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Ferias del libro o una biblioteca básica de cultura latinoamericana


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“Cuando una obra literaria realiza plenamente su función,  las dos fuentes de saber y placer no sólo coexisten, sino que también se funden: placer estético, que es actividad superior del espíritu, y saber que radica en el fondo y en el significado, artísticos también”, expresó en una ocasión la profesora universitaria doctora Camila Henríquez Ureña. (1)

Y en esa afirmación quizás radique, como característica fundamental entre muchas otras, el éxito de las ferias del libro en Cuba.

Mas, acerca de ellas, quisiera remontarme —y en feliz coincidencia con el presente—, al que probablemente fue el antecesor de estas extraordinarias citas con el libro. Me refiero a la Biblioteca Básica de Cultura Latinoamericana surgida a partir de connotadas figuras de nuestra literatura continental, entre ellas Alejo Carpentier, quien junto a otros colegas como Manuel Scorza, de Perú; Rómulo Gallegos y Juan Liscano, de Venezuela; Alberto Zalamea, de Colombia y Jorge Icaza, de Ecuador, se dieron a la tarea de conformar (como bien plantearon), “una Biblioteca Básica de Cultura Latinoamericana la que a través de multitudinarios Festivales de Libro, se está formando en centenares de miles de hogares latinoamericanos, y responde a una imperiosa necesidad: difundir los libros fundamentales de la Cultura latinoamericana (…). Esto es lo que han logrado los Festivales del Libro que vienen publicando, semestralmente, las series que forman la Biblioteca Básica de la Cultura latinoamericana. En ella figuran las obras más importantes de la literatura, del ensayo y de la historia de América, incorporadas a través de la más rigurosa selección, especialmente cuidada en el caso de aquellos libros que, debido a prejuicios, a desconocimiento o falta de circulación, no habían alcanzado la difusión que merecen (…) Esta Biblioteca Básica...es el medio más adecuado para alcanzar un conocimiento integral de la rica y variada cultura latinoamericana, tan falseada por fáciles sumarios”.

En aquel entonces la dirección del Festival del Libro Cubano —al igual que la del Segundo, un año después—, estuvo a cargo de Carpentier quien, muy acertadamente, seleccionó un grupo de relevantes obras de autores de la Isla. Entre ellas estuvieron no sólo la que nos acompaña en este trabajo, sino también otras de la pluma de nuestro Apóstol como son: José Martí: Sus mejores páginas; José Martí: Poesías completas  y  José Martí: La Edad de Oro.

Asimismo, en el caso de la Cultura cubana, para ambos Festivales fueron escogidos títulos como: Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde; Tradiciones cubanas, de Álvaro de la Iglesia; Rumores de Hormigo, de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo; Caniquí, de José Antonio Ramos; El pensamiento vivo de Varona, de Félix Lizaso; Sus mejores poemas, de Nicolás Guillén; Pedro Blanco, el Negrero, de Lino Novás Calvo; El Reino de este Mundo, de Alejo Carpentier; La conjura de la ciénaga, de Luis Felipe Rodríguez; Las impuras, de Miguel de Carrión y las selecciones de Los mejores ensayistas cubanos y de Los mejores cuentos cubanos.

De nuestros vecinos de Venezuela, Perú, Colombia y Ecuador —y en vías de preparación ulterior otras de autores mexicanos, centroamericanos y brasileños—, estuvieron: Historia de la Florida, de Garcilazo Inca de la Vega; Poemas Escogidos, de José Santos Chocano y de César Vallejo; Los mejores cuentos peruanos (tomos I y II), Cantaclaro y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos; Los mejores cuentos venezolanos,  Las mejores poesías venezolanas, Don Segundo Sombra, de Ricardo Guiraldes; Casas muertas, de Miguel Otero Silva; La hojarasca, de Gabriel García Márquez; Los mejores cuentos colombianos, Las mejores poesías colombianas, El chulla Romero y Flores, de Jorge Icaza;  Los argonautas de la selva, de Leopoldo Benítez, y Los mejores cuentos ecuatorianos.

De esta forma, y en la modalidad de bolsilibros, una nueva imagen de nuestra América continental, de nuestra América martiana, de nuestra Cultura latinoamericana y caribeña comenzó a abrirse paso delimitando fronteras, conocimientos, aspiraciones y nuevas y futuras acciones que trascenderían con el paso del tiempo en la verosimilitud de su memoria histórica. El pensamiento martiano en cada uno de aquellos bolsilibros, sería ejemplo de ello a partir de ese pensamiento vaticinador de fenómenos y hechos, nunca alejado de su análisis y acción en el modo de ver la realidad de origen idealista revestida de materialismo. Realidad exacerbada de verdades que Martí demostraría en cada uno de sus escritos, con el único objetivo de aunar mentes y fuerzas —dentro y fuera de la Isla—, para el logro de la guerra necesaria, apostolado hoy más irredento que nunca en Nuestra América.

 

 

 

Notas

 

(1) Henríquez Ureña, Camila: Invitación a la lectura. Editorial Félix Varela. La Habana, 2006.

(2) Primera Edición. Impreso en los talleres gráficos de Torres Aguirre s.a. Lima, Perú, 1959 (250 000 ejemplares).

(3) Primer Festival del Libro Cubano, bajo la dirección de Alejo Carpentier.


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