Nota por y para un amigo caído / Por Emir García Meralla


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Ha muerto en la Habana este lluvioso día de noviembre el actor Rolando Núñez.  Para todos los cubanos, y algunos más allá era el popular “Botaperros” de la serie policiaca Día y Noche. su personaje fue el ángel salvador de protagonista; la conciencia crítica de cierto tipo de hombre al que la literatura y el cine han magnificado: “el duro” tras el héroe que siempre está presto a cuidarle las espaldas. Así llego a Rolando, o simplemente Roly, su alta cuota de popularidad.

Después hizo algunos papeles menores –no hay papeles pequeños para un buen actor—pero siempre era “Botaperros” un tipo duro en el ambiente de las series policiacas en Cuba, tanto que más de un actor imitó sus gestos, sus giros y hasta algunos de gestos; esos gestos que fue generando desde el mismo instante que entro en la plantilla del hoy desaparecido Grupo de Teatro Político Bertolt Brecht.

Corrían los años setenta, era su primera mitad, y en los altos de la sinagoga Hebrea de la Calle I y 13 en el Vedado; se establecía la cede de una compañía teatral que en las dos siguientes décadas será el recinto donde se nuclearan importantes actores, directores y dramaturgos cubanos de la segunda mitad del siglo XX cubano. Allí, abriendo las puertas de mi adolescencia conocí a muchos actores, algunos hoy fallecidos como Rene de la Cruz, Luis Alberto García, padre, Argelio Sosa, Mario Balmaseda, Elvira Enríquez,  Alfredo Ávila –cuyo hijo Javier, también actor, era compañero de juegos—, tito Junco, Alberto Pedro y otros que hoy sus nombres se me pierden el memoria. Además de a rolando Núñez que por aquel entonces se preparaba para hacer su primer antihéroe de su larga carrera: “El gato” de la obra Andoba, del dramaturgo cubano Abraham Rodríguez.

Andoba, una de las obras de teatro más taquillera de los años setenta en Cuba, fue la puerta para estrechar su mano, saludarle en la calle y hasta compartir alguna que otra aventura social. Por vez primera tenía amigos conocidos y famosos.

Fueron pasando los años y el “Político” –como le llamaban a ese grupo de teatro—fue mi puerta al teatro cubano y universal y a la posibilidad de tener algunos amigos y conocidos. Así pude ver en calidad de polizón cultural “El carillón del Kremlin”, “Tema para Verónica” (la primera obra de teatro que en los ochentas se acercó a fenómenos tales como la prostitución, la desidia social y el doble rasero que amenazaban a la sociedad y a la familia cubana), Rampa arriba, Rampa abajo; y “La barbacoa”, con la presentación en vivo de Los Van Van en su función inaugural en el Teatro Mella.

En todas siempre estuvo presente Roly con algún papel y una perenne sonrisa. Incluso cuando un buen día nos enteramos que el Teatro Político dejaba de existir y con él se terminaba una capítulo importante de la vida cultural de la nación.

Sin embargo aún así seguí disfrutando de su amistad y de la de muchos que en esa compañía me abrieron las puertas a un universo cultural que me aportaría nuevos amigos como Luis Alberto García (el hijo de su padre), Néstor Jiménez, Bárbaro Marín, Felito Lahera y otros de los que me precio contar con su saludo y alguna conversación trivial. Son otros tiempos y escribir sobre música ocupa todas mis energías; pero Roly siempre giraba en mis cotidianidad; bien fuera en la UNEAC o simplemente cruzándonos en la calle.

Morir es parte de este ciclo vital al que pertenecemos. Según mis mayores la muerte es un paso más que solo deja espacio a la memoria por un tiempo limitado, el que corresponde a nuestro contemporáneo.

Debe ser por esa razón que la muerte de un amigo nos conmueve y nos obliga a reflexionar y a recordar. Eso es lo que hago mientras escribo estas notas y recuerdo la más célebre de sus frases en el teatro cubano; corresponde a la penúltima escena de la obra Andoba y que repetían hasta la saciedad quienes disfrutaron esa obra, el que era su bocadillo preferido y al que ponía mayor énfasis: “… Andoba… rejuega para que te mueras…”

Esta vez Roly, los plausos no podrás reverenciarlos, pero sigue sonriente donde quiera que estés. Ahí nos vemos, mi socio.


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