El Padre Las Casas y su debate sobre la condición del indio americano


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“(…) ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades (en) que, de los excesivos trabajos que les dáis, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¡Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”.(1)

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El anterior es un fragmento tomado a partir de las experiencias y realidades del religioso español Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla, 1474 - Madrid, 1566), en su obra testimonial Historia de las Indias para quien, inicialmente y desde muy joven, la conquista de América llegó a ser un anhelado viaje transoceánico. Junto a su padre, se enroló en la expedición del conquistador Nicolás de Ovando –en 1502 asumió la gobernación de la isla La Española, avanzada de la conquista en el Nuevo Mundo para orgullo y cumplimiento de los designios de los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla–, y se establecieron allí como colonos dedicados a la búsqueda de oro y a la agricultura. 

Eran conquistadores-encomenderos, como parte de las relaciones de poder que se establecieron durante la conquista y colonización de América que, en su diferendo con encomenderos, funcionarios y eclesiásticos, al servicio de la Corona, mostró una posición política desde el Sur en defensa del indio y en su derecho inalienable a ser concebido y tratado como ser humano.

En su artículo Contribución de los memoriales de Bartolomé de las Casas (2), la profesora Bárbara Oneida Venegas, rememora el trabajo del historiador Edgar Morín, al señalar:

“El proceso de mundialización empezó a finales del siglo XV con la conquista de las Américas y la circunnavegación de Vasco de Gamboa. De esta forma estableció la significación, a escala planetaria, del choque de culturas que configuró este acontecimiento, del que se derivan tres procesos culturales a la vez concurrentes y protagonistas: homogeneización y estandarización, resistencia y revitalización de culturas autóctonas y mestizaje cultural”.

Así, La Española fue el primer contacto de Las Casas junto a una violenta e inhumana realidad contra los primeros pobladores o aborígenes –explotados en las minas de oro y en los trabajos agrícolas–, a la que se sumaron eventos como las epidemias. Ante un genocidio de proporciones incalculables y la destrucción de una cultura –que se considera que de los casi 500 mil habitantes nativos a la llegada de Colón en 1492, la población se había reducido a 60 mil, según el censo de 1507–, en esos primeros momentos no existió un cambio perceptible en Las Casas, mas sí un sacerdote impactado por la prédica.

Ya había comenzado la conquista de Cuba, pues desde la búsqueda de nuevos territorios al oeste de La Española en el segundo viaje de Colón en 1494, se había otorgado especial preferencia a la costa meridional de la isla grande, al hacer del Caribe la ruta propia del primer movimiento de conquista que tuvo como escenario el ámbito antillano.

“Al respecto, Cuba guardaba aún muchas incógnitas, la información sobre ella había llegado a la Corona española. Y esto quedó demostrado con el bojeo a la Isla del conquistador Sebastián de Ocampo, entre 1509 y 1510. La expedición atracó en el puerto de Carenas, donde se calafatearon las naves, y en el de Jagua, donde se hizo una larga escala. Al explorar la costa sur occidental se comprobó que la Isla de Pinos estaba separada de la isla grande. Ocampo informó además, que era posible conquistarla, dada la mansedumbre de sus habitantes (…) La primera expedición conquistadora zarpó de la Salvatierra de la Sabana, en La Española, bajo el mando de Diego Velázquez, en 1510 y desembarcó en la región oriental de la Isla. Desde entonces, esta se incorporaría al proceso de conquista, expansión y ocupación hacia el oeste de su territorio.

Bartolomé de las Casas fue un miembro activo de las huestes conquistadoras y colonizadoras españolas, por lo que tuvo la oportunidad de presenciar sus acciones de crueldad contra los indocubanos, además de participar en la fundación de villas y obtener la encomienda del pueblo de indios Canarreo, en la región de Trinidad.

No obstante y según historiadores, anterior a la celebración de la Pascua de Pentecostés dedicada al Espíritu Santo (4 de junio de 1514), y al tener como tarea predicar a los pobladores de Trinidad el sermón correspondiente a dicha festividad, el Clérigo decidió renunciar a ello, e iniciar su prédica a favor del indio, una toma de conciencia producto de los actos de salvajismo de los cuales era testigo casi a diario. Había comprendido que el indio era también un ser humano y, como tal, había que tratarlo, y que la brutalidad de los conquistadores y colonizadores contradecía el espíritu del cristianismo expuesto en las Sagradas Escrituras.

Finalmente, abandonó su encomienda en Trinidad, “para condenar públicamente –desde el púlpito–, las injusticias cometidas contra los indios”. 

