Nuevo premio para La obra del siglo, una cinta que obliga a recordar


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La obra del siglo, del realizador Carlos Machado Quintela

Fue noticia recientemente que la película cubana La obra del siglo, del realizador Carlos Machado Quintela, obtuvo el Premio Especial del Jurado y el Premio de la Crítica Internacional, compartido con el filme argentino El incendio, de Juan Schnitmann, en el recién finalizado Festival de Cine de Lima, Perú, en cuya sección competitiva de ficción concursaron 19 largometrajes procedentes de ocho países latinoamericanos.

El jurado, que estuvo presidido por el productor español Antonio Saura, e integrado por la actriz colombiana Angie Cepeda, el argentino Gastón Pauls, y los directores Diego Quemada-Diez, de México, y Javier Fuentes-León, del país sede del festival, reconoció en la cinta “el uso brillante del material documental, un tratamiento original de la imagen y la excelente dirección de actores”.

Mientras, el tribunal que le confirió el Premio de la Crítica Internacional resaltó “la originalidad plástica y narrativa, y el uso crítico y humorístico del material de archivo”.

Estos galardones tienen como antecedentes en este año el lauro Lions Film, del Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR, siglas en inglés),  que reconoce las obras de corte artístico, complejidad de lenguajes y que proponen nuevas maneras de contar, y el Premio FIPRESCI, en el Festival de Cine Latino de Toulouse, en Francia.

La cinta igualmente  había sido incluida en la competencia internacional de la XVII edición del Festival Internacional de Cine Independiente  BAFICI, de Buenos Aires, 2015, y exhibida en la trigésimo segunda edición del Festival Internacional de Cine de Miami, 2015, en el contexto del homenaje al cineasta independiente que el evento realizó.

El filme de Quintela inicialmente iba a narrar  la historia de tres hombres, de tres generaciones familiares consecutivas, que viven solos en un apartamento con sus conflictos, pero el realizador tropezó en medio de esta idea con un  relevante suceso del pasado cubano:  el inicio de la construcción en 1982 —con asesoría e inversión soviéticas—,  y posterior desarme en 1992, producto de la caída del Campo Socialista, de la Central Electro Nuclear de Juraguá, en la provincia de Cienfuegos, conocida popularmente en todo el país como CEN, la que se esperaba fuera el proyecto ingeniero más importante del siglo XX en Cuba: La obra del siglo.

Estos tres personajes, abuelo, padre, hijo —interpretados en igual orden por Mario Balmaseda, Mario Aguirre y Leonardo Gascón—, pasaron a habitar un pequeño apartamento de la Ciudad Nuclear que fuera construida para los trabajadores de la CEN a cuatro kilómetros de la misma; uno de ellos —el de la generación intermedia—, fue ingeniero en el proyecto nuclear y en el presente cría puercos; los tres tratan de sobrevivir a una situación que da pie a una gran reflexión que va más allá de las fronteras cubanas por su alto contenido humano y existencial.

La obligatoriedad de no olvidar hechos sociopolíticos que trascienden hacia la vida de las personas, muchas, marcándoles un camino que no fue el  prometido o soñado, es una idea latente en este filme que tiene la virtud de acercar al espectador un tiempo pasado y sus consecuencias, con una gran carga emotiva que conlleva a la certeza del apremio de recordar.

Las actuaciones protagónicas de la obra del siglo son tan orgánicas y naturales, que por momentos podríamos pensar que estamos presenciando un filme documental, rodado además con cámara oculta; la maestría probada de Mario Balmaseda y de Mario Guerra se realza de una manera impresionante contribuyendo decisivamente a la construcción de la atmósfera, agobiante y opresiva, del apartamento donde  mal transcurre la vida de estos tres cubanos que no saben, ni tienen, como vivir; quizás por esto la película es benévola con ellos.

Quintela establece un contrapunteo entre las imágenes a color del archivo de la también extinta Tele Nuclear que conservan el pasado de la Central de Juraguá y la ciudad de sus trabajadores en el momento de euforia y boato de la construcción de esta obra monumental, y el presente  en blanco y negro de esta urbe interfecta e inútil, con todo el peso de  su cotidianidad vacua, su estatismo y su desencanto.

Las imágenes del pasado aparecen con sus propios sonidos, al igual que las del presente, en el que resalta como un elemento narrativo la complicidad de los silencios de esta ciudad espectral.

La obra el siglo es un filme  de discurso  muy complejo recreado con el lenguaje audiovisual a través de un conjunto de recursos dramáticos, en el cual se siente el dolor, el fracaso, la frustración de los habitantes de una ciudad inútil, que parece suspendida en un limbo, y  los cuales se mueven en un ambiente sórdido, en medio de las carencias materiales, pero sobre todo morales.

Al final del filme, el director, además de todo lo que ha dicho o “dejado entrever”, brinda al espectador cifras y datos que terminan de “rematarlo”: 120 millones de dólares fue el costo de desmantelar en dos años y medio la CEN; el plan inicial era construir doce reactores; no se concluyó el primero.

Una de las escenas de mayor significado y que resume más la catástrofe de la paralización de la construcción de la CEN, es aquella en la que los personajes de Mario Guerra y Leonardo Gascón juegan dentro de la  vasija del reactor, la cual llegó a Cuba en el año 1986, con una gran misión, y que hoy yace en un terreno baldío, sin más cuidado ni utilidad, por supuesto.

En La obra del siglo  saltan por momentos elementos hilarantes, como la inclusión de la canción Me quedé con ganas, en la voz de su autor  Vicente Rojas, pero estos no logran mitigar la sensación de abatimiento y angustia que provoca constatar el destino  malogrado de tantos seres humanos.


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