Jorge Agostini: Combatiente de la libertad


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El jueves 9 de junio de 1955, al anochecer, Jorge Agostini caía asesinado en una calle del residencial barrio del Vedado, en La Habana. Apenas habían transcurrido tres semanas de la excarcelación de Fidel Castro y los demás moncadistas presos en el Reclusorio Nacional para Hombres de Isla de Pinos, lo que llevaba a presuponer el inicio de un período de paz en el ámbito político; pero el régimen reiniciaba sus prácticas criminales.

La muerte de Agostini evidenciaba un claro sentido de venganza como respuesta ante la habilidad y valentía del prestigioso exmilitar para burlar a los cuerpos represivos desde el día 10 de marzo de 1952 hasta mediados de 1955. Para los golpistas, Agostini era uno de sus principales enemigos, pues el excomandante de la marina y combatiente de la Guerra Civil Española unía a su inteligencia e intrepidez sólidos ideales de justicia y libertad.

Jorge Felipe Agostini Villasana había nacido en Mayarí, Oriente, el 5 de febrero de 1910. Con 16 años de edad ingresa en la Escuela Naval de Mariel, en septiembre de 1926. En 1931 se gradúa de alférez de fragata, se le destina a prestar servicio en el cañonero Patria, y después a las órdenes del jefe del Distrito Naval del Norte.

Debido a su oposición al golpe de Estado de Fulgencio Batista en enero de 1934, es dado de baja de la Marina de Guerra en el mes de febrero. Marcha al exilio en Estados Unidos y se incorpora al aparato militar de la Organización Auténtica (OA) que dirige Emilio Laurent.

Al dictarse una ley de amnistía política en 1935, regresa a Cuba. Participa en los III Juegos Deportivos Centroamericanos y obtiene medalla de plata en espada, y de bronce en florete. Mas, la primera dictadura batistiana prosigue su sangriento dominio y Agostini marcha de nuevo a los Estados Unidos en 1936.

En Nueva York se suma a los grupos que proyectan planes para derrocar a Batista. La división y el oportunismo dan al traste con esos planes, y en 1937 parte Agostini hacia Europa para combatir en defensa de la República Española frente al alzamiento de los generales contrarrevolucionarios encabezados por Francisco Franco.

En España es designado comandante técnico en artillería, y asignado al buque destructor Ulloa con el que participa en el hundimiento del Baleares, nave insignia de la marina falangista. Al mando de un cazasubmarinos participa en varios combates, y resulta herido dos veces. En la batalla de Tcherchell, frente a las costas de Marruecos, se distingue nuevamente cuando es hundido el crucero Canarias.

Designado comandante del submarino C-4, a mediados de 1938, tras la caída de Aragón que dividió en dos porciones el territorio republicano, pudo burlar el bloqueo naval nazifascista-falangista y unir con sus viajes a Almería, Murcia, Alicante y Valencia con Tarragona y Barcelona en el sureste de Cataluña.

Ya estaban contados los días de la república española. El gobierno republicano determina la salida de las brigadas de voluntarios internacionalistas del territorio español. Se le encomienda entonces a Agostini el traslado de combatientes hacia Barcelona.

La España republicana solo había podido contar con armamento procedente de la Unión Soviética y el ingreso de combatientes voluntarios de numerosos países. En tanto, de hecho, quedó abandonada por las grandes potencias occidentales que escudaban su inercia tras una política de neutralidad que permitía, en cambio, la ilimitada participación de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Estas llegaron a aportar hasta 130 000 soldados, 1000 aviones de combate, 500 tanques de guerra, 1600 cañones y otros tantos morteros, ametralladoras pesadas y armas antiaéreas, aparte de abastecer con una enorme cantidad de armas, proyectiles, explosivos y otros pertrechos a las tropas falangistas y mantener repletos sus arsenales.  

En esa situación el gobierno republicano designa a Agostini, con grados de coronel, entre los jefes responsabilizados con la salida de España de las Brigadas Internacionales. Vitoreados por el pueblo, el 28 de octubre de 1938 desfilan los combatientes de la libertad por las calles de Barcelona. Días después parten hacia los Pirineos con rumbo a Francia.

Durante esa gesta en tierras españolas fueron creados numerosos cantos de combate que muchos años después serían repetidos en Cuba y otros países por los descendientes de aquella heroica generación. Algunos eran simples parodias de canciones populares. Los voluntarios, además, tuvieron un himno común para todos ellos, al que solo se cambiaba el idioma en que era cantado. Sin embargo, es poco conocido que la brigada cubana contó con un himno propio que fue titulado Combatientes de la libertad; musicalizado por el célebre compositor popular cubano Julio Cuevas Díaz, su letra fue redactada por Jorge Agostini, que fungía como secretario del contingente. Este es uno de sus párrafos: “Somos los voluntarios, los combatientes de la libertad / blancos y negros, de todas las razas / unidos, unidos cada vez más / por la democracia y la paz universal”.