En el Día de la Asunción –proclamado desde el 15 de agosto del siglo VI–,  Bartolomé de las Casas pronunció en la ciudad de Sancti Spíritus su famosa homilía conocida como Sermón del Arrepentimiento, en la que proclamó una vez más su toma de conciencia a favor del indio, y conminó a sus adeptos al arrepentimiento de su impiedad: “Sermón que se convirtió en la más dura crítica a la injusticia y crueldad de los conquistadores en este otro lado del mundo, e incluso llevado a su obra-memorias Historia de las Indias (1516-1518)”. (3)

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A diferencia de las colonias españolas, las Trece Colonias norteñas…

La América que fue colonia española nunca constituyó una unidad, para ser cada vez más fragmentada –como ocurrió, por ejemplo, en el Río de La Plata y Centroamérica–. Asimismo y no obstante los esfuerzos de Simón Bolívar, América nunca llegó a convertirse en una sola entidad, lo que a fines del siglo XVIII sí lograron  las pequeñas y poco pobladas Trece Colonias del Norte. 

Al respecto hay que rememorar un hecho muy especial, y es que el conde Pedro Abarca, embajador de España en Francia, hizo llegar en 1783 al rey Carlos III su Memoria secreta sobre América, donde planteó que la República que eran los Estados Unidos había “nacido pigmea”, además de requerir la ayuda de Francia y España para obtener su independencia. Y añadió: “Mañana será un gigante, y después un coloso irresistible en aquellas regiones”. 

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Aproximadamente un siglo después, y corroborando tales palabras visionarias, José Martí llamaría a aquella República, ya abultada por compras y robos, “cesárea e invasora”.

Tras centurias de producirse el descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo…

En una oportunidad el connotado escritor y profesor Juan Nicolás Padrón Barquín destacó que “después de la invasión de Europa en 1492, el racismo de los colonialistas españoles trajo consigo tres variantes a América: la aplicación de la llamada limpieza de sangre, para los súbditos de la Corona, la discusión de si los indígenas americanos poseían o no alma, y una oprobiosa discriminación racial hacia los esclavos africanos”.

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En un primer período, entre los siglos XVI al XVIII, el debate es teológico-medieval, en el cual lo civilizatorio no es más que un aspecto de la cristianización; la cristianización combate, con todas sus armas espirituales y materiales, a paganos, herejes y salvajes, enemigos o desconocedores de su Dios; el objetivo de teólogos y religiosos es la salvación de las almas y la conquista del paraíso celestial; detrás de ello está el de los conquistadores: segregar para dominar. Sobre la base de la fundamentación teológico-religiosa, del derecho canónico y del derecho civil, se estructura, paso a paso y según las circunstancias modificadoras, un sistema de dominación en América. 

Recordemos que la España que arriba a nuestro continente es la que ha concluido un proceso de conquista –llamado en la historiografía tradicional Reconquista– de la Península Ibérica al ocupar, en un proceso de siglos, los territorios que durante generaciones habían estado en manos musulmanas; en manos de los llamados “moros” por los castellanos. Hasta entonces, habían convivido tres culturas –tres religiones– en suelo hispano, la cristiana, la musulmana y la judía. Por medio de la fuerza, y apelando al derecho de conquista, los reinos cristianos, no solo despojaron de sus territorios a “moros” y judíos, sino que, además, les ocuparon sus riquezas y, en el mismo año del descubrimiento de América, expulsaron a los judíos y, unos años después, a los “moros”. Todo este proceso realizado “en nombre de Dios”. Sólo pudieron quedarse en la península los que se cristianizaron. Por estas razones, para distinguir a los cristianos “viejos” de los “nuevos”, se instauró la “limpieza de sangre”. 

El traslado a América de este instrumento castellano fue una hipóstasis que sirvió para excluir a indios, negros, mestizos y a otras razas, del acceso a la cultura, a cargos significativos de gobierno civil o eclesiástico y a medios de riquezas. Ello tuvo un efecto estructurante en las sociedades nacientes: la formación de una élite cultural, política, social y económica, de una élite hegemónica.

Asimismo, y atendiendo a otro tema investigado profundamente por el historiador doctor Eduardo Torres-Cuevas (4), referido a si los indios tenían alma o no, fue el centro de uno de los debates más enconados durante aquellos primeros tiempos, y en los que jugó un papel fundamental de apoyo a todos los sistemas de esclavitud la Iglesia católica. 

