Indios no, Arahuacos…


indios-no-arahuacos

Hablamos de pueblos indígenas y pensamos en pirámides mayas en Guatemala, Machu Picchu en Perú, Chichen Itzá en México. Nos quedamos en América, y no en toda América por cierto.

Es decir que cuando nos hablan del Día Internacional de los Pueblos Indígenas soslayamos más de cinco mil pueblos considerados como tales y que también son conocidos como pueblos originarios o nativos, grupos humanos que pertenecen a culturas que sobrevivieron la expansión de la llamada civilización occidental, pueblos que no tienen ascendencia europea.

Nos saltamos poco más de 300 millones de personas distribuidas por todo el planeta, y eso porque no salimos del camino trillado.

De habitual ante el término que sea utilizado —originarios, nativos o indígenas—, ante la fecha que se celebra cada 9 de agosto, decimos mayas, aztecas e incas, y enumeramos a continuación quechuas y aimaras como si no fueran culturas incas.

Bueno, si a los nuestros les seguimos diciendo aborígenes cubanos -y a veces hasta les decimos indios- y nunca recordamos que eran arahuacos, que tainos y siboneyes pertenecieron a esa cultura, y que llegaron un día perdido en la memoria de las corrientes marinas, porque es bueno acordarse que llegaron de otros sitios de América —norte, centro y sur—, que no brotaron de esta tierra como si fueran flores de romerillo, y que partieron de un tronco cultural común que compartimos con mucho países que aún conservan parte del idioma, que nosotros perdimos totalmente, salvo excepciones, lo cual no quiere decir que en Cuba no existan descendientes de aquellos primeros pobladores: no, para nada, eso de que se extinguieron fue pura fábula.

Si bien es cierto que los europeos se empeñaron de a lleno en ello, algunos fueron a dar a Guanabacoa o Jiguaní, por ejemplo. Los que extinguieron a nuestros aborígenes fueron los historiadores, a puro plumazo, lo que nos demuestra que los historiadores somos altamente peligrosos cuando comenzamos a redondear.

Claro, los descendientes que nos quedan están muy mestizados, tanto física como culturalmente. No reúnen las características que explican las resoluciones de la UNESCO —cosmovisión, particularidades culturales y lingüísticas—, y si arriba de eso los seguimos denominando solo aborígenes cubanos —y algunas veces, indios—, aculturándolos, estamos mal encaminados.

Y mal encaminados también estaremos si continuamos pensando en América —solo en una pequeña parte de América— y nos quedamos anclados en lo conocido, sin pensar que lo conocido es escaso y poco variado, y no avanzamos más allá de quechuas y aimaras, mayas y aztecas, y -al máximo- guaraníes y charrúas.

Dónde dejamos bribris, pipiles, wayuus, mapuches, changos, kunas, anolaymas, chibuleos, uros o chibchas…

Casi que me caí sentada cuando supe que el famoso mito de El Dorado tiene su origen en la orfebrería desarrollada por los chibchas en Colombia. En realidad debí decir que me caí de la silla, porque para encontrar estas cosas he tenido que leer lo que nadie se imagina: libros, y libros, y libros.

Y qué decirle de cuando descubrí que en wayuu soy una dama poderosa. Sí, señor, porque yo soy guajira, recuérdelo, y el término guajiro es directamente derivado de wayuu. Un wayuu en arahuaco es un guajiro, que significa señor, hombre poderoso, de donde se puede concluir que soy una dama poderosa. Me gustan los wayús.

Además me gustan por ese personaje denominado pütchipü’üi, palabra impronunciable que significa palabrero, que es la persona que centra la administración de justicia, porque ellos tienen su propio sistema normativo organizado a través de la Junta Mayor Autónoma de Palabreros. Este sistema autóctono de derecho es reconocido por los gobiernos de Colombia y Venezuela, y declarado por la UNESCO como parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Y qué decir de los uros, un pueblo ancestral que habita en las islas flotantes ubicadas en la bahía de Puno, un grupo de islas artificiales hechas de totora, que es el nombre que reciben los juncos. Allí la subsistencia se basa en una cultura ligada a la pesca y la artesanía con esas plantas, sobre todo lo que llaman caballitos de totora que son embarcaciones que los uros elaboran, y que tienen una tradición de unos tres mil años en los que se ha mantenido el mismo diseño. Realmente formidable, y tuve que enterarme por una foto de unos amigos… ¡Ay! Que casi me olvido: Puno está declarada como Capital Folclórica de Perú.

