José María Heredia y la primera edición de sus versos


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José Ma. Heredia

Fue en 1825. Hace 190 años. Tenía José María Heredia, 21 de edad  y ya había escrito el año anterior, Al Niágara, oda que apareció, en esta primera edición de sus poesías.   Heredia, no solo cultivó este género, sino también se destaca en el teatro, en textos de  colaboración para publicaciones  periódicas, en traducciones y  ediciones, entre otras labores intelectuales. Como maestro y orador, fue reconocido, especialmente en México,   donde invitado por el Presidente Guadalupe Victoria, vivió y  colaboró con este país, a lo largo de dieciséis años.

En esta primera edición de sus poesías, se consigna que se edita en Nueva York, Librería de Behr y Kahl 129,  Broadway, Imprenta de Gay y Bunce, 1825.

En nota suscrita por el propio poeta a esta edición de 1825, se lee:

“Publico estos fragmentos porque el poema ya no ha de acabarse. Otros cuidados que deben ocuparse  exclusivamente, no me dejan el ocio de espíritu que exigen las musas. Por eso imprimo mis versos tal como están. Salgan pues y tengan un día de vida, ya que no deben esperar de mi, ni revisión ni aumento.

Solo deseo que este Cuaderno excite emulación saludable en nuestra juventud. ¿Por qué no tiene Cuba grandes poetas, cuando sus hijos están dotados de órganos perfectos, de imaginación viva, cubiertos por el cielo más puro y cercados de la naturaleza más bella?”

Algunos de los poemas incluidos en esta primera edición fueron revisados y ampliados por el propio autor. Ejemplo de ello, son los fragmentos descriptivos del poema mexicano que contaba  en un principio, con 94 versos y que apareció, en la edición de 1832, en Toluca,  con el título definitivo En el teocalli de Cholula  y con 150 versos y que según  consideran algunos investigadores, dentro de la obra herediana, es el de mejor  y más acabada factura literaria.

El Himno del Desterrado, fue escrito en 1825, en la travesía que hizo en septiembre, desde Estados Unidos hasta el país azteca, por lo cual, no aparece en la primera publicación, a la que hoy, hacemos referencia.

Como ya hemos dicho, la segunda edición de sus textos fue realizada  en Toluca,  en 1832,  y en 1940-1941, publica Cuba, sus Poesías Completas, como homenaje La Habana, en el Centenario de la muerte del poeta, bajo la dirección de Emilio Roig de Leuechsenring. 

El poema Al  Niágara, tan conocido y admirado, fue escrito en 1824, un año antes de ser incluido en  la primera  edición en Nueva York, y difiere en detalles, del que aparece en las ediciones posteriores.

Coloco aquí los primeros versos del Canto, en la versión original:    

 

Dadme mi  lira, dádmela, que siento

en mi alma estremecida y agitada

arder la inspiración. ¡Oh! cuánto tiempo

en  tinieblas  pasó, sin que mi frente

brillase con su luz….¡ Niágara undoso,

solo tu faz sublime yo podría

tornarme el don divino, que ensañada

me robó del dolor la mano impía..

La versión definitiva, posteriormente incluida en otras ediciones, comienza de esta manera:

Templad   mi lira, dádmela que siento

en mi alma estremecida y agitada

arder la inspiración, ¡Oh!  cuánto tiempo

en tinieblas pasó, sin que mi frente

brillase con su luz….¡Niágara undoso,

tu sublime terror sólo podría

tornarme el don divino, que ensañada

me robó del dolor la mano impía

Solo pequeños ajustes formales. La faz sublime de los primeros versos, es después,  sensación “de terror sublime”, ante el maravilloso espectáculo de aquella naturaleza bravía.

En el poema, en su totalidad, lo cubano aflora y lo mantiene exactamente, sin variación alguna, de acuerdo a la primera escritura:

Las palmas ¡ay las palmas!,  las palmas deliciosas

que en las llanuras de mi ardiente Patria

nacen del sol a la sonrisa, y crecen,

y al soplo de  las brisas del Océano,

bajo un cielo purísimo  se mecen?

Esas palmas, llamaron la atención de Martí, cuando en 1889, en Hardman Hall, Nueva York, en memorable discurso al gran bardo, expresara: “Donde son más altas las palmas en Cuba, nació Heredia, en la infatigable Santiago”.

Reciba la Ciudad Heroica, estas líneas, como un homenaje también, a los 500 años de la fundación de esa emblemática villa.

Esta edición de 1825, presenta a Heredia, como un poeta muy joven, culto, de un romanticismo muy especial.

Lo estremece la naturaleza, lo dominan sentimientos de libertad y angustia, por la patria esclavizada.

Supo amar y soñar, cuando apenas con dieciséis años, escribía estos versos:

Nada de esto me place; soy dichoso

tan solo estando al par que mi Belisa,

que paga con su afecto mi ternura.

Uno de los tercetos del soneto “Mi gusto”, cuando vivía enamorado de Isabel Rueda, la  Belisa o Lesbia de sus poemas.

Fue a los 14 años, cuando comienza a escribir sus primeras poesías.

Revela una precocidad intelectual,  que valoró, Andrés  Bello.

Muy niño llegó a Venezuela, con solo nueve años. Allí vivió alrededor de tres años. Ya había estado con los padres en la Florida y en Santo Domingo.

En 1819,  viaja a   México,  con la familia. Su padre  desempeñó el cargo de Alcalde del Crimen de la Audiencia. Un año más tarde, sorprende la muerte al autor de sus días, y en la primera edición de sus versos, da a conocer un poema, que refiere este doloroso acontecimiento:

Partí, y en Anáhuac la suerte impía

me guardaba otros golpes más crueles,

mi padre ¡Oh Dios!, mi padre, el más virtuoso

de los mortales….¡ay la tumba helada

en flor lo devoró,  ¡Triste recuerdo!

Y aquí,  a continuación, fragmentos de un gran texto poético,  escrito a Bolívar,   a los 24 años, el mismo año,  en que contrae matrimonio, en México,  con Jacoba Yáñez;

¡Oh Bolívar divino!

tu nombre diamantino

rechazará las olas con que el tiempo

sepulta de los reyes la memoria;

De tu siglo al recorrer la historia

las razas venideras

con estupor profundo

tu genio admirarán, tu ardor triunfante,

viéndote sostener, sublime Atlante,

la independencia y libertad de un mundo.

Decía  Martí, recordando, una vez más,  a Heredia,  en una carta memorable a  Enrique Trujillo: “el era de fuerza bolivariana y tuvo a la vez el fuego del  Libertador y el de sus poetas”.

En 1822, de viaje de regreso a la Isla, se complica seriamente con sociedades revolucionarias y es denunciado y condenado por conspirador, contra el régimen colonial español, y se ve obligado, a salir del país.

Abogado y desterrado. Conoce  el dolor de estar lejos de la Patria que sufre y siente en sus años mozos, la pena que lo agita y lo destruye.

Solo pudo vivir en Cuba, un tercio de su breve vida.

Para Cintio Vitier, “José María Heredia,  es nuestro primer poeta cabal. Su formación clásica y moderna y su diversidad de intereses, unidas a un temperamento  ardiente y a una inteligencia clara y ordenada, le dan la calidad enteriza, el norte y la entonación del gran poeta, del hombre que encarna y expresa bellamente las aspiraciones de su pueblo. Esa profunda y delicada identificación entre su intimidad y sus ideales, entre su vida emocional y sus convicciones políticas, es lo que hace de Heredia, sin disputa, el primer lírico de la patria, el primer vivificador poético de la nación, como necesidad del alma”.

Después de un viaje a La Habana, fugaz e incomprendido, en 1836, para ver a su madre,  regresó altamente desconsolado a México. Murió en mayo de 1839. Tenía 35 años.

Este trozo poético de  “Placeres de la Melancolía”, texto que  aparece incluido en esta primera  edición de sus versos, que este año cumple 190 años de su salida a la luz pública,   acerca al lector al alma  de un  joven y abatido poeta, lejos del suelo que lo vio nacer  y cuyos paisajes,  jamás perecieron en sus ojos:

¡Recuerdo triste de maldad y llanto!

Cuando esperaba paz el alma mía.

redobló  la Fortuna sus rigores,

y de persecución y de furores

pasó tronando el borrascoso día.

Desde entonces mis ojos anhelantes

miran a Cuba y a su nombre solo

de lágrimas se arrasan. Por la noche

entre el bronco rugir del viento airado,

suena el himno infeliz del desterrado

o si el océano inmóvil se adormece

de junio y  julio en las ardientes  calmas,

ardiente  busco en la distante brisa

la voz de sus arroyos y sus palmas.


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