (la más numerosa), la Sección de Farmacia y la Sección de Ciencias. La primera junta de gobierno de la naciente congregación académica fue electa por los fundadores con fecha 14 de abril de ese mismo año. El inspirador Nicolás José Gutiérrez fue seleccionado como Presidente y otro notable precursor, el antes mencionado Ramón Zambrana, Secretario.

La instalación oficial de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana tuvo lugar el 19 de mayo de 1861 en el recinto de la Real Universidad, en la que fuera antigua iglesia de Santo Domingo. Habida cuenta de que la nueva entidad no contaba con sede propia (y tardaría de hecho varios años en tenerla) las sesiones de la academia se celebrarían a partir de entonces en los locales de la Sociedad Económica de Amigos del País.

No fue hasta 1867 que la Academia de La Habana pudo instalarse en una sede propia, gracias a las gestiones del incansable Nicolás José Gutiérrez. Este último logró la cesión, por parte del gobernador general, del vetusto local del extinguido Convento de San Agustín, el cual requirió una importante reconstrucción para hacer posible su utilización. Los trabajos fueron dirigidos, de forma gratuita,  por el eminente ingeniero José Francisco de Albear, quien ya por entonces había sido electo Miembro Titular de la entidad académica.

Aquella primera Academia de Ciencias desempeñó un rol importante y de indudable provecho social, en tanto catalizó y contribuyó  reforzar el interés, la voluntad y la inteligencia de personalidades científicas cubanas, quienes venían expresándose de modo meramente individual frente a un ambiente de indiferencia generalizada, cuando no de antipatía, por la sociedad de la época. Fue la primera academia selectiva, basada en el mérito, que se estableciera fuera del continente europeo.

Como institución, la Real Academia de Ciencias de La Habana sirvió para alentar la expresión, discusión e investigación de hipótesis y concepciones científicas. Aún con las limitaciones impuestas por el entorno socio-político de la época, fue capaz de integrar y sistematizar el pensamiento científico cubano e incorporarlo al proceso científico mundial.

El proceder de la Real Academia de La Habana propició un ensanchamiento de los conocimientos científicos y ayudó a fomentar una intelectualidad impregnada del deseo de servir al progreso de la ciencia. La actividad de sus miembros influyó en la creación de otras instituciones y laboratorios científicos y contribuyó a elevar el nivel y el rigor de la docencia universitaria.

La actual Academia de Ciencias de Cuba, cuya sede institucional atesora un importante legado patrimonial de épocas precedentes, es respetuosa heredera y custodio de esa valiosa tradición y, de conformidad con la Ley, continuadora de aquella academia precursora en las nuevas condiciones históricas.

 


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