La importancia de saber


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Pasaba en una ocasión por las afueras del Teatro Nacional, acompañada por una joven estudiante de preuniversitario. Hablamos de la Sala Avellaneda, sede de grandes presentaciones artísticas en La Habana y de la Sala Covarrubias, donde unos amigos,  preparaban un Concierto. ¿Sabes, por qué este lugar se llama Covarrubias?, le pregunté:  “¡Quisiera saberlo!”, agregó la estudiante, “porque es muy importante saber”. Con esta respuesta  y con la pregunta, ya tenía tema para un comentario y  aquí está.

Estas líneas responden a ese propósito. 

Confieso que valoro de manera extraordinaria, el  empeño de esta joven, por alcanzar cada día, mayores conocimientos.

Es interesante que recordemos  que  Francisco Covarrubias,  nació en 1775.  ¿Sabía usted que este habanero fue médico cirujano?  Pues bien,  así fue, pero era tal su pasión por el teatro y la actuación, que decidió dejar la medicina y entregarse plenamente a las tablas. Fue actor  y autor de obras teatrales que crearon el teatro vernáculo en nuestro país.

Muy bien puesto el nombre de Covarrubias a esta otra sala del Teatro Nacional.

Cuando pensamos en Covarrubias, nos referimos a un cultivador de piezas menores del teatro costumbrista, de fácil comicidad, en muchas ocasiones inspiradas en determinadas circunstancias representativas de lo que llamamos Género Bufo o también Género Chico. En este tipo de piezas teatrales, se fusionaba el costumbrismo, que ya venía de la literatura narrativa, con el criollismo y lo que resultaba muy interesante, con determinadas implicaciones patrióticas  revolucionarias, si se tiene en cuenta, que este hacer teatral,   marchó  afín a los tiempos de nuestras primeras luchas independentistas.

Fue Covarrubias un artista  de gran popularidad. Muchas de las canciones  que aparecían en sus obras, también resultaron muy populares. Imagínense el reflejo del  pueblo en la escena, haciendo reír, cuando afloraba en cada expresión, el gracejo criollísimo del negro y del hombre del campo cubano, que siempre nos acompañó.

Se le considera el creador del arte teatral cubano. Es para muchos el Caricato mayor.

Creo que estas líneas, pueden servir para rendir tributo a Francisco Covarrubias, que por gran coincidencia, en este 2015,  se cumplen 240 años de su natalicio.

Murió en La Habana, en 1850,  sin ser debidamente reconocido, como él se lo merecía.

El sainete, con su criollísimo sabor cubano, las pegajosas canciones y la alegría de nuestro pueblo, se ha mantenido, hasta nuestros días, como símbolo de nuestra idiosincrasia.

Pero sería interesante que también se sepa, que mucho antes que todo esto sucediera, desde el siglo XVI, existieron en Cuba representaciones teatrales,  muy rudimentarias de carácter público y en determinadas festividades religiosas, las llamadas danzas e invenciones.

Antes de Covarrubias, ya se conocía de una comedia, sin mucha importancia, en 1598, aquí en La Habana, titulada Los buenos en el cielo y los malos en el suelo.

Bien vale señalar, El Príncipe Jardinero y Fingido Cloridano, que aparece como la primera obra teatral de texto conocido, aunque más que compuesta, refundida en Cuba y que merece estudio aparte y bien detallado.

Fue a partir de 1776, cuando españoles y cubanos comienzan a participar con mayor interés en el género teatral.

Después de Covarrubias y a lo largo de todo el siglo XIX, muchos poetas y escritores cubanos se interesaron por cultivar el género teatral.

La Avellaneda, por ejemplo, poetisa de altos vuelos, logró en el drama y la comedia éxitos muy connotados en su estancia en España.

Es bueno saber, que la gran Tula, en 1840, iniciaba su andar por el teatro, dando a la escena el drama romántico Leoncia. Algunos  años después, compuso  varios  dramas de contenido trágico, a lo que determinados críticos han centrado en la llamada tragedia romántica. Hablamos de Alfonso Munio: El Príncipe de Viana, Egilona  y Saúl, entre otros.

Pero fue en 1852, cuando la Avellaneda comenzó a escribir su obra teatral Baltasar, que fue definitivamente presentada al público madrileño en abril de 1858, en el Teatro Novedades. Es importante que  se conozca muy bien, que esta obra constituye el mayor éxito teatral de nuestra camagüeyana y no solo eso, sino una de los mayores éxitos de la época.

¿Sabía usted, que se mantuvo Baltasar,  en cartel,  durante cincuenta noches seguidas? Variedad de metros, el tono del lenguaje y los ambientes y especialmente la figura del rey babilónico, recrean como han expresado muchos estudiosos, el turbulento sentimiento del alma romántica.

Un asunto que me resulta muy curioso y me gustaría compartir en estas líneas cuando recordamos a Covarrubias,  es lo  referente a las investigaciones  que se han realizado sobre la comicidad de la Avellaneda y el uso que hace la escritora de ello.

Algunos especialistas, saben que a la Peregrina, como se le dio en llamar, no le faltaron motivos para la tristeza y para la desesperación, pero con los años, y esto lo define bien Don  Juan  Nicasio Gallegos, que le prologó su primer libro de versos,  al expresar “que esta extraordinaria mujer, fue adquiriendo una serenidad vital y un dominio de la técnica dramática a largo de los años, que le permitió asomarse a géneros, para los que en principio no estaba muy dotada.”

Su incursión más clara en el mundo de lo cómico es el juguete escénico: El millonario y la maleta, en el que apenas deja entrever en un breve diálogo, sus reflexiones sobre el amor, que suelen ser lo más interesante de toda la obra. La escribió para ser representada por un teatrillo de aficionados de Sevilla, donde residió durante cuatro años del 1865 al 1869. El texto  no llegó a representarse y no se publicó hasta 1871, en sus Obras Completas.

Como ven, muy bien puesto el nombre de Avellaneda, a la Sala más amplia del Teatro Nacional.

Ya por ahora, es suficiente. Al menos, con estas líneas, les ofrezco algunas notas para seguir adelante por el camino fascinante del saber, por el que siempre debemos transitar.

En pocas líneas  hemos dicho muchas cosas,  para apoyar el criterio de  la joven estudiante de preuniversitario, que me decía, que  lo importante era saber, y no solo saber, diría yo,  sino saber mucho, y no creer jamás que lo hemos aprendido todo.

El camino del saber es totalmente infinito. Aunque avancemos, siempre nos faltará  mucho, pero mucho terreno, por andar.

 


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