Magisterio para todos los tiempos…Antonia Eiriz Vázquez


magisterio-para-todos-los-tiemposantonia-eiriz-vazquez

La historia del arte cubano abraza una pléyade inagotable de creadores que se han destacado en su tiempo y han trascendido a él, por una obra excepcional y cualidades especiales que les consagra como imprescindibles. De esa estirpe es nuestra artista de la plástica y maestra Antonia Teodora Eiriz Vázquez.

Es abril motivo de especial de recordación, para un aniversario más del natalicio de Antonia, un día  1ero de este mes en el año 1929. De Ñica, como los cercanos le llamaban, se  referencia  su pintura y su obra toda, su controversial personalidad y su auténtica entrega al magisterio forjando artistas, instructores de arte, artesanos y muchos amigos. Hija de familia emigrada y pobre, nació en las afueras de La Habana, en el hoy Reparto Juanelo, en el Municipio San Miguel del Padrón.

Si bien ya su obra se conocía antes del gran auge cultural que significó el triunfo de la Revolución, como artista graduada de la emblemática Academia de San Alejandro en 1957 y  con gran representatividad en  importantes acciones plásticas de la década del 50, es merecido el recuerdo hoy a su desempeño ejemplar como profesora después del triunfo de la Revolución.

Antonia Eiriz fue parte del torrente cultural de los años fundadores de la Revolución y se entregó al magisterio desafiando distancias, trabajando durante largas jornadas en cursos de artesanía para instructores de arte de todo el país, en la Escuela Nacional de Instructores de Arte; después, en la Escuela Nacional de Arte, (ENA) como profesora de varias generaciones de artistas y siempre continuando con su obra plástica de singular fuerza y calidad. Por ello, su legado artístico es valorado tan altamente como la huella que imprimió desde la formación de artistas, la mayoría hoy reconocidos como premios nacionales de artes plásticas, y que a su vez han sido profesores de  otras generaciones.

Cuando en los años 70 del pasado siglo XX, la Profe Ñica, la amiga a la que tantos acudían, se apropió de una técnica artesanal milenaria, para hacer de la creación un acto posible con la participación de sus vecinos, la idea se convirtió en un acontecimiento cultural único en aquel momento y génesis de un movimiento de arte popular, que en 1974 sería el tema del documental “Arte del Pueblo” dirigido por el cineasta Oscar Luis Valdés, con guión de Rebeca Chávez, obra que quedaría para la posteridad conocida en el país y en el mundo, donde el magisterio y el talento de Antonia Eiriz, tuvieron un protagonismo indiscutible, donde aquellos vecinos fundadores,  más tarde, formarían la manifestación de papier maché, reconocida por la Asociación Cubana de Artesanos Artistas, ACAA.

Su dedicación, su capacidad didáctica, su ética, su tenacidad como profesora de pintura y grabado, su búsqueda en las fuentes del arte popular para promover las tradiciones, el trabajo con las comunidades, le valió el reconocimiento de sus colegas y sus estudiantes. Recibió la Orden por la Cultura Nacional en 1981 y dos años más tarde la medalla Alejo Carpentier; en 1989 se le confiere la Orden Félix Varela, la más alta distinción en el ámbito de la Cultura otorgada por el Consejo de Estado de la República de Cuba.

Proverbial resultará siempre su gracia natural, su llaneza y su cercanía para tratar a todos. Son numerosos los testimonios sobre las relaciones de amistad y cariño de Antonia con creadores que fueron sus compañeros de estudios, alumnos, personalidades de la cultura cubana y de otras latitudes, la mayoría de ellos estuvo presente en ese intercambio natural que la unió a seres humanos entrañables, como su gran amigo y vecino Papo, artesano destacado en la manifestación de papier maché, a su comadre Mercedes Rodríguez y a su familia, a Nisia Agüero, a Migdalia Hernández, a María Rosa Almendros, a todo un haz de nombres que representan experiencias vividas por muchas personas.

