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NO SOMOS MANSITOS


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Partiendo del cuestionamiento a la decisión de no exhibir el filme cubano Santa y Andrés en el venidero Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, han estado circulando en publicaciones digitales varias opiniones. El análisis se ha centrado no en el contenido del filme, que por cierto casi nadie ha visto, sino en el derecho de una institución cultural, en este caso el ICAIC, a no exhibir una película por considerar que “presenta una imagen de la Revolución que la reduce a una expresión de intolerancia y violencia contra la cultura”

El debate se ha polarizado, ya son varios los que han escrito y me llama la atención que medios como OnCuba se han prestado para publicar artículos, como el del realizador Eduardo del Llano, que hablan de una censura, y van más allá, toman el camino de la descalificación del ejercicio de la política cultural de nuestro sistema institucional. Desde hace años pertenezco a la Asociación Hermanos Saíz (AHS), organización que acaba de cumplir tres décadas de existencia y que tiene resultados probados en la promoción y circulación del arte que hacen los jóvenes, y también en el diálogo, a veces eficaz y a veces no tanto, con ese sistema institucional de la cultura que hoy se ataca. La membresía, nada homogénea de la AHS, se ha caracterizado por hacer y defender un arte crítico, diverso, complejo, incómodo, muchos son los ejemplos que pudiera poner en el caso del audiovisual, desde donde parte el debate en cuestión; puedo mencionar varios espacios que hoy son referentes del debate y exhibición sistemáticos de creaciones audiovisuales nada complacientes. Uno de ellos, El Almacén de la Imagen, anualmente se realiza en Camagüey, al que han asistido por décadas cientos de realizadores jóvenes, algunos casi desconocidos, quizás muchos de los que Del Llano considera “rebeldes”,  y que siguen creando aquí, y no “emigran a latitudes más tolerantes”.  Hacernos voz y ser escuchados, participar activamente de la vida cultural de la Isla y persuadir a funcionarios y decisores de la utilidad transformadora de las obras de esos realizadores forma parte de lo que hacemos cotidianamente desde la AHS, y puedo afirmar sinceramente, que siempre hemos encontrado interlocutores institucionales en ese diálogo.

Creo profundamente que los extremos casi siempre son malos, el papel del arte en la sociedad no puede concentrase solo en el enjuiciamiento, el ejercicio de la crítica debe ser capaz de captar la multiplicidad de mensajes de una época o contexto; lo contrario es polarización y caricatura del deber ser.  La obra, los valores estéticos, la fuerza del argumento y el momento de la creación refractan maneras de pensar, de sentir y reflejan la cosmovisión de la realidad de la que formamos parte. A veces el mensaje no cumple con su encargo y se empantana en una ensenada de subjetividades sociales que deben descifrarlo, asumirlo y multiplicarlo; para que este cumpla su cometido. 

¿Retrocedemos realmente en esta dirección?  Es esta una pregunta que no debiéramos dejar de hacernos creadores, decisores y ciudadanos; estos últimos son componente indispensable de la obra, sobre todo en la retomada definición de lo “moralmente inaceptable”.  Es bueno percibir que los imaginarios fascistas, racistas o anexionistas, para algunos merecen la “censura”; lo curioso es que ese término no deba emplearse cuando la “verosimilitud histórica” pueda aparecer desequilibrada o desequilibrante.

Santa y Andrés es una muestra más de las potencialidades de los jóvenes realizadores que por encima de no pocos obstáculos se empeñan en materializar su obra desde Cuba. “Latitudes más tolerantes” no son respuestas a supuestas barreras y tabúes que debemos superar desde aquí adentro, el mejor lugar para un creador es su Patria, de ahí bebe sus historias y está su mejor público.

Otra vez la crítica descarnada a errores cometidos durante el proceso revolucionario determina la historia del argumento central, el pretexto: la reflexión sobre errores que debemos impedir por todas las vías se vuelvan a cometer. Toca temas poco o no abordados desde el séptimo arte, que sin embargo si han tenido más presencia en la literatura y en amplios espacios de discusión.

Debo confesar que es la primera vez que veo en nuestro cine una alusión irrespetuosa, burlesca y directa a nuestro Fidel. Además de asumirla como una visión abiertamente reduccionista, considero que es poco retribuyente hacia el legado de este hombre como político, intelectual  y abierto defensor del cine y sus más auténticos valores. 

Contraponer la figura de Martí a la de Fidel, aún cuando he escuchado que no fue una idea preconcebida por sus creadores, va más allá de un simple bocadillo en una escena; es un acto que tampoco las más jóvenes generaciones compartimos y en esta batalla simbólica de la que formamos parte, fragmenta la unidad, mella los principios y siembra distancias entre estos dos íconos, son las mismas herramientas, “el divide y vencerás”,  de los que no quieren a bien nuestro proyecto. En mi opinión este debate está mucho más allá de lo “censurable” o no. La rebeldía  o el demérito del protagonismo de un artista, es de hecho una cuestión mucho más profunda de lo que superficialmente pudiera estar siendo reflejado.

No podemos renunciar a que nuestras instituciones mejoren su gestión, el acompañamiento y diálogo con sus creadores, es un tema permanente, de lo contrario imperaría la ley de la selva, del que más pueda y no de lo que más valga. No debemos conformarnos tampoco con directivos que no tengan al menos la sensibilidad y la disposición para avanzar en los temas que más nos apremian.

Una asesoría oportuna enriquece siempre el trabajo de jóvenes en formación, sin paternalismos y sin renunciar a las esencias de las ideas. Tampoco se puede demonizar a un artista por hacer su obra dentro o fuera de las instituciones, la vida sigue demostrando que cada vez ambos son más complemento el uno del otro.

Con respectos a los comentarios de la web, retomar la figura de Virgilio para argumentar una “purga” y un atentado contra el “ser creativo” de nuestros jóvenes artistas, es descontextualización y aparente ingenuidad. Lejos de aquella realidad matizada de incomprensiones, hoy tenemos la posibilidad de valoraciones más exactas.  Sin olvidar la responsabilidad que tenemos como artistas, también he visto pasar al mundo y mirar con curiosidad nuestras “conquistas”, sentir sana envidia, y en casi todos los casos entusiasmarse con ellas.

Prefiero sumar, por ello el convite a mejorar cada día. La alerta para no repetirnos en el error debiera cuidar no dar espacio a la desidia, el revisionismo y al diálogo de sordos. Lenin también dijo alguna vez, que la verdad siempre es relativa, nunca absoluta. No somos “mansitos”, pero sí incondicionales, sobre todo a lo que signifique el resguardo de la historia y la memoria. Por suerte para todos, nuestra vanguardia ha encontrado siempre el mejor camino para conjugar rebeldía, provocación, iconoclasia, libertad… con Revolución. 


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