Intelectuales y artistas cubanos realizan convocatoria por la paz internacional.


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 “La poesía y el arte salvan. No hay otra salida”, Miguel Barnet.

A 74 años de la tragedia atómica perpetrada por la Administración norteamericana de Harry Truman, contra las ciudades japonesas de Hisroshima y Nagasaki, la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), fue sede del Coloquio Internacional por la Paz, al que asistieron representantes del Movimiento Cubano por la Paz, directivos, investigadores y académicos de organismos e instituciones culturales de la Isla como la Fundación Nicolás Guillén y el Centro de Estudios Juan Marinello; de las Naciones Unidas; estudiosos y profesores universitarios de la Historia Universal en especial, sobre los hechos acaecidos antes, durante y luego de la derrota de la República española y su actual trascendencia, al igual que un gran número de intelectuales y amigos. Entre esos últimos los presidentes de la Unión Brasileña de Escritores y del Partido Comunista de  la provincia española de Valencia, Durval de Noronha Goyos y Javier Parra, respectivamente.

“Antes del triunfo de la Revolución cubana, todos aquellos jóvenes con preocupaciones políticas e ideológicas y quienes además estábamos contra la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista, muchos de nosotros acudíamos a la sede del Consejo Cubano por la Paz –que radicaba en la Habana Vieja, al mismo tiempo que supe que entre las personalidades cubanas que apoyaban dicho movimiento estaba Fernando Ortiz. Así, sin ser y sin declararse nunca como un marxista-leninista, su casa era visitada por prestigiosos comunistas y honestos luchadores por la paz y una sociedad mejor para nuestro país como Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Blas Roca, Alfredo Guevara y Nicolás Guillén, entre otros.  Obviamente era un hombre de ideas izquierdistas”.

Así rememoró el escritor Miguel Barnet, presidente de la Fundación Fernando Ortiz, la militancia en la lucha por la paz de los pueblos de algunos de nuestros más connotados intelectuales durante la llamada Pseudo República cubana.

A continuación, el también Presidente de Honor de la UNEAC dio lectura al texto de su autoría La paz salva, en el que critica la actitud guerrerista, pretensiones hegemónicas y criminales de llegar a ser dueños y señores del espacio de los actuales inquilinos de la Casa Blanca, al igual que afirmó que “la poesía es la que nos puede salvar ante una circunstancia tan dramática”.

Barnet destacó igualmente que, en su política fascista contra la
Isla, la Administración Trump resucita legislaciones que no tienen vigencia, ni nunca las tendrá al no ser viables, como es el caso de los tres capítulos de la Ley Helms-Burton “algo astuto, ilegal y criminal”.

A continuación destacó que, desde el punto de vista cultural, le debemos mucho a la cultura estadounidense, “pero ellos también nos deben mucho a nosotros sobre todo en la música --como es el caso del Latin Jazz, que no es más que el Jazz cubano--, en la literatura, las artes, el teatro…Por la cercanía deberíamos vivir como dos países hermanos, mas no quieren dar su brazo a torcer; piensan que son los dueños del mundo, los gendarmes, y les irrita que la Venezuela bolivariana continúe ahí, que la Revolución cubana avance, y que nunca dejemos de ser martianos, socialistas y fidelistas”.

En su intervención recordó el otorgamiento del Premio Lenin de la Paz al inolvidable poeta Nicolás Guillén, en 1954, quien “puso su voluntad, prestigio y solidaridad por las causas más nobles, comenzando por nuestro pueblo en su camino hacia la victoria. Nicolás ha sido, es y continuará siendo un ejemplo de lo que se debe y puede hacer”.

Seguidamente mencionó al antropólogo Fernando Ortiz como otro ejemplo de luchador por la causa de la paz en el mundo, “maestro de todos los cubanos”.

Subrayó que el seis de agosto de 1949 tras ser lanzadas cuatro años atrás las bombas sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, “Ortiz pronunció un discurso en el que dejaba instalado el Congreso Nacional de la Paz y la Democracia, punto de partida del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos. El sabio cubano fue un promotor permanente por la defensa de la paz y la democracia”.

Figuras de la Cultura nacional, también inspiradoras y luchadoras por la paz, como Alejo Carpentier, fueron realzadas por Barnet: “Nicolás, Ortiz y Carpentier, escritores que no sólo se dedicaron a la Cultura y penetraron en la inmensidad de su mundo y su riqueza diversa”.

Reflexionó finalmente que “cuando no hay arte en la política, ocurren grandes catástrofes. Somos muchas personas (…) con un compromiso con la cultura de la resistencia que nos define y la cultura de la paz que defendemos. La poesía y el arte salvan. No hay otra salida”.

Por su parte, el escritor Nicolás Hernández Guillén, presidente de la Fundación Nicolás Guillén, dictó una conferencia titulada Nicolás, un poeta comprometido con la paz, cuyo contenido versó en especial sobre la paz “como una de las tareas más importantes en los momentos actuales y en particular por la incorporación de intelectuales y artistas de todas partes del mundo”.