Entre  aquellos que ya no están y los que aún la aman, todos  portadores de sinceros agradecimientos y múltiples anécdotas, se integra una nómina de singular prestancia: Antonio Vidal, Guido Llinás, Raúl Martínez, Humberto Peña, Julio Girona, Armando Morales, Alejandro G. Alonso, Nancy Morejón, Larrinaga, Ever Fonseca, Osneldo García, Pedro Pablo Oliva, Roca, Roberto Fabelo, Nelson Domínguez, Antonio Canet, Amelia Peláez, Cosme Proenza, Ernesto García Peña, Natalia Bolívar, Marta Machado, Flavio Garciandía, Tomás Sánchez, entre muchos otros.

En el Juanelo de Ñica, ese lugar donde perduran recuerdos a la sombra de su jardín, donde vivió más de sesenta años, con sus padres, hermanos y luego  con su hijo Pablo, en las tardes de tertulias y cafés y en talleres de artesanía, estuvo  también la amistad que la unió a la escritora Graciella Pogolotti y a otras personalidades;  igual de importantes resultaron las fotos que hicieran allí, entre otros, Gori, Marucha y Mario García Joya, en ese mismo ambiente creativo, de donde salieron artículos que resultaron ecos de la prensa sobre su vida y obra, junto a textos de Roberto Fernández Retamar, de Adelaida de Juan, Onelio Jorge Cardoso, Antonio Eligio (Tonel) y otros representantes de la cultura y la crítica de arte en Cuba.

El acercamiento a una vida como la de Antonia Eiriz, nunca quedaría ajeno a su obra, a su vínculo absoluto a  la enseñanza del arte con el más sincero desprendimiento, como fue su vida, como sus miedos,  sus añoranzas de niña y como el tiempo que vivió; tales realidades poblaron sus lienzos, tintas, dibujos, ensamblajes y también formaron parte de sus virtudes y  profundos sentimientos para sobreponerse a la enfermedad, a las ausencias, a la limitación física, para afrontar la maternidad y a no menos incomprensiones, que no constituyeron montañas sin atravesar, porque prevaleció su impronta como artista y valioso ser humano.

A 91 años de su nacimiento será siempre un homenaje para el recuerdo de Antonia Eiriz,  aproximarse  a su obra, la que nos pertenece a todos y que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes y en otras instituciones que la atesoran en sus colecciones; también así será continuar reconociendo el talento que contribuyó a formar y su entrega  a los más humildes, a  aquellos que enseñó a confiar en sus posibilidades creativas; sería también la posibilidad de acercarse a sus recuerdos más personales en el barrio donde nació,  cerca de la Virgen del Camino.

Así, para hoy y para el futuro, perduraría un lugar que pudiera ser de visita obligada para quien quiera conocer de tan grande figura de la cultura cubana,  imaginarse su  ambiente familiar o  su presencia amable, que muchos percibimos. Tal vez le podrían ayudar algunas fotos, textos, objetos y detalles que se conservan, en una casa de madera, pintada de azul, con techo de tejas, a un agua, y algo de lo que fue su jardín, a unos metros de la entrada al Pasaje Segunda, entre Piedra y Soto, porque entonces, sabría el visitante que se trata de la Casa Taller de papier Maché “Antonia Eiriz” construida después de su desaparición física, con el apoyo solidario de un proyecto de colaboración, e inaugurada el 1 de abril de 2004, donde antes estuvo su casa natal. Allí donde también antes tuve mi encuentro personal con Ñica y luego una experiencia de vida que espera por salir a la luz en un libro.

Queda establecida pues la invitación a la Casa de Antonia Eiriz en Juanelo. Quién sabe si es la oportunidad para incentivar ideas rehabilitadoras, no solo de las transformaciones constructivas del lugar, sino para regalarle  el homenaje más sencillo a esa maestra y entregar el agradecimiento de todos a su obra artística, educativa y humana con la vitalidad creadora de un espacio, con y para la comunidad.

Miriam la Ò Izaguirre, 1 de abril de 2020.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte