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Las inolvidables aventuras


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Desde su origen, nuestra televisión privilegió la difusión de los géneros dramatizados y, en particular, de los formatos episódicos que imponían a los televidentes la fidelidad a la sintonía del espacio y de la televisora en cuestión para conocer el resto de la trama.

A mediados de los años 50 pasados, Antonio Emilio Vázquez Gallo inaugura el género aventuras en la empresa Televisión Nacional (Canal 4), optando por la modalidad humorística que, aunque distaba mucho de las famosas aventuras heroicas literarias,  mantenía algunos de sus códigos, recursos y esencias básicas.

En 1960 Cuba recibía el legado de una sociedad altamente polarizada, donde la modernidad y el boato coexistían con la mayor miseria y donde la mayor parte de la población infantil-juvenil no asistía a las aulas porque necesitaba trabajar para lograr el sustento. Aún así, los ingresos de muchas familias no suplían las necesidades básicas de la vivienda y la alimentación.

Por ello, el programa del Gobierno revolucionario se propuso elevar el nivel de instrucción de todos los cubanos, garantizar la enseñanza artística, el acceso a las expresiones culturales y exaltar los mejores valores del ser humano.

La radio y la televisión, quienes ya habían convertido sus fines comerciales en servicio público, asumieron la misión de informar, educar, prevenir, formar y satisfacer las necesidades espirituales de toda la población y, ni corta ni perezosa, se sumó al empeño.

Entonces, de la mano del propio Vázquez Gallo, Erich Kaupp y Silvano Suárez llegaron las aventuras heroicas y patrias que por decenios colmaron —entre lunes y viernes— dos horarios vespertinos televisivos que convocaban una y otra vez a los chicos, a los adolescentes y hasta a los adultos de la familia.  

Estas aventuras poseían un amplio diapasón de temáticas o nacionalidades. Sus historias ocurrían en ambientes de época o en escenarios cercanos a la actualidad; pero ineludiblemente tenían héroes que luchaban por la justicia, villanos que necesitaban ser castigados, múltiples peripecias y combates, bellas damiselas que proteger y todas ellas exaltaban valores, virtudes y actitudes como la valentía, el desinterés, la amistad, el amor y lealtad a la patria.  

Su transmisión televisiva se acompañaba de la presentación habitual de sus realizadores e intérpretes en plazas públicas, estadios y locaciones en otras provincias del país; estrategia que acercaba a sus públicos los relatos, personajes y protagonistas. Sobre todo los infantes, quienes disfrutaban hasta lo indecible estos momentos.

A continuación, comparto con ustedes los títulos de algunas de las aventuras televisivas difundidas en estos espacios habituales entre 1968 y 1975:

Espartaco, El gran almirante Cristóbal Colón, Marco Polo, Hernán Cortés, La flecha negra, El secreto del rey sol, Rebelión, 20 000 leguas de viaje submarino, El conde de Montecristo, Ulises, Guillermo Tell, Las aventuras de Juan Quin Quin, El capitán tormenta, Pierrot, Camaradas, Orden de ataque, Los gavilanes de Glujarka, Enrique de Lagardere, El vizconde de Bragelone, 20 años después, Los indómitos, Los bucaneros, La isla del tesoro, El escuadrón de Yara, La capitana de la isla, La fortaleza subterránea, Los mambises, El cacique Arimao, Túpac Amaru, La invasión, Los comandos del silencio, Tierra o sangre, La guerrilla del altiplano, El pampino, Operación sitio, Viva Puerto Rico libre, Los insurgentes, El canoso, Sandokan, El zorro, Robin Hood, El corsario negro, Los vikingos, La guerra de los palmares, Los konsomoles y De cara a todos los huracanes.

Varias décadas después de desaparecer estos espacios de aventuras, aún se recuerdan y añoran.

Desde los años 80, nefastas políticas de jubilación nos despojaron de la mayoría de los expertos en estos quehaceres y, peor aún, impidieron que nos apropiáramos de sus conocimientos, experiencias y saberes para formar a las nuevas generaciones de escritores y directores; deuda que aún hoy no hemos saldado. 

En los 90, cuando disminuyeron las finanzas a niveles críticos, fuimos incapaces de enfrentar el alto costo de la ambientación, vestuario, maquillaje y desplazamiento hacia locaciones exteriores que sustentaban a las aventuras y a otros géneros televisivos.

Por añadidura, se instauraron otros múltiples mecanismos mercantiles y perdimos —entre otras cosas—, la disciplina tecnológica en la gestión mediática, vital en géneros y formatos de este tipo donde se consolida el conocimiento productivo acumulado por  décadas.

Es cierto que el “período especial en tiempos de paz”, permitió a la nación sobrevivir  como proyecto social; pero aún no hemos valorado realmente el impacto negativo que tuvo en las prácticas educativas, comunicativas, simbólicas y culturales de nuestra sociedad. 

Desde entonces, se han realizado ingentes esfuerzos para retomar junto a las aventuras, el resto de la programación orientada a los públicos infantiles y juveniles. Pero los empeños han sido aislados y sus líneas productivas no han logrado consolidarse en el tiempo. En consecuencia, esta programación que posee gran importancia formativa, afectiva y simbólica sigue siendo una de las más deterioradas de nuestras ofertas televisivas. Por ello no extraña que fuera uno de los reclamos realizados por intelectuales y artistas en el último congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Sabemos que son costosas, pero debe existir una fórmula en el sector de la cultura cubana que nos permita retomarlas.


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