Al salir de España, Agostini comunica en hermosa carta al presidente del Consejo de Ministros, Juan Negrín, su propósito de continuar la lucha a favor de la República. Mas, este propósito se vería frustrado por diversas contingencias desfavorables. En Francia, Agostini es internado en campos de concentración con miles de combatientes internacionalistas y con españoles republicanos —incluidos mujeres y niños—, que han debido pasar la frontera. Los voluntarios son hacinados en improvisadas barracas de la costera Argelés-sur-Mer, una villa en los Pirineos orientales franceses, de 58 kilómetros cuadrados y no más de 2 000 habitantes en aquella época, con vista al mar mediterráneo, donde no obstante su condición de héroes recibieron ignominioso trato del gobierno francés, y sufrieron privaciones, hambre e inatención médica y sanitaria durante varios meses.

Un poderoso movimiento solidario internacional forzaría al gobierno de Francia a ir disponiendo la liberación de los concentrados y, finalmente —y a comienzos de 1940— pudieron regresar a la patria muchos de los cerca de mil cubanos sobrevivientes de aquella epopeya.

De regreso en Cuba Agostini va para los Estados Unidos como emigrado económico, con residencia en el vapor Mambí, pequeño carguero mercante del que es designado capitán, hasta que el 19 de febrero de 1941 se le reincorpora a la Marina de Guerra con su antiguo grado de alférez de fragata. Sucesivamente es designado profesor de artillería en la escuela naval de Mariel, jefe del puesto de Boca de Mariel y oficial del crucero Cuba.

Ascendido a teniente de navío (febrero 1942), cuando ya ha estallado la Segunda Guerra Mundial, se le destina en servicio a bordo de la flotilla naval estadounidense que operó en puertos cubanos. En 1943 es enviado a recibir un curso táctico de guerra antisubmarina en el Training Center de Miami. En 1944 actúa como jefe de varias unidades de superficie de la marina cubana, jefe del puesto naval de Boca de Camarioca y, como oficial, es trasladado al Departamento de Dirección del Estado Mayor General.

Al salir electo Presidente de la República Ramón Grau San Martín, en junio de 1944, es trasladado al departamento de dirección del Estado Mayor de la Marina de Guerra. En marzo de 1945 es designado ayudante del jefe del ejército. En abril es destinado en comisión a la Casa militar de la mansión palatina, y el 17 de mayo se le nombra jefe del servicio secreto del Palacio Presidencial.

No obstante, en 1947 se incorpora al plan de Cayo Confites para ir con una expedición a luchar contra el déspota dominicano Rafael Leónidas Trujillo. En la nave Cinco Hermanas transportaba hacia ese paraje un cargamento de explosivos cuando recibe instrucciones de fondear en la bahía de Cárdenas y dirigirse urgentemente al Palacio Presidencial, donde se le informa que el presidente Ramón Grau San Martín ha decidido que se suspenda la ejecución del proyecto.

Agostini continuó en la jefatura del Servicio Secreto de palacio hasta el 10 de marzo de 1952, aunque dejó de prestar las tareas efectivas de ese cargo durante una parte de los mandatos de Grau y de Prío, debido a los frecuentes diferendos políticos y éticos con ambos presidentes.

En esos años, como deportista, se había coronado titular centroamericano de florete en Barranquilla, Colombia (1946). Clasifica para las Olimpíadas de Londres (1948), ocupa el séptimo lugar en su serie eliminatoria y queda fuera de competencia. En los VI Juegos Centroamericanos y del Caribe, Guatemala (1950), obtiene plata en florete individual; oro en florete por equipos y cuarto lugar en sable individual. En febrero y marzo de 1951 obtuvo las que resultarían sus últimas preseas regionales de esgrima: la medalla de plata en florete por equipos y la de bronce en espada por equipos, en los I Juegos Deportivos Panamericanos que se efectuaron en Buenos Aires, Argentina.

Paralelamente, Agostini practicaba tiro con pistola. Durante varios años fue campeón de Cuba en calibres 22, 38 y 45. Integró el Equipo Nacional en el Campeonato Mundial de Tiro de Los Ángeles, California, en septiembre de 1951, y representó a su país en diferentes competencias en América, entre ellos México, Panamá, Puerto Rico y Estados Unidos.

