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En La Habana antigua: Un crimen judicial


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El instrumento de un “homicidio legal”.

La justicia… ¡también tropieza!

Don Diego José Navarro y García de Valladares, caballero de la ínclita orden de Santiago y vástago de una familia extremeña de la nobleza, con su nombre interminable a cuestas, tomó el mando de la Muy Fiel Isla de Cuba cuando transcurría 1777.

Cuenta entonces la colonia con unos 170 mil habitantes, 44 mil de ellos esclavos.

A pesar de los esfuerzos constructivos de su antecesor, el Marqués de la Torre, el nuevo mandatario no encuentra un paraíso en San Cristóbal de La Habana. Era una ciudad cuyos habitantes luchaban contra el fango, pavimentando nada menos que con la dura madera llamaba quiebrahacha, cuya naturaleza resbaladiza hacía de las calles verdaderas pistas de patinaje.

La Habana de entonces era una auténtica boca de lobo. Sólo rasgaban las densas tinieblas la luz de la luna y la tímida de los farolitos que portaba la ronda nocturna.

Pero, dos veces a la semana, la oscuridad retrocedía en la Alameda de Paula, cada vez que brindaba sus funciones El Coliseo, teatro que el pueblo llamaba El Principal. (Claro, tenía que serlo, pues era el único de la ciudad).

Alrededor de tal lugar ocurrió la tragedia, probadamente histórica, que hoy trae este humilde emborronador de cuartillas.

Los antecedentes

En 1776 el Marqués de la Torre había reunido al vecindario frente a su casa, para dirigirle estas palabras, que aún se conservan:

“Tratamos de hacer un coliseo donde se representen comedias, que provisionalmente se están haciendo en una casa particular. Puesto que las comedias son acomodadas al genio de estos habitantes, debe procurarse que se disfruten con todo género de comodidades… en un coliseo capaz de contener mucha gente sin opresión, expuesto a los vientos que le den alguna frescura… y adornado con la decencia que corresponde a la brillantez de ese pueblo”.

El gobernador Navarro, aficionadísimo al teatro, no se perdía ni una de las puestas en escena de El Coliseo.

Una noche, a mediados de marzo de 1778, se representaba El desdén con el desdén, un clásico del dramaturgo español Agustín Moreto.

Es de sospechar que la puesta en escena no fuese ninguna maravilla. Imagínese usted: el pago de los actores era como para morirse de anemia perniciosa.

Según lo acostumbrado, compartía el palco del gobernador Navarro su amigo José Garro, hacendado, hombre de amplia cultura.

Terminada la función, el gobernador se despidió de su contertulio, para después partir en su carroza.

No sospechaba que era la última vez que iba a ver vivo a su amigo.

Los hechos

Garro partió en su calesa, por la calle Luz. Casi de inmediato, alguien se colgaba del vehículo. No le quedó más vida que para sentirse herido por mortal puñalada.

Cuando se detuvo el vehículo, simultáneamente, el cadáver fue descubierto, y alguien que venía colgado emprendió una carrera, sólo para ser apresado de inmediato por los veladores. Era un joven negro.

Ya entonces existían esos “enterados” que lo saben todo, todo, todo. (Sí, quienes aseguran conocer desde el surgimiento del planeta Tierra hasta la hora de la madrugada en que entra un hombre en casa de Cheíta). Y juraron que el preso era el criminal.

Alguna gente sensata argumentó que no había pruebas concretas contra el supuesto agresor, y que era muy extendida costumbre colgarse de los vehículos para ahorrarse una caminata.

Pero poco después el cadáver del joven pendía de una horca.

Pasó el tiempo. Y el capataz del ingenio azucarero propiedad del asesinado, en el lecho de muerte, confesó ser el autor del homicidio, como venganza por una fuerte reprimenda que le dirigió Garro.

No caben dudas: aquel ahorcamiento fue un crimen judicial.


1 comentarios

José Sierra Garzón
14 de Febrero de 2018 a las 04:06

Diego José Navarro no era extremeño, ni su padre fue gobernador de Badajoz. Nació en Higuera junto Aracena (actual Higuera de la Sierra), perteneciente a la provincia de Huelva de la región de Andalucía, el 4 de Febrero de 1708, hijo de Diego Navarro (abogado de la Real Audiencia y Corregidor de la villa de Niebla (provincia de Huelva) que era natural de otro pueblo onubense llamado Corteconcepción, su madre era natural de Higuera junto Aracena. Todos sus antepasados eran andaluces, según consta en su árbol genealógico que figura en la documentación del expediente que sirvió para hacerlo caballero de la Orden de Santiago.

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