La última lección de Céspedes


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Quienes han visitado el lugar donde cayera en desigual combate Carlos Manuel de Céspedes, el 27 de febrero de 1874, podrán coincidir con este autor en que se trata de una elevación de muy difícil acceso. Es la cima de una alta montaña, San Lorenzo, en la Sierra Maestra, lo que comúnmente se llama “nido de águilas”, aunque en Cuba no frecuenten esas grandes aves de presa. Todavía en el presente, si no se utiliza un vehículo de doble tracción y motor potente, es imposible ascender por las pendientes elevaciones y llegar hasta allí. Imagínese el lector en pleno siglo XIX cuando esa ascensión había que hacerla a pie o auxiliado por una cabalgadura.

Para el investigador de la historia, al menos para el que esto escribe, siempre ha resultado muy difícil comprender las razones por las cuales el mando militar español destacó un comando desus tropas élites, el Batallón Cazadores de San Quintín, para atacar un caserío donde residían apenas una veintena de personas, sin efectivos mambises, un puñado de lisiados de guerra, mujeres y niños y un personaje desplazado de la políticaindependentista, acompañado de su hijo y un asistente. Solo el conocimiento de la identidad de ese personaje por las autoridades españolas puede explicar el tipo de operativo militar destinado a asaltar San Lorenzo.

Aún no ha aparecido ningún documento que pruebe lo que estoy expresando, por lo que es solamente una hipótesis sugerida por un cálculo lógico y la correspondiente suspicacia. El expediente oficial español, elaborado a partir del parte militar del operativo emitido por el Jefe del batallón Cazadores de San Quintín, es el único existente, y que permite una interpretación (abierta) sobre los móviles que dieron lugar a la muerte de Carlos Manuel de Céspedes. En una de sus partes dice así el general Sabas Marín:“Sabedor que en la falda de Sierra Maestra hacia la costa se encontraban cabecillas de importancia […] dispuse el desembarque del batallón de San Quintín…”.  Es decir, el mando español sí conocía de la presencia en determinado lugar de la geografía oriental de algunos líderes mambises, esto es una confirmación. Otro dato interesante es la descripción de la muerte del bayamés: “El capitán don Andrés Alonso y el sargento Felipe González Ferrer, con cinco soldados, fueron los que dieron muerte al referido Céspedes, el cual disparó un tiro de revólver al capitán y otro a dicho sargento y sin embargo de mis voces de date prisionero, no fue posible se entregara”, lo que desmiente definitivamente la tesis del suicidio de Céspedes, muy generalizada durante mucho tiempo. 

Pero lo más importante de ese expediente es lo que el general Sabas Marín le informa por escrito al Capitán General de la Isla sobre la operación de San Lorenzo, cuando le dice que le remite las armas y los documentos capturados al prócer y añade: “el emisario [capitán don Francisco Flores] le puede informar reservadamente de todo”. ¿Qué era lo que se debía informar reservadamente y no debía ponerse por escrito en un parte? Este documento, cuando fue descubierto en el Archivo Militar de Segovia, a inicios del pasado siglo, le llamó la atención al hijo menor de Céspedes, que por entonces investigaba para escribirla biografía de su padre, y luego ha intrigado a cuanto investigador se ha acercado al enigma, en particular a la Dra. Hortensia Pichardo Viñals, principal especialista en la vida y obra del hombre del 10 

En mi caso personal, considero que es ingenuo pensar que el mando español desconocía del paradero del expresidente de la República en Armas, pues el operativo militar por vía marítima (a través de una cañonera) que trasladó de Santiago de Cuba al sur de la cordillera de la Sierra Maestra al bon Cazadores de San Quintín, es la legitimación mayor de esa hipótesis; ellosbuscaban esa pieza de trofeo para estimular la causa colonialistay nadie mejor que el expresidente para cumplir dicha función

No han aparecido nuevos documentos y las expresiones del militar español en su informe quedan como un tema abierto de investigación, por lo que la interrogante sigue pendiente. La pregunta clave, entonces, es: ¿Cómo supo el mando enemigo del paradero de Carlos Manuel de Céspedes? ¿Una delación de un traidor del bando cubano? ¿Un trabajo de inteligencia de los españoles? El caso sigue pendiente y quizás algún día un documento permita esclarecer las incógnitas y darlo por cerrado. No es justo, ni riguroso, por lo tanto, hacer acusaciones gratuitas, aunque realmente no hay a muchas direcciones a las cuales apuntar como origen posible de una delación, en caso de que esta fuera la verdadera causa.