Precisamente se encontraba en Cayo Hueso, Florida, a donde había llegado un día antes para participar con su esposa, Emma Surí Ramírez, también destacada deportista, en una competencia de tiro de pistola, cuando se perpetra el golpe militar reaccionario del 10 de marzo de 1952. Enterado por teléfono, inmediatamente envía con su esposa la renuncia a sus cargos, y el 29 de marzo es detenido en el muelle de la bahía de La Habana por miembros del Servicio de Inteligencia Naval (SIN). Lo retienen varios días.

Es puesto en libertad, y de inmediato comienza sus actividades insurreccionales contra la segunda dictadura batistiana.

Sumergido en la clandestinidad, se dedica a establecer contactos con militares dados de baja de las fuerzas armadas por los golpistas y con otros que permanecían disgustados en los distintos cuerpos del ejército, la marina y la policía. 

Con Aureliano Sánchez Arango no mantenía relaciones cordiales. Su prestigio y valor personal lo llevan a ser aceptado por luchadores antibatistianos de otras organizaciones, principalmente ortodoxos. En La Habana, con Pelayo Cuervo Navarro, en Matanzas con José Manuel Gutiérrez, en Las Villas con el excandidato ortodoxo a la alcaldía de Santa Clara Santiago Riera. Juan Manuel Márquez, el dirigente ortodoxo de Marianao que está alineado también del lado de la insurrección, se contará entre los hombres que desarrollan actividades conspirativas con Agostini.

En junio de 1954 Juan Manuel es detenido, el interrogatorio se concentra en la indagación del paradero de Agostini. Una vez liberado, Juan Manuel le cursa aviso. Mas, ya es tarde, la casa donde se ocultaba Agostini es asaltada, pero él tuvo tiempo de esconderse dentro de un tanque de agua en la azotea. Después salta por varios tejados y penetra en la clínica Nuestra Señora de Lourdes —calle 23 entre Paseo y A, en el Vedado—, donde el administrador le brinda ayuda. Vestido con una bata de médico, sale en una ambulancia y puede burlar así el cerco que le habían tendido.

Asilado en la Embajada de México, sale exiliado hacia ese país. El 22 de agosto pasa a los Estados Unidos, donde rompe relaciones con Emilio Ochoa. Retorna a México, donde espera poder incorporarse a cualquier expedición que viaje hacia Cuba. No lo logra. Vuelve a Miami, y a fines de diciembre retorna a la patria en una avioneta que debe hacer un aterrizaje forzoso en Pinar del Río.

Comienza entonces una etapa en la que estrecha relaciones con Menelao Mora. Poco a poco va aumentando la estructuración de una red dentro de la Marina de Guerra, a la que llegan a vincularse el cabo de mar de Cienfuegos Santiago Ríos, y los tenientes Dionisio San Román, Juan M. Castiñeiras, Felipe Vidal y varios oficiales más.

En esa coyuntura llega el mes de mayo de 1955. Igual que Menelao Mora y algunos otros luchadores auténticos que han permanecido en Cuba corriendo todos los riesgos, Agostini sigue aquí escondido. Se mantiene a la expectativa de lo que el expresidente Carlos Prío y la alta jerarquía del autenticismo insurreccionalista exiliada decida hacer.

El 9 de junio de 1955 se encontraba en la casa del médico Francisco René de la Huerta Aguiar, en la calle 4 número 355 entre 15 y 17, en el Vedado. Esa noche se reuniría allí con sus compañeros Menelao Mora y Lomberto Díaz, y el jurista ortodoxo Pelayo Cuervo Navarro.

Cerca de las ocho de la noche Pelayo se aproxima al lugar en su automóvil. Ve como la zona comienza a ser cercada por gentes armadas y se aleja con la intención de avisar por teléfono.

Dentro de la casa, Agostini come tranquilamente con el doctor Huerta y su familia. De pronto se da cuenta de lo que está sucediendo. Ha sido víctima de una delación. Rápidamente coge una bata y un maletín de médico. Se pone la bata y en el maletín echa una pistola. Salta la tapia del fondo y entra por detrás de la Clínica Angloamericana, cuya entrada da hacia la calle 2. Cuando intenta salir una nube de esbirros se le encima. Lo esposan y obligan a entrar en un auto.

Se inicia entonces una rara espera que termina cuando llegan al mismo tiempo el coronel Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones de la Policía Nacional y Julio S. Laurent, jefe del Servicio de Inteligencia Naval acompañado este por el capitán Jesús Blanco y varios miembros del SIN.

