Los ojos, los dientes y las garras del puma, y una ciudad color naranja


los-ojos-los-dientes-y-las-garras-del-puma-y-una-ciudad-color-naranja

Hay libros que nunca podremos desprender de la memoria, y esto nos va a suceder con Los ojos del puma, de Mercedes de Armas García, Chachi, diplomática cubana que sirvió durante seis años en Bolivia y ha recogido en el libro dos historias que se imbrican en una sola.

Una de ellas sucede en el presente y se desarrolla en la Bolivia moderna, donde la principal protagonista es Brisa Condori. Y la otra comienza cercana al año 1022 hasta el 1148. En esta corresponde la trama en el reino de Tiahuanaco, capital del imperio aimara en el altiplano, que se encontraba a unos veinte kilómetros del lago Titicaca, cerca del cerro Kimsachata, al que se le conocía como “cerro de tres puntas”, a más de cuatro mil setecientos metros de altura, desde donde se podía divisar una pirámide impresionante, la de Akapana, la que se extendía sobre unos cuarenta mil metros cuadrados y medía unos dieciocho metros de altura, con siete niveles hechos a la perfección. Este era el centro ceremonial y religioso.

Tihuanaco fue el centro de la civilización tihuanacota, cultura preincaica, una de las más antiguas de América del Sur, que se inició alrededor de año 2000 o 1500 a. n. e. y dejó de existir cerca del año 900 d. n. e.

El imperio de Tiahuanaco ocupaba territorios que cubrían toda la Bolivia actual, buena parte del Perú, el norte de Chile, de Argentina y Paraguay, así como parte de la zona noroccidental amazónica del Brasil. Todo ese vasto imperio era gobernado desde la urbe donde se desarrolla la novela, pero que solamente contaba con unos cinco kilómetros cuadrados.

El imperio dominaba distintas etnias, entre ellas a los aimaras, quechuas, guaraníes, mojeños, chiquitanos, tobas y chiriguanos, y todas estas lenguas se hablaban en él. A pesar de haber sido Tihuanaco rica en templos ceremoniales y palacios —que incluía a siete de ellos—, construcciones de grandes bloques de piedra que eran llevados desde más de treinta kilómetros, esta perfecta organización preincaica desapareció por causa de la incontrolable naturaleza, que trajo muchos años de sequía y sus hombres no supieron —o no pudieron— enfrentar tales nuevas condiciones de vida.

En la trama que se desarrolla en el período preincaico la autora narra la vida de sus habitantes a lo largo de cuatro generaciones, y ofrece magníficas descripciones tanto del entorno como de las costumbres y la riqueza cultural tiahuanacotas. Así,  cuando Mara, una de las protagonistas teje los ponchos y mantas multicolores —tan propios de ese país andino—, el lector puede conocer las características de los telares de la época y que empleaban fibras de alpaca, guanaco y vicuña. También destaca otras labores artesanales, como la fabricación y decoración de cerámica —de hecho un ánfora decorada por Watanay, uno de los personajes, ocupa un lugar primordial en la novela—. El quehacer artístico de ese pueblo se muestra cuando detalla las pinturas en los interiores de los templos, hechas con utensilios ancestrales, como algo parecido a una pluma de ave atada a una fina varilla de madera, utilizada como pincel, y las tintas de diversos colores obtenidas de diferentes semillas.

Con relación a las creencias y ritos ancestrales, en Tihuanaco se sacrificaban animales para que los dioses dejaran caer de las nubes el agua que fertilizaría los campos y se pudieran cosechar alimentos para el pueblo. Sin embargo, también existían sacrificios humanos cuando las peticiones de los dioses se hacían imperiosas. Así, las muchachas eran ofrendadas por sus padres con toda devoción y hasta algunas de ellas iban al sacrificio con la creencia de que ese gesto animaría a los dioses y la Pachamama pudiera recibir la lluvia que hacía tiempo faltaba. Pero a pesar de que el pueblo en general tenía gran fe en su dios principal, Viracocha, también se hace notar en la novela que no todos los padres querían ofrendar a sus jóvenes hijas ni todas estas iban al sacrificio alegremente.

Por su parte, Brisa Condori, protagonista de la parte de la novela que se enmarca en la Bolivia actual, es guía de turismo en Tihuanaco, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad. A través de ella, la autora da a conocer no solo lo relacionado con la antigua civilización, sino la vida política y social, la idiosincrasia y los avances del actual Estado Plurinacional de Bolivia.

Como dato curioso, diré que hace pocos años estuve en Bolivia y me llamó la atención que en El Alto, una población relativamente nueva, de unos 35 años, todas sus construcciones son de color naranja, son pobres y terminan en ladrillos. En la novela Mercedes de Armas ofrece la explicación: La alcaldía impone elevados impuestos a los obras concluidas y esto hace que los habitantes opten por no llevar a la epata final las construcciones para no tener que abonarlos.

Amor, (una bella página de amor resulta el baño de Huayra, hija de Mara, y Watanay en el lago), odio, traición, secretos, muerte, intriga, supersticiones, poesía, metáforas, miedos, todo esto está presente en El ojo del puma. Pero sobre todo, un respeto tremendo al puma que todo lo ve y vigila con sus ojos bien abiertos, puma al que Watanay sabe hablarle y enseñó a su hija Yanawara a hacerlo.

La novela El ojo del puma está escrita en veintiún capítulos y doscientas treinta y siete páginas, en un lenguaje claro y elegante que dicen mucho de su autora. El diseño de cubierta es, realmente, muy llamativo y contiene infinidad de notas en las que se explican los nombres indígenas que aparecen incluidos, como por ejemplo:

  • Sikus: ‘Nombre que daban los tiahuanacotas a lo que hoy se conoce como zampoña, otro instrumento andino de viento’.
  • Ispis: ‘Pequeñísimo pez de agua dulce, muy abundante en el lago Titicaca’.
  • Warqa: En aimara es: ‘Selva, salvaje, silvestre’.
  • Khawa: ‘Vestimenta masculina a manera de camisa larga y ancha que llegaba hasta las rodillas o un poco más abajo a veces’.
  • Yawar: Nombre de uno de los personajes. En quechua significa ‘sangre’.
  • Yanawara: Nombre compuesto por un término aimara, wara, que quiere decir ‘estrella’, y yana, vocablo quechua que significa ‘negra’.

 (Y valga aclarar lo poco común en muchos escritores de esas tan necesarias notas).

El libro fue publicado originalmente por el Ministerio de Culturas del Estado Plurinacional de Bolivia, y presentado el 8 de agosto de 2014 en el Palacio de Gobierno de La Paz, y contó con la presencia de su presidente, Evo Morales. La edición cubana fue publicada por la Casa Editora Abril en 2015, y presentada durante la XXIV Feria Internacional del Libro, en la Casa del Alba, en La Habana.

Mercedes de Armas viajó en sus días libres veintiuna veces a Tihuanaco. Conversó, investigó, inquirió para regalarnos su primera novela, en la cual ofrece una vasta información acerca de ese imperio y del país en que vivió durante seis años y que amó, porque —a pesar de que ella dice que siempre no es posible para un diplomático lograrlo—, supo “sentir esa tierra ajena y distante como propia y llorar sus tristezas y disfrutar con júbilo y regocijo sus triunfos y victorias”.

Gracias, Chachi.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte