“Joyitas” en los medios


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Exquisitas comadres, compadres muy queridos:

Esta maravilla que asienta sus posaderas a mi diestra, un dios de nuestra información radial, José Raúl (no Capablanca, sino Belén Acosta, que no es menos), hubo de invitarme, nuevamente, para dejar oír mi voz oligofrénica en este sacrosanto ámbito.

Acepté gozoso, proponiéndole el tema “Joyitas” en los medios. (1) Claro, lo de “joyitas” era ironía a pulso, pues voy a referirme a las barbaridades, estropicios, atrocidades, burradas,  descomedimientos, disparates, desatinos, necedades y dislates cometidos en los medios.

Comenzaré por decirles que nosotros no inventamos ayer tales torpezas. Baste saber que, hace muchísimas décadas, El Crisol —diario con tirada recordista—  desplegó  en sus páginas el siguiente titular: “Terrible accidente: mueren cinco personas y un chino”.

Por aquella época, en la deliciosa crónica roja, se leyó: “En aquel hotelucho encontraron un cadáver, tendido en el lecho. Al lado, en la mesita de noche, se halló dentro de un vaso una dentadura, al parecer postiza”.

Sin dudas, nuestro gremio se empecina en salvar tan sacrosanta y borrical tradición. Así un colega de la página internacional, reportando un desastre se refería a la aparición de “catorce cadáveres, sin vida”.

Tras el catastrófico terremoto de Nepal, alguien dijo que los socorristas estaban encontrando “sobrevivientes vivos”. Qué bonito le quedó: ¡sobrevivientes vivos!.

El colega Alberto Ajón ha cazado una verdadera joyita del idioma. Cuenta de un aviso donde citaban a los fieles para “un responso cantado por los difuntos de este mes”.

Anfibología llamamos a cualquier declaración cuyo mensaje puede ser interpretado en más de un sentido. Y a esta anfibología, hallada por el culto periodista, sencillamente le zumba el proverbial merequetén. 

Hace poco un colega se refería, sin ruborizarse, al desplazamiento de ciertas “tropas militares”. Estimado amigo: una tropa, ha de ser, claro está, militar. ¿Acaso se trataba de un picnic de las Damas Católicas?

Hace un tiempo supimos con tristeza que había fallecido el decimista Adolfo Alfonso. Sus compañeros en el cultivo del metro en que canta el campesino cubano, lo escoltaron hasta la Necrópolis de Colón. Ah, pero dígase que cierto colega, al reportar la luctuosa ceremonia, informó que allí los improvisadores habían dejado oír “décimas y espinelas”.  Lo cual resulta totalmente disparatado pues las palabras “décima” y “espinela” significan exactamente lo mismo. Y me explico. Se supone que la décima fue concebida por Vicente Espinel, poeta, novelista y músico andaluz, amigo de Cervantes, quien le agregó una cuerda a la guitarra.  Y, del apellido Espinel, salió la voz espinela, como sinónimo de “décima”.

En una emisión dominical de la radio se brindaba una singularísima explicación sobre la génesis del cubanismo guajiro. Aseveraban que el término surge durante la invasión de los yanquis, en la Guerra del 95. Y agregaban que la palabra se origina por la admiración que las tropas norteñas sentían ante los bravos campesinos combatientes del Ejército Libertador. Decían que los muchachos de Teddy Roosevelt, asombrados, los denominaron war heroes, o sea, “héroes de la guerra”. Y que de war hero  nacería lo de guajiro. Pero no hay tal, amigas y amigos.  Medio siglo antes de que por aquí apareciese el hocico de algún rough rider, ya el término guajiro aparece en la Condesa de Merlin, en El Cucalambé, en el teatro bufo. Sí, muchísimos años antes.

Hace poco, en la radio, oí hablar de “un líquido espiritual”. Y, de inmediato, pensé que se estaba tratando sobre los seguidores de Allan Kardec, el célebre espiritista francés.  Pero no. El comentario trataba nada menos que del ron. Y, en lugar de “líquido espirituoso”, dijeron “líquido espiritual”.  En pocas palabras… ¡le zumba!

Por las ondas radiales, alguien declaraba que en la fumigación se utilizan productos “órganofosforados” y “pirétricos”.  Después de eso, al oyente hay que reanimarlo con respiración artificial. Sí, porque nadie está obligado a conocer ciertos tecnicismos, y a saber que los organofosforados constituyen una familia de insecticidas a la cual pertenecen el parathión y el malathión, y que el piretro es una planta originaria del norte africano, también con propiedades insecticidas.

Acabo de escuchar, en una radioemisora, que cierto cuerpo tiene un diámetro de varias hectáreas. Ah, pero sucede que el diámetro es una medida lineal, no realizable con la hectárea, que es unidad para medir, precisamente, áreas. O sea, tal declaración es tan disparatada como decir “Llegué hace cuatro millas”, o “Ese pueblo está a ocho amperios de aquí”, o “El auto venía a una velocidad de sesenta libras”.

Ha ocurrido un milagro, queridos amigos. La radio, milenios después de que los Evangelios nos hablaran del trascendental asunto... ¡ha traído hasta nuestros días a la Resurrección!  Sí, porque oí decir, textualmente: “...el exfallecido presidente Fulano de Tal...”.  Así que “exfallecido”. Como si pudiésemos estar muertos hoy y vivitos y coleando la semana próxima, tomando ron y enamorando a una prójima.

En cierta radioemisora, durante un programa dedicado a la nutrición, dijeron que el huevo contenía “trozos minerales”. Aquello, claro está, era alarmante. Y mucho temí que se me desgarrase la boca en la próxima vez que me enfrentase a una tortilla.  Pero no hay tal. El atolondrado colega quería referirse a “trazas minerales”, porque trazas, en la jerga de los químicos, significa “muy pequeñas cantidades”.

¡Qué osada es la ignorancia! ¿Me pedían ustedes un ejemplo que ilustre tal situación? Pues allá va, con pelos y señales.  Cuando un ciclón atravesó nuestro territorio, dejando su rastro desastroso, la televisión desplegó un plausible alarde informativo, siguiendo cada paso del meteoro. Y de pronto… de pronto, oh Dios mío… surgió una voz para explicarnos, profesoralmente, que la palabra huracán la habíamos heredado de los mayas.  Ahí mismo a mí me entró “Changó con conocimiento”, como dice el pueblo. Y, como también pronuncia el habla popular, me viré para tercera. No exactamente para la antesala, sino para el respetabilísimo Diccionario Webster, y para el también venerable Diccionario Etimológico de Joan Corominas, que ambos a la mano tenía. Y ahí estaba, más clarito que el agua tridestilada para inyecciones. En los dos casos se decía: “Voz procedente del taíno”.  Pero hay más: el término “huracán” ingresó en el castellano varios años antes de la conquista de México. Conclusión: para transmitirnos esa palabra, los mayas deben de haberlo hecho por telepatía. O quizás… bueno, quizás tenían teléfonos celulares.

Hace ya algún tiempo, la televisión mostraba un spot en el cual nos informaban que Gutenberg había descubierto la imprenta.  Según parece, Gutenbercito era un muchacho que trabajaba en una brigada de escombreo de Maguncia, y en el sótano de una casa derrumbada se encontró cierta máquina, y se dijo: “¡He ahí a la imprenta!”.  Solo de ese modo se comprendería que no hubiese inventado el útil aparato, sino que lo hubiese descubierto.

Escuché a alguien refiriéndose a “la otrora Guanabacoa”. Resulta que otrora es adverbio, con el significado de “en otro tiempo”. Pero sucede que Guanabacoa, desde que se fundó, en los 1500, para albergar a infelices indiecitos sobrevivientes, siempre ha tenido ese nombre.  Usted puede referirse al otrora Leningrado, pues ya dicho asentamiento no se llama así, sino que tomó su nombre original de San Petersburgo.  

Escuché decir: “Las piezas compuestas por Ernesto Lecuona han sido cantadas por varias generaciones de personas”.  Y se pregunta uno si la aclaración “de personas” resulta por la posibilidad de que gatos, perros, canguros u ornitorrincos puedan haber entonado las obras del músico ilustre.

Un colega se refirió a “la CIA norteamericana”. Y eso sería lo mismo que hablar del Mossad israelí o el MI6 británico.  Resulta por completo redundante lo escuchado, pues la CIA no puede ser japonesa ni de Burundi.

Pero estas barbaridades no solo se observan en estas latitudes. Algún simpático cibernauta se dedicó a recolectar, en la prensa española,  gazapos, deslices, equivocaciones, o más que eso, escandalosas metidas de pata.  Así, sucede que cierto colega ibérico decía en un artículo que el pan ya se cosechaba desde la Edad de Piedra.  Sobre lo cual comentó el cibernauta burlón: “Cómo no: yo he visto hermosos huertos de pan. Y, al lado, huertos de fideos”.

Un colega ibérico anunciaba en su periódico que próximamente se efectuaría cierta peregrinación religiosa. Ah, pero el susodicho tenía extraviada la palabra discapacitado. De manera que dio a conocer que el recorrido sería a pie, salvo los decapitados… repito, decapitados, quienes sí podrían ir en transporte automotor.  No faltó algún lector, algo bromista, que dijo: “Claro, los decapitados no pueden ir a pie, porque no ven el camino. ¡Eso lo sabe todo el mundo!”.

Por su parte, en cierto vecino país se desplegaron estos dos titulares:

“Retrocedía, mas le faltó azotea”

“Mató a su mamacita sin motivo justificado”

Amigas, amigos: se impone un comentario final: ¿Por qué no se considera al público? ¿Acaso no lo nombraban el respetable? ¿Por qué no investigar decentemente antes de sentarse a desbarrar ante un teclado?

¿Acaso pretendemos darle la razón al torvo Friedrich Nietzsche, quien hablaba de “lenguaje de periodistas, lenguaje de marranos”?

Nota

(1) Palabras pronunciadas en el Encuentro Nacional de Corresponsales de Radio Progreso, Matanzas, 2015.


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