La Historia, la verdad y el arte


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Uno de los artistas españoles que más tonos heredó o prefiguró en la pintura y el grabado, con mayor variedad de temas ―religiosos, históricos, mitológicos, paganos, aristocráticos, populares, bélicos, revolucionarios, oníricos, ocultistas, conflictivos, familiares, rurales, urbanos, divertidos, dramáticos, fantásticos, provocadores, simbólicos, alegóricos…― fue Francisco de Goya. Su descomunal obra transitó por diversos momentos en que múltiples asuntos convivían: retratista real, pintor de sacristía y artista de academia, plasmó en el óleo a personajes populares o inventó fantasmagorías en notables series de grabados: en “Caprichos” demostró que “el sueño de la razón produce monstruos”; pintó “majas”, desnudas y vestidas, y fantasías en que emergía la crueldad de la guerra; escenarios apacibles de costumbres y escenas desgarradoras de fusilamientos; sus bodegones y estampas acuñaron una imagen perdurable del carácter y las tradiciones españolas: un historiador iconográfico de una etapa difícil de su pueblo. En “La Verdad, el Tiempo y la Historia” (1797-1800; óleo sobre lienzo, 294 cm x 244 cm, en el actual Museo Nacional de Estocolmo, Suecia), la Verdad no tiene ningún disfraz y se presenta desnuda; el Tiempo, impaciente, quiere echar a volar, y La Historia dicta, aunque solo la Verdad sabe lo que registra… El arte de Goya recogió en esta pieza alegórica una realidad que, como otras, sirve para todos los tiempos. Tal comunión entre historia, arte y verdad nos resulta hoy vital para enfrentar los desafíos del presente: la verdad histórica y la artística, cada una con sus métodos y reglas para convencer desde fuentes seguras y pasiones encauzadas con pericia.
Cuando el viernes 5 de mayo Elier Ramírez y Mónica Corrieri trataron de responderse en el periódico Granma “¿Qué pasó en La Mejorana?” ―una pregunta que muchos cubanos se han hecho, aunque a veces se haya tratado con rodeos calambucos, como si los protagonistas no estuvieran fogueados en un apasionado empeño en que les iba la vida por la patria―, la Verdad estaba escribiendo la Historia. Elier y Mónica desarrollaron su respuesta desde fuentes diversas y confiables; ubicaron al lector temporal y espacialmente, pero especificando detalles y con una descripción pormenorizada de datos y referencias singulares que revivieron el suceso de La Mejorana con maestría, pues no bastaba el requisito referencial del historiador, era imprescindible la interpretación y el comentario oportuno entre las líneas del Diario de campaña de José Martí, y el análisis del vigor y los motivos de Antonio Maceo, y de la voluntad y el empeño de Máximo Gómez por mantenerse como moderador. En el artículo se demuestra la pericia para exponer una verdad difícil de explicar con la sutileza que requiere el tema, mas sin ocultamiento, pues no decir toda la verdad equivale a mentir, y falsear la historia abre la brecha para especulaciones y manipulaciones con diferentes objetivos, desde ciertos provechos personales en el intrincado laberinto de las competencias del conocimiento hasta el desmontaje de la memoria histórica del pueblo cubano, un propósito esencial de la guerra cultural que enfrentamos. Resultan insoslayables el esclarecimiento y la exactitud para abordar un asunto histórico, especialmente los delicados, en uno de los momentos de confrontación más complejos de nuestra nación; nunca hay que temer el esclarecimiento de la real raíz de cada posición con absoluta transparencia y honestidad, como aquí se hizo, valiéndose de una escritura a la vez diáfana y elegante.
Si la unión de un historiador (Elier) y una profesora de Filosofía (Mónica) para desentrañar un episodio complejo de nuestro pasado no sorprende a casi nadie, un poco más inusitada podría resultar la gira por Cuba que actualmente llevan a cabo un historiador y un músico pop: Ernesto Limia y Raúl Paz. Se trata de otra manera “para conectar desde los sentimientos”, título del último capítulo de un libro de Limia que sintetiza las relaciones entre la Isla y su poderoso vecino norteño.
La obra de Paz expresa cabalmente el término fusión ―que últimamente parece aplicable a todo o a casi todo―, pues sin olvidar nuestros aires trovadorescos tradicionales, se ha insertado en la canción universal con apego al rock, el pop, el tecnopop, el electro y el funk, entre otras modalidades, con una timba que a veces hace guiños al rap. Embajador de Buena Voluntad de la Unesco, merecedor de grandes reconocimientos en Europa y América, con una sólida discografía entre la que se cuentan Cuba Libre (Rue Bleu, 1999), Contigo (Kontos Records, 2000), Blanco y Negro (RMM, 2000), Mulata (Naïve, 2003), Revolución (Naïve, 2005), En casa (Naïve, 2006), En vivo (Naïve, 2007) y Havanization (Naïve, 2010)..., Paz es uno de nuestros más versátiles compositores e intérpretes. Por su parte, Ernesto Limia acumula el crédito de tres libros medulares: Cuba entre tres imperios: Perla, llave y antemural (La Habana, Ediciones Boloña, 2012, y Casa Editorial Verde Olivo, 2014), Cuba libre: La utopía secuestrada (La Habana, Ediciones Boloña, 2013, y Casa Editorial Verde Olivo, 2015) y Cuba: ¿Fin de la Historia? (Ocean Sur [2017]), que han sido objeto de cerca de medio centenar de presentaciones y con los cuales ha alcanzado un amplio reconocimiento por su nueva perspectiva de presentar la Historia, bajo las premisas del rigor, la escritura cuidada y una pasión que se revela en la primera palabra de cada título: Cuba.
Ambos se acompañan en esta experiencia insólita, para transmitir, con el verbo y la música, dos excelencias en un espectáculo de movilización inteligente para pensar y sentir. Se trata de un proyecto que garantiza razones y emociones, cerebro y corazón, el ensayo de una diversión culta, el raro privilegio de ejercitar, desde diversas disciplinas, un discurso desenajenante que ofrece algo más que “más de lo mismo”. Tal vez sea ya hora de ensayar retos que unan in extenso lo que puede ser útil y placentero en el enfrentamiento a espectáculos musicales desabridos en que se dice tanta tontería, y al aburrimiento de la Historia impartida sin pasión humana y sin entender sus vínculos con la vida de las personas. Ni la Música es tonta, ni la Historia y la Literatura son aburridas; cuando se ligan desde sentimientos afines, se expresan en una dimensión placentera y se saben enlazar, el resultado puede conducir a una renovación necesaria.
Quien no vibre de emoción ante las miles de reproducciones de la obra de Goya en diferentes soportes, tal vez no podrá entender estas ligazones que comento. Quien no sepa del artículo de Elier y Mónica, o nunca haya asistido al espacio Dialogar Dialogar en el Pabellón Cuba, o a Último Jueves en el Icaic, por solo poner algunos ejemplos, quizás tampoco comprenderá los objetivos de esta tentativa de Paz y Limia para conectar desde los sentimientos. Formar un receptor activo es el desafío que asumió la Revolución desde la Campaña de Alfabetización. Ojalá que estemos presenciando el inicio de un cambio en que, como hizo Goya, historia, verdad y arte puedan entenderse.


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