El Tambor: Nación y cubanía


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“Es mejor verlos de lejos. Sus costumbres, bailes y cantos son propios de una comunidad salvaje, distante a todo lo que representa la civilización”. Así pensó el dueño de la plantación “La Cornisa”, que junto a su mujer miraba a los esclavos en su día libre festejar con sus canciones litúrgicas.

Pero no pudieron detener el sonido de los tambores, el ritmo, la cadencia, el calor naciente de sus pies que intranquilos al inicio, terminaron por desobedecer a la razón. Entonces, inexplicables movimientos invadieron sus cuerpos, les derramaron sus energías, hasta que hallaron un nuevo espíritu. Era el espíritu de un nuevo sentimiento, raíces de las que empezaba a brotar un tallo, cuya ramas jóvenes culminarían formando, precipitadamente, el árbol robusto que resultó ser la cultura musical cubana; esa que a pesar de tener una fuente de tonadas peninsulares y compases renacentistas, un día halló, también, su amanecer en los sonidos de los tambores.

Aquella novedosa sonoridad provenía del instrumento que el hombre negro fue creando y modelando, según sus nuevas necesidades de expresarse o de resistir el embate de la cultura colonialista. En sus comienzos tratábase de una cuba, a cuyo extremo más ancho se colocaba un parche de cuero que se sujetaba al cuerpo del instrumento con clavos, y se le afinaba al calor del fuego.

En la obra ensayística del Dr. William W. Megenney se puede apreciar que entre los antecedentes del tambor se encuentra los tambores ngoma (Caja, Yuca y Cachimbo), provenientes de la cultura bantú, los cuales eran hechos de duelas de madera y tenían forma de barril con uno de sus lados de boca ancha. Los tambores batá serían hoy los sucesores de los tambores ngomo.

Como otro antecedente de las congas podemos citar el tambor makuta o tahona, al que luego se le denominó tumba, palabra también proveniente de la cultura bantú.

Téngase en cuenta que los esclavos desprovistos de todo bien propio y distante del lugar del cual se proveían de recursos para crear sus medios de vida, tuvieron que adaptarse al nuevo mundo, y recrear aquellos instrumentos para que fueran semejantes a los que utilizaban en sus lejanas tierras.

Con el pasar del tiempo se fueron modificando las características del elemento percutivo. No es hasta la década del 40 o 50 del siglo XX, que se le incorpora a las congas los herrajes para lograr una mejor afinación. Son diferentes tipos de congas las que hoy se utilizan, según el sonido que se quiera lograr.

Re–quinto: Conga de cuerpo delgado y de afinación aguda. Su función en la rumba es improvisar

Quinto: Conga de cuerpo delgado, también de afinación aguda

Macho o 3-2: Conga de cuerpo mediano, se puede afinar de 2 formas: una es más aguda para poder tocar como tumbadora central en formato de dos o más congas; la otra es más grave para poder tocar únicamente en la rumba.

Hembra o Tumbadora: Afinación grave. Su cuerpo es más ancho.

Re-tumbadora: Esta conga es la más grave de todas. Su cuerpo es más ancho que todas las demás.

Lo cierto es que aquellos hombres, negros y mulatos, supieron tejer el sentido rítmico africano con el tejido musical hispano que como cultura dominante trató de ocultar en el silencio sus expresiones. La asimilación de la cultura hispánica, lejos de representar la total desaparición del patrimonio africano que trajeron aquellos esclavos en la valija de sus recuerdos, dio lugar a un proceso al cual el Dr. Fernando Ortíz, denominó transculturación. 

Hallamos que el proceso de transculturación significó para el esclavo la adopción de una nueva cultura, pero a su vez se expresó como una resistencia férrea para no perder completamente la suya. Quedó entonces esa mezcla hispana–africana, mostrada en los inicios por los géneros europeos como el zapateo, el fandango, el pasodoble, el bolero, la seguidilla, entre otros, asociadas a los ritmos africanos. Surgió, entonces, una mezcla musical enriquecida, con un sabor distinto y novedoso, que dio origen a lo que hoy conocemos como música cubana, siendo el aporte africano lo que cristaliza el proceso formativo de la misma. De esa increíble mezcla nacieron el nengón, el changüí, el son, el sucu sucu, el mambo, la timba, etc.

Han sido muchas las grandes figuras que se han destacado mediante el instrumento de las congas. Recordemos cómo los músicos Luciano Pozo González (Chano Pozo), gran percusionista cubano, rumbero por excelencia, y el destacado jazzista norteamericano Dizzy Gillespie crearon una mezcla musical perfecta para el Jazz.

Otro de los grandes músicos es Cándido de Guerra Camero, conocido como Cándido Camero, a quien se le atribuye ser el primer músico que ejecuta más de una tumbadora para lograr melodías enteras.

Por su parte Federico Arístides Soto, quien fuera conocido por el sobrenombre “Tata Güines”, fue una de las expresiones más espléndida en cuanto a la ejecución de las tumbadoras, pues se convirtió en una gran leyenda, entre las más ilustres figuras ejecutoras de las congas internacionalmente.

Miguel Aurelio Díaz Zayas, más conocido por Angá, a pesar de su temprana desaparición física, en el año 2006, logró marcar un hito en la historia musical cubana por su gran destreza y aporte investigativo en la búsqueda de nuevas sonoridades en las tumbadoras.

No se puede dejar de mencionar a la agrupación insigne del género de la rumba: Los Papines. Maestros de la rumba. Excelentes percusionistas que hicieron de la escena un lujo del espectáculo por más de 40 años.

También nombremos a José Luis Quintana Fuentes, Changuito, maestro de maestros, quien ha dejado una huella imborrable a través de su carrera artística. Virtuoso tumbador de gran repercusión internacional.

Uno de los músicos que fue también trascendental en los instrumentos de la percusión, específicamente en los tambores cilíndricos denominados pailas, fue el connotado Guillermo Barreto Valdés, instrumentista de excelente oído, de gran estabilidad rítmica, que realizó extraordinarios aportes con su ejecución a la música cubana.

Lo cierto es que Cuba fue el resultado del aporte histórico, principalmente, de las culturas hispana y africana; esta última de un valor cultural indiscutible, que enriqueció el proceso de formación de nuestra identidad.


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