Hernández Guillén recordó que en abril de 2019  se cumplieron 70 años  del Congreso Mundial de Partidarios por la Paz, celebrado en París, a partir del cual se creó el Consejo Mundial por la Paz y al cual asistieron relevantes personalidades del mundo cultural, científico, político y de miembros de organizaciones de carácter nacional, internacionales, sindicales, religiosas, de jóvenes… Entre esas personalidades se incluyen: Federico Juliot Curie quien presidió el Congreso y luego el Consejo Mundial, Pablo Picasso, Paul Eduard, Italo Calvino, Georgie Luca, Rafael Alberti, Ana Seguer, Thomas Mann, Albert Einstein, Pablo Neruda, Jorge Amado, Juan Marinello y Nicolás Guillén, entre otros muchos. Algunos cálculos plantean que 300 millones de personas se adhirieron al llamado promulgado en aquel Congreso.

“Guillén formaría parte la membresía del Consejo Mundial por la Paz en el que desarrolló una intensa actividad, durante sus años de su exilio coincidentes con momentos tensos de la llamada Guerra Fría, visitando distintos países para participar en diversos eventos con el objetivo de promover la paz”.

Recalcó que la relevante participación de escritores y artistas en un evento de tal envergadura no fue algo casual, al ser intencionado por los partidos comunistas al igual que por organizaciones progresistas de la época, en especial, desde el Partido Comunista de la Unión Soviética.

“El hecho de que la Unión Soviética hubiese promovido a partir de 1947 el movimiento por la paz y la realización de diversos congresos en Latinoamérica incluida la ciudad de Nueva York, puso en marcha la labor de la Oficina de Servicios Estratégicos de los Estados Unidos, y luego de la recién fundada Agencia Central de Inteligencia (CIA), con vista a contrarrestar lo que consideraban una acción desde la URSS encaminada a extender su influencia en última instancia su hegemonía sobre toda la Europa occidental y más allá penetrar en la América Latina, considerado el traspatio de los Estados Unidos”.

En otra parte de su profundo análisis Hernández Guillén dijo que “cuando ocurre el Segundo Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura tenía lugar la Guerra Civil Española. Nicolás, permaneció nueve meses en España, donde estuvo en los frentes de guerra y en las ciudades bombardeadas. Fue allí donde decidió ingresar al Partido Comunista. Era un convencido de la responsabilidad social del intelectual, tomando

partido en la República Española, y desarrolló una ingente labor de propaganda en su defensa.

“(…) Nicolás Guillén creía firmemente que el camino para lograr la paz dependía fundamentalmente de la movilización de los pueblos. Quienes le conocieron saben que fue un gran optimista y no podía dejar de serlo en un asunto tan importante como la paz. Nunca perdió la esperanza. Su último texto poético sobre este tema escrito (quizás) durante la celebración en La Habana del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (1978), se titula Canción de amor y paz”.

El español Javier Parra, investigador, ilustrador y secretario general del Partido Comunista de Valencia, durante una interesante intervención y muestra pictórica de su autoría donada a la UNEAC, y representativa de rostros de personalidades de nuestra cultura y política nacional José Martí, Nicolás Guillén, Mariana Grajales, Camilo Cienfuegos, Celia Sánchez…, trajo consigo un sinnúmero de informaciones relacionadas con la epopeya histórica de la Guerra Civil en España (1936-1939), al igual que sobre hechos y figuras hasta la fecha desconocidos, como es el caso del pintor, muralista, cartelista y luchado pacifista Renau, de quien exaltó su esencial participación en el salvamento artístico de las obras de ese país durante el mencionado episodio. “En aquel momento, dijo, Renau era director del Museo de Bellas Artes, y salvador de todo aquel patrimonio artístico español, y es que el arte tiene que ser una herramienta por la Cultura, contra las guerras y contra el fascismo”.

Igualmente y, durante un breve contacto con Cubarte, el presidente de la Unión Brasileña de Escritores  Durval de Noronha, destacó la honrosa entrega en fecha reciente de  la distinción Jorge Amado al escritor Miguel Barnet, “teniendo en cuenta la  posición solidaria que siempre mantuvo Amado con Cuba durante sesenta años. Y esto lo traigo como ejemplo durante los primeros momentos del triunfo revolucionario en este país, cuando algunos países rompieron sus relaciones y, sin embargo, nuestra unión de escritores decidió apoyarla más que nunca. Desgraciadamente, han transcurrido seis décadas y el bloqueo yanqui contra Cuba aún permanece y más cruel e inhumano que nunca antes. Fue así cómo determinamos expresar nuestro apoyo solidario al pueblo cubano con el otorgamiento de la medalla Jorge Amado al escritor Miguel Barnet por su posición abiertamente revolucionaria e intransigente contra las manipulaciones del imperio norteamericano”.

