Martí en la esencia del pensamiento y la práctica de Fidel Castro


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Trascendental hito que abre en nuestra historia la era de la revolución triunfante, en Fidel Castro, cumbre de la Juventud del Centenario martiano, culmina la personificación simbólica de la práctica y el pensamiento político de vanguardia en el proceso revolucionario cubano. En él se aúnan rasgos de inteligencia, cultura, ética, temperamento y carácter preexistentes en figuras íconos de nuestro acervo patriótico, en especial de José Martí.

Llegar a los noventa años de edad, le permitió demostrar innumerables veces que no fue una frase populista su respuesta al fiscal durante la primera vista oral del juicio por los sucesos en Santiago de Cuba y Bayamo del verano de 1953. Recuérdese que responde al fiscal su pregunta acerca de quién había sido el autor intelectual de aquellas acciones con un rotundo: José Martí.

Cinco años después, el 5 de junio de 1958, Fidel estaría en Minas de Frío, un empinado paraje del macizo montañoso de la Sierra Maestra donde longitud y latitud se cortan en los grados 20 y 77, a mil metros de elevación sobre el nivel del mar. Como máximo líder del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, dirige las principales fuerzas opositoras al régimen dictatorial de Fulgencio Batista en el décimo noveno mes de la guerra por él alentada, organizada y reiniciada.

Si ese día Fidel hubiese caído en combate —si hubiese caído, es un decir—, en la dialéctica de la historia político ideológica de la  Revolución cubana tal vez se habría producido un segundo 19 de mayo. Porque el 19 de mayo de 1895, al caer en Dos Ríos José Martí, la Revolución cubana quedaba pospuesta. Un día antes, como se sabe, había dejado escrito para la posteridad:

Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

Y, de la misma manera, si el 5 de junio de 1958 hubiese caído Fidel, la culminación de la Revolución cubana tal vez se hubiera pospuesto una vez más. Ese día Fidel Castro, herencia y coincidencia de elevada cumbre en la vertiente martiana, también dejaba escrito para la posteridad:

Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande; la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero.

Esta breve nota, casi perdida entre numerosas instrucciones escritas en unas diez pequeñas hojas de una libretita de bolsillo, define paradójicamente el punto máximo ideológico de su pensamiento político militar para el cambio social: el de la liberación nacional. Y lo acerca, en la práctica de La historia me absolverá, a la vida de José Martí.

Pero no solo a Martí. La coherencia del jefe del asalto a los cuarteles el 26 de julio de 1953 con las demás personalidades paradigmáticas de nuestra historia, se manifiesta siempre en un primer rasgo común a todos: la disposición a entregar sus vidas en aras de adelantar sus proyectos revolucionarios.

Sin embargo, Fidel no cae el 26 de julio de 1953, sobrevive a aquel primer intento fallido para derrocar a la segunda tiranía batistiana; y, a lo largo de los sesenta y cuatro años transcurridos desde entonces hasta el día de su fallecimiento, pudo mostrar en numerosas oportunidades esa disposición a ofrendar la existencia en defensa de sus ideales.

Un segundo momento de prueba: el 16 de octubre de 1953, durante la penúltima vista oral de la Causa 37 de 1953 del Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba, cuando pronuncia su alegato de autodefensa que históricamente ha trascendido como La historia me absolverá. Es imposible dimensionar su fuerza movilizadora en aquellos tiempos germinales en que fue reconstruido pacientemente en una celda solitaria del Reclusorio Nacional para Hombres de Isla de Pinos. En cambio, resulta incuestionable el valor de ese documento como elemento concientizador y dinamizador de las masas populares, en paralelo con las acciones armadas insurreccionales, que culminarían en la derrota del despotismo y la liberación del pueblo.

No obstante, ceñir el análisis del pensamiento político de Fidel a lo que aparece en ese solo discurso devendría una omisión. Igual resultado se obtendría si pretendiésemos definir el pensamiento de José Martí por lo que expresa únicamente su Manifiesto de Montecristi.

Pero también rezuma utopía la posibilidad de otro acercamiento más riguroso, mediante la ampliación de la búsqueda por el resto de su obra. Requeriríamos entonces, para el caso de Fidel, estudiar los documentos inmediatamente anteriores al golpe del 10 de marzo de 1952 e inmediatamente posteriores, su prolífero epistolario del presidio y el exilio, y los escritos de prensa y proclamas que abundan desde el desembarco del Granma hasta enero de 1959.