De repente empieza una discusión entre Piedra y Laurent. Los agentes del jefe del Buró eran quienes habían apresado a Agostini. Pero Laurent exigía que le entregaran al detenido. Alegaba órdenes superiores, y sin esperar respuesta fue para el auto y sacó violentamente a Agostini. Al responder este las vejaciones de que era objeto, Laurent lo golpeó en el rostro con la culata de su subametralladora. Agostini cae al suelo con el pómulo derecho destrozado, y Laurent y el sargento Heriberto Izquierdo descargan sus armas sobre él. Veintitrés perforaciones por disparos a una distancia menor de un metro serían certificadas por los médicos forenses.

La versión oficial, como siempre, desfiguraría los hechos:

Conociendo que en ese lugar se reunían distintos individuos para conspirar se presentaron en el lugar miembros del Servicio de Inteligencia Naval al mando del alférez de fragata Julio S. Laurent, quienes se percataron de que algunas personas huían hacia el fondo de la casa, oyeron disparos y fue herido uno de los que huían que resultó ser Jorge Agostini Villasana, quien conducido cadáver al centro de socorros del Vedado…

El periódico La Calle denunciaba sin titubeos el crimen, y acogía en su edición del 10 de junio varias declaraciones entre las que se destacaban las de José Antonio Echeverría y René Anillo a nombre de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU):

A Jorge Agostini se le detuvo con vida, y cuando se encontraba en la calle se le lanzó por la fuerza al pavimento, donde recibió la balacera que le arrancó la existencia recia y viril de hombre sin claudicaciones. Un régimen que acude al crimen alevoso y cobarde, solo puede esperar de las conciencias honradas la reprobación y la condena. Sobre la sangre de los buenos se está tiranizando a un pueblo amante de la libertad.

Su sepelio, el sábado 11 de junio en la mañana, constituyó una imponente manifestación de reto a la tiranía. Estuvo encabezada por los dirigentes de la FEU y decenas de enardecidas militantes del Frente Cívico de Mujeres Martianas. Haciendo caso omiso al despliegue policíaco a lo largo de la ruta del cortejo y dentro del cementerio Colón, los participantes cantaron el Himno Nacional ante la tumba en el momento de la inhumación.

Tres oradores exaltaron la personalidad del revolucionario honesto y el valor personal de quien supo pelear a pecho descubierto: José Antonio Echeverría, en representación de la juventud cubana, José Manuel Gutiérrez, a nombre de la familia, y Wilfredo Leiseca, por el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Auténtico, quienes afirmaron que nada detendría la lucha por la que Jorge Agostini había sacrificado su existencia.

Significativamente, otra denuncia iba a ser hecha también por el diario La calle ese mismo día 11 de junio, con el título ?Frente al terror y frente al crimen?. Estaría firmada por el joven abogado Fidel Castro, recién excarcelado el mes anterior, el 15 de mayo:

Jorge Agostini fue asesinado, no cabe la menor duda. Aún admitiendo como cierta la versión policíaca, las orejas del crimen asoman por todas partes. Textualmente expresa el informe: —Le fue ocupada una maleta de médico en cuyo interior se encontraba una pistola y dos peines.

Luego Agostini no disparó, no usó el arma, no intentó siquiera usarla. Y salvo que sean adivinos, los matadores no podían saber que en aquel maletín de médico había una pistola y dos peines.

¡Lo mataron para que no pudiera escapar! ¿Y es concebible que un solo hombre tuviese la más remota posibilidad de escapar en una manzana rodeada por un denso cordón de agentes de la autoridad?

Agostini no presenta además un balazo, sino un sinnúmero de balazos diseminados por todo el cuerpo que lo convirtieron en un cernidor humano. No se le dan tantos balazos a un hombre para que no escape; tales rasgos en el cuerpo de la víctima solo se presentan cuando hay ensañamiento, cuando se le dispara incluso en el suelo.

¿Por qué esa cacería humana contra un hombre que no estaba reclamado por ningún tribunal de justicia? Agostini estaba comprendido entre los beneficiados por la última ley de amnistía.

«Había confidencias de que se estaba reuniendo con elementos subversivos en su casa del Vedado». ¿Por simples confidencias se balacea a un hombre vestido de médico?

Agostini no era un gánster. Quien esto escribe no tuvo el honor de conocerlo, ni ha tenido con él, ni con las filas del movimiento en que militaba, la menor relación o contacto; pero todo el mundo está de acuerdo en que fue un militar honesto y querido por sus subalternos, que jamás abusó, ni mató, ni robó; que sus manos estaban limpias por completo de lodo y de sangre; que en el exilio llevaba una vida modesta y de hombre pobre, que no deja a sus hijos fortuna de ninguna clase. Es realmente inconcebible que quien fuera pundonoroso oficial de la Marina de Guerra, muera asesinado como un perro feroz.