ALGO PARA RECORDAR

En el verano de 1945, el presidente de Estados Unidos Harry Truman buscaba un golpe decisivo contra el Imperio japonés. A pesar de las muchas victorias de los aliados durante 1944 y 1945, Truman creía que el emperador Hirohito instaría a sus generales a continuar  la lucha.

Estados Unidos había sufrido 76.000 bajas en las batallas de Iwo Jima y Okinawa, y la administración Truman anticipaba que una prolongada invasión del Japón continental les traería cifras aún más devastadoras. No obstante, Washington elaboraba planes para un asalto final contra Japón que nombraba Operation Downfall (Operación Caída). Los estimados de la posible matanza eran aterradores. Los Jefes del Estado Mayor Conjunto estimaban que las víctimas serían 1,2 millones.

El Almirante Chester Nimitz y el General Douglas MacArthur pronosticaban más de 1.000 bajas por día, mientras que el Departamento de Marina vaticinó que los totales ascenderían a cuatro millones. Calculaban que los enemigos japoneses tendrían hasta diez millones de bajas. El diario Los Angeles Times, un poco más optimista, proyectaba “solo” un millón de muertes.

El Almirante de Flota William Leahy, el oficial militar de mayor rango de los Estados Unidos en servicio activo durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los principales asesores militares de Harry Truman escribió en su libro “I Was There” publicado en 1950: "El uso de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no fue de ayuda material alguna en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y listos para rendirse debido al efectivo bloqueo marítimo y al exitoso bombardeo con armas convencionales".

A partir esas cifras, no era de extrañar que Estados Unidos se decidiera por la opción nuclear cuando dejó caer la bomba Little Boy en Hiroshima el 6 de agosto y luego la Fat Man sobre Nagasaki el 9 de agosto. Japón se rindió 24 días después, evitando así los horrendos pronósticos de muertes de millones de estadounidenses aquí citados.

“Tal es la narrativa que se ha enseñado en las escuelas de Estados Unidos. Pero como tantas otras versiones históricas, resultó ser una simplificación excesiva e históricamente falseada”, dice Alan Mosley en un artículo publicado en la revista virtual rusa “Strategic Culture Online Journal” el 31 de diciembre de 2018.

Cuando el presidente Truman aprobó el despliegue de las nuevas bombas atómicas, estaba convencido de que los japoneses planeaban continuar la guerra hasta el amargo final. Muchos han argumentado que las estimaciones de víctimas lo obligaron a actuar con cautela por la vida de los soldados estadounidenses que se hallaban en el Pacífico pero esta versión ignora que otras figuras cercanas a Truman llegaron a la conclusión opuesta.

El general Dwight D. Eisenhower dijo: "Yo estaba en contra del uso de la bomba atómica por dos razones. Primero, porque los japoneses estaban listos para rendirse y era innecesario golpearlos con esa horrible cosa. Segundo, porque yo odiaba que nuestro país fuera el primero en usar esa arma". Usó el mismo argumento que el entonces Secretario de Guerra Henry Stimson en 1945, quien relata en sus memorias: "Le expresé mis graves dudas, en primer lugar porque creía que Japón ya había sido derrotado y lanzar la bomba era completamente innecesario, y en segundo lugar porque creía que nuestro país no debía escandalizar a la opinión pública mundial mediante el uso de un arma cuyo empleo, en mi opinión, no era ya obligatorio como medida para salvar vidas estadounidenses. Era mi creencia que Japón estaba, en esos mismos momentos, buscando alguna forma de rendirse con el menor costo posible.

La revista Foreign Policy escribió que el día más crítico para Japón era el 9 de agosto, primer día en que el Consejo Supremo japonés se reunió para discutir seriamente la rendición. La fecha es significativa porque no se trata del día posterior al bombardeo de Hiroshima, sino el día en que la Unión Soviética entró en el teatro de guerra del Pacífico invadiendo por tres frentes la Manchuria ocupada por los japoneses. Antes del 8 de agosto, los japoneses esperaban que Rusia fuera intermediario en las negociaciones para el fin de la guerra, pero cuando los rusos se pronunciaron contra Japón, se convirtieron en una amenaza aún mayor que Estados Unidos para los japoneses.

La posición de Rusia, de hecho, obligó a los japoneses a considerar la rendición incondicional. Hasta entonces, sólo estaban abiertos a una rendición condicional que garantizara al emperador Hirohito algo de dignidad y protección ante los juicios por crímenes de guerra. Foreign Policy concluye opinando que, como en el teatro europeo, Truman no venció a Japón; Stalin sí.

Truman nunca se arrepintió públicamente de su decisión de usar las bombas atómicas. Sin embargo, estudios posteriores apoyados en testimonios de líderes japoneses involucrados sobrevivientes han determinado que Japón se habría rendido incluso si las bombas atómicas no hubieran sido lanzadas, incluso si Rusia no hubiera entrado en la guerra, e incluso si no se hubiera planeado o contemplado una invasión.

(Tomado de Moncada—Manuel A. Yepe, periodista)


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