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La ausencia de Fidel


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Es la una pasado meridiano. Un amigo me llama y me da la noticia, es escueto y hasta inseguro: se murió Fidel. No estoy para bromas, no he dormido durante una semana y necesito recuperarme, tengo que trabajar a las seis y este fin de semana voy a Alquízar, mi mamá me espera y quiero compartir con ella. Este fin de semana sí voy a descansar, desconectaré un poco.

No puedo creer en bromas.

“¿Cómo?”, pregunto precavido. “Fidel se murió”, repite. 

Bajo las escaleras y la televisión me sorprende: es verdad, todo el mundo lo dice. Otros colegas me llaman y lo reafirman. La televisión empieza a ponerse gris; algo incómodo invade la pantalla y uno lo siente. Llamo a una de mis tías, la despierto y al saberlo tartamudea y se pone insegura.

Desde la muerte de mi papá no he dado una noticia como esta. Quiero que toda mi familia se entere y sienta la catástrofe sentimental que empieza y no se sabe cuándo terminará. Ya a las dos y treinta y cinco, es imposible dormir. Cierro los ojos y es por gusto. Estoy pensando en Fidel. Desde que nací estoy acostumbrado a su presencia:

“Fidel dijo”, “Fidel hace”, “Fidel está”, “Fidel contestó así”, “Fidel va para allá”, “Fidel viene”, “Este Fidel no tiene miedo”, “Fidel sí los tiene bien puestos”, “Si se entera Fidel”…

En la cama pienso que yo también, como otros cubanos, tengo mi historia con Fidel. Es decir, guardo mi pedacito de terreno ganado al lado suyo. Viajo al año 2001, al Tercer Congreso Pioneril cuando todavía era un niño. Es en la Tribuna Antimperialista, estoy en la primera fila y me seleccionan para recibir a Fidel. En Bayamo, mi familia está al tanto, pero ni se imaginan eso. Llega. Es grande, de verdad que es grande Fidel. Me lanzo y lo saludo. No miento. Además, no soy el único. Tengo muchos amigos que comparten el mismo orgullo.

Quiero escribir y es lo único que puedo hacer. Quizás no el trabajo mejor,  pero es el mío y eso me basta. En la mañana converso con mi abuela. Aquella “güajira” que viajó a La Habana para aprender un oficio. Mi abuela Teresa tiene más de 70 años y dice que también está triste y es que Fidel “está en todas partes y todas queríamos tocarlo”.

Camino por La Habana y la ciudad se siente sola. Falta un líder, y eso no es fácil de superar, aunque se tenga que hacer, aunque se tenga que construir. Este pueblo necesita de guías. Pero superar a Fidel, será muy difícil. Uno que nunca se acostumbra a la muerte, aunque sea ese un derecho, vuelve a sorprenderse. Camino y pienso en mi padre muerto para quien Fidel fue su ídolo.

Pienso en mi hijo, en mi madre viva, en mi abuela enferma, en los negros, en los pobres, en los que ríen y, por supuesto, en los que lloran. Desde ahora, sigo desconfiando en las llamadas y en estos amaneceres terribles.


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