En consecuencia, me limito a destacar algunas confluencias vitales entre el artífice de la liberación nacional y el apóstol de la independencia. Y a ensayar una aproximación sumaria al carácter activo que Fidel Castro y La historia me absolverá tuvieron de consuno para el decurso histórico de nuestros años cincuentas en el pasado siglo.

Síntesis del prolífero historial de nuestras rebeldías y desilusiones, aquella autodefensa emerge como el programa mínimo para reencauzar el proceso cubano de liberación, sobre bases realistas, posibles, que le permitieran culminarlo después de casi un siglo de esfuerzos inconclusos.

Visto de esa manera, en tanto que programa para un proyecto de continuidad de la revolución en un país bajo la dominación extranjera, íntegramente, por su contenido estratégico es, simultáneamente, el primer programa antiimperialista que, con absoluta eficacia, pudo culminar en éxito a lo largo de nuestro dilatado proceso liberador nacional.

No obstante, estudiar el documento solo en su letra reduciría la perspectiva de su significado.

Justamente, una de las peculiaridades de la praxis política de Fidel Castro joven es su realismo. De ahí que en la letra de La historia me absolverá no aparezcan expresados literalmente los objetivos primordiales de su proyecto revolucionario. Aunque no los niega ni renuncia a ellos en aras de una coyuntura, pues el sentido táctico en Fidel nunca implicó concesiones en los principios. Su talento político lo llevaba a cuidarse de innecesarias teorizaciones o desfasados pronunciamientos que, parafraseando a Martí, de proclamarse antes de tiempo en lo que eran, hubieran levantado dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

Para solucionar los problemas de la Cuba de entonces (dependencia, subdesarrollo, injusticia social), se requería la revolución. La revolución había que desarrollarla con las masas y con las armas, para asumir el poder cuyo objetivo sería la instauración del socialismo.

Pero no al socialismo, ni siquiera a la independencia, a la autodeterminación, a la plena soberanía podría arribarse sin la liquidación de la dominación imperialista. Así, pues, el antiimperialismo era un contenido ineludible, permanente, en todo ese proyecto, cuya expresión programática inicial es La historia me absolverá.

Liberación nacional y lucha antiimperialista resumían los propósitos en tono mayor de Martí cuando cae en Dos Ríos. Concentrados sus esfuerzos en el primero, no entendía oportuna la proclamación del segundo, aunque ya actuaba en esa dirección.

Esta discreción martiana estaba destinada en Fidel a rendir su saldo más positivo. Permitiría acumular el mayor número posible de fuerzas en la etapa anterior a la toma del poder, y neutralizar otras, especialmente a las representadas por varios consorcios y algunas esferas gubernamentales estadounidenses. Porque de haberse percatado las clases dominantes, de adentro y principalmente de afuera, del rumbo hacia el que marcharía el proceso insurreccional cubano encabezado por Fidel, habrían utilizado en su contra los recursos que movilizaron con posterioridad, cuando fue tarde. Ya en el poder el Movimiento Revolucionario 26 de Julio y el Ejército Rebelde, junto a las demás fuerzas que se les sumaron, y con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo, la revolución resultaba invencible.

Enmarcado armónicamente en su medio, el lenguaje de Fidel en La historia me absolverá expresa las frustraciones y esperanzas de nuestro pueblo y traduce literalmente sus necesidades, sin términos artificialmente trasplantados y, en consecuencia, ajenos a la idiosincrasia del cubano y a la cultura política popular. Emplea su interpretación de la metodología leninista para la toma del poder, pero sin traslucirla en vocablos que despierten suspicacias; mientras, en cambio, utiliza su legado político autóctono, cubano y latinoamericano, cuya raíz más fecunda se sintetizaba —y sintetiza— en la ética, en la gestión revolucionaria y el pensamiento de José Martí.

Aparente coincidencia, en los precisos instantes de conmemorarse el centenario del natalicio del Apóstol, con el único antecedente del Partido Revolucionario Cubano, el movimiento creado por Fidel resultaba históricamente la segunda organización secreta que surgía en Cuba con el fin de promover la revolución liberadora y antiimperialista, mediante la insurrección armada popular.

La coincidencia devenía ostensible: la más reiterada evocación en la autodefensa de Fidel es José Martí, quince veces, y emplea nueve fragmentos de la prosa del Maestro.