Y hay más, muchísimo más… No quisiera dejar la Quebrada de Humahuaca, Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad, por lo de su famoso carnaval… ¿Recuerda usted el Carnavalito, que tanto se escuchó? Ese que decía “fiesta de la quebrada humahuaqueña” y cantaba “quena, charango y bombo, carnavalito…” Ojala lo recuerde porque eso viene de por allá, de la cultura omaguaca. O el Camino del Inca, que ha unido por siglos, más allá de fronteras y reclamaciones territoriales, a Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia y Argentina, con su centro en Cuzco, la Roma de la América Precolombina: si en Europa todos los caminos conducen a Roma, en América todos los caminos conducían a Cuzco.

Aunque mejor dejemos el sur y vayamos al centro. Los teribes de Panamá, gobernados por un Rey que es elegido por votación popular, siempre cuando sea de apellido Santana. Los pipiles de El Salvador, que fueran masacrados en 1932 por un salvaje que tenían los salvadoreños en la presidencia, solamente porque lo contradijeron. Los pech de Honduras, donde se instalaron hace unos 3 mil años, que se consideran descendientes de los 9 hermanos, bisnietos del trueno, y conservan sus instrumentos musicales autóctonos. Los bribri de Costa Rica, que viven en casas levantadas sobre pilotes, y conservan su lengua y su cosmogonía donde resalta el Usuré, casa cósmica, lugar de reflexión y paz.

Sin contar Guatemala, corazón del Mundo Maya, donde más de cuatro millones de descendientes continúan hablando su idioma, donde se encontró el Popol Vuh, ese libro maravilloso que narra el origen de la humanidad.

Y de Guatemala podemos pasar a México y así recorrer la América norteña; pero antes de llegar es bueno hacernos la idea que es difícil reducir a los territorios actualmente conocidos las áreas ocupadas, no existían fronteras —qué maravilla de convivencia— y además se desplazaban a conveniencia sin pasaportes —otra maravilla de convivencia— y podemos encontrar las huellas de los originarios en cualquier sitio que les quedara a tiro, como se dice.

Con esto quiero decir, para exponerlo gráficamente y en criollo legítimo, que los mayas se regaron como un juego de yaquis y por el sur llegaban a El Salvador y por el norte hasta Yucatán, donde se encuentra Chichén Itzá, ciudad prehispánica Patrimonio de la Humanidad. O que los pipiles primero andaban por México y emigraron cuando aztecas y mixtecos le agitaron el terreno.

Bueno, ahora sí que nos vamos hacia la América del Norte, rica en culturas y civilizaciones, desde esquimales —que ya no se les llama así— en el extremo norte del continente, hasta las civilizaciones azteca, olmeca y maya al sur.

Por eso nos quedamos donde estábamos y comenzamos en México donde hay de todo: nahuas, totonacos, toltecas, zapotecos, mexicas, mayas, y todo un mosaico cultural, con sus idiomas incluidos.

Y las festividades, que la celebración del Día de Muertos, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es anterior a la llegada de los españoles: mexicas, mayas, purépechas y totonacos ya celebraban sus rituales con Mictecacíhuatl, la Dama de la Muerte.  Y ni que decir de la gastronomía mexicana, también Patrimonio de la Humanidad, que se remonta aproximadamente unos 10 mil años, por los tiempos en que fue domesticado el maíz.

Dejando fiestas aparte, qué decir de las enormes cabezas olmecas. Me estoy refiriendo a las esculturas encontradas en los sitios arqueológicos estudiados en las zonas cercanas al golfo: miden más de 4 metros y pesan toneladas. ¡Tremendas cabezas!

Siguiendo rumbo norte nos remontamos hacia áreas más frías, polares diría, allá por Canadá y Alaska, para encontrarnos con los inuit y los yupik, que es casi lo mismo pero que no es igual, aunque no sepa yo explicar las diferencias tan sutiles.

Y después podemos ir descendiendo hasta los miamis. Sí señor, así mismo, miamis, que no es error. Los indígenas miamis, que residían en torno al lago Okeechobee y a lo largo del río al que dieron su nombre, y que habitaron la zona en el pasado. Su nombre viene significando, más o menos, pueblo de la península. Estamos en Estados Unidos y aquí llega otro nivel de desinformación.

