La frase salvadora / Por: Nelson Páez del Amo


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En el ámbito de la vida militar, pese a la estricta disciplina y a las normas de conducta que rigen el servicio en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), los uniformados del patio no pierden esa simpatía y gracejo tan propios de los habitantes de nuestro archipiélago antillano.

Las anécdotas hilarantes en el marco del Servicio Militar no son pocas y ponen de relieve el jocoso carácter del cubano en cualquier medio о circunstancias que se encuentre.

Cierta vez, cuando participaba, representando a la dirección de los servicios médicos de las FAR, en un control de la entonces jefatura de retaguardia a una gran unidad, luego de finalizar las conclusiones, por cierto muy favorables, se organizó una actividad recreativa como digno reconocimiento al excelente trabajo realizado.

Estábamos compartiendo con los miembros del estado mayor de la unidad de referencia, cuando entre masitas de puerco, chicharrones y cervezas frías, el jefe nos contó una simpática anécdota.

Nos relató, no sin dibujársele una involuntaria sonrisa en los labios, que en la época en la que se desempeñaba como jefe de un regimiento de tanques, la unidad que comandaba se encontraba de maniobras en un polígono camagüeyano. Finalizados los ejercicios y habiendo sido calificado por los árbitros favorablemente, decidieron hacer un almuerzo especial. El jefe de retaguardia —de intendencia según la nueva denominación— se lució en la organización del ágape y sirvió puerco asado, tostones, congrí, ensalada y sacó, de debajo de la manga, ante los incrédulos ojos de los participantes, una pipa de espumosa cerveza. Pese a estar en condiciones de campaña, se las arreglaron para montar un comedor más que decente y conseguir hasta un conjuntico musical para amenizar la actividad festiva.

Contaba el jefe que alguien, pese a la abundancia y variedad del menú, se las agenció para preparar una caldosa que se ofertó como primer plato. Cuando se comenzó a servir el suculento menú,  llamaron al jefe por el teléfono de campaña y tuvo que levantarse. Le informaron que el jefe superior llegaría en cinco minutos y lo solicitaba en el puesto de mando móvil, situado a un kilómetro de lugar donde se encontraban. Para no irse con el estómago vacío —cuando los jefes llaman se conoce como comienza, pero nunca se sabe cómo termina el asunto— se paró junto a una de las cocinas de campaña a tomarse rápidamente un plato de la sustanciosa caldosa para luego marcharse en el UAZ que ya esperaba por él.

Mientras tomaba con fruición su sopón, en una de las mesas cercanas, de espaldas a él, le iban a servir caldosa a un joven teniente, famoso por ser un tipo muy simpático y ocurrente. El susodicho, deteniendo con su mano derecha el cucharón de la camarera le dijo: “mija, cuantas veces te voy a decir que los hombres machos no toman sopa”.

Lo demás, según relato del jefe, sucedió vertiginosamente; uno de los comensales que veía perfectamente como el jefe de regimiento saboreaba un plato de caldosa, le abrió desmesuradamente los ojos al oficial que acababa de proferir la desafortunada frase y disimuladamente le indicó que mirase hacia atrás. Con el rabo del ojo, el novel oficial comprobó lo delicado de su situación, pero haciendo derroche de una privilegiada agilidad mental, se dirigió a la gastronómica, que aun sostenía en alto el cucharón y le dijo con un tono de voz audible a cien metros, “Mira chica, y si la toman, la toman de pie”.

Al jefe de marras, según sus propias palabras, no le quedó otro remedio que reírse con ganas con tan inesperada y ocurrente respuesta. Esta graciosa anécdota confirma la máxima castrense, repetida de generación en generación de militares hasta convertirse en antológica, que  sentencia proverbialmente: “Del jefe, como del mulo, mientras más lejos más seguro”.

Hasta más ver.    

 

Publicado: 19 de diciembre de 2017.                                                 

                                                              


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