Gertrudis Gómez de Avellaneda: una mujer desprejuiciada y no convencional / Por Astrid Barnet


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Nuevamente el capitalino Centro Cultural Dulce María Loynaz batió palmas gracias a la presencia del doctor Roberto Méndez, laureado escritor e investigador literario, quien ofreció una conferencia referida a la obra poética de Gertrudis Gómez de Avellaneda (La Tula).

La obra de esta autora en vida tuvo una importancia fundamental y un amplio reconocimiento tanto en Cuba como en España; el siglo XIX la aceptó como una gran poetisa. Sin embargo, a medida que transcurrió el tiempo y se inicia el siglo XX comenzaron una serie de cuestionamientos referidos a su poesía por parte de autores muy diversos. Es el caso de escritores como Cintio Vitier, quien afirmó que la poesía de La Tula parecía una oquedad; al igual que el poeta y dramaturgo Virgilio Piñera (…) “Quizás estos criterios se hicieron mucho más agudos en los años setenta del pasado siglo cuando la evaluación de su poesía cambió de normas, de moldes, hasta llegar a decirse que no era una gran cosa, y pasar a ser entonces una poesía tan solo interesante, pues lo que realmente valió la pena fue su correspondencia. Sin embargo, yo continúo convencido de que la poesía de la Avellaneda es Gran Poesía, más allá del estrago que, sobre la obra de ella, pueda hacer cualquier poeta.”

“Así, existen prejuicios muy difíciles de desarraigar”, expresó en otra parte de su intervención el profesor Méndez, para recalcar seguidamente: “Yo sí estoy convencido de que la poesía de la Avellaneda es gran poesía y mucho más allá del estrago que en la obra de casi cualquier poeta puede hacer el tiempo. El cambio de los modos de hacer provoca que la obra de un autor no parezca ni cercana ni interesante mas, si el autor es un gran autor, textos memorables, duraderos, siempre resistirán la prueba del tiempo”.

A continuación realizó una invitación especial al auditorio reunido con motivo del bicentenario del nacimiento de La Tula, para reevaluar su magnífica obra poética.

Fue una mujer que llega con tan solo 22 años a España trayendo consigo un soneto de su autoría, Al Partir, escrito durante su viaje hacia ese país, cuya popularidad difícilmente la Avellaneda va a superar en el resto de su obra. Al respecto el reconocido investigador valoró dos aspectos. El primero, la Avellaneda posee el talento de una mujer educada en provincia, de forma autodidacta e indisciplinada y sin acceso alguno a intelectuales. Lo segundo es analizar, si la Avellaneda no tuvo inicios, o balbuceos, ¿arrancó a escribir con un poema como Al Partir tan joven?

“Sin embargo existe algo fundamental, dijo, y era la capacidad crítica de la Avellaneda hacia su obra. El único texto juvenil de su autoría incluido en las ediciones ulteriores fue Al Partir, o sea, tuvo el criterio de hacer desaparecer todo lo demás, para mantener hasta el final esta ansia de perfección, de realizar cualquier acción lo mejor posible, algo que llegó a dañarla, porque no podía parar de continuar escribiendo hasta luego de publicarse sus trabajos; de una edición a otra volvía a trabajar el poema (…) Cuando decide preparar sus obras definitivas, en 1869, no puede dejar de corregir sus poemas juveniles, quitándoles espontaneidad y gracia, a fuerza de querer corrección al extremo. Es por ello que a la hora de analizar sus poemas hay que puntualizar de qué versión de ellos se trata. Este es un problema que tienen los antologadores de su obra, quienes toman un poema de ella de una etapa de su  vida, y lo ponen en la versión última trabajada.

Citó al intelectual José María Chacón y Calvo quien, siendo muy joven, tuvo la habilidad de estudiar la poesía de La Tula y de confeccionar una tabla de variantes de sus poemas; en ella, sin lugar a dudas, se percibe “una mezcla de talento natural con una inmensa capacidad de trabajo cotidiano extremadamente fuerte, y llega a crear un oficio realmente notable”.

En el poema A mi jilguero —muy cercano a la poesía popular, el que dedica a un pajarito que tenía encerrado en una jaula—, la escritora reside en Galicia donde empieza a conocer sobre “costumbres, con modos de ser y de vivir que ella siente como si estuviese presa.

Rememoró el profesor el choque cultural con sus primas españolas, quienes de inmediato aspiraban a que la Avellaneda se ocupase de las labores domésticas, se escandalizan porque la ven leyendo a Rosseau… Para poner fin a dicha situación, ella exige parte de la herencia de su padre, y decide marchar a Sevilla, donde existe una cultura más cercana a la camagüeyana para hacer su carrera profesional como escritora.

Recalcó Méndez sobre el ambiente cultural hispano, el que consideraba que la poesía debía tener un matiz hogareño, lírico, sencillo y con una determinada enseñanza moral escrita en versos. Sin embargo todo ello se interponía “a su espíritu resuelto y decidido a emular o arrancarle a los hombres el dominio del mundo literario español, que se movía entre el ateneo, el círculo de bellas artes, los cafés y teatros”, y todo esto con la presencia limitadísima de una mujer. “Ella decide romper, entonces, con todas esas normas” y, entre otras determinaciones, aspira a leer poesía en el Liceo de Madrid, un espacio dedicado tan solo para hombres.

“Así las cosas, le abren las puertas del Liceo —se desconocen las circunstancias—, donde da lectura a una Oda a la Poesía, “en versos de arte mayor, con fuerza y resonancia y altura de los poemas masculinos (el llamado ventriloquismo). Es así como utiliza una sección de su poesía en un registro donde imita la voz masculina para no verse limitada a la poesía íntima, lírica, para, de esa forma, poder hacer lo que acostumbra hacer un poeta (…) A partir de esto, es que se le impregna el calificativo: Es mucho hombre esta mujer.

Según el conferencista, su poesía parte de los moldes de José María Heredia, de Quintana…una poesía enfática venida del primer período del Romanticismo español, mas “en la Avellaneda tiene un sentido liberador con el objetivo de demostrar que puede escribir la poesía saliendo del tono convencional asignado a las mujeres, y que es capaz de escribir poemas altos, ambiciosos y complejos como los de los poetas hombres, y de importante habilidad métrica.

Entre las anécdotas referidas a la autora, el disertante citó la ocasión en que se convoca a un concurso de poesía, al que La Tula envía dos poemas. Uno, titulado La memoria de los reyes, lo firma con su nombre, y el otro, La clemencia, llevaba el nombre de Felipe Escalada, su medio hermano. El primer premio lo recibe La clemencia y el otro también (…) Se alzó así con dos premios: uno de hombre y otro de mujer.

El poema Los duendes, de Víctor Hugo, lo traduce del francés, en el que decide escribir en versos bisílabos —no acostumbrados en la época por los autores—; existe un poema, La noche del insomnio en el alba, que inicia con una octavilla con dichos versos, parte entonces de dos sílabas hasta irse multiplicando y concluir en versos de 16 sílabas. Siempre se hallaba en la búsqueda de la perfección en sus poemas; era la gran experimentadora.

Durante su intervención tuvo en cuenta el factor género y el estar permanentemente sometida la poetisa a muchas presiones en el contexto literario y hasta al desprecio de la España que le tocó vivir.

Siempre formada en los moldes de la religión cristiana, al final de su vida —fallece en 1873—, “se refugia tras su segunda viudez, y escribe un devocionario donde incluye toda su poesía religiosa, y además de realizar salvos de La Biblia en versículos con tono de poesía conversacional (…) muy distinto al tono convencional del Romanticismo español. Era capaz de ser una mujer profundamente cristiana y, al mismo tiempo, era capaz de sentir el fuego del amor. Era un ser desprejuiciado y no convencional; las cartas ardientes y repletas de reproches dirigidas a su gran amor, Cepeda, son ejemplo de ello. Definitivamente fue alguien que nunca encontró el tono adecuado para los hombres, producto de su sinceridad y de sus profundos sentimientos.


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