Los llamados oestes, las películas de vaqueros por tantos años difundidas, nos dejan extraviados. Arizona, los navajos, los apaches y Gerónimo. Oklahoma, los siux en los tipis, Toro Sentado y Caballo Loco.

Nos mostraron los tótems, pero nunca nos hablaron de los tlingit, que los hacían para ponerlos delante de sus casas, que eran de tablas de cedro, con vigas de madera, donde vivía mucha gente emparentada; es decir, que en eso de las viviendas no todo era tipi.

¿Y qué decir de los dibujos animados? Veamos a Pocahontas, adaptado de un personaje real. Y tranquilos que no voy a narrar el muñe. Tampoco voy a ponerme a cuestionar vestimentas —bien que se pudiera hacer— o la conformación del lugar de asentamiento, lo que también pudiera ser. Voy con otra cosa.

Pocahontas era la hija del jefe Powhatan, que en la vida real encabezaba una poderosa confederación de tribus que hablaban la lengua algonquina, e incluía a los propios powhatan, los arrohatecks, los appamattucks, los pamunkeys, los mattaponis, y los chiskiacks. La de libros que he tenido que leer no tiene precio.

Ahora bien, a Pocahontas —segunda parte— la acompaña en su viaje a Inglaterra un indio enorme con un nombre arrevesado al que terminan llamando Ute, y aquí está la cosa: los ute, hablaban en lengua uto-azteca y vivieron en Utah: nada que ver. Usted puede pensar que estoy exagerando; pero, así empiezan las confusiones y se van quedando.

Mire el caso de El último de los mohicanos. Tremenda la confusión tribal: los mohegan con los mahican o mohicanos. Aunque la culpa no es del muñe sino de la obra original, lo que nos devuelve al asunto de la peligrosidad de las plumas —lápices, bolígrafos o teclados— cuando comienzan a revolver la Historia.

Y como si fuera poco, en 1842 fue publicado en cierto periódico de Newark un artículo titulado “Last of the Mohegans Gone” lamentando la extinción de la tribu mohegan. El escritor no se percató de que el pueblo mohegan aún existía, siguen sobreviviendo hoy y son una tribu reconocida federalmente con sede en Connecticut.

Se parece un poco al caso de los arahuacos cubanos. Debemos aceptarlo: aquellos que escriben conforman una tribu peligrosa. Yo no, yo no llego ni a la categoría de escribidora: yo no soy peligrosa.

Seguimos en Estados Unidos y tenemos toda una toponimia tribal. El Estado de Indiana lleva un nombre que significa tierras de los indios, y el de Misuri recibe su nombre de la tribu de los missouris, que significa el poblado de canoas grandes.

Massachusetts fue originalmente habitada por varias tribus y entre ellas los massachusett. Al estado de Delaware le dieron su nombre los delaware que eran una tribu sedentaria. En el caso de Illinois nos encontramos que estaba poblado por diversas tribus organizadas en una confederación, llamada Illiniwek.

Y pudiéramos seguir, pero no. Me voy a la otra mitad del mundo porque pienso que no deben dejarse a un lado, aunque se encuentren por allá, los chamorros de la Micronesia, los maoríes de Nueva Zelanda, los komis de Rusia, los samis por Noruega y Suecia, los gaoshan de Taiwán, los ainos de Japón, los yao en China, y hasta los vascos.

En fin, que el Día Internacional de los Pueblos Indígenas bien que puede celebrarse en todo el planeta, hasta nosotros. Sobre todo cuando dejemos de decir indios o aborígenes cubanos y asumamos que tainos y siboneyes no brotaron de esta tierra como si fueran flores de romerillo, que fueron arahuacos, portadores de una cultura propia, que fue conformada en adaptación con el medio, pero nacida de un tronco común que compartimos con muchas áreas de Venezuela, Colombia, Brasil, Surinam, Guyana, Bermudas, y así. Lugares que conservan —más o menos— idiomas y saberes, culturas que se han mantenido —más o menos— a través de los años.

Sumémonos al Día Internacional a partir de cualquier día en que dejemos de pensar que nuestros primeros pobladores eran indios ¡Por Dios! Indios no, arahuacos.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte