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Los botelleros en Cuba


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Si consultamos el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) en busca del vocablo “botellero”, encontraremos varias acepciones, a saber: “Mueble usado para guardar botellas, persona que fabrica o vende botellas”. Referente al segundo significado, a los cubanos que peinamos abundantes canas nos llegan del recuerdo aquellas carretillas con el inconfundible pregón de: “Cambio globos por botellas”, atrayendo a los fiñes cargados de botellas de refrescos o cervezas para trocarlas por globos, pirulíes o melcochas.

Pero no es de esos honestos botelleros, que deambulaban durante largas horas empujando una carretilla para ganar su sustento, de los que vamos a hablar. Nuestra presente crónica versará sobre otra acepción de botellero que aparece en el diccionario y es exclusiva de La Mayor de las Antillas: “Dicho de una persona, que tiene una botella (//empleo)”. La “botella” es un producto genuino de la corrupción y el desgobierno, una suerte de sinecura institucionalizada durante la segunda intervención norteamericana de la isla de Cuba, por el prepotente y omnipotente gobernador yanqui.

Nacido en Minnesota, Mr. Charles Eduard Magoon, se desempeñaba como mandamás de la zona del Canal de Panamá cuando, en septiembre de 1906, tomó posesión como interventor sustituto de William Taft, Secretario de Guerra de los Estados Unidos, quien había ocupado el mando del archipiélago cubano, respaldado por 6 000 soldados, a solicitud de su presidente Tomás Estrada Palma, tras de asumir su segundo mandato en unas fraudulentas elecciones que provocaron un levantamiento armado en la mayor isla caribeña.

Del gobierno de intervención diría el prestigioso historiador Julio Le Riverand: “(…) el gobierno de Magoon, se caracterizó por la corrupción administrativa y el despilfarro de los fondos públicos, satisfizo las ambiciones de los políticos deshonestos y los burgueses nativos en general, desarrollando ampliamente la botella, sistema que perfeccionarían los politiqueros cubanos de los años siguientes”. Pero muchos se preguntarán, sobre todo los más jóvenes: ¿Qué era la botella? Pues era, nada más y nada menos que plazas de trabajo gubernamentales fantasmas; o sea, empleados que existían en nómina, cobraban puntualmente todos los meses, pero no trabajaban ni un día al año. Una expedita, eficaz y “legal” manera de esquilmar el tesoro público en provecho de bolsillos particulares y en interés de políticos inescrupulosos. Así de fácil.

Cuando el procónsul norteamericano entregó el poder al presidente electo José Miguel Gómez, ganador de las elecciones frente a Mario García Menocal, en enero de 1909, en su proclama final, a nombre del muy ilustre Sr. Presidente de los Estados Unidos de América, declaró que todos los decretos de su administración, todas sus deudas —que eran muchas y abultadas— y las obligaciones contraídas, tenían que ser reconocidas y honradas por el gobierno de la República de Cuba, así como cada uno de los contratos de adjudicaciones —por supuesto que la mayoría a entidades yankis— tenían que ser respetados.

A fin de que saquen ustedes sus propias conclusiones, como aconseja el bueno de Taladrid,  les diré que Mr. Magoon, después de salir de Cuba, estuvo de asueto todo un año en Europa y se retiró de la vida política en cuanto llegó a Estados Unidos. Murió en 1920 por complicaciones postoperatorias después de una apendicectomía.

Las lecciones de Magoon fueron muy bien aprendidas y perfeccionadas por los politiqueros criollos, quienes convirtieron “la botella” en práctica habitual en todos los gobiernos republicanos posteriores, hasta que el primero de enero de 1959 llegara el Comandante y mandara a parar…

Hasta más ver.


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