Por encima de todas las militancias y de tácticas nos duele a todos los cubanos la muerte de Jorge Agostini. No tiene justificación, ni la tendrá jamás. Son estos los primeros frutos del discurso del señor Batista en el «Boulevard Batista», cuando dijo que «sus hombres tenían manos».

Deseo saber cuál será la reacción de todos los partidos de la oposición, de la prensa imparcial y de los orientadores todos de la opinión pública, frente a este monstruoso asesinato político, que llena de incertidumbre a la nación entera. Guardar silencio sería complicidad vergonzosa con el crimen, y la ciudadanía observará cuidadosamente todas las actitudes para ver quiénes se mantienen ecuánimes y cívicos frente al brote de terror desatado por el régimen.

¿Quedará sin castigo esta salvajada? ¿Tiene acaso un grupo de hombres el derecho de arrancarle la vida a sus semejantes, con mayor impunidad que la que tuvieron nunca los peores gánsteres?

Hoy es Jorge Agostini, nuevo mártir de la lucha por la liberación nacional. ¿Quién será el próximo combatiente en caer acribillado?

¡A nadie se le ocurra tomar venganza personal de este hecho! Al asesinato político debe responderse con la movilización nacional; es la única táctica revolucionaria correcta. 

Detengamos el crimen con la denuncia valiente y viril. Pongamos a prueba el pudor de nuestros jueces y tribunales. No más crímenes sin castigo. ¡Justicia, justicia, justicia!

Las principales fuerzas políticas de la oposición, con el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) y el Partido Revolucionario Cubano (Auténticos) al frente, protestaron contra el crimen y denunciaron a sus autores.

En la Cámara de Representantes, controlada por los batistianos, no llegó a prosperar una petición de datos para que el Ejecutivo de la nación informara acerca del suceso, mientras el Comité Parlamentario del PRC(A) dirigía un escrito al Fiscal del Tribunal Supremo de Justicia, en el que demandaba la más amplia e imparcial investigación de lo ocurrido.

Por su parte, Emma Surí presentaba una acusación particular en el Tribunal de Urgencia de la capital. Este dispuso la libertad del médico Huertas y otros dos incriminados por la policía, pero se inhibió de conocer la acusación contra los cuerpos represivos y la pasó al Juzgado de Instrucción de la Sección Cuarta, donde el juez Waldo Bacallo inició causa en la que Julio Laurent figuraba como el principal acusado por el asesinato de Agostini. Manuel Antonio Varona Loredo, presidente del Partido Auténtico, asumió la representación de la viuda de Agostini para actuar como abogado acusador en el sumario.

Varios meses después, ya a punto de concluir la instrucción del caso que determinaba la culpabilidad directa de Laurent y Heriberto Izquierdo, los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia invalidaban sorpresivamente la capacidad de lo civil para seguir conociendo esa causa y la trasladaban a la jurisdicción militar, donde inmediatamente fue sobreseída.

Las declaraciones de la viuda de Agostini cuando conoció ese resultado fueron un llamado a la conciencia pública, y premonitoriamente anticipaban en sus palabras finales la única alternativa que quedaba al pueblo para obtener verdadera justicia:

Al año justo del asesinato de mi marido, como colofón al dolor inferido a una familia cubana, el 8 de junio de 1956 la justicia se pone al lado del falso fuero militar, y respondiendo presente al régimen dictatorial se quita a sí misma la fe puesta en ella y agrede el derecho de libertad humana que es la base de todo orden social. Esto me coloca en una situación desesperada, desesperación que nace de la injusticia y de la defraudación de la confianza ante la posición de los encargados de velar por el fuero civil, el cumplimiento de las leyes y el respeto a la Constitución.

Yo pedí como viuda, madre y compañera de los mismos ideales de mi esposo Jorge, a nombre de unos padres y de unos niños indefensos, justicia, justicia; y en un fallo a todas luces ilegítimo el índice legal señala un único camino para obtener justicia. Entérense de esto los dignos militares que quedan en los cuerpos armados, porque el comandante Jorge Agostini era militar: la causa de Jorge Agostini ha pasado al Tribunal del Pueblo.

Tres años y medio después el pueblo se constituiría en tribunal. Sería el primero de enero de 1959. Ese día triunfaba la revolución que Jorge Agostini Villasana y miles de mujeres y hombres fecundaron con su sangre. Con ella se hacía realidad la patria libre y justa que soñaron, por la que lucharon y en la que viven para siempre en el alma de su pueblo.


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