Al promover en el pueblo la acción insurreccional, la vanguardia de la Juventud del Centenario reencauza por derroteros realistas la Revolución cubana, con todo su contenido liberador nacional, antiimperialista y vindicador de la justicia social.

No solamente La historia me absolverá, sino todos los documentos y pronunciamientos públicos de Fidel Castro antes del triunfo de la insurrección armada popular, el primero de enero de 1959, fueron hechos con un especial cuidado hacia tres objetivos: captar al pueblo para el desarrollo de su proyecto revolucionario y, al mismo tiempo, de una parte sumar todas las fuerzas posibles en esa dirección, y, de la otra, neutralizar a las demás para que no actuaran en su contra.

El proyecto revolucionario de Fidel Castro, como el de José Martí en su tiempo, fue mantenido en secreto en su aspecto esencial estratégico: revolución liberadora nacional, antiimperialismo, socialismo.

El Grito del Moncada, símbolo de la vocación de libertad del pueblo, fue la primera respuesta heroica ante el régimen del 10 de marzo de 1952, y la clarinada que anunció el inicio de la etapa que culminaría el ya entonces casi centenario proceso de liberación.

Pero a pesar del fuerte impacto que el Moncada produjo en una gran zona radicalizada de nuestro pueblo, lo cierto es que las masas no conocieron en aquel instante, ni en los meses posteriores, lo que verdaderamente había ocurrido, ni los objetivos de quienes participaron en la acción impar que conmovió al país en julio de 1953.

La proclama “A la Nación” —uno de cuyos principales referentes ideológicos es la obra martiana— no fue conocida entonces. En esa proclama se lee: “La revolución declara que reconoce y se orienta en los ideales de José Martí, contenidos en sus discursos, en las bases del Partido Revolucionario Cubano y en el Manifiesto de Montecristi.”

Mas, sobreviviente Fidel Castro, gestor y rector de aquella vanguardia insurgente, transformó en tribuna el banquillo de acusado y, al denunciar la bancarrota de la república neocolonizada y los crímenes de la tiranía, pudo proclamar para la posteridad el programa político inicial de la Revolución cubana. Pero esta obra maestra, que con el paso del tiempo se transformaría en una de las más universalizadas piezas de la oratoria forense contemporánea de nuestro hemisferio, quedó apresada en el reducido espacio de una salita de hospital, ante una treintena de oyentes, muchos de ellos soldados enemigos.
El aparato opresor del Estado en quiebra imponía así una doble condena: de prisión para el defensor del derecho del pueblo a la rebelión frente a la opresión, y de silencio para el programa que fijaba rumbo a la posibilidad de la revolución.

De la misma manera que Fidel Castro no veía el asalto al Moncada como un fin, sino como un medio que se erigiría en método (oposición de la violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria; una primera acción destinada a desencadenar la insurrección armada popular), vio la necesidad de que el pueblo conociera el significado y los objetivos a corto y mediano plazo del proceso que así se desarrollaría.

El asalto al Moncada había sido el primer combate político-militar de su proyecto. La historia me absolverá iba a ser el fundamento programático de la batalla ideológica que, paralelamente, debía librarse para atraer la acción de pueblo en el futuro, esencia medular de la estrategia de Fidel.

Teóricos de superficie han esgrimido y continúan reiterando la tesis de la "revolución traicionada", en atención a lo ocurrido después del primero de enero de 1959. Para ellos, la radicalización de la Revolución cubana hacia el socialismo no estaba en sus presupuestos iniciales, y este nuevo rumbo estuvo condicionado por la actitud inmediatamente hostil y la guerra no declarada contra Cuba de los gobernantes norteamericanos.

Quienes así piensan desconocen que el proyecto revolucionario de Fidel estuvo largamente sedimentado. Es anterior al 26 de julio de 1953. Anterior, incluso, al golpe del 10 de marzo de 1952. Comenzó a conformarse desde su época universitaria, entre los años 1946 y 1950. Fue perfeccionándose en los tiempos de su activismo en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), y preveía la ruptura de la institucionalidad burguesa tras la liquidación del aparato militar represivo en que aquella se sustentaba, y su sustitución por una nueva organización del Estado en que imperara realmente la soberanía nacional, la justicia social, la democracia popular y la verdadera libertad. Esto ha sido objeto de amplias investigaciones, por lo que simplemente me limito a su mención.

 

N.E: Por su trascendencia, el Periódico Cubarte reproduce este artículo publicado en nuestras páginas con fecha 30 de enero de 2017.


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