Eusebio Leal Spengler: “No perezca en lo porvenir la fe habanera”


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La Habana, una de las capitales más bellas de América y del mundo, celebra este noviembre el Aniversario 501 de su Fundación en momentos de exclusiva trascendencia nacional e internacional producto de la amenaza de una pandemia que ya ha elevado a miles el número de víctimas en todo el orbe, al igual que la agudización de un criminal bloqueo económico, financiero y comercial que implica ell retorno de una retórica sumamente agresiva, traducida en acciones concretas e inéditas que superan dicho recrudecimiento, en especial, en el área energética y de suministro de combustibles; en campañas agresivas de mentiras y calumnias contra nuestras brigadas médicas de solidaridad y ayuda a los más necesitados en cualquier parte del mundo; al igual que amenazas y presiones al sector turístico, y de presiones contra los vuelos internacionales”.

No obstante, es así cómo La Habana, capital de todos los cubanos y puerta abierta a la solidaridad y amistad con todos los pueblos del mundo, celebra un aniversario más de su existencia y sin nunca olvidar su asiento definitivo en la costa norte junto al puerto que le otorgaría una celebridad mundial. Es por ello que debemos remitirnos al año 1514, en el cual debió establecerse un campamento que los conquistadores españoles ubicaron en la costa sur; en un punto de la Ensenada de la Broa y quizás, con percepción más exacta, en el entorno de Melena del Sur.

Durante una visita que realizó a aquel lugar, hace pocos años atrás, el inolvidable Historiador de la Ciudad doctor Eusebio Leal Spengler, expresó:

“(…) El Ade­lantado Diego Ve­láz­quez hacía mención en una de sus Cartas de Relación al monarca que “la ciudad de este nombre (San Cris­tóbal del sur) era un gran ba­tey, rodeado de bujíos, con sus respectivos caneyes, o casas regias para sus Gemires o Dioses Penates y pa­ra sus Caciques o su Rey. Estaba cer­ca de la costa sur, en un llano fértil y ancho, sobre el río Güinicaxina” que resulta ser al ac­tual Ma­yabeque.

De cualquier forma y aunque otros historiadores como el decano Don César García del Pino sitúan el poblado en una latitud más occidental, evidencias cartográficas prestigiosas y antiguas esclarecen que cuando ya existía La Havana en la latitud Norte, aún pervivía el llamado Pueblo Viejo: San Cristóbal, o sea La Havana del Sur”.

En otra parte de su intervención, el doctor Leal Spengler citó a la historiadora cubana  Hortensia Pichardo, fiel seguidora de los debates que el tema sugirió a Je­naro Artiles (1897-1976), prestigioso paleógrafo, archivero y bibliotecario español que transcribió los dos primeros tomos de las Actas Ca­pitulares del Ayuntamiento de La Habana, “y aún para mi predecesor el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring —por razones obvias apasionado en el tema—, los primeros Historiadores de Cuba y de La Habana, dígase Pedro Agustín Mo­rell de Santa Cruz, Antonio de Herrera, Ignacio José de Urrutia, Jacobo de la Pezuela, José María de la Torre, Manuel Pérez Beato… por solo citar algunos, no lograron resolver el tema. La arqueología hasta aquel momento no mostró resultado alguno como los que pudo hallar José María Cruxent, venezolano de origen catalán, al hallar las ruinas de La Isabela, el primer poblado colombino en América, en la isla La Española”.



Sobre la forma en que se hizo efectivo el acto fundacional de La Habana, el Historiador de la Ciudad destacó que “según la tradición y las formas de actuar de los españoles, era común y casi obligatorio el ritual de escoger fechas en el calendario juliano entonces vigente [1]. Esta pudo ser la causa de denominar al asiento inicial en la Costa Sur como San Cristóbal. Solía colocarse un poste, sembrar una cruz, escoger un árbol significativo y corpulento y situarse por lo general cerca de una comunidad indígena que pacíficamente acogiera a los recién llegados, proporcionándoles suministros indispensables; aunque para ellos resultaban a veces exóticos o repugnantes como las deliciosas iguanas asadas, peces nunca antes degustados y carnes rojas escasas de jutías o aves de la tierra. Con relación al pan, Cristóbal Colón advierte en su momento la necesidad de adecuarse al casabe [2], pues la harina de Castilla que llega húmeda en el vientre de las carabelas, se agusana tanto como el vino se torna agrio por su pobre resistencia al clima tropical (…) La Habana real, la que nació de la unión del Pueblo Viejo y el Nuevo, constituyéndose en un ente que se llamó San Cristóbal de La Ha­bana.

El ocho de octubre de 1607, por Real Cédula, la ciudad queda reconocida como capital oficial de la colonia, cuyo gobernador ostentaba la representación de la corona. La Habana quedó situada en el centro del teatro operacional de las armadas, sede circunstancial del anclaje de las flotas por mandato regio, lo cual no solo atrajo riquezas sino permitió a los vecinos muy tempranamente adecuar todo tipo de servicios para acoger a miles de viajeros. Igualmente, la naciente capital estuvo sujeta al orden riguroso establecido por el Cabildo, institución de Castilla en América obligada a elegir a sus miembros, a dejar prueba documental de sus actos, a expedir licencias y a conservar la capacidad defensiva, siempre amenazada y sujeta al peligro de las inciertas relaciones entre las potencias europeas que se proyectaban sobre el Caribe.
 


La Habana: hermosa, cautivadora, siempre abierta a la amistad, a la plenitud y aspiraciones de sus pobladores y de todos aquellos que la visitan, y tal como la presenta la inscripción junto al mítico árbol de ceiba en la Plaza de Armas, al exhortar a los caminantes:

Detén el paso, caminante,
adorna este sitio un árbol,
una ceiba frondosa, más bien
diré signo memorable de la
prudencia y antigua religión
de la joven ciudad, pues
ciertamente bajo su sombra fue
inmolado solemnemente en
esta ciudad el autor de la
salud. Fue tenida por
primera vez la reunión de
los prudentes concejales
hace ya más de dos siglos:
era conservado por una
tradición perpetua; sin embargo
cedió al tiempo. Mira, pues,
y no perezca en lo porvenir
la fe habanera. Verás una imagen
hecha hoy en la piedra, es decir,
el último de noviembre en el año 1754.

Los trabajos de regeneración de La Habana continúan tal como se conciben en el Decreto Ley 143 de octubre de 1994 en el que el Líder de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz otorgó a la Ofi­ci­na del Historiador, junto a todos los organismos y entidades del estado, la altísima responsabilidad de salvar —aun en tiempos perentorios y difíciles— el legado contenido en una de las ciudades más bellas del mundo: la capital épica de la Re­volución Cubana; ciudad que enaltece aquellos períodos claves en el proceso de formación de la nacionalidad cubana, de su continuidad ética en tiempo y espacio hasta enarbolarse dialécticamente en toma de conciencia, y consolidarse a partir del nacimiento en ella de la figura del más grande y universal de todos los cubanos: José Martí.

Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de la Ciudad de La Habana

La vida debe ser diaria, movible, útil;
y el primer deber de un hombre de estos días,
es ser un hombre de su tiempo.

 José Martí.

A lo largo de nuestra Historia, han surgido figuras y personalidades distintivas en su labor por el mejoramiento humano dentro de su pueblo y país; personalidades, además, representativas del pensamiento educativo y cultural cubano. Es el caso de la obra de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), primer Historiador de la Ciudad de La Habana.

El siglo XX irrumpió en el Archipiélago cubano tras las consecuencias de la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, que representó no sólo la llegada de los interventores yanquis, sino también la elevación del imperialismo de Estados Unidos a potencia mundial con la consecuente inauguración de un sistema de dominación neocolonial. Conjuntamente a ello la instauración de una república neocolonial burguesa trajo modificaciones dentro de las ideas del pensamiento que se habían movido en el escenario finisecular cubano. El horizonte nacional sombrío ante las frustraciones del ideario independentista, entregó una buena dosis de pesimismo a la conciencia de la intelectualidad, mientras la elevación de la madurez de la clase obrera entra en el escenario político sobre el preámbulo de un temprano ideal socialista, que más tarde se materializó con la fundación del Partido Comunista de Cuba en 1925.

Como parte de una tendencia más ligada a lo nacional y a las tradiciones culturales, patrióticas y progresistas, heredadas del pensamiento revolucionario e independentista del siglo XIX, un grupo de personalidades también abordaron los problemas generales de la educación cultural en el país durante más de tres décadas. Esta línea de pensamiento estuvo presente durante toda la república burguesa y dentro de sus figuras claves contó con Ramiro Guerra, Fernando Ortiz, Raúl Roa, Juan Marinello, Emilio Roig de Leuchsenring, entre otros. Importantes intelectuales que al mismo tiempo eran pedagogos, sociólogos, filósofos, historiadores, políticos y estudiosos de la cultura introdujeron reflexiones muy serias en torno a cómo contribuir desde las aulas a otorgarles un verdadero sentido a determinados valores, como ideales rectores de la sociedad.

El dominio económico, político y comercial imperialista al igual que su constante intromisión en los asuntos internos del país y la dependencia directa de sus gobiernos de turno a los designios del vecino norteño provocaron un enorme sentimiento de frustración popular que tan sólo sería solucionado con el advenimiento de la clarinada de la joven Generación del Centenario del Apóstol liderada por el joven abogado Fidel Castro Ruz.

Emergía así una joven generación de  intelectuales con aspiraciones de innovar, de probar fuerzas y de dejar atrás principios rectores obsoletos, porque moderna, inteligente y orgánicamente habían asumido sus deberes cívicos y se enmarcaban en una complejo contexto internacional.

En este sentido resulta imprescindible resaltar la presencia de una obra histórico-educativa en Emilio Roig de Leuchsenring, quien en 1935 fue nombrado Historiador de la Ciudad de La Habana, cargo que desempeñó hasta su muerte ocurrida en 1964, en pleno proceso revolucionario cubano. A él, entre otros muchos aportes, se le debe la divulgación del conocimiento de la Historia de Cuba, para lo cual concibió la publicación de obras claras, sencillas y de distribución gratuita sobre temas históricos diversos; entre ellas, la agrupada en la colección Cuadernos de Historia Habanera, de la cual se publicaron 75 números.

Acerca de la obra del Primer Historiador de la Ciudad de La Habana –sustituido en 1965 por el doctor Eusebio Leal Spengler–, y según testimonio del connotado historiador Julio Le Riverend, “ésta merece ser estudiada e investigada con más profundidad (…) Bastaría revisar la bibliografía de Emilio Roig de Leuchsenring y, por ejemplo, examinar algunas de sus tesis políticas e historiográficas, para percatarse de que todo ello está esperando el trabajo de nuevos investigadores”.

Por su parte el poeta y escritor Ángel Augier afirmó que: “fue Emilio Roig de los que primero advirtieron y difundieron el mensaje intransigente revolucionario de José Martí, frente a quienes pretendieron distorsionar la vida y obra de nuestro Apóstol, además de volver los ojos a los grandes iluminados que dieron vida a una cubanidad mucho más real e indestructible que la que por aquellos años se enarbolaba. Y entre todos esos hombres sintió que ninguno estaba más cerca y era más útil que José Martí (…) Su pensamiento partió siempre de Martí. Sus direcciones fueron martianas. De Martí tomó sus preferencias por los humildes y por los niños. De Martí arrancó su interpretación de nuestra historia y su vigilancia sobre nuestros destinos históricos”.

Notas
[1] El calendario juliano fue una reforma del calendario romano introducido por Julio César en el 46 A.C. Entró en vigor en el año 45 A.C. Era el calendario predominante en la mayor parte de Europa y en los asentamientos europeos en las Américas hasta su sustitución por el calendario gregoriano en 1582.
[2] Es muy popular el dicho “a falta de pan casabe” que se refiere a la determinación de Colón de elegir el casavi que consigna en sus anotaciones, como el pan necesario en estas latitudes.

Referencias bibliográficas
Augier, Ángel (1980). Homenaje a Emilio Roig de Leuchsenring en el XL Aniversario de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. La Habana: Biblioteca Nacional José Martí.
Barcia, María del Carmen (2013). Segundas Lecturas. Intelectualidad política y cultura de la república burguesa. Matanzas: Ediciones Matanzas.
Le Riverend, Julio (1967). Semblanza biográfica de Emilio Roig de Leuchsenring. Revista Universidad de la Habana, 191. pp.191-203

 


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