Según las informaciones que he podido reunir con todas las versiones originadas por testigos y personas próximas al evento, el último día de vida del Padre de la Patria, ocurrió de la siguiente forma: 

Céspedes despertó temprano y después del aseo matutino decidió no ir a un almuerzo al que lo había invitado el campesino Evaristo Millán, un amigo que vivía a varias leguasde allí, debido a que el terreno no estaba en buenas condiciones por las fuertes lluvias de la noche anterior. Tomó su café y escribió en su diario las tres últimas cuartillas. Esos apuntes erannada más y nada menos que el juicio crítico sobre sus adversarios políticos de la Cámara de Representantes, que resultó ser una verdadera acusación ante la historia. Alrededor de la media mañana consumió un frugal almuerzo-desayuno, en compañía de su hijo mayor Carlitos, y, probablemente, del prefecto José Lacret. Después, jugó una partida de ajedrez con el bayamés y viejo amigo Pedro Maceo Chamorro (dato no precisado definitivamente) y a continuación recorrió solo y a pie el centenar de metros que separaban su bohío del que ocupaban las hermanas Beatón. Allí conversó un rato con estas dos amistades de los tiempos bayameses. Siguió su itinerario acostumbrado y se dirigió entonces al bohío de dos campesinas viudas de mambises, con una de las cuales, Panchita Rodríguez, él había mantenido un breve romance (del que nacerá meses después su último hijo, bautizado por su madre como Carlos Manuel, y que combatiría luego en la guerra del 95) y a cuya hija pequeña enseñaba el alfabeto junto con dos o tres niños más de San Lorenzo. Justo en ese momento, llegó otra niña al bohío para pedir sal y es quien descubre a los soldados españoles y da la voz de alarma. Comenzó así la fase final del drama.

Los jefes del operativo decidieron no esperar más por la columna que, desde el norte, procedente de El Cobre, debía converger en ese punto, en una típica operación de pinza (otro elemento más a favor de que este operativo tenía la mayor jerarquía e importancia para el mando español). Abandonan la estratégica posición que han ocupado durante horas y desde la que han visto el amanecer del predio y el desenvolvimiento de sus habitantes. Una parte de la columna se desplazó por uno de los flancos de la explanada del caserío, con la intención de cerrarle el paso a Céspedes, mientras que este, empuñando su revólver, emprendió una carrera para ponerse a salvo. Los atacantes rompen fuego para amedrentar a Céspedes y a los demás cubanos del lugar y Céspedes, quizá confundido por la sorpresa o pensando erróneamente que el enemigo llegó por el norte, avanzó en la dirección en que no tenía escapatoria. Un capitán, un sargento y cinco soldados le persiguieron, mientras que el resto ocupó el lugar y respondieron a la débil oposición que algunos habitantes del predio les hacían (el hijo de Céspedes y su asistente habían marchado a diferentes gestiones desde la mañana; Carlitos a buscarle unas alpargatas rústicas a su padre). Céspedes avanzaba con dificultad, su visión no era buena y su anterior vigor y entrenamiento físico, del cual en su juventud y madurez disfrutó como esgrimista, nadador y jinete, habían sido deteriorados por la dura vida en la manigua y la mala alimentación. Además, contaba con cincuenta y cinco años de edad que, en aquella época, distaba de considerarse como ahora. Céspedes corre a través de la manigua, se vira y hace un primer disparo a sus perseguidores, sigue su marcha sin atender a los gritos que piden que se detenga y entregue; se aproximó al borde de un barranco, ya no había más camino para él, se vuelve de nuevo y disparó al sargento que, a su vez, le dispara, casi a quemarropa, y le da muerte. Su cuerpo sin vida se despeñó al vacío. 

Así terminó sus días Carlos Manuel de Céspedes. El primer mambí cayó como uno más de los miles de soldados de la causa independentista que ya, a la altura de febrero de 1874, habían derramado su sangre combatiendo por la causa patriótica y republicana. Los españoles obtuvieron la presa, pero sin vida, mientras que Céspedes dio la última lección con su brava muerte.

Una expresión de Manuel Sanguily, hombre de esa guerra y luchador permanente por la independencia de Cuba, describió, de forma insuperable, la imagen de la caída del héroe: “Como un sol de llamas que se hunde en el abismo".


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