“Toda época está llena de nichos en los cuales se refugian y actúan las tendencias que las historias-paradigmas precisan olvidar u ocultar. El debate sobre la condición del indio, cruzó todos los aspectos jurídicos, religiosos, culturales y económicos de los primeros tiempos. Por ejemplo, una de las primeras polémicas que tuvo lugar en 1516, fue entre el primer obispo designado para Cuba, fray Bernardo de Mesa, y fray Bartolomé de Las Casas quien, con posterioridad, sería conocido como Protector de los Indios. Para Mesa, los indios eran inferiores a los hispanos –era la etapa de la conquista insular en Las Antillas; aún no se avanzaba en la conquista del continente–,  porque eran hijos de la luna y el mar, débiles, incapaces de trabajar, lo que los excluía del tratamiento salvador. Es entonces que Las Casas le riposta indicando ¿qué dirían los habitantes de Bretaña, Sicilia y otras islas europeas, con las mismas condiciones que las del Caribe, ante tal inhumano tratamiento?”.

En relación con las independencias americanas, éstas constituyen otra historia, y es aquella de cómo las oligarquías latinoamericanas logran convertirse en la élite hegemónica de las nacientes repúblicas a partir de esa vieja historia de la llamada limpieza de sangre, de la segregación legal del indio, de la destrucción de su cultura, de la discriminación social y de la explotación económica. Motivadas por esto es que hubo conquistas y represiones, tan sangrientas como las coloniales. La conquista, por ejemplo, del Arauca, en Chile, o de la Patagonia, en la Argentina, son acontecimientos de extrema crueldad para someter o extinguir a aquellas poblaciones existentes en dichos lugares. Son reproducción y continuación de los métodos de la conquista solo que modernizados y con una justificación decimonónica.  

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¿Qué ocurre hoy en aquella América Latina descubierta, conquistada y colonizada desde hace siglos?

En el mundo actual y, no obstante el galopante desarrollo de las cada vez más sofisticadas nuevas tecnologías, algo sumamente importante a mencionar son la presencia de oleadas de emigrantes humildes y desfavorecidos procedentes del Sur hacia el Norte; oleadas que son capaces de cruzar el desierto del Sahara o de lanzarse al Mediterráneo, o de atravesar Centroamérica y México como ríos humanos e incontrolables. ¿Causas? Hambre, pobreza, desnutrición; falta de fuentes de trabajo para lograr condiciones mínimas de existencia. Al vaciar las economías del sur, al saquear sus recursos naturales, al limitar su desarrollo –proceso especialmente agudo en los últimos cincuenta años–, a las poblaciones de esos países no les queda más remedio que emigrar.

Es la llamada migración económica, dado que mientras la riqueza se ha ido concentrando en determinadas zonas del mundo, las poblaciones más desfavorecidas tienden a emigrar a ellas, por razones económicas. 

Está además la necesidad de “brazos” –mano de obra barata–; en esos “brazos, la discriminación racial y cultural es mucho más directa y presenta todo tipo de sistemas de explotación, desde la esclavitud, la migración ilegal y las fábricas de bajos costos y clandestinas, entre otros. 

Finalmente, lo que sí hemos tenido el orgullo de observar y de apoyar es que, desde finales del siglo XX y principios del actual, contra la llamada Cultura del dominador, está surgiendo una fuerza con la que han ido resurgiendo a su vez las comunidades indígenas, el pensamiento de América, la propuesta de sociedades americanas, e incluso, cómo los sectores populares han ganado en espacio político. 

Esta es, sin lugar a dudas, una centuria de desarrollo y de construcción de la verdadera América Latina, entendiendo como tal, la que nace sangrante del interior de sus entrañas.

Bien vale rememorar aquel pensamiento de nuestro Héroe Nacional José Martí, en su artículo “Los Códigos Nuevos” (1877): “Toda obra nuestra, de nuestra América robusta tendrá, pues, el inevitable sello de la civilización conquistadora, pero la mejorará, adelantará y asombrará con la energía y el creador empuje de un pueblo en esencia distinto, de nobles ambiciones y aunque herido, no muerto”

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Notas:

  1. Bartolomé de Las Casas. Historia de las Indias, en Carmen Almodóvar. Antología crítica de la historiografía cubana (Época colonial). Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1986.

  2. Bárbara Oneida Venegas. Contribución a los memoriales (1516-1518) de Bartolomé de las Casas. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. Año 108. No.1, 2017.

  3. Bartolomé de Las Casas. Historia de las Indias, en Carmen Almodóvar. Antología crítica de la historiografía cubana (Época colonial). Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1986.

  4. Doctor en Ciencias Históricas, Profesor Titular y ensayista Eduardo Torres- Cuevas, en entrevista concedida a esta periodista en la sede de la Biblioteca Nacional José Martí con motivo del Foro digital de CUBARTE: El engaño de las razas